sábado, 16 de noviembre de 2013

Novelas ejemplares

18/Noviembre/2013
Laberinto
Ignacio Trejo Fuentes














Con su tino acostumbrado, Gabriel Zaid dijo que Jorge Ibargüengoitia no escribió El Quijote, aunque sí varias novelas ejemplares. Yo agregaría sus obras de teatro, sus cuentos y sus piezas periodísticas no menos ejemplares.

            El guanajuatense inició su carrera artística en la dramaturgia, pero la crítica despreció olímpicamente sus obras aduciendo que eran, en general, protagonizadas por jovencitos que no podían decir nada (algo que ocurriría años después con la literatura de José Agustín, Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña et al), y sus escasas puestas en escena fueron insalvables fracasos (solo después de la muerte del autor algunas fueron revaloradas), de manera que mandó al diablo al teatro e incursionó en la narrativa con los cuentos de La ley de Herodes y sus novelas ubicadas en la geografía inventada por él: Plan de Abajo, Cuévano, etcétera, con excepción de Maten al león. Y a diferencia de su ruda experiencia teatral, sus obras en prosa recibieron de inmediato el aplauso de la crítica y, fundamentalmente, de los lectores comunes y corrientes.

            Uno de los propósitos de Jorge fue desmitificar pasajes determinantes de la historia nacional. En Los relámpagos de agosto propone una lectura diferente de la Revolución Mexicana: según él, la gesta fue en realidad un carnaval de traiciones, golpes bajos entre falsos generales que provocaron la muerte de millares de inocentes, los de a pie. El enigmático titulo de la novela proviene de un dicho de la gente del Bajío: en agosto, los relámpagos aparecen por rumbos inusitados, y se dice que los despistados, los que no saben nada de nada, andan como los relámpagos de agosto, a lo pendejo. ¿No es un título perfecto, de acuerdo a lo postulado en la obra?

            En Los pasos de López (en la edición española se llamó Los conspiradores), sus mortíferos cañonazos apuntaron a los hechos de la Independencia de México: nuestros “héroes” fueron, en realidad, una pandilla de facinerosos, comenzando por Miguel Hidalgo, quien fue mujeriego, parrandero y jugador, y luego asesino y al final un chillón ante la inminencia de su muerte, como lo demuestran documentos que otros novelistas han expurgado y vuelto novelas (Eugenio Aguirre, entre ellos). En ambos libros, Ibargüengoitia baja de su pedestal a los próceres, los vuelve seres de carne y hueso, humanos, y por lo tanto  más creíbles y auténticos.

            En otros libros continúa empeñado en descabezar mitos.  Maten al león es una “antinovela del dictador”: a diferencia de las novelas clásicas de esta especie, el sátrapa de la isla caribeña acaba con todos los que se habían confabulado en su contra y sigue tan campante, haciendo su voluntad sin que ya nadie pueda oponérsele. Dos crímenes es una antinovela policiaca, en la cual se denuncia la prevaricación, la simulación y la impunidad: los malhechores triunfan, y la “justicia” sirve para maldita la cosa. Dos crímenes me parece una de las obras mayores de Ibargüengoitia, porque es, por añadidura, una espléndida muestra de cómo debe manejarse el erotismo en literatura.

            Otra de las novelas maestras  —y no desdeño a las demás, respetando la afirmación de Zaid—  de Jorge es Las muertas, en la cual recrea las tropelías y crímenes de Las Poquianchis, lenonas o madrotas que asolaron varias poblaciones de Guanajuato y de Querétaro: reclutaban a jovencitas pobres e ignorantes y las prostituían  (las esclavizaban), y muchas fueron asesinadas y enterradas en el jardín de uno de los prostíbulos clausurados y en un rancho propiedad de aquéllas. Esta pieza espeluznante me lleva a otras consideraciones.

            Aunque es por demás dramática, la obra contiene sobradas dosis de humor, aunque el escritor detestaba que lo consideraran humorista. Uno de los capítulos abre así: “Blanca era negra”. Y el episodio donde, con el propósito de aliviarla, las mujeres “planchan” literalmente a una de las putas, es estremecedor, pero uno no puede evitar reírse.

            Pese a la oposición de Ibargüengoitia, estimo que era dueño de un sarcasmo y un sentido humorístico majestuosos, incluso en pasajes u obras enteras donde predomina la tragedia. Prueba de ello es Estas ruinas que ves, ubicada argumentalmente en Cuévano (máscara de Guanajuato), donde un grupo de profesores y empleados se lanzan al asedio de una bella mujer recién llegada, de quien se corre el rumor de que cualquier emoción fuerte la mataría, de modo que los cazadores se alejan de ella: todo fue un ardid de alguno para conseguir eso, aislarla de la jauría.


            No quiero terminar sin decir que Ibargüengoitia escribe como si estuviera platicando en la sala de su casa, en el café o en el parque, con una naturalidad impresionante, y quienes saben de eso señalan que en literatura, la aparente naturalidad es una de las empresas más difíciles de conseguir.  Ese estilo “campechano” campea también en sus deliciosos artículos periodísticos, reunidos en varios volúmenes por Joaquín Mortiz, y que hay que leer. De paso, debe recordarse que muchos de los personajes de las obras teatrales de Jorge reaparecen en sus novelas, e incluso el argumento de un par de ellas cobró forma de novela con resultados más que felices. Y felices son y serán los lectores de este escritor indispensable.

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