sábado, 15 de enero de 2011

Sacrificar la literatura mexicana

15/Enero/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

La semana pasada dije que nuestros antropólogos, arqueólogos, historiadores de los mundos indígenas prehispánicos y actuales sobrepasan a los grupos que normalmente identificamos como los más representativos de nuestra intelectualidad.

¿Cuáles son las bases de una afirmación tan temeraria? Daré algunos argumentos. Me concentraré en los literatos.

Primero: los literatos mexicanos —aun los traducidos— son islas. Académicos los analizan, pero ni poetas ni narradores (mucho menos ensayistas) mexicanos influyen en otras literaturas. Mundialmente son irrelevantes.

(Además: casi siempre monolingües, autocolonizados).

Los estudiosos del mundo mesoamericano, en cambio, no sólo dialogan con otros especialistas extranjeros sino que —en ciertas áreas— encabezan. Ningún escritor mexicano puede presumir ser el líder en su campo escritural.

Segundo: ningún poeta o novelista mexicano después de Paz, Fuentes o Monsiváis ha conseguido modificar —para bien o para mal— la forma en que el mexicano se concibe. La obra de los literatos actuales no influye substancialmente a creadores extranjeros o lectores nacionales. Su campo de influencia se reduce a colegas menores.

El mesoamericanismo ha inspirado incluso a la contracultura (nacional y foránea).

Los mesoamericanistas —cuya identidad como arqueólogos, historiadores, etnógrafos, antropólogos, cosmólogos es móvil, algo que también los hace más intrépidos que los letrados unidimensionales— paulatinamente han rehecho la autodefinición del mexicano. Han modificado la cultura.

Tercero (de índole estético): ¿qué cuento, poema o novela mexicana puede superar en belleza los mundos y submundos indígenas descritos en las obras de decenas de estos estudiosos mexicanos? Nada es Farabeuf cotejado con Xibalbá.

Venideros siglos no memorizarán nuestros versos mestizos. Lo que perdurará de México será el numinoso imaginario indígena, en cuya trasmisión han intervenido académicos mexicanos, aparentemente grises.

Rulfo lo sabía.

En una de tantas veces que se le preguntó por qué no había hecho más libros después de El llano en llamas y Pedro Páramo, Rulfo explicó que eso era falso. Había hecho muchos libros, como editor del Instituto Nacional Indigenista.

¿Mero juego de ideas? Mi hipótesis es que el silencio de Rulfo se trata de un casi involuntario augurio, que no hemos descifrado adecuadamente.

Rulfo sabía que (él) había culminado la literatura mexicana. Lo que habitualmente tomamos como el silencio o bloqueo de Rulfo fue, en verdad, profecía y servicio.

Rulfo sacrificó la más bella literatura mexicana a los antiguos dioses.

Lo que el silencio de Rulfo significa es que los libros y cosmos a los que había que dedicarnos ya no eran los literarios, sino los libros y cosmos indígenas.

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