sábado, 16 de octubre de 2010

En México, la justicia social continúa siendo un ideal”

16/Octubre/2010
Suplemento Laberinto
José Luis Martínez

En las instalaciones de El Colegio de México, Javier Garciadiego habla de un tema que conoce y lo apasiona: la Revolución mexicana, de sus logros y pendientes. Rechaza las “voces agoreras” que predicen una rebelión masiva este año —como las ocurridas en 1810 y en 1910—, dice que para enfrentar con éxito la guerra contra el crimen organizado es necesario tener un gobierno federal fuerte y critica a quienes elogian los festejos del Centenario de la Independencia organizados por el régimen de Porfirio Díaz sin considerar que, además de elitistas, se realizaron en un clima antidemocrático.

Usted ha dicho que la Revolución, como proceso histórico, ha caído en el descrédito. ¿Podría explicar esta idea?

Pienso en una comparación entre Independencia y Revolución para explicarla. La Independencia, en un proceso muy complejo, con sus altas y bajas, conquistó el objetivo principal que se había propuesto, que era la autonomía política del país. En cambio, los objetivos fundamentales de la Revolución mexicana —democracia y justicia social— no han sido del todo alcanzados. Después de ochenta, de noventa años de concluida la Revolución, se seguía hablando de impulsar la democracia. Y la justicia social continúa siendo un ideal, estamos muy rezagados en este aspecto. A la Revolución no se le ven resultados tangibles, y por eso recibe tantos cuestionamientos: hay quien dice que fue interrumpida, otros que fue traicionada y otros que ni siquiera hubo Revolución.

Se refiere a Adolfo Gilly y Francisco Martín Moreno…

Sí, pensé en ellos, y cuando hablo de quienes dicen que la Revolución fue dañina para la marcha del país me estoy refiriendo a Macario Schettino con su libro [Cien años de confusión: México en el siglo XX].

Durante la Revolución usted ve a México como un país aislado, sólo con una frontera enorme con Estados Unidos. ¿Qué tanto pesa esa frontera?

La historia está determinada en buena medida por la geografía, y nosotros tenemos una frontera muy amplia, ancha y plana con Estados Unidos, y una frontera muy estrecha, angosta, complicada, selvática, con Centroamérica, esto explica que en nuestra historia las incidencias de Estados Unidos sean mucho más fuertes que las de Centroamérica, cuando menos a partir del siglo XVIII tardío y durante los siglos XIX y XX.

Después de los movimientos armados de 1810 y 1910, ahora el país vive nuevamente un clima de violencia. Hay quienes encuentran una especie de fatalidad en estos hechos.

Si hemos de rechazar las historias míticas, si hemos de cuestionar las historias oficiales, que yo más bien llamaría gubernamentales porque la Iglesia tiene su historia oficial, la izquierda tiene la suya… y además la historia gubernamental no es una, porque no es lo mismo la promovida en los años de Cárdenas que en los de Ávila Camacho o en los de Salinas de Gortari. Entonces, si estamos en contra de estas historias míticas, de estas historias gubernamentales, también tenemos que desechar, por poco seria, la versión cíclica de la historia, que no se sostiene científicamente. Son voces agoreras las que dicen que si hubo una rebelión masiva en 1810 y otra en 1910, habrá una más en 2010. La Independencia y la Revolución no se debieron a condiciones ineludibles o astrológicas, sino a ciertas condiciones políticas, sociales, culturales, económicas.

Por lo tanto, el 2010 debe ser explicado por las circunstancias en que nos encontramos actualmente. Y lo primero que señalaría es que no ha habido en la historia de la humanidad, nunca, una revolución en contra de gobiernos democráticos, todas las revoluciones que ha habido en el mundo han sido contra gobiernos autocráticos. Pensemos en la Revolución francesa, en la rusa, en la china, en la mexicana, incluso en la cubana. Por eso, para que nos sirva como antídoto a una revolución, tenemos que conservar un gobierno democrático —y por esto entiendo un gobierno al que se pueda cambiar mediante un movimiento pacífico, que es la emisión del voto; es más fácil emitir un voto que disparar un fusil contra un gobierno. Aunque claro está que, en nuestro caso, la democracia todavía tiene que seguir mejorando y perfeccionándose.

Ciudad Juárez juega un papel relevante en la Revolución. ¿Cómo mira la situación de esa ciudad en este momento?

En 1910 y principios de 1911 la Revolución se concentra en Chihuahua, y Ciudad Juárez es una plaza muy importante, es la puerta con Estados Unidos y representa el acceso a las armas, a las municiones, la posibilidad de vender productos y conseguir dólares para pagar los haberes de los soldados. Además, por su repercusión en la prensa norteamericana, la toma de Ciudad Juárez tiene un impacto mediático internacional.

Hoy en día, podemos decir que Juárez está viviendo momentos gravísimos por otro tipo de violencia, una violencia asociada al crimen organizado y no nada más al narcotráfico. Es una violencia que no tiene razones políticas ni sociales, ni una propuesta de reconstruir al país, es estrictamente delictiva.

Los habitantes de Ciudad Juárez no tuvieron la posibilidad de celebrar el Bicentenario de la Independencia y no podrán celebrar el triunfo de la Revolución, a pesar de que la toma de esa ciudad determinó la renuncia de Porfirio Díaz y Ramón Corral. Están preocupados por la inseguridad, por la falta de eficiencia de las autoridades —en primer lugar, de las municipales y estatales— y, como en otros lugares de la República, no están en condiciones de festejar nada.

En estos meses se ha hablado mucho de los festejos de la Independencia organizados por Porfirio Díaz, comparándolos con los del Bicentenario.

A mí me llama la atención que algunos colegas aplaudan las celebraciones organizadas por Porfirio Díaz, quien debido a sus largos años en el poder tuvo la oportunidad de planear las celebraciones con mayor tiempo; el presidente actual prácticamente asumió el gobierno del país en 2007 y, además, tenía otras prioridades, entre ellas su legitimación y la crisis económica. Pero lo que más me sorprende de quienes aplauden las celebraciones de Díaz, es que no tomen en cuenta que no había libertad de expresión, y entonces realmente no conocemos el sentir de la opinión pública respecto a esos festejos, que fueron muy elitistas, prácticamente no se incorporó a las masas urbanas y menos aún a las campesinas; fueron, además, celebraciones muy poco democráticas, y mientras en Palacio Nacional se llevaban a cabo los festejos, se tenía encarcelado al contendiente de Porfirio Díaz por la presidencia de la República en julio de 1910. Madero estaba en prisión en San Luis Potosí mientras aquí se celebraba el Centenario. Eso sería impensable actualmente, nos habla de dos tipos de gobierno y ahí veo la diferencia enorme en lo que ha pasado en el país a lo largo de estos cien años.

México comienza el siglo XX con un presidente autoritario. ¿Cómo ve al presidente ahora? ¿Qué piensa del presidencialismo en nuestro país?

Creo que al presidencialismo mexicano habría que acotarlo. Es difícil pensar, por ejemplo, en Carranza como un presidente fuerte, no contó con el apoyo del poder Legislativo ni con el respaldo del Ejército nacional, no tenía el apoyo de obreros ni campesinos, y durante su presidencia enfrentó rebeliones a lo largo y ancho del país. Tampoco podríamos hablar de presidencialismo durante el Maximato de Calles, al contrario, en ese periodo lo que hay son presidencias débiles. Podríamos hablar de presidencialismo a partir de Lázaro Cárdenas, en donde él ya tiene el control del partido, el del Ejército, el de las masas en organizaciones nacionales obreras y campesinas.

Pero ese presidente poderoso, fuerte, factor único y fundamental del aparato político mexicano, se fue desvaneciendo. Siento que Zedillo ya es un presidente acotado que no cuenta con el apoyo del Congreso, y en la actualidad el respaldo de las organizaciones de masas tiene un peso mucho menor que antes, contar hoy con la adhesión de la CTM y de la CNC no es absolutamente prioritario y, de hecho, los dos últimos presidentes no han contado con ella. En México hemos creído que la democratización del país significa debilitar al presidente, y a costa de ello se han fortalecido los gobernadores, replicando un fenómeno del siglo XIX en donde había regiones poderosas y una capital del país débil, regiones ricas y una capital del país pobre. Tener un estado central pobre, la historia lo ha demostrado, es gravísimo, fue eso lo que nos hizo perder la mitad del territorio, los que nos hizo padecer la intervención francesa. Si tenemos un estado central pobre no vamos a poder enfrentar con éxito la guerra contra el narcotráfico, contra el crimen organizado, necesitamos contar con suficientes elementos desde una perspectiva nacional —y no local— para enfrentar este problema.

Con frecuencia se dice que el PAN es un partido contrarrevolucionario, antiintelectual.

Su fundador, Manuel Gómez Morin, es un joven perteneciente a la generación de los Siete Sabios, que a mí gusta más llamar Generación de 1915, que fue el peor año que vivió el país durante todo ese decenio, fueron momentos críticos, especialmente para la Ciudad de México: violencia, tifo, hambre, indefinición política, no se sabía si iban a ganar los constitucionalistas o los convencionistas. En esta generación están, además de Gómez Morin, Lombardo Toledano, Alfonso Caso, Antonio Castro Leal, Teófilo Olea, Jesús Moreno Baca y Alberto Vázquez del Mercado. Ante la situación, uno de ellos dice: “Los que vivimos el 1915 tenemos que colaborar en la reconstrucción de México”. Y lo hacen, pero no con demagogia o un discurso radical revolucionario, sino con propuestas técnicas, con instituciones concretas.

Gómez Morin crea varias, entre ellas el Banco de México y, en septiembre de 1939, el Partido Acción Nacional. Los fundadores del PAN eran casi todos universitarios, no eran antiintelectuales, al contrario, es un partido que nace de muchos estudiantes y profesores universitarios que siguen a quien había sido su rector en la UNAM. Le decían “El Maestro”.

Los panistas, en su origen, a lo que se oponen es a la continuidad del modelo cardenista, como lo hacen también Luis Cabrera, Plutarco Elías Calles, Sánchez Azcona, Vasconcelos, revolucionarios que piensan que Cárdenas ha mandado a la Revolución por otros derroteros, de eso habla Cabrera en su texto La Revolución de entonces (y la de ahora). Así, no es que Gómez Morin se oponga a la Revolución per se, sino a la corporativización de los campesinos en la CNC, de los obreros en la CTM, a la política cardenista, pero, por ejemplo, no se opone a Madero. El PAN se identifica con Madero como el iniciador de la lucha democrática.

¿El PAN tiene motivos para celebrar la Revolución?

Los que pasa es que la Revolución es muy amplia, y creo que bien se pueden desde el PAN celebrar algunos de sus aspectos. Deben entender que al momento de convertirse en gobierno nacional tienen que asumir la historia y asumirse como parte de ella, como un eslabón más en la historia nacional, para mí eso es fundamental. Una vez que lo hagan, les será más fácil celebrar la Revolución.

Y de la Revolución, más allá de la celebración, lo que yo plantearía es que tenemos que volver a suscribir ciertos compromisos revolucionarios. Propongo dos que son igualmente válidos hoy que hace cien años y que lo seguirán siendo los siguientes cien: democracia y justicia social, no hay más.


La Revolución está en el centro de los estudios de Javier Garciadiego, presidente de El Colegio de México, miembro de la Academia Mexicana de Historia, discípulo, entre otros, de Gastón García Cantú, Luis González y Friedrich Katz, autor de libros como Rudos contra científicos: la Universidad Nacional durante la Revolución mexicana y La Revolución mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios. Recientemente el Colmex y la editorial Turner publicaron la adaptación gráfica de su texto “La Revolución”, de la Nueva Historia Mínima de México.

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