domingo, 23 de enero de 2011

Leer para escribir la vida

23/Enero/2011
Jornada Semanal
Luis Enrique Flores

Mónica Lavín es una de las escritoras más representativas de la literatura contemporánea en México. Recientemente fue galardonada con el tercer Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2010 por su obra Yo, la peor, texto acerca de Sor Juana Inés de la Cruz. Como platillo de entrada, e hincándole el diente a la eterna y magullada cuestión de que en México se lee poco o nada, Mónica Lavín responde si el nuestro es un país de no lectores.

–Las estadísticas dicen que se lee poco. Uno se topa con personas y hay pocas con las que puedes tener una conversación sobre libros. En esto tienen que ver varios factores. Uno de ellos es qué valor social tiene la lectura, por qué importa leer. Hace poco leí en El Universal un artículo de Álvaro Enrique que me llamó mucho la atención. Decía: “La lectura no nos va a hacer personas mejores, no, porque a lo mejor tú eres una persona con un carácter terrible y vas a seguir siéndolo, pero nos hará ciudadanos más tolerantes”, o sea, la lectura te hace ver que hay muchos puntos de vista, maneras de pensar, enfoques, estilos de vida y eso, finalmente, te forma como ciudadano crítico y tolerante.

–Entonces, ¿se debería empezar por darle valor a la lectura?

–Sí, yo siempre he dicho: ¿por qué no tiene un valor curricular el ser lector?, ¿por qué cuando vas a una empresa a pedir empleo en la entrevista no te pregunten qué libro está leyendo, cuántos libros lee al año? Le debería interesar a un empleador que va a contratar a alguien, que por lo menos [ese alguien] lee libros, que por lo tanto va a tener la posibilidad, quizás, de expresarse mejor. También tenemos otras dificultades: ¿qué libro leer? Pongamos que alguien quiere ser lector, ¿cómo se topa con el libro adecuado? Por ejemplo, en Estados Unidos han resuelto este problema, creo que bastante bien, con este programa de Oprah Winfrey, que siempre hace sus recomendaciones de libros y, como el programa es masivo y tiene un peso en la opinión pública, los libros que ella recomienda se vuelven bestsellers.

–En este sentido, ¿un libro tendría que pensarse o crearse con un sentido popular, buscando un consumo masivo?

–Para que se lea a nivel masivo lo que gusta mucho es una literatura a todos los niveles de acción, donde pasen cosas, y esto nos puede deslizar a otros niveles de lectura, más sutiles, más sugerentes, que no tengan que ver con que los temas sean populares ni que sean localistas. Ahora que doy clases en la Universidad de la Ciudad de México me doy cuenta de que los jóvenes sí están desarmados de lecturas, igual que los alumnos de escuelas particulares, pero aquí hay algo interesante: basta con que les acerques el libro apropiado, en el que sí va a pasar algo, en el que se van a reflejar, en el que los va a enamorar el lenguaje o el ritmo, para que así cambien de ser lectores muy pobres a lectores sedientos de nuevas lecturas.

–Hablemos un poco de tu oficio de “cuenta-trozos (y trazos) de la vida”. ¿Hay que leer para escribir? ¿Hay que leer la vida para escribirla?

–El gusto por la escritura no puede nacer más que de la lectura, de ser tomado por las palabras, por la ilusión de realidad que provocan, por el gozo estético de su sonido y su sugerencia, de su plasticidad. Por lo menos, a mí me surgió el gusto por escribir porque me había enredado en libros como Robinson Crusoe cuando era niña. La escritura es un juego de la mirada, leer la vida también lo es.

–Las historias que cuentas son de soledades. Soledades que no quieren ser eso, que quieren encontrarse con otra(s) para acompañarse, aunque sea por un instante, y así darle un poco de sentido a sus vidas. ¿Tú crees que el mal o el bien de nuestro tiempo es la soledad? ¿Necesitamos del otro para existir?

–Sin saberlo, comencé escribiendo cuentos de “desencuentro”, así se llamó mi primer libro. Creo que la soledad es una condición de lo humano y hemos tenido la virtud de encontrar formas de romperla: religión, amor, amistad, rituales. No creo que estemos peor, sólo las formas han cambiado. La gente conversa en Facebook; yo prefiero la intimidad de la sobremesa. Claro que necesitamos del otro, o de los otros. No existe la autosuficiencia emocional.

–Se sabe de tu afición por la gastronomía. De hecho, uno de tus libros trata asuntos del paladar. Con este gusto por los sabores, ¿cómo se cocina una historia?

–Un cuento se cocina en la cabeza y cuando está listo para volcarse (tintineando la olla express) se escribe. Sobre todo cuando se tiene la frase de arranque. Una novela pasa por procesos de cocción distintos; se juntan los ingredientes, se explora, se tira a la basura, se prueba, se mezcla, se cambia la disposición en el platón, se deja enfriar (como un pastel) para revisar sin la emoción original. Es asunto de equilibrio y de seducción, como un buen guiso.

–Siguiendo el recetario, ¿cuál es el banquete de historias que te gusta preparar?

–A la manera de mi muy admirado Chéjov: encontrar en lo pequeño, en lo sutil, en lo cotidiano, el drama humano.

–Cuéntanos un poco de Sor Juana en la cocina.

–Son las recetas que se encontraron en el convento de San Jerónimo, atribuidas a Sor Juana, que mi amiga Ana Benítez, fallecida el año pasado, adecuó a tiempos actuales. Las acompaña un texto donde me refiero a la comida en tiempos coloniales, la que salió de los conventos, la barroca, mestiza, y a la propia Sor Juana y su relación con el mundo a través de la poesía y los confites del convento; a qué sabía el siglo xvii que le tocó vivir y cómo la cocina también reflejaba desmesuras y gustos, caprichos e intercambios.

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