Confabulario
Alejandro Toledo
La noticia de que le había sido otorgado el Premio Internacional Octavio Paz de poesía y ensayo 2003, le llegó a José Emilio Pacheco por una llamada telefónica nocturna. Se encontraba en Maryland, cerca de Washington, donde coordinaba un taller de ensayo e impartía un curso sobre la crónica modernista.
Horas después de esa primera irrupción telefónica, se confesaba todavía sorprendido por la noticia que le comunicó Marie José Paz, y por lo mismo no preparado para dar entrevistas. No le agradaba improvisar verbalmente, y lo hacía sólo cuando no había más remedio. No obstante, le emocionó entonces la decisión de otorgarle el premio “en reconocimiento a su trayectoria intelectual, a su afán de establecer puentes entre diversas tradiciones y a la excelencia de su obra que recorre todos los géneros literarios y es una contribución valiosa a la cultura de nuestro tiempo”, según el acta del jurado, y fijó con su interlocutor (telefónico) tres temas que venían muy a cuento: los encuentros con Paz, el ejercicio de la traducción, y Tarde o temprano, el volumen de su poesía reunida. Pidió veinticinco minutos para responder a cada uno de esos puntos. No fue a la computadora, tecleó y mandó un correo electrónico, como podría imaginar una mente que estuviera muy al día. Al viejo estilo, el poeta tomó cuaderno y pluma; y una vez pasado el tiempo exacto que él fijó, dictó con paciencia, con puntos y comas, lo que llevaría entre treinta y cuarenta minutos.
Respondió, dictó, escribió, con intensidad, José Emilio Pacheco, para El Universal. He aquí la versión completa de esa charla escrita.
Increíblemente generoso
La amistad con Octavio Paz duró 41 años. Fue auténtica y por tanto resultó difícil, y por difícil estimulante. La primera reseña de mi vida, publicada en Estaciones, fue una muy torpe y adversa sobre Las peras del olmo. Paz quiso conocer al joven de 18 años que era yo y me dijo que no estaba de acuerdo con las ideas pero aprobaba la actitud. A fin de ese mismo 1957, vino el gran deslumbramiento de “Piedra de sol”, poema que tantos años después me sigue pareciendo maravilloso.
A partir de entonces, Carlos Monsiváis y yo visitábamos a Paz y a Carlos Fuentes en el viejo edificio de Relaciones Exteriores. Nunca dejaremos de agradecer su generosidad a los dos.
Desde la India, Paz nos mandó a todos los de esa época excelentes cartas que nunca supe responder a ese nivel.
En 1966 hicimos Poesía en movimiento, con Alí Chumacero y Homero Aridjis, antología que por desgracia quedó inmovilizada y tiene 37 años de atraso.
Al año siguiente nos reunimos en Italia. Le dije que su regreso a México no iba a ser fácil porque inevitablemente se vería envuelto en las intrigas y querellas del ambiente.
La amistad por correspondencia era más fácil que el trato directo porque todos los seres humanos sin excepción somos “personas difíciles”.
En los setenta y ochenta hubo épocas de alejamiento y casi de enfrentamiento, pero la amistad (que nunca fue íntima) jamás se interrumpió, cosa rara en tiempos como los nuestros de absoluta intolerancia.
La etapa de mayor proximidad con él y Marie José fue en el último año de su vida, en que conversábamos cerca de una hora diaria, en persona o telefónicamente.
Un hecho desconocido, que habla de un Paz increíblemente generoso, es que el último texto que escribió, dos días antes de morir, fue una carta donde no aceptaba la medalla al mérito ciudadano y opinaba que debía otorgarse a Cristina Pacheco. Y así fue.
La escuela mexicana de traducción
Los ensayos de Octavio Paz para mi gusto representan la mejor prosa mexicana del siglo XX. Sin embargo, en mi caso el más aleccionador de esos puentes fue su labor de traductor poético reunida en Versiones y diversiones (pienso en la edición de este libro que circula en España, mucho más amplia que la publicada por Joaquín Mortiz). Él y Jaime García Terrés establecieron en los años cincuenta lo que pudiéramos llamar la escuela mexicana de traducción, muy diferente de la española. El camino que sin saberlo ellos abrieron para mí, se verá a fin de año cuando Era publique mi libro Aproximaciones, y Alianza Editorial mi nueva versión de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot, en la que he trabajado a lo largo de los últimos 14 años.
Efímeros y transitorios
Supongo que el motivo central de un premio que recibo ante todo como un reconocimiento no a mí en particular sino en general a la poesía mexicana, es Tarde o temprano, el volumen del Fondo de Cultura Económica que recoge mis doce libros de poemas. Me emociona que el premio llegue exactamente a los 40 años de mi primer libro, Los elementos de la noche, que salió en marzo del 63.
Recibo el premio en un momento muy triste para mí, por la muerte de tantos amigos, la inminencia de una guerra que ojalá no estalle, la desaparición de tantas publicaciones devoradas por la avidez suicida del neoliberalismo, tempestad que se lleva todo y no lo sustituye por nada. Por otra parte, la enfermedad me ha dado conciencia de lo efímeros y transitorios que somos todos… Ojalá que en Tarde o temprano haya a lo sumo cuatro o cinco poemas capaces de mantenerse en pie ante esta y otras tempestades que por desgracia nos esperan.
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