martes, 26 de octubre de 2010

Chumacero: dos momentos

26/Octubre/2010
El Universal
Guillermo Sheridan

Casi el mismo día, a fines de la semana pasada, murieron dos hombres esenciales para las letras de México: Antonio Alatorre y Alí Chumacero. Lamento no haber tratado más cercanamente a ninguno de los dos, pero algo los traté. Ya hablé del filólogo en mi blog de Letras Libres; diré algo ahora sobre el poeta y editor.

Alí Chumacero me calificó dos veces. En 1984 terminé una investigación titulada “Índices de la revista Contemporáneos (1928-1931)” que, además de los índices analíticos, tenía un estudio preliminar sobre el grupo de poetas que la había creado. Le fui a entregar el libro al director del Instituto de Investigaciones Filológicas, el Dr. Rubén Bonifaz Nuño, que lo hojeó someramente y me dio las gracias. Le pregunté si sería posible publicarlo en la UNAM y me dijo que no, que el instituto no estaba en condiciones, pero que si encontraba yo algún editor fuera de la UNAM que se interesase, la UNAM no opondría obstáculo alguno. La reunión no duró más de tres minutos.

Salí de su oficina bastante ofuscado, pues la UNAM me había contratado (a medio tiempo) para hacer ese estudio específico y, sobre todo, porque era evidente que la Coordinación de Humanidades publicaba libros a granel, incluyendo algunos escritos e ilustrados por parientes de sus funcionarios. Rumbo a mi cubículo me topé con mis queridos amigos Ernesto Mejía Sánchez y Tito Monterroso y les conté lo ocurrido. Tito tomó el trabajo y sentenció que era un libro descomunal. Y, en efecto, no se necesitaba el amor a la brevedad de Tito para percatarse de que su extensión era casi ofensiva (unas 900 páginas en tres tomos). Mejía y Tito me recomendaron llevarlo al Fondo de Cultura Económica (FCE).

Me pareció que sería una osadía hollar siquiera ese edificio que, entonces, me parecía sagrado. Pero me armé de valor, me presenté y dije que deseaba proponer un libro. Lo recibieron, tomaron mis datos, le asestaron un sello a la portadilla y me dijeron que se comunicarían conmigo.

Un par de meses más tarde llamaron y me dieron cita para una semana después, la más larga de mi vida. Me condujeron a una oficina que resultó ser la del director, don Jaime García Terrés. Ya he contado el pasmo que me produjo estar ante el poeta que, con la pipa en la boca, hojeaba mi manuscrito en su trinchera de diccionarios y pruebas de imprenta. Me dijo que era excesivamente largo, pero que si no tenía yo inconveniente en publicar sólo el estudio preliminar, el FCE quería publicarlo. Alcancé a balbucear si estaba hablando en serio. Tomó un par de cuartillas y me leyó dos párrafos. El primero decía que había algunos errores de fácil corrección y el segundo declaraba que el libro debía contratarse.

El libro, que se llama Los Contemporáneos ayer (título que propuso Adolfo Castañón), apareció en la colección “Vida y pensamiento de México” y fue un placer acatar las correcciones que propuso Chumacero. (El resto del libro, los índices de la revista, aparecerían más tarde publicados por la UNAM, en la colección de índices de revistas mexicanas literarias modernas). Y en algún momento dado me enteré -a pesar de la reserva que tienen los dictámenes- de que el autor había sido Chumacero.

Tres años más tarde, en 1988, el FCE me encargó hacer -con bastante prisa- una biografía de Ramón López Velarde, cuyo centenario se acercaba. Redacté velozmente un libro que se llama Un corazón adicto: la vida de Ramón López Velarde. Al año siguiente le dieron el premio Xavier Villaurrutia, junto a uno de Carmen Boullosa. El día de la ceremonia Carmen y yo dijimos nuestros discursos y Chumacero leyó el acta de premiación en su carácter de jurado y miembro de la Sociedad Alfonsina. Cuando me entregó el diploma, Chumacero me dio un abrazo fuerte, inesperadamente cálido, y me dijo al oído “buen libro, muchacho, buen libro”.

Sentí que, por segunda vez, don Alí me había armado caballero.

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