domingo, 12 de diciembre de 2010

Respuestas

12/Diciembre/2010
El Universal
Rafael Pérez Gay

A propósito de la aparición de El corazón es un gitano, me han preguntado mis opiniones sobre la vida cotidiana, el periodismo literario, la vida cultural, desde cuándo escribo en los periódicos. He respondido a estas preguntas como Dios me ha dado a entender. Ofrezco aquí un cernido de esas respuestas. Las primeras versiones de El corazón es un gitano aparecieron en este espacio. Las trabajé, corregí y escribí de nuevo como si fueran un solo texto. Se trata de relatos súbitos, breves estampas con su propia acción interior. Eso: relatos súbitos.

• Textos nómadas, periodismo. Si hago cuentas, volteo la cara y resulta que empecé a escribir en periódicos y suplementos culturales en el remoto año de 1977, en el viejo, legendario periódico unomásuno que dirigía Manuel Becerra Acosta. Le entregaba breves notas de libros y algunas traducciones del francés a Rojas Zea, que se encargaba de la sección de cultura. Recuerdo mi primera entrega: una reseña sobre Cosecha roja de Dashiell Hammet publicada por Alianza Editorial. Tenía 20 años. Ya llovió. Han ocurrido 33 años. Desde entonces, no han pasado una o dos semanas sin que entregue alguna nota a la prensa. Me hice en las páginas de los diarios, por eso lamento que los periódicos publiquen cada vez menos textos para leer y privilegien la imagen o el texto brevísimo.

• Recuerdo que fue Héctor Aguilar Camín quien me invitó a escribir notitas en el unomásuno, en esos años José María Pérez Gay me enseñó a leer, formé parte de un grupo de jóvenes que editó con Carlos Monsiváis un suplemento cultural, con José Joaquín Blanco entré al pasado literario de México, al siglo XIX, lugar donde aún sigo buscando fantasmas, obras periodísticas, lecciones. Trabajé con ellos haciendo periodismo, esto incluye la formación editorial. Nos hicimos editores. Siempre he vivido de escribir y de revisar las palabras de otros y ponerlas en un papel impreso. Podría poner aquí que fueron mis maestros, pero quiero evitar los comentarios mordaces.

• Los amigos que empezábamos a escribir en la prensa a principios de los 80 tuvimos la suerte de conocer a José Emilio Pacheco, a Renato Leduc, a Alejandro Gómez Arias, a Lola Álvarez Bravo, a José Luis Martínez, a Fernando Benítez, con ellos un México desaparecía para siempre. Todo esto para mí tiene dos sinónimos: periodismo y literatura. Aún pienso que cuando uno escribe busca encontrar una parte de sí mismo, la mas recóndita. El misterio último de todo trabajo creativo es la finitud de la vida, la sombra de la muerte. Sin ese misterio no hay trabajo que valga un peso; me refiero a ese momento de la vida en que uno se pregunta por el rumbo de sus días, la dirección de un libro inacabado, la búsqueda de aquello que hemos querido decir en el trayecto, el viaje. En fin, no sé si me explico: buscamos responder dos preguntas: ¿qué hacemos aquí? ¿A qué hemos venido?

• La ironía y el humor, que no son exactamente lo mismo, intentan aclarar el equívoco de la vida sin un exceso de vanidad. No quiero decir que los filósofos sean unos pesados, sino que un pliegue irónico puede revelar tanto como un sistema cartesiano. Por esta razón, Schopenhauer decía que vistas de lejos las vidas siempre son trágicas, pero que a medida que te acercas esa vida se vuelve tragicómica y, al final, simplemente cómica. Por lo demás, no concibo el humor sin su pareja de siempre: la melancolía.

•Estudié letras francesas. No fue una vocación sino un encuentro en el camino, o mejor, una emergencia. Mi madre estaba convencida de que los jóvenes tenían que estudiar un idioma. Yo venía de escuelas públicas. Muy buenas por cierto, algo que ahora es impensable, una primaria y una secundaria bien hechas te arreglan una parte de la vida, se los aseguro. Una mañana, mi madre leyó un anuncio en el periódico y encontró que en la Sala Chopin, una casa de música, un auditorio, un centro cultural, se impartían clases de francés. Las clases eran gratuitas. Muchas cosas empiezan así en la vida, en un diario, sin saber y de forma gratuita. De ahí pasé al Instituto Francés de América Latina, luego una locura: un semestre de Sorbona en la Ciudad de México y después Letras Francesas en la UNAM. Vistas así las cosas le debo a mi mamá algunas de las mejores cosas que he leído: Balzac, Flaubert, Proust, Stendhal, los Goncourt, el simbolismo, Montaigne, en fin. Cualquier cosa que sepa de la forma en que se escribe, se la debo desde luego a los libros que leí entonces y al periodismo, a lo que podría llamarse prensa literaria. Ahí empecé, ahí sigo.

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