miércoles, 5 de enero de 2011

Listas y reflexiones de nueve editores

4/Enero/2011
El universal

VÍCTOR MANUEL MENIDOLA


Selección de libros:
1. Bestial (2003) de Juan Carlos Bautista
2. Tequila con calavera (2004) de Samuel Noyola
3. El corazón y su avispero (2004) de Francisco Hernández
4. Poesía 1977 - 2001 (2005) de Manuel Ulacia
5. Viernes en Jerusalén (2005) de Marco Antonio Campos
6. Litoral de tinta (2007) de Verónica Volkov
7. Casi nunca (2008) de Daniel Sada
8. Principio de incertidumbre (2008) de Jorge Fernández Granados
9. Teoría de la afrenta (2008) de Armando González Torres
10. Las cuentas de la Iliada y otras cuentas (2009) de Luis Miguel Aguilar

Opinión
Lo que me parece notable de estos diez años es que la poesía sigue representando, en contra de lo que se piensa en las mesas de redacción y en los consejos editoriales, una de las mejores opciones de lectura.

En la poesía actual mexicana domina un alto rigor de elaboración y una originalidad indiscutible en los puntos de vista y en la indagación de la realidad y del mundo imaginario. Una buena parte de la prosa está dedicada a complacer no tanto al gusto del público lector amplio, sino a seguir las opiniones basadas en la mercadotecnia de los editores o a dar por buena una supuesta “comprensión” de la modernidad y la posmodernidad de críticos aturrullados por las novedades y el ruido de los medios.

Por desgracia muchos narradores creen más en un lenguaje elaborado para el cine y la televisión que en un lenguaje hondo, intelectual y entregado de verdad a la fantasía y, a la vez, a los problemas del mundo. Este no es el caso de la escritura de poesía. Esta forma de creación, sin apartarse de la conciencia del tiempo contemporáneo y de la tecnología, no ha perdido su compromiso con el lenguaje ni con la realidad profunda de las cosas, que está más allá —y más acá— del espectáculo y la pornografía, con su falso erotismo y sus dramas rebuscados y huecos.

Por otro lado, la poesía actual ha sabido apartarse de la operación retórica de los lingüistas, estructuralistas y “neobarrocos”, y ha producido una complejidad verbal mucho más interesante que lucha con el lenguaje, pero que también crea significaciones y, a veces, reinventa la realidad. Gracias a ello los poetas están creando una nueva poesía y, todavía más, una nueva literatura. En los próximos años, yo creo que nos daremos cuenta que se ha escrito magnífica poesía en México a finales y principios del siglo xx.

DAVID HUERTA

Ya sé que no contesto estrictamente lo que se pregunta, pero como en México una de las cosas que se hacen realmente bien es escribir poesía, me permito reordenar los criterios —por lo cual pido perdón— y presentar mis opiniones a punto y aparte.

Los cinco libros de poesía más importantes del año 2010 fueron los siguientes, en mi opinión: Poesía reunida, de Joaquín Vásquez Aguilar; Si ríe el emperador, de Coral Bracho; Nadir, de Elsa Cross, y dos libros absolutamente fundamentales: la antología de poesía novohispana de Martha Lilia Tenorio, y la edición de la lírica de sor Juana Inés de la Cruz editada por Antonio Alatorre.

En la década de 2001 a 2010, los libros más importantes, según yo, son los siguientes: Erdera, de Gerardo Deniz; Reducido a polvo, de Luis Vicente de Aguinaga; Cabaret Provenza, de Luis Felipe Fabre; Hay batallas, de María Rivera; las obras poéticas reunidas, en ediciones universitarias, de Eduardo Hurtado y Sergio Mondragón; los libros de Tedi López Mills publicados en los años recientes; Última función, de Marcelo Uribe; los libros y las traducciones de Pura López Colomé; los libros de Julián Herbert y de Julio Trujillo.

Como quedó dicho, escribir poesía es algo de lo que se hace realmente bien en México. A qué se deba esto, no puedo explicarlo; pero como no me gustan las pseudo razones mágicas, me digo lo siguiente: los mexicanos somos adictos a esos juegos de palabras que en lingüística y retórica tienen nombres rimbombantes y que suelen alimentar porciones grandes de la creación poética.

Hay entre nosotros una especie de manía con las palabras; por su lado bueno y luminoso, esto se conecta en forma directa con las vocaciones poéticas — el lado malo es evidente, y basta mencionar los discursos políticos, la publicidad y a los locutores de la televisión comercial para constatarlo con pesadumbre. Algo que siempre debemos recordar en un país tan machista, es que la principal figura literaria que tenemos es la de una mujer: la monja jerónima llamada sor Juana Inés de la Cruz, al estudio de cuya obra se consagró uno de los mexicanos más admirables de toda nuestra historia: el gran Antonio Alatorre (1922-2010), cuya muerte fue, para quienes lo admirábamos y queríamos, un auténtico desastre, aunque, claro, nos dejó sus libros.

Para mí, Alatorre fue el mejor maestro de poesía que uno pudiera imaginarse; yo le debo muchísimo.

SILVIA EUGENIA CASTILLERO

Diez de los mejores libros de poesía mexicana de la década 2000-2010

Tarde o temprano (Poemas 1958-2000) de José Emilio Pacheco. FCE, México, 2000.
Sin título de Jorge Hernández Campos. Joaquín Mortiz, México, 2001.
Algaida de Eduardo Lizalde. Aldus, México, 2004.
Versión de David Huerta. Era, México, 2005. (Primera edición FCE, 1978).
Erdera de Gerardo Deniz. FCE, México, 2005.
Treno a la mujer que se fue con el tiempo de Josu Landa, (reedición) Ediciones Arlequín, México, 2006.
Santo y seña de Pura López Colomé. FCE, México, 2007.
Bomarzo de Elsa Cross. Era-Conaculta, México, 2009.
La isla de las breves ausencias de Francisco Hernández. Almadía, México, 2010.
Degenerativa de Alejandro Tarrab. Bonobos, México, 2010.

ROCÍO CERÓN

Los libros (sin orden específico) de la década:
Cuaderno de Amorgós de Elsa Cross, Widescreen de Víctor Cabrera, Una sangre de Julio Trujillo, Zimbabwe de Eduardo Padilla, Muerte en la rúa Augusta de Tedi López Mills, Erdera de Gerado Deniz, Physical Graffiti de José Eugenio Sánchez, Sociedad anónima de Mónica de la Torre, Nosotros que nos queremos tanto. Poesía contemporánea de México (paradigmática antología de reciente poesía mexicana) y Sartori de León Plascencia Ñol.

2000-2010. Una década de apertura. Cambios no sólo climáticos o sociales sino de formas de mirar al suceso poético. Los poetas más jóvenes apostaron por desempolvarse y recuperar una vieja tradición, la de diálogo de la poesía con otras artes. Una buena sacudida a la poesía mexicana a partir de autores como Feli Dávalos, Minerva Reynosa o Julián Herbert, sólo por mencionar a algunos.

El poema se volvió un espacio transfronterizo. Migración y movimiento son la clave de nuestra generación. Los poemas en esta década se alimentaron de distintos mundos, ciudades, tonos y tesituras. El ejercicio poético de esta década, de los nacidos y nacidas en los setenta y los ochenta, no se asustó de los sonidos extraños ni de la gente (poética) ajena, se dejó arrastrar, y continúa, por el dulce éxtasis de lo incomprensible. Lo opaco se lo envuelven a su manera; han engendrado versos de una bellísima atrocidad.

JOSÉ MARÍA ESPINASA
Inventario fechado
La poesía mexicana en 2010

Nada hay más banal pero más tentador que los recuentos anuales, y si son, como este, coincidentes con una década que, además, es la primera de un nuevo siglo, de un nuevo milenio, la tentación es irresistible. No hay que olvidar, sin embargo, que tienen algo de quiniela cultural, de planilla con catorce aciertos como carta a la posteridad. Y justamente en relación a las quinielas un amigo que mostraba orgullosamente su boleto con catorce marcadores ¡fallados! argumentaba que los catorce aciertos tienen que ver con el azar, pero los catorce errores con una posición conceptual muy clara, tanto respecto al futbol como a la poesía, y señalaba con razón que era más difícil equivocarse totalmente que acertar.

Soy plenamente consciente de mi mirada interesada, pero sin ella sería un ejercicio de estadística sin datos (doble absurdo).

La poesía mexicana, según yo y para que quede claro desde el principio, se adentro en el nuevo siglo con una alta calidad y una gran carencia de lectores. No es una situación contradictoria sino bastante frecuente, pero no es este el lugar para reflexionar sobre el asunto. El nuevo siglo presentaba elementos muy visibles: primero el de la orfandad. Octavio Paz, figura capital desde los años cincuenta, había muerto en 1998 y su lugar no era fácil de ocupar, a pesar de que varios maestros ampliamente reconocidos estaban en plena producción.

Tal vez el mejor gesto de la lírica nacional fue preocuparse menos por levantar un nuevo modelo que por vivir sin la figura tutelar. Se puede afirmar que, intuitivamente más que de forma consciente, se evitó elegir entre la amplia baraja de figuras –Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Tomás Segovia, Eduardo Lizalde- un nuevo tótem, pero también es cierto que esas mismas figuras rehuyeron ocupar el puesto, pues sabían de sus defectos más que de sus virtudes. Ni siquiera el multipremiado José Emilio Pacheco se acomoda bien al papel de faro lírico y ético que la opinión pública quiere que tenga. Y esa orfandad ha facilitado una revisión, más histórica que crítica, de la poesía de finales del siglo XX.

El asunto de la crítica es notable: después de un periodo que podemos acotar entre la aparición de Crónica de la poesía mexicana de José Joaquín Blanco (en 1977) y La democracia de los muertos de Luis Miguel Aguilar (en 1988), ha habido una complacencia y un ninguneo hacia las revisiones críticas, que han abandonado al presente en aras de una revisión del pasado: nuestros mejores críticos se volvieron historiadores y biógrafos.

Esos historiadores para acercarse al presente han escogido una vía saludable aunque aparentemente neutra: el trabajo sobre una gama más amplia de obras y estéticas, haciendo asequibles sus textos y recuperando nombres del olvido. Miran hacia el pasado, pero ya no hacia el futuro. Los pocos que han persistido en hacerlo incurren con mucha frecuencia en galimatías conceptuales y trazan confusos mapas del presente, ya no se diga lo delirante de muchas de sus hipótesis de desarrollo.

Diría que una de las cosas que caracteriza a la primera década de este siglo es la de “las obras reunidas”, más importantes que las antologías generacionales. Mencionaré algunas muy importantes: la Poesía reunida (FCE, 2002) de Juan Carvajal, justo al doblar el siglo, pocos meses después del fallecimiento del escritor y prácticamente sin ninguna repercusión pública. Unos años después Erdera (2005, FCE) de Gerardo Deniz y más recientemente, con el mismo título que la de Carvajal, la de Enriqueta Ochoa (2008) y en 2010 la Dolores Castro, Viento quebrado. A ellas se ha sumado en 2010 y en la misma editorial, cuyo catálogo es merecidamente un canon, la de Esther Seligson, Negro es su rostro. No son las únicas pero sí me parecen sintomáticas de lo que está sucediendo, en especial la última mencionada, debida a la pluma de una prestigiada y reconocida ensayista y narradora, que guardó, como Carvajal, su poesía para el final y en secreto, lo que, como veremos después, debe llevar a la revisión de un canon generacional –de los nacidos en los treinta- instaurado por Poesía en movimiento y que debe modificarse.

No deja de haber ciertos asuntos pendientes, por ejemplo reunir la poesía de Ullalume González de León posterior a Plagios dispersa en revistas (creo que será una verdadera sorpresa), La de Carlos Isla, la de Alejandro Aura, la de Jorge Hernández Campos, entre otros. La generación de los nacidos en los treinta es de las que necesita mayor revisión en su canon y ofrece una mayor riqueza en propuestas. Uno de los elementos más notorios es el mayor protagonismo de las mujeres, en las que además de las ya mencionadas habría que anotar a Isabel Fraire, quien también publicó su poesía reunida (Kaleidoscopio insomne, FCE, 2004) y Guadalupe Villaseñor, poeta desconocida, nacida en Uruapan, Michoacán, en 1933), que publicó Ramal del viento, su hasta ahora único libro en forma, aunque sin sello editorial (antes había dado a conocer dos breves plaquetas, Cosas de adentro, 1982 y Ajeno clima, 1993) y que es una revelación.

De manera paralela la UNAM en su colección Poemas y ensayos ha ido dando a conocer poesías reunidas de distintos poetas más jóvenes, en una meritoria labor, entre las que destacan las de Héctor Carreto, Eduardo Hurtado y Luis Miguel Aguilar. Es lógico que una poesía que está en pleno proceso de revisión no tenga en este lapso libros que marquen por sí solos un nuevo tono, no hay títulos que calen como ocurrió en las dos décadas anteriores con los de Coral Bracho, David Huerta, Jaime Reyes, Ricardo Castillo, José Luis Rivas, Antonio Deltoro, Kyra Galván o Ricardo Yáñez. Más bien hay el desarrollo constante de obras de notable coherencia, como los casos de Francisco Segovia, Francisco Magaña, Minerva Margarita Villarreal, Myriam Moscona, Daniel González Dueñas, María Baranda, Jorge Esquinca, Luis Miguel Aguilar, Vicente Quirate, Pedro Serrano, Víctor Hugo Piña Williams, José Javier Villarreal y Luis Cortés Bargalló. Este listado tiene obviamente dos boquetes muy evidentes: la generación de los nacidos en los cuarenta y la de los nacidos en los sesenta o después. Tienen distintas causas, pero para lo que atañe a este inventario, se podría decir que obedecen a los gustos y conocimiento de quien lo escribe. Hechas estas prevenciones va mi “quiniela”:

Poesía reunida, Juan Carvajal
Erdera, Gerardo Deniz
Guadalupe Villaseñor
Ley natural, Francisco Segovia
Una voz que nos dejó el exilio, Francisco Magaña
Ávido mundo, María Baranda
Desplazamientos, Pedro Serrano
Tercera menor, Alejandro Sandoval
Un brillo azul cobalto, Jorge Esquinca
Siempre todavía, Tomás Segovia

Hecha la lista no quiero dejar de agregar algo sobre los intereses: la mitad de los libros mencionados son de Ediciones Sin Nombre, dirigida por Ana María Jaramillo y de la que fui director editorial hasta 2007 y los autores restantes tienen directa o indirectamente que ver con ese catálogo. Si el crítico desplazó su trabajo a la historia de la poesía, también lo hizo a la edición de ella. Por eso no me parece improcedente dejar aquí constancia de esos intereses. Tampoco me parece que lo sea el que de los libros mencionados cinco tengan edición fuera de México, es una manera de empezar a romper el cerco de nopal que la poesía mexicana se había creado, fruto de una pretendida autosuficiencia, frente a los otros países de lengua española

OMEGAR MARTÍNEZ


Tedi López Mills – Muerte en la rúa Augusta – Almadía, 2009
Dolores Castro – Viento quebrado. Poesía reunida – FCE, 2010
Sandra Lorenzano – Vestigio – Pre-Textos, 2010
Santo y seña – Pura López Colomé – FCE, 2007
Myriam Moscona – El que nada – Conaculta / ERA, 2006
Malva Flores – Mudanza del árbol / Passage of the tree – Literal Publishing, 2006
María Baranda – Dylan y las ballenas – Joaquín Mortiz, 2003
Elsa Cross – Los sueños. Elegías – Conaculta, 2000
Elva Macías – Mirador 1975-1993 – UNAM, 2001
Sor Juana Inés de la Cruz – Obras completas, I. Lírica personal – FCE, 2010

Propongo una lista compuesta exclusivamente de poemarios de mujeres poetas. No se hace suficiente difusión de la poesía escrita por mujeres en nuestro país y ello es un error gravísimo, sobre todo porque la primera del siglo XXI fue una década especialmente fecunda para ellas. Estoy cierto de que todos estos poemarios merecerán ser recordados en 20, 30 o 70 años. Siento que debo, por mi cercanía a ellos, hacer una aclaración sobre la inclusión de los tres libros editados por el FCE: Dolores Castro es la poeta más clara que he leído en mucho tiempo, independientemente de su casa editorial; Santo y seña de Pura López Colomé es un poemario que da golpes estéticos al lector y así lo haría desde cualquier sello; la nueva Lírica de Sor Juana es la edición completa y total del texto, fruto del trabajo de toda una vida del maestro Antonio Alatorre, y como tal, es un acontecimiento poético sin par.

Creo detectar, sin querer ser categórico, dos tendencias que despuntan en opuestos y en similares: una hacia la poesía narrativa y la otra hacia la poesía breve y de inclinación estética. Por el lado masculino dejamos fuera, de la primera tendencia al fantástico Poesía no eres tú de Francisco Hinojosa, y de la segunda tendencia a Cabaret provenza de Luis Felipe Fabre; el pecado de ambos poemarios es ser varones sus autores. Lejos están ya los razonamientos retóricos-amorosos tan de moda en otras épocas. Yo mismo me sorprendo al ver que la única que sigue en esa tendencia en la lista resulta ser la Décima Musa.

Técnicamente toda la poseía se encuentra enfrentada al libro electrónico. La capacidad otorgada a los lectores de aumentar o disminuir el tamaño de la tipografía a su antojo termina con dar al traste con los espacios en blanco y la versificación tan cuidada que propone el autor y su editor sobre la página fija, en papel. Muchos y muchas incluso se han negado a ser trasladados a la era electrónica por lo mismo, entre otras razones.

Esto, a mi parecer, más que una razón es un pretexto: los poetas siempre han propuesto una forma de leer, pero son los lectores quienes hacen con esa forma lo que más les place, aunque ello vaya en contra de la intención original. La verdadera poesía seguirá siéndolo independientemente de la lengua, del tamaño o forma de la fuente tipográfica o de la forma del libro o soporte de lectura. Nadie piensa hoy que los versos de la Odisea sean menos versos por no conservar sus características originales y no estar presentados en un rollo de papiro o pergamino. De este mismo modo nadie pensará en cien años que los versos de T.S. Eliot son menos versos por no estar presentados en papel conservando el esquema que el autor propuso. Quiero decir que la verdadera poesía, la literatura real, se las arregla por sí sola para seguir siéndolo. Estos diez poemarios de diez mujeres mexicanas tienen todas las armas para ello.

JUAN CARLOS CRUZ

Hablaré de los poetas involucrados con la colección “Práctica mortal” del CONACULTA, cuyo trabajo destaca, desde mi parecer, por el poder de su legado estético y simbólico.

1) De árboles y pájaros de Fernando Ruiz Granados, Premio Internacional de Poesía "Salvador Díaz Mirón". (2008)
2) Libro cuarto que mece a los muertos de Adriana Arrieta Munguía. (2010)
3) Algaida de Eduardo Lizalde. (2009)
4) Nadir de Elsa Cross. (2010)
5) Satori, de León Plascencia Ñol. (2009)
6) Palabras para el desencuentro de Ernesto de la peña. (2005)
7) El canto de la palabra de Manuel Capetillo. (2002)
8) El libro de las ballenas, cuarto cuaderno de navegación de Juan Manuel Gómez. (2004)

Lo primeros años del siglo XXI, son determinantes para la producción poética contemporánea en nuestro país, hay un conflicto y una transición de la interioridad a la forzada exterioridad existencial del ser, impulsado por la evidencia mediática de lo planetario como psicósfera y como experiencia. Una discreta migración del exorcismo personal al exorcismo de todo lo ajeno en muchos de los poetas, sobre todo en los más jóvenes (la juventud como oficio primordial), aunque permanece aun cierta ansiedad por los númenes poéticos pasados. Continúa así, el compromiso con los muertos que nos caracteriza como inconsciente colectivo. Nacen nuevos simbolismos, nuevos valoraciones del mundo, el mundo es ya multiplicidad, legión de percepciones; por ello la métrica convencional ya no alcanza a contener los fenómenos del espíritu….

Hay apenas un tímido instinto de levantamiento, un instinto de revolución en términos de la tecnología poética, la mayoría se ha depositado en el papel, en la voz engolada, pero no olvidemos existen infinitos medios para transmitir el espíritu, desde una camiseta, un film y hasta la fibra óptica…

Conclusión
La clave de la lectura, para la poesía de últimas lides en México, es la búsqueda y el encuentro con el misterio y lo sensorial prohibido u olvidado (es lo mismo).
La llave, se desarrolla y descansará sobre la raíz de la ritualidad y el logos como entidad mental dinámica. La poesía en México, continua siendo la “amplia visión dosificada”, a la que accede el lector, y que revela “el misterioso proceder semiótico del poeta”; adquiere (el lector) con ello una lengua fugaz propia y ¿por qué no?, los voluptuosos secretos de Pandora…

ANA FRANCO

En México, poesía 2000-2010

Coordinadora editorial del Periódico de Poesía

www.periodicodepoesia.unam.mx

La producción poética en el México de los últimos diez años se caracteriza por su proliferación, no como rasgo estético sino como exceso de productividad. Es decir, a partir de los últimos 25 años, la cantidad de poetas y libros de poemas se ha multiplicado considerablemente. El fenómeno puede parecer paradójico cuando sabemos que la venta de libros cae de la mano de las recurrentes crisis económicas, que “los mexicanos no leen”, que los suplementos culturales en los periódicos se han extinguido, y que sobreviven poquísimas librerías que se rehúsan a vender libros de poesía.

En cambio, somos uno de los pocos países en América Latina que cuenta con presupuestos, becas, premios y festivales financiados por el gobierno; presupuestos que apoyan también la producción poética. Desde luego celebro tanto la proliferación como los apoyos; sin embargo, vale la pena cuestionar si los fenómenos de financiamiento son la semilla de los cotos de poder, también característicos del medio, al mismo tiempo que la producción independiente la pasa realmente mal en términos de posibilidades de superviviencia. Los espacios dedicados la tertulia y el prestigio del taller como ejercicio dialógico y de crítica se han terminado. Posiblemente se deba a la renovación de los formatos tecnológicos (¿el debate transformado en blog, desde la comodidad de mi escritorio?), posiblemente a la falta de disposición para discutir lo literario sin beca de por medio.

Fuera del sistema existen algunos grupos de escritores, editores y difusores culturales comprometidos con su propia producción. La cartelera de eventos tanto independientes como coordinados por las instituciones es inabarcable. Vuelvo al problema de la paradoja; ¿dónde están los lectores y consumidores de esa producción? Mientras los niveles educativos del país carezcan de calidad, es probable que el desarrollo cultural no llegue a ningún lugar que no sea el mismo grupo en competencia.

Luego de un largo proceso personal de descreimiento, este 2010, al cierre de uno de los peores años para el país en términos de crimen y violencia, descubro que el trabajo de creación comienza a despertar hacia el exterior, y a buscar formas de acercarse a la sociedad. En poesía, el compromiso político ha sido vapuleado a partir de Octavio Paz, pero los tiempos ya no alcanzan para practicar esa distancia. Al cierre del año, proyectos como Nuestra Aparente Rendición, y el congreso de editoriales independientes EDITA, me recuerdan una plática esperanzadora que sostuve con el poeta Juan Manuel Roca en octubre; me dijo que el Festival de Medellín surge, justa o casualmente, en los peores años del narcotráfico colombiano; así que bien, la poesía independiente o financiada, inocula en mí, de nuevo, cierta dosis de esperanza para la década que iniciamos.

Los diez mejores libros de poesía 2000-2010

Un libro es para mí una caja o reunión que debe implicar una inteligencia y un diálogo tanto al interior del texto como que se comunique con sus lectores; no debe ser una casualidad sino una organización. En estos términos considero que:

Los mejores libros de creación:

1. De Elsa Cross:

Nadir (Práctica mortal, 2010)

2. De Luigi Amara,

A Pie (Almadía, 2010)

Las mejores traducciones:

3. La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas. Por Carlos López Beltrán y Pedro Serrano, (Trilce, 2000).

La mejor selección teórica:

4. Antología Crítica de la Poesía del Lenguaje. Enrique Mallén, (Aldus, 2009).

El mejor autor del Premio Aguascalientes:

5. Reducido a polvo, de Luis Vicente de Aguinaga (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 2004).

La mejor reunión:

6. Erdera, de Gerardo Deniz, (FCE, 2005).

Las cartas:

7. Cartas a Tomás Segovia (1957-1985), Octavio Paz, (FCE, 2008).

La buena espera:

8. Si ríe el emperador. Coral Bracho (Era, 2010).

Autor latinoamericano:

9. Terredad, de Eugenio Montejo. (Sibila, 2009).

El mejor libro-objeto

10. La librería de los escritores (poemas de Marina Tsvietáieva en traducción de Selma Ancira y Francisco Segovia), (Ediciones de la Central/ Sexto piso, 2007).

JOSÉ VICENTE ANAYA

La poesía en México en el último decenio

Diez poemarios fundamentales:

1. El libro de lo post-poético (2010), Heriberto Yépez

2. Boxers (2006), Dana Gelinas

3.Tiempo de Guernica (2005), Iván Cruz Osorio

4. Diecinueve plegarias y un credo según la carne—kata sarká— (2010), Leticia Martínez de León

5. Liber Scivias (2010), Claudia Posadas

6. Imago prima (2005), Alí Calderón

7. Al acecho del relámpago (2008), Arturo Córdova Just

8. Peregrino (2007), José Vicente Anaya

9. Híkuri (2010), José Vicente Anaya

Diez años de ¿poesía? en México

La poesía en México está en franca decadencia, la mayoría de los libros que se publican se parecen todos entre sí, sobre todo en el abuso de un lenguaje abstracto (profusión de imágenes) que nada comunican, que nada significan, y que nadie entiende; escrituras que en el status quo suelen pontificar con la palabra de moda de el "canon"... hubo un tiempo en esos poemas saturados de imágenes fueron renovadores con interesantes propuestas, pero esa época fue la del surrealismo el cual se dio por terminado en la segunda década del siglo XX, es decir, ¡hace como 90 años!, a eso también se le llama ser poetas trasnochados.

Respecto a lista de los "diez poemarios fundamentales", hago notar que no alcancé a nombrar los diez títulos que me pidieron (me quedé en nueve); y además que incluí dos libros míos... Aclaro: esos libros que enumeré se destacan entre la mayoría de los publicados por ser realmente diferentes y anunciar verdaderos cambios y renovaciones en la poesía de México; se destacan, sobre todo, por no ser parte de esa tendencia facilona de escribir una serie de imágenes sin sentido. Los que enlisto son poemarios que de verdad renuevan el lenguaje y los temas. En este momento no se puede hablar de que exista una nueva tendencia o corriente poética, más bien, ante la decadencia se empiezan a abrir varios caminos que se insinúan en los poemarios que no siguen el criterio del supuesto "canon".

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