Laberinto
Héctor González
Crónica, cuento, memoria y retrato confluyen en la antología que circula actualmente en librerías, volumen que muestra a un escritor de cuerpo entero, un prosista que capturó los múltiples matices de la Ciudad de México y sus habitantes. A continuación, una charla con la compiladora y una acuciosa lectura de la obra
El objetivo es claro: “dar a conocer a los nuevos lectores a Ricardo Garibay”. Así lo escribe Josefina Estrada en la primera línea del prólogo de Ricardo Garibay. Antología, volumen con que el sello Cal y Arena inicia su colección Esenciales del XX.
Complejo donde los haya, el escritor y periodista hidalguense construyó una obra tan versátil como personal. Murió en 1999, a los 76 años. Su legado abarca alrededor de cincuenta títulos. Con soltura y sin empacho brincó del cuento a la crónica; de la novela al guión cinematográfico. La selección de Estrada presenta un amplio mosaico de un autor prolífico y siempre cercano a la polémica.
¿Cómo conoció a Ricardo Garibay?
Como autor lo conocí en 1977, leí El gobierno del cuerpo en la Facultad de Ciencias Políticas
a petición de Gustavo Sáinz, nuestro profesor. A partir de entonces me puse a buscar sus textos. En 1978 presenté Las glorias del Gran Púas, en Bellas Artes, ese fue mi primer acercamiento directo. No lo volví a ver hasta que invitó a mi esposo Sandro Cohen para que colaborara en su programa Caleidoscopio. Cuando lo corrió lo dejamos de tratar. Tiempo después me lo reencontré en Planeta y le di mi libro de crónicas Para morir iguales. A los pocos minutos me llamó para decirme: “¡Quiero que presente mi libro! ¡Ya le darán los datos!” Nos hicimos amigos y de 1990 a 1999 mantuvimos una comunicación muy estrecha.
¿Qué tan complicado era en el trato?
Cuando le tenía afecto a una persona no era en absoluto complicado, sino amable y cautivador. En nuestro caso no había mayor atracción que la amistad. Durante los últimos quince años de su vida tuvo fascinación por la mentalidad femenina al grado que en sus talleres no aceptaba hombres. Sostenía que el cerebro masculino no era tan interesante. Su hija María dice que probablemente yo fui su única amiga porque el resto eran sus amantes. Cuando en 1996 publiqué Virgen de medianoche, se la dediqué a él.
En el prólogo destaca la necesidad de acercar a Garibay a las nuevas generaciones.
¿Es un autor olvidado?
Sí, y mis alumnos de séptimo semestre en la Facultad de Ciencias Políticas me lo confirman. Siempre dejo alguno de sus textos y me confiesan que ningún maestro se los enseña. Una vez que lo descubren se enganchan de inmediato. En lo personal lo sigo leyendo y no se me cae de las manos, tengo claridad sobre dónde es excesivo y dónde se pudo haber editado.
Por ejemplo…
Acapulco es un libro soberbio y extraordinario
pero justamente hay unas apariciones suyas innecesarias. Yo sí creo en el cronista en primera persona, a veces es necesario hablar desde la primera persona. Incluso en ese libro tan periodístico hay un cuento, “El rubio Elkan”, de haber podido hubiera hablado con él para decirle que eso no se podía hacer.
Es curioso que esté olvidado ahora que la crónica latinoamericana vive un buen momento.
Claro, fue un cultivador del periodismo literario. Retomó la estafeta de Gabriel García Márquez cuando en 1957 publicó Relato de un náufrago. A Garibay le encantaba describir la realidad y también describirse a sí mismo.
En algún momento, Octavio Paz le dijo: “Tanto tiempo haciendo teatro para terminar escribiendo cine”. ¿Su cercanía al cine o su relación con los presidentes Díaz Ordaz y Luis Echeverría, le juegan en contra a la hora de juzgar su trabajo?
Garibay fue majadero, despectivo y agresivo con sus contemporáneos. Su peor enemigo fue él mismo. Incluso reconocía que él mismo no se caía bien. Se sabía neurótico, por parte de su padre cinco tíos se suicidaron; durante años fue a terapia. Yo creo que lo salva la literatura. Sobre la cercanía con el poder, recordemos que había sido compañero de banca de Echeverría. Aguirre Palancares lo llevó y acercó con Díaz Ordaz para salvarle la vida, pues sabía que tenían órdenes de matarlo debido a sus artículos políticos. Gracias a ello le dieron la beca. Garibay no se sentía avergonzado porque nunca fue un hombre del sistema. Muchos pierden de vista que entonces no había FONCA y que no podía ser profesor universitario porque no era académico. Se casó muy joven y tuvo seis hijos, para mantenerlos se metió al cine, lo que retrasó su carrera literaria. Su primera novela, Beber un cáliz, la publica a los 40 años, es extraordinaria aunque muchos la ningunean porque es más bien un testimonio.
Solía proyectar experiencias personales en su trabajo de ficción y como ya dijo, en sus crónicas era un personaje más. ¿Él se asumía como parte de su proyecto literario?
Sí, le gustaba reconocerse como personaje. Todos los seres humanos somos extraordinarios,
la dificultad está en mostrarla por escrito.
La oralidad es uno de sus puntos más fuertes, ¿en qué momento la explota con mayor fuerza?
La empieza trabajar en los años setenta. En sus primeros libros mantiene una escritura muy correcta, pero después reproduce el habla de los acapulqueños o de las mujeres ricas. Creo que esa es de las cosas que enganchan porque todos sabemos que México tiene una gran riqueza verbal. Hoy es normal leer a autores especializados en el lenguaje del narcotráfico pero antes no era tan común. En Los lancheros, por ejemplo, logra captar el absurdo de muchas conversaciones. A Garibay y a Bonifaz Nuño los escuché decir: se escribe para los oídos no para los ojos.
¿Qué criterios usó para la selección de los textos?
No incluí novela y teatro porque había que escoger un pasaje y dar contexto. Los descarté por cuestión de espacio. Seleccioné cuento porque es el género con el que empezó a publicar; su primer relato lo escribió a los 23 años. Memoria y crónica son apartados obligados, es un privilegio que esté completa Las glorias del Gran Púas que, si bien es un gran texto, a mi parecer está un poco sobrevalorado (tiene piezas mejores) pero reúne todas sus grandes cualidades como cronista. Me parece que la crónica es un buen abanico para conocer los temas que trabajaba. Incluí semblanza porque es un maestro del retrato, hay varias de su libro 35 mujeres.
¿En verdad minimizaba a Rulfo?
Totalmente, lo veía como un escritor estreñido, con un par de libros folclóricos. Cuando se ganó la beca se sentó al lado de Rulfo, Arreola y Luisa Josefina Hernández. No obstante hubo un momento donde reconoció, debido a que trabajaron algo juntos, su inmensa capacidad para escribir sobre el mundo rural. Creo que había un poco de envidia con respecto a la forma magistral en que Rulfo escribía sobre la provincia.
¿Son comparables Ibargüengoitia y Garibay?
Ambos son geniales a la hora de captar el alma mexicana a través de la ironía y con un sentimiento de amor–odio. Los dos fueron grandes cronistas. Te puedo jurar que Garibay nunca imaginó que sería recordado
por sus crónicas. Iba al Excélsior, ahí escribía su nota y la entregaba.
¿Se conocieron?
No que yo sepa, tal vez, pero no tengo referencia por escrito. No he encontrado menciones de uno hacia el otro. Yo digo que hay tres pilares en el periodismo mexicano de los cincuenta para acá: Ibargüengoitia, Garibay y Leñero, incluso ya podríamos incluir a Villoro.
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