sábado, 29 de enero de 2011

29/Enero/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

La nueva narrativa mexicana —hecha por nacidos en los 70 y 80— responde cada vez menos a lo vertical.

Las nuevas narrativas no buscan imitar, continuar o superar a un autor nacional consagrado (Rulfo, Fuentes o Elizondo) ni inmediato anterior (Sada, Rivera-Garza o Bellatin) sino que forman grupos y temas en vínculo con la realidad nacional actual (y los medios).

Se trata menos de una tradición lineal que de un campo horizontal.

La literatura mexicana se descentraliza. Hay mayores oportunidades de publicar fuera del DF. La propia importancia de los “maestros” o influencias se diluyó, en parte, por esta expansión editorial. E internet.

Sí, se horizontaliza pero con crisis de nostalgia centrípeta. Los críticos, en buena medida, son quienes intentan conservar la “Literatura mexicana” y quienes contextualizan a estas obras en ese paradigma agónico.

Otros dos rasgos claros: 1) Cantidad y calidad creciente de narradoras. 2) Un balance cuantitativo y cualitativo entre la narrativa hecha en el DF y la hecha en otras ciudades.

Estas dos tendencias imparables, por cierto, también son frenadas por los reseñistas de estas generaciones adscritos a revistas nacionales, muchas veces varones en el DF (real o mental).

¿Por qué los jóvenes críticos son tan conservadores? Al contrario de la narrativa, ellos se formaron queriendo imitar a Christopher Domínguez en lo patrio y a Harold Bloom en lo que imaginan como internacional. La crítica de ese periodo es canónica (¡y canóniga!), clásica, ¡mainstream sin darse cuenta!

A falta de ensayistas intrépidos acompañantes, los narradores tampoco han desarrollado teoría ni radicalizan la forma narrativa, anclada aún en la estilística. Prosa en que Nada Sobra, como meta.

Y como Neta: el espíritu filisteo. Sin filosofía —y monopolizada por lo mediático y con aversión al arte contemporáneo, la teoría de género o las ciencias sociales— esta narrativa no ha actualizado su construcción del sujeto, la voz textual y la página como zona experimental.

Inspirados por los mass media —música, cine, televisión, internet—, en un país sin bibliotecas o revistas literarias innovadoras, la oferta editorial les educa en dos o tres cadenas de librerías. No tienen ideas propias sino editoriales favoritas.

¿Qué pasará con esta narrativa?

La imagen que de ella se construirá en el mundo de las letras la intentarán domesticar las revistas literarias nacionales y las antologías encargadas.

Y a falta de una conciencia crítica —formal, política y teórica— podría ser que la nueva narrativa mexicana quede a medias: ni continúe la narrativa mexicana “maestra” ni tampoco decida irse por la libre.

¿Su pesadilla? Quedarse sin becas. ¿Su cielo? Publicar en Anagrama.

La nueva narrativa en México es esclava de la política cultural pública y privada.

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