sábado, 14 de enero de 2017

El escritor total

14/Enero/2017
El Cultural
Sergio Téllez-Pon

A Rose Corral y Daniel Balderston

El hombre de letras fue la figura más representativa de la literatura latinoamericana (como antaño lo fueran Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, entre otros) pero las circunstancias de hoy en día hacen que sea difícil que vuelva a surgir. De esa figura actualmente quedan pocos ejemplos; uno de ellos era Ricardo Piglia (1941-2017), un polígrafo que pudo escribir en varios géneros con la misma maestría, un escritor completo: el escritor total. Así, el narrador permea al lúcido ensayista y éste, a su vez, está presente en su veta académica (parece que sólo le faltó escribir poesía y teatro).
Durante mucho tiempo, el nombre y la obra de Piglia fueron poco conocidos más allá de las fronteras argentinas. Piglia era un escritor para una minoría, esos numerables pero fieles lectores que semejan más una secta clandestina que estruendosos fans de un rockstar. Era, sobre todo, un escritor para escritores. Y esto se debe, en principio, a que a diferencia de la gran mayoría de los narradores actuales, la narrativa de Piglia no está a expensas de una anécdota, de la historia.
La invasión, su primer libro, fue una reunión de cuentos que en 1967 ganó el entonces prestigioso premio de Casa de las Américas (Cuba) en el que son evidentes sus lecturas de William Faulkner, Hemingway, pero también de Macedonio Fernández, Borges, Onetti, Roberto Artl y Felisberto Hernández, lecturas que todavía son perceptibles en su siguiente libro de cuentos, Nombre falso (1975), por lo cual estos dos volúmenes tienen un aire familiar. Es en “La invasión”, que presta su nombre para titular el libro, donde aparece por primera vez Emilio Renzi, una especie de alter ego que después aparecerá a lo largo de casi toda su obra, por lo que se ha convertido en uno de sus personajes más entrañables. También se incluyen un par de ficciones históricas como la genial “Las actas del juicio” y “Mata-Hari 55”, ésta sobre las actividades subversivas para derrocar a Perón.
Para la segunda edición (Anagrama, 2006), Piglia añadió cinco relatos: “El joyero”, “Desagravio”, “En noviembre”, “El pianista” y “Un pez en el hielo”: quince relatos en total de una primera etapa narrativa. En “Un pez en el hielo”, el relato con el que cierra esta segunda edición, están ya todas sus ideas y gustos literarios pero además anticipa un libro asombroso, El último lector. Me explico: toda la historia, que vuelve a protagonizar su alter ego, Emilio Renzi, quien ahora persigue y al mismo tiempo huye del fantasma de un amor mientras disecciona los últimos días de vida del poeta italiano Cesare Pavese, en realidad es un pretexto para hablar de la escritura y en particular del diario de Pavese, tal y como lo hace en El último lector con la escritura/lectura de Borges, Kafka, el Che Guevara, Tolstói, Joyce.
Sin embargo, me parece que en el cuento “La loca y el relato del crimen” (en Cuentos con dos rostros, UNAM, 1999) están las claves de su obra narrativa, la permean toda y vuelven a ser más notorias en su novela más reciente, El camino de Ida: sólo el que sabe descifrar códigos, leer entre líneas puede esclarecer una desaparición o asesinato. El giro de personalidad que hace Emilio Renzi no es gratuito ya que es el único que sabe leer, es decir, interpretar, decodificar el o los mensajes encubiertos del delincuente: por eso para Piglia un detective privado es también un lector, o una de las tantas especies de lector. Esta metaliteratura, de evidente raíz borgesiana, será el rasgo más distintivo de su obra futura.
Respiración artificial es una clara muestra de ese juego metaliterario al que era tan aficionado, pues es una novela dentro de la novela, un libro dentro del libro, una historia dentro de la historia: Emilio Renzi escribió una primera novela sobre un tío lejano del que escuchó disparatadas historias familiares; ese tío se llama Marcelo Maggi y en unas cartas que le escribe a Emilio Renzi le aclara la historia que han contado de él y de paso le confiesa que está escribiendo la historia de un traidor que fue secretario particular de un político autoritario del siglo XIX y quien también escribe una historia, después de haber escapado por el mundo. Para el lector que no esté familiarizado con este recurso tan usado por Piglia, la novela podría llegar a ser impenetrable, sin rumbo, y cada página puede presentarse como un obstáculo. Por eso el lector de Piglia debe ser muy avezado. Piglia veía a su lector ideal como un investigador, como un espía que le seguía la pista, que descifraba sus gustos y entonces sólo así uno y otro tenían empatía.
Hay algo que me llama la atención en la narrativa de Piglia: más que la historia que narra en sus cuentos o novelas, siempre hay detrás una historia sobre cómo llegó a ellas. El azar juega un papel determinante en la concepción de sus historias. Por ejemplo, cuando vivía entre dos ciudades, en una pensión en una y en la otra en un hotel, encontró las cartas que se cruzaron dos amantes, las de ella en el hotel de Buenos Aires, las de él en la pensión para estudiantes de La Plata, como si la historia le llegara para ser contada sólo por él. En el caso de Plata quemada fue a partir del encuentro con una pasajera con quien coincide en el tren a Bolivia; ella le cuenta la asombrosa historia de tres mafiosos que asaltaron un banco, huyeron a Montevideo, fueron traicionados, se parapetaron en un departamento donde resistieron la balacera cruzada con la policía durante quince horas y finalmente le prendieron fuego al dinero robado. La mujer había sido la última amante de uno de los delincuentes, el Cuervo Mereles, así que conocía bien el caso y de esa manera le inoculó la historia, al grado de que Piglia emprendió una investigación en periódicos y legajos de la época y, finalmente, entre versiones y versiones escritas a lo largo de veinticinco años, pudo concluir su asfixiante novela.
Piglia fue un entusiasta lector de novela policiaca. Consideraba Un largo adiós, de Raymond Chandler, la mejor novela policiaca de los tiempos recientes y dirigió la colección Serie Negra de editorial Planeta. Así, pues, basada en hechos reales que sucedieron a finales de 1965 entre Buenos Aires y Montevideo, Plata quemada es una novela policiaca que además del asalto a un banco narra la corrupción y la traición (o en el caso de dos personajes, los mellizos, la fidelidad a ratos homoerótica) que impera cuando el dinero hace la disyuntiva. Es una novela coral, desde las voces que surgen en la cabeza de uno de los mellizos hasta la de Emilio Renzi, el periodista que atestigua y reporta para un diario el fuego cruzado.
En El último lector (Anagrama, 2005), Piglia volvió a fusionar sus dotes de experimentado narrador y lúcido ensayista para demostrar porqué es uno de los escritores más vanguardistas de la actual literatura latinoamericana. El último lector es, para decirlo en sus propias palabras, “una historia imaginaria de los lectores y no una historia de la lectura”. Parte de la pregunta “¿Qué es un lector?” y al aislarlo puede nombrarlo, individualizarlo y entonces sí contar su historia. La respuesta es múltiple, el lector es muchos lectores o, mejor dicho, muchos tipos de lectores: Piglia observa y analiza a los lectores en situaciones límite, en circunstancias extremas, por ejemplo, ¿cómo son los lectores en la obra de Borges y cómo lee él mismo siendo un escritor ciego? O ¿un lector como el Che Guevara mientras es perseguido en Bolivia? A través de estos personajes busca “rastrear el modo en que está representada la figura del lector en la literatura”, pues son “historias particulares que cristalizan redes y mundos posibles”. Porque la condición de leer es saber leer entre líneas “para encontrar el camino”, pues también hay otra clase de lector que “lee mal, distorsiona, percibe confusamente”, y agrega: “no siempre el que tiene mejor vista lee mejor”. A la “lectura fuera de lugar” de nosotros como “lectores imperfectos” opone la lectura atenta, detallada, microscópica. A ellos los llama “lectores puros”, es decir, aquellos para quienes “la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida”. La historia del lector es un relato: para decirlo con otras palabras, el ensayo literario está aprisionado, contenido en la estructura propia del relato, creando así un nuevo elemento narrativo. Piglia narra para exponer o confirmar una idea, no para desarrollar una historia a la manera ortodoxa. A la lucidez le acompaña la claridad de su escritura, y la vasta cultura literaria está aderezada con la amenidad.
Hay otro rasgo llamativo en la obra de Piglia: trabaja y guarda durante varios años los manuscritos de sus novelas. Es el caso también de Blanco nocturno (Anagrama, 2011): desde 2005, cuando apareció El último lector, se especuló primero que en su próxima novela Emilio Renzi, encerrado en un cuarto de hotel, se pone a leer sus diarios —historia de la cual podría ser un guiño el relato “Un pez en el agua”—, al tiempo que espía e intenta seducir a su guapa vecina. O, también, que por fin publicaría el diario que escribió por más de cincuenta años, cuya frecuente mención de su parte lo había vuelto toda una leyenda literaria.
Nada de eso. Blanco nocturno, el regreso de Piglia a la novela desde la polémica Plata quemada y con la que ganó el premio Rómulo Gallegos, es una obra en la que vuelven a aparecer sus obsesiones personales: la provincia argentina, extranjeros trasplantados, la estirpe de las familias, las alusiones metaliterarias y, sobre todo, la novela negra. Sin embargo, el asesinato se plantea desde el principio y se resuelve a la mitad con lo que Piglia va más allá de los cánones de la novela negra. Sigue, por lo tanto, la línea de Plata quemada más que de Respiración artificial o El último lector, aunque hay cierta hermandad con esas y otras obras suyas (por ejemplo, es fácil pensar en el padre Belladona como el protagonista de Respiración artificial; el forastero puertorriqueño bien podría ser Steve Ratliff, de Prisión perpetua, y los guiños literarios de las notas a pie de página remiten obligatoriamente a El último lector). En las novelas policiacas, las familias son las primeras que traicionan, y por lo tanto las últimas sospechosas, en ellas nunca se inicia la investigación. En el caso de Blanco nocturno es la familia Belladona, los fundadores del pueblo: el abuelo, Bruno; el padre, Cayetano, sus dos esposas, con dos hijos de cada matrimonio: dos varones, Lucio y Luca, y dos gemelas, Sofía y Ada, de quienes, a la manera de Borges y el otro Borges, dice Piglia: “Era como tener un doble que hiciera las tareas desagradables (y las agradables)”.
Hace un par de años publicó Antología personal (FCE, 2014), una compilación que muestra de forma más evidente todas sus facetas. Todas son complementarias, unas a otras se retroalimentan para crear textos radicales en estrecha comunicación. No sé si en esta antología Piglia compiló lo mejor o lo que más le gusta de su propia obra; sí sé, en cambio, que está todo lo que lo muestra mejor: sus temas recurrentes, sus teorías sobre el cuento, el estudioso de la literatura en discursos y conferencias, sus diarios, fragmentos, sus novelas y algunos cuentos (la serie “Los casos de Croce” son cuentos inéditos y todo parece indicar que pertenecen a un libro de relatos que, al parecer, alcanzó a terminar antes de morir). Es por eso que en el breve pero sucinto prólogo Piglia puede decir que es el libro que mejor lo representa.
Durante varias décadas, Piglia impartió cátedra en la Universidad de Princeton, una faceta poco conocida en su vida pero de la que da testimonio su novela El camino de Ida (Anagrama, 2013). Aunque al principio El camino de Ida se centra en la tranquila vida académica en una universidad de Nueva Jersey, esa armonía se ve trastocada por la muerte de la profesora Ida Brown y así la historia se convierte en una novela negra —como ya he dicho, un género muy caro a Piglia. Como en el cuento “La loca y el relato del crimen”, Emilio Renzi pasa de ser un profesor principiante a volverse un detective que esclarece la muerte de Ida: como en aquél cuento, en esta novela Renzi es el único que puede leer, es decir, interpretar, decodificar el mensaje cifrado del enigma (en el cuento el asesinato de una prostituta, en la novela la muerte de Ida Brown) hasta resolverlo.
Tal vez el Piglia memorioso sea la faceta que encierra mejor al escritor. En “El pez en el agua”, al hablar sobre los diarios de Cesare Pavese, Piglia escribió: “Sólo quien escribe un diario puede entender el diario que escriben otros”. Piglia sabía de lo que hablaba y finalmente los suyos se han publicado hasta ahora en dos tomos: Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación (Anagrama, 2015) y Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices (Anagrama, 2016), a los que se va a sumar un tercer y último tomo: Un día en la vida. Estos diarios no están contados en primera persona, le cede la voz a su alter ego Emilio Renzi, seguramente para evitar el “yo odioso” de Montaigne. Dado que les dedicó casi toda su vida puede decirse que sus diarios son el gran proyecto de su obra. Pero el mayor mérito de Piglia con sus diarios fue darles el nivel literario de un género marginal que, al menos en la lengua española, no goza de suficiente prestigio ni abundantes lectores.
Como ya he dicho también, la vida académica no le era ajena. Por fortuna, sus ensayos no tienen ese aire académico, son netamente literarios, pues creo que Piglia era consciente de que los dos estilos debían escindirse, cada uno funciona sólo en su ámbito. En Madrid hay una librería especializada en literatura latinoamericana, el Centro de Arte Moderno, que es atendida por un par de argentinos; según me contaron, una vez fue Piglia a firmar ejemplares de sus libros y cuando tomó la palabra para agradecer la asistencia en realidad improvisó una cátedra que duró una hora y los asistentes ni resintieron gracias a la lucidez de las palabras. El diálogo, la conversación como un recurso que crea complicidad y familiaridad con el interlocutor (ya sea un reportero o un auditorio), a eso apelaba Piglia como queda claro primero en Crítica y ficción (Anagrama, 2001) y recientemente en La forma inicial. Conversaciones en Princeton (Sexto Piso, 2015).
Desde que su obra empezara a recorrer todo el ámbito de la lengua española, Piglia se convirtió rápidamente —poco más de tres lustros— en uno de los escritores que marcaron la pauta, el ritmo y el tono de lo mucho que se escribe en la lengua española en los inicios de este siglo XXI.

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