sábado, 27 de noviembre de 2010

Álvaro Enrigue vs los narcos

27/Noviembre/2010
Laberinto
Heriberto Yépez

La revista Chilango núm. 84 dedica su portada a “El cártel de los escritores” y reza “El crimen y el narco se han apoderado de la nueva narrativa mexicana. Hicimos confesar a los siete autores que la definen”.

En realidad no son autores que han definido la narcoliteratura sino nuevos escritores del centro del país.

Quienes la han definido son autores del norte, algo que aminora Álvaro Enrigue en el texto central de Chilango.

Enrigue llama “discreta plaga” y “narcoestruendo” a la narconovela, que retaca “las mesas de novedades de las librerías”, imagen más fantasiosa que real: en la última década el número de narconovelas no supera a otros géneros (el histórico o fantástico, digamos). La misma mesa imaginaria preocupaba a Rafael Lemus en el 2005, quien descalificaba la obra de Élmer Mendoza y Eduardo Antonio Parra.

Enrigue dice: “Hay autores consagrados que publican relatos de realidad ampliada en editoriales para la élite literaria y académica… pienso en los libros de cuentos de Eduardo Antonio Parra en Era o los thrillers de Elmer Mendoza en Tusquets”.

¿De verdad Parra y Mendoza son para élite?

Se dice que la narconovela es un cliché. Pero si hoy existe en México un género lugarcomunista es la crítica anti-narconovela.

Su arquetipo (o Idea Platónica): la mesa imaginaria, mala, repleta de narconovelas.

Su sermón infaltable: se necesita “distancia”, ergo, la narconovela ocupada de su época no es literatura verdadera ni periodismo siquiera.

¿La narconovela? Viñeta que es moda pasajera.

La “moda” lleva 20 años. A finales de los 80, Mendoza llamó la atención en el Norte. Al igual de Crosthwaite o Sada.

Hay que reconocer que Enrigue agregó un nuevo alegato: la narcoliteratura deja de ser costumbrista, chichimeca, comercial o elitista una vez que migró a Mesoamérica.

“La novela mexicana que alguna vez relacionamos con el Norte… hoy es un fenómeno de dimensiones nacionales”.

De ahí la lista. Todos ellos menores que él. ¿Menos amenazantes?

La narcoliteratura ha sido criticada con los mismos argumentos desde hace dos décadas, época en que la narrativa mexicana era tan supuestamente formalista que lectores, editoriales y medios aprovecharon el auge de una escritura que abordaba la realidad social de violencia, caló, Nafta, migración y tráfico, y la literatura escrita en el DF perdió su protagonismo irrebatible y cuyos mejores momentos fueron el posmodernismo de Bellatin y el realismo sucio de Fadanelli.

Lo que Enrigue (disimuladamente) fantasea es otro cártel que arrebate al Cártel de Sinaloa y al de Juárez su dominio del “mercado”.

Pero ¿de verdad la narconovela vende? ¿O ese es otro Pecado para moralizar contra su impureza?

¿Y no será que algunos piensan que para ser Buena es necesario que una literatura, literalmente, no se venda?

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