domingo, 5 de diciembre de 2010

Poesía y ficción

5/Diciembre/2010
Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles

Hay quienes creen, de veras, que la poesía no tiene nada que ver con la ética; que es suficiente, y basta, con la estética. Pero lo que desilusiona de la poesía no es, nada más, que un poema sea estéticamente fallido, sino, sobre todo, que los poetas no estén a la altura de sus propios poemas.

Los poetas escriben sobre cosas sublimes, de manera sutil, con especial belleza, pero no es infrecuente que algunos se comporten como patanes y forajidos. Hay poetas a quienes conocemos más por sus fechorías que por sus poemas.

En el ámbito poético, y en general en el medio literario, el rencor está siempre a flor de piel. Basta decir un nombre en el corrillo para que todo el mundo ponga en práctica su bífido ingenio. Están, también, por supuesto, los que se aman o se tienen gran afecto, pero casi siempre lo hacen por identificación y afinidad en sus pareceres y actitudes, entre los cuales no falta el ingenio bífido.

Si François Villon puede llegar a parecer un hombre decente frente a muchos otros escribidores de hoy, entonces el asunto ya es grave. Mucha gente cree que puede escribir manifiestos y poemas sobre la gracia, la belleza, el amor, la fidelidad, la justicia, la gratitud, la humildad, la bondad, la decencia, la buena fe, la tolerancia, el desprecio por el poder, etcétera, y ser todo lo contrario de lo que sus poemas reflejan, sin que ello la comprometa.

Al menos Villon escribía sobre sus miserias, odios y rencores en medio de malhechores y asumía los riesgos de ser un rufián entre rufianes. No se las daba de hombre fino ni pregonaba su decencia, sino su resentimiento. Eso sí, de un modo magistral. No ha habido poeta canalla más intenso y más cínico que él. Acordémonos de la famosa cuarteta que escribió mientras esperaba la horca (la traducción es de Rubén Abel Reches): “Yo soy François –¡cuánto me pesa!–,/ de París, cerca de Pontuesa./ Pendiendo de la cuerda de una toesa,/ sabrá mi cuello lo que mi culo pesa.”

La idea de que el poema no es más que una invención, ajena por completo a las ideas y acciones del autor, es una idea muy cómoda y fraudulenta. De este modo, el poeta puede escribir las cosas más sublimes y nobles a sabiendas de que –en nombre del derecho a la contradicción– puede ser el más consumado bribón.

Así, puede escribir, por ejemplo: “Amo a mi prójimo, mi próximo, mi semejante, mi hermano”, pero no amarlo en absoluto, sino sólo escribirlo porque es lo políticamente correcto y porque declaraciones líricas y sentimentales como la anterior son cosas que venden muy bien, sin que nadie nos pida evidencias reales y concretas acerca de ellas en nuestra propia persona.

De esta forma, la poesía se vuelve sólo literatura simplista y embustera, a la vez cínica e hipócrita, pues lo que importa es lo que se dice y no la congruencia de quien lo dice. Tal es el drama ético y moral de la poesía.

En homenaje a Cesare Pavese, Luis Miguel Aguilar tiene un poema, que es a la vez una ética y una estética de la poesía y de la vida. Escribe: “Sólo hay un modo de hacer algo en la vida,/ Consiste en ser superior a lo que haces./ No hay modo de escribir un poema/ Si tú no eres mejor que ese poema./ Cada fantasma que dejas de matar/ Es un poema menos; has perdido/ Tus textos peleando un odio absurdo, has envarado/ Tu esfuerzo en un conflicto inútil. Pero/ No hay modo de escribir literatura/ Si no eres superior a lo que escribes.”

El retrato-homenaje que Aguilar hace de Pavese es exacto. Nos da la imagen ética y poética de quien dijo: “Hace falta humildad, no orgullo” y, unos días antes de matarse, al reflexionar sobre su oficio y el sentido de su existencia, escribió: “Mi papel público lo he hecho hasta donde he podido. He trabajado, he regalado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.”

Las últimas palabras de su diario, escritas nueve días antes de quitarse la vida, son más que sintomáticas: “Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más.” Incluso en el último acto de su existencia (el suicidio), Pavese fue, como dijo Aguilar, superior a su escritura, mejor que sus poemas, porque es capaz de mirarse a sí mismo sin concesión alguna; con absoluta sinceridad y con honradez intelectual.

Para Pavese, “el arte y la escritura no son oficios”, del mismo modo que “la poesía no es un entender, sino un ser”. Aquel poeta que crea que puede estar al margen de su escritura, escribe ficción, no poesía.

No hay comentarios: