sábado, 8 de octubre de 2011

Tranströmer, cronista de la mirada interior

8/Octubre/2011
Laberinto
Adriana Díaz Enciso

Hace un año, el Premio Nobel de Literatura, otorgado a Mario Vargas Llosa, desató cascadas de comentarios e incluso polémica. Se trataba de uno de esos escritores cuya presencia internacional es casi abrumadora, de cuya obra todos nos sentimos un poco propietarios y sobre el que todo mundo parece tener una opinión; un prolífico narrador que además ha tenido el tiempo de llevar una activa vida política.

No es mi intención cuestionar en forma alguna su merecimiento del máximo galardón otorgado a la literatura. Sin embargo, hay algo en mí que se regocija íntimamente por la elección de este año. El Premio Nobel de Literatura de 2011 ha sido otorgado a Tomas Tranströmer —poeta sueco, nacido en Estocolmo en 1931—, y quiero pensar que las conversaciones, discusiones y derrame de palabras en la prensa tendrán un tono más sosegado, más hondo.

Por supuesto, no faltará la polémica. Nunca falta cuando se trata de premios y distinciones, ya no digamos del Nobel. Se volverá a cuestionar que el premio vaya de nuevo a un europeo, el octavo en los últimos diez años, y sueco además (aunque la Academia Sueca ya se ha apresurado a recordar que la última vez que esto sucedió fue en 1974). Sin embargo, los merecimientos de Tranströmer son difíciles de cuestionar. Es considerado el poeta sueco vivo más importante y es sin duda uno de los principales poetas escandinavos. Su obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas, ha ejercido una enorme influencia en generaciones más jóvenes, particularmente entre los poetas estadunidenses, y durante años había sido considerado un candidato obvio.

Yo no quiero discutir en este espacio si entre los otros posibles candidatos que se mencionaban hay quien habría merecido el premio más, o menos. Lo que celebro es que, así sea nada más por una semana, o por un día incluso (tan veleidosa es nuestra atención en nuestros tiempos de indigestión informativa), nuestra mirada esté concentrada en un poeta. Un poeta, además, del sosiego y la templanza. Desde su primer libro, 17 poemas (1954), con poemas formales en metros clásicos, hasta el desarrollo pleno de su voz poética, más cercana al lenguaje hablado y a sus anchas también en el verso libre y el poema en prosa, la voz que reconocemos hasta llegar a El gran enigma (2004), Tranströmer es un cronista de la mirada interior, del diálogo implacable pero sereno de la conciencia consigo misma, buscando la clave del misterio de la existencia humana en el centro de un mundo cerrado cargado en igual medida de extrañeza, belleza y dolor.

Algunos lo han definido como tangencialmente barroco (en sus primeros libros), otros como expresionista, y a menudo se señala la influencia en su obra de la poesía romántica de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, como diría el fallecido poeta y crítico Goran Printz-Pahlson, la diferencia entre los románticos y Tranströmer es que este último no interpreta lo que perciben sus sentidos, sino que se limita a grabar la experiencia “con feroz energía”.

Tomas Tranströmer fue criado por su madre, en un distrito de la clase trabajadora en Estocolmo. Realizó estudios de música, literatura, religión y psicología, y durante muchos años ejerció su profesión de psicólogo a la par de su vocación de poeta. Trabajó en la prisión de Roxtuna para delincuentes juveniles en el programa de reintegración a la sociedad, así como en programas de rehabilitación para adictos y de orientación profesional para personas con discapacidades.

En alguna ocasión un periodista le preguntó cómo su trabajo de psicólogo afectaba su poesía. A Tranströmer le pareció extraño que nadie le preguntara lo contrario: cómo la poesía afectaba su trabajo, sobre las revelaciones que el lenguaje es capaz de abrir en la conciencia y cómo una relación más viva con el lenguaje era capaz de transformar la percepción que tenían los delincuentes juveniles con que trabajaba de la responsabilidad de sus propios actos.

La obra de Tranströmer no es superabundante. Es un poeta lento —se dice que a veces ha escrito sólo siete u ocho poemas al año—, pero son siempre poemas de una fuerza inmensa y concentrada.

A menudo encontramos en su poesía los paisajes un tanto yermos de su tierra, siempre en un equilibrio tenso entre la inevitable contaminación de la huella humana y la mirada extática sobre la naturaleza. Se puede decir que sus temas son variados: la historia, la guerra y sus huellas, la memoria, sus propios viajes por la región del Báltico, África o España. Pero en realidad no hay un tema central en la poesía de Tranströmer: hay en cambio una voz, una mirada, una conciencia minuciosa de la vida humana en cada detalle, en cada percepción, un adentrarse de dicha conciencia en la quietud y el silencio, en la experiencia de la incertidumbre que marca en todo momento la existencia del hombre.

El poeta Robert Bly, su amigo y uno de sus principales traductores al inglés, lo describió alguna vez como un poeta que nos hace despertar, y citó una carta de Tranströmer a los poetas húngaros, publicada en 1977 en la revista Uj Iras, donde afirmaba: “Los poemas son meditaciones activas. Quieren despertarnos, no hacernos dormir”. Y, más adelante, describía sus poemas como lugares de encuentro: “Lo que parece en un principio una confrontación resulta ser una conexión”.

En 1990, una embolia afectó la capacidad de hablar de Tranströmer y lo dejó parcialmente paralizado. Esto no le impidió seguir escribiendo, ni ha disminuido su pasión como músico amateur, y durante una reciente presentación en Londres ejecutó algunas piezas al piano con la mano izquierda. Como lectores, nos vemos tentados a preguntarnos en qué medida ese viaje forzado al silencio ha agudizado la afilada visión de su poesía.

En las décadas de 1960 y 1970 Tranströmer fue acusado algunas veces por no escribir una poesía “comprometida”. Pero, como admitió el poeta (citado de nuevo por Bly, en la introducción a su traducción de Sanningsbarriären, o Truth Barriers, de 1978), a él le gusta esa suspensión en sus poemas, en los que los objetos, emociones y percepciones quedan flotando en un espacio donde no se les puede identificar con ninguna postura o ideología. Cree en un arte que aún necesita del inconsciente, de “un espacio para lo privado, lo religioso, lo inexplicable”. En suma, lo que ni el consenso ni la colectividad pueden clasificar.

Y es en ese pasaje constante entre mundos distintos de fronteras indefinidas que sucede la poesía de Tranströmer. Hay en esa poesía de paisajes misteriosos, a menudo abandonados y en silencio, en imágenes perturbadoras del sueño y la duermevela, una búsqueda de trascendencia. Esa voz, esa conciencia busca trascender tanto a la memoria como al olvido, a la fragilidad humana. En sus poemas se lee un sentido de inmensa soledad, pero soledad lúcida, sin quejas ni juicios. Es en esa soledad y ese silencio que el poeta va siguiendo las huellas de la verdad. O, al menos, de las astillas infinitas de que está hecha la verdad humana.

En su poema “Puesto de avanzada” afirma: “Yo soy el lugar/ donde la creación misma se resuelve”.

¿Cómo no celebrar que un poeta semejante haya sido galardonado con el Nobel, en estos tiempos de ruido incesante, de obstinada negación de toda trascendencia?


Los dos primeros poemas que aparecen en esta página fueron traducidos por Adriana Díaz Enciso, a partir de la versión al inglés de Malena Mörling; los demás son traducción de Roberto Mascaró y fueron tomados de la antología Deshielo a mediodía, publicada el pasado septiembre por la editorial española Nórdica Libros, que en 2010 publicó El cielo a medio hacer, donde se reúne gran parte de la obra poética y la autobiografía de Tranströmer. Deshielo a mediodía recorre toda la trayectoria poética del ahora Nobel de Literatura, desde su primer libro, 17 poemas, de 1954, hasta los haikús escritos en 2004. En este volumen, de acuerdo con los editores, “nos encontramos con la naturaleza, presente en gran parte de la poesía nórdica, y con su incomparable inventario de metáforas”, así como poemas dedicados a la música, la gran pasión de Tranströmer.


El árbol y el cielo

Hay un árbol que camina por la lluvia,
nos rebasa deprisa en el gris torrencial.
Tiene una misión. Recoge la vida
de la lluvia como un mirlo en un huerto.

Cuando cesa la lluvia el árbol se detiene.
Ahí está, quieto en las noches claras
como nosotros esperando el momento
de los copos de nieve floreciendo en el espacio.

Abril y el silencio

La primavera yace abandonada.
La zanja de terciopelo oscuro
se arrastra junto a mí.
Nada refleja.

No hay otro resplandor
que flores amarillas.

Me lleva mi sombra
como un violín
en su estuche negro.

Todo lo que quiero decir
brilla fuera de alcance
como la plata
en el monte de piedad.


Música lenta

El edificio está cerrado. El sol entra por las ventanas
y calienta la parte superior de los escritorios
que son tan fuertes como para cargar el peso del destino del hombre.
Estamos afuera hoy, junto a la extensa y ancha ladera.
Muchos llevan ropas oscuras. Uno puede estar al sol y cerrar los ojos
y sentir cómo es soplado lentamente hacia adelante.
Rara vez vengo hasta el agua. Pero ahora estoy aquí,
entre grandes piedras con espaldas pacíficas.
Piedras que lentamente han caminado hacia atrás desde las olas.

De Tañidos y huellas (1966)


Deshielo a mediodía

El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba
apenas setecientos gramos.

El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío
a la vez.
El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño
frente a sí.

Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez
en mucho tiempo.
Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.

El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,
como el polen a los abejorros,
y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO
y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.

Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.
Les pregunté:
“¿Me acompañan hasta mi niñez?” Respondieron: “Sí”.

Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras
en un nuevo idioma:
las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras
y hablaban
muy lentamente sobre la nieve.

Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su
estruendo de faldas,
hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.

De El cielo a medio hacer (1962)


Algunos minutos

El pequeño abeto del pantano alza su copa: un trapo oscuro.
Pero lo que uno ve no es nada
frente a las raíces, las dilatadas, las que reptan ocultas, el
inmortal o semimortal
sistema de raíces.

Yo tú ella también nos hemos ramificado.
Más allá de lo deseado.
Fuera de Metrópolis.

Del cielo blanco lechoso de verano cae una lluvia.
Siento como si mis cinco sentidos estuviesen acoplados
a otro ser
que se mueve tan empecinadamente
como los corredores vestidos de colores claros en un estadio
sobre el que chorrea la oscuridad.

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