Jornada Semanal
José María Espinasa
La bibliografía acumulada a lo largo de los años sobre la monja jerónima es enorme, no por nada es nuestra mayor figura virreinal y el referente inevitable para reflexionar sobre una especificidad del barroco americano y sobre la futura identidad de una literatura nacional. La lista de exégetas de la obra del fénix americano son legión. ¿Qué lugar tienen en ese panorama las páginas que Ramón Xirau ha dedicado a la monja jerónima y que hoy vemos reunidas en una edición de El Colegio Nacional?
Si en el terreno de la reflexión poética Xirau se vio atraído por esa discusión propuesta hace ya un siglo por el abate Bremond sobre la poesía pura, condición que sabemos imposible pues la poesía está hecha de impurezas, sí se puede creer, yo al menos lo creo, en la existencia de un lector puro, si entendemos el calificativo como una entrega sin prejuicios al texto que se lee, y ese lector tiene nombre: Ramón Xirau.
Xirau siempre parte de una actitud desprevenida, no de la soberbia o autosuficiencia del especialista, sino la de quien se enfrenta al texto para ser seducido por él, para dejarse llevar por ese mismo texto a sus terrenos y en ellos disfrutar de la lectura, sea San Juan, sor Juana o Juan de Mairena, lee como cualquier Juan, o mejor dicho, como cualquier Ramón, y busca compartir su entusiasmo con otros lectores. Genio y figura de sor Juana Inés de la Cruz lo advierte desde el principio: se trata de un texto y antología con carácter de divulgación, que no busca sino eso, no encontrar documentos históricos o formular originales interpretaciones, sino leer al texto, convivir con él, hacerlo motivo de conversación, compartir entusiasmos y placeres.
Xirau nos dice que la primera edición del libro –una antología con un prólogo fue solicitada por José Bianco, a sugerencia de Octavio Paz, para una serie de divulgación que se publicaría en Argentina en 1967. La empatía con sor Juana le viene a Xirau de manera natural: filósofo por profesión y vocación, poeta por necesidad y lector por elección. Ramón percibía además vivo el sentido a la vez religioso y cortesano de esa escritura, entendía el camino que va de la mística española a una religiosidad vuelta forma y vivencia cotidiana, sentido visto además desde un catolicismo moderno, influido –a diferencia del padre Méndez Plancarte, gran editor de las obras de la monja– por la filosofía existencialista y las nuevas corrientes de la crítica, como el estructuralismo.
Véase la paradoja: Ramón Xirau es un lector puro porque es un hombre bien enterado, conocedor de sus herramientas y sus métodos. Y es que la pureza es un asunto de actitud ante el texto, de disposición a recibirlo y dejarlo hablar, no de querer hablar uno a través suyo, error que se suele cometer con demasiada frecuencia la academia. Así que si me preguntaran qué aportaba en aquellos, lejanos ya, años sesenta del siglo pasado la lectura de Xirau de sor Juana, yo diría que justamente eso, una actitud. Lejos de querer decir la última palabra, o de apropiarse de ella, busca que tenga muchos más lectores, en un gesto parecido al que realiza Amado Nervo cincuenta años antes con su libro sobre la monja, titulado Juana de Asbaje.
Xirau viene por herencia intelectual y sanguínea de la actitud de Ortega y Gasset: hablar de filosofía en términos llanos, ponerla –se dijo entonces– otra vez en la calle. Y Xirau ha hecho eso con la poesía. Me interesa destacar el asunto de la relación con su amigo Octavio Paz: no considero descabellado que el texto que a través suyo solicita Bianco a Ramón para la colección Genio y figura, esté en el origen o haya contribuido al interés que tuvo el autor de El arco y la lira para una década después escribir su monumental Sor Juana y las trampas de la fe. El nexo entre los tres es muy evidente y Paz había escrito por aquellos años Blanco, que es entre sus textos y a pesar de la limpieza de trazo, el que más cerca está de una idea (incluso visual) del barroco.
En los años setenta Paz daría sus ya legendarias conferencias sobre el poema extenso en El Colegio Nacional y el Sueño de sor Juana era inevitablemente un referente. El barroco fue, a pesar de las diferencias formales, una manera de llevar al extremo el pensar en verso, es decir, desde la poesía el mundo circundante. Por eso es natural que Las trampas de la fe provocara en el poeta mexicano-catalán una extensa reseña reflexiva, que se suma al libro en esta edición. La continuidad de ese sistema de puentes y canales que conforman una tradición literaria es evidente en esa conjunción, en esa convergencia de las búsquedas paralelas y de los senderos que se bifurcan.
Para nadie es un secreto la estrecha amistad entre ambos escritores. Hoy que tenemos, gracias a los esfuerzos de El Colegio Nacional, las Obras, de Xirau, hasta el momento van cinco tomos, y pueden dialogar con las Obras, de Paz, como en vida del autor de La estación violenta dialogaron las personas con esos nombres. Y es un diálogo muy fructífero. Por ejemplo, esa noción tan importante para la generación de Xirau: la presencia. De alguna manera puedo imaginar que a Paz la obra de la monja jerónima le atrajo tanto por su estatura histórica como estética, pero que en su lectura se mezclaron dos elementos: la tentación hermética, tan fascinante para la poesía moderna, así fuera falsa o incluso tomadura de pelo –como los esoterismos al uso a fines del siglo xix, de Madame Blavatsky en adelante–, y que en sor Juana estaban presentes gracias a la moda barroca de Hermes Trismegisto. Paz necesitaba, ante esa tentación, un contrapeso que leyera a sor Juana no tanto desde la historia del catolicismo novohispano, sino desde la experiencia religiosa cristiana, y creo que encontró ese contrapeso en el pensamiento de Xirau. Ese hombre puente, como lo llamó Paz, fue sobre todo puente para el propio Paz, entre un pensamiento deseoso de la experiencia de lo divino pero distanciado de lo religioso como vivencia cotidiana.
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