domingo, 9 de octubre de 2011

Daniel Sada: el resto es coser y cantar

9/Octubre/2011
jornada Semanal
José María Espinasa

Es muy frecuente que los críticos y los buenos lectores se sorprendan ante el desafío formal que representan los textos de Daniel Sada en los diferentes géneros que ha practicado –poesía, cuento, novela–, pero esos lectores suelen entender por desafío formal el aspecto sintáctico de su escritura, tanto el manejo de un léxico muy rico, en donde igual aprovecha el regionalismo que parece construir una de esas famosas palabra-maleta promovidas por el surrealismo, y los combina con un fraseo y una puntuación de gran expresividad y belleza musical. Es cierto que el propio autor provoca con un oído privilegiado para el habla popular, los cambios de ritmo, la brusca interrupción tanto como el súbito acelere descriptivo. Pero eso se debe a que Sada busca usar sus recursos narrativos en toda su extensión y que el ritmo es una manera de plasmar el carácter psicológico de sus personajes.

En las diferentes lecturas que se pueden hacer de sus libros, a mí me gustaría hacer una que se enfoque en estas virtudes arquitectónicas. El cuento permite ceñir más la estructura interna que la novela y hacer más puntual el humor con que maneja esas estructuras. Como si nos dijera lo siguiente: ustedes creen que la efectividad de un cuento se basa en la sorpresa que provoca una anécdota ingeniosa y desconocida. Pues no, aquí les voy a contar una historia que todos conocen, pero igual les va a sorprender. A la causalidad simple: desconocimiento-sorpresa se la sustituye por conocimiento-reconocimiento.

Daniel Sada empezó escribiendo novelas de contexto rural y provinciano, en la cauda de la narrativa de la revolución y con una fuerte presencia rulfiana. Parecía que era su contexto ideal y que no lo modificaría –no tenía por qué hacerlo– a lo largo de su obra. Sin embargo, hace una década se empezó a notar que se asfixiaba en ese contexto y que quería poner en juego su virtuosismo prosódico y descriptivo en un marco distinto, mucho más urbano. Y dio ese giro, triple salto mortal, similar al que dio José Revueltas entre El luto humano y Los errores, a partir de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe.

Ese cambio lo hizo concentrarse más en el interior de sus personajes, en la cerrazón (otra palabra muy suya) y claustrofobia de sus anécdotas, el hecho intuido en novelas como Lampa vida o Una de dos, de que el infierno son los otros, encontró plena expresión en el contexto urbano, en esa interioridad personificada incluso por la arquitectura –no se está dentro de casa de la misma manera en la ciudad que en el pueblo– que condiciona comportamientos. Ese cambio de contexto también influyó en una mayor presencia de las clases sociales, mismas que determinan un comportamiento.

Hay en la prosa de Sada un proceso de hipnosis del lector. ¿Qué sucedería si conserváramos la anécdota y la estructura pero modificáramos el lenguaje? Aunque creo que se sostendrían, habría un proceso de pérdida de matices, de ablandamiento de los personajes, de pérdida de textura. Sada puede narrar, en –La incidencia–, la historia de ese profesor convertido en confesor-psicoanalista-consejero de una incestuosa muchacha gringa, cuya conclusión no es sino la llegada paródica a una nueva historia –la nueva alumna que le confiesa haber tenido relaciones sexuales con un equipo de beisbol (una “novena– es la muestra más directa de desdeñar la anécdota volviéndola puro recurso –combustible– de la máquina de contar que es su prosa.

Veamos por ejemplo esa historia en la que el dominó condiciona la arquitectura del relato y la tónica de lo que ocurre, “El diablo en una botella.” El dominó tiene su historia en la literatura mexicana, desde los poemas de Ramón López Velarde hasta las novelas policíacas de Paco Ignacio Taibo II, y su atractivo viene tanto de que se trata de un contexto social conversacional lleno de códigos y expresiones cifradas como de que su movimiento narrativo es inverso a las manecillas del reloj, se juega contra el tiempo. Es una mirada retrospectiva de características proustianas. Y su tejido conversacional está construido sobre información compartida por los cuatro jugadores y la que cada uno puede disimular sin mostrar su juego. La conversación, esa misma para la que en otros lugares he señalado que Daniel Sada tiene una habilidad privilegiada, se refleja en el texto, no como si así hablaran en una situación cualquiera los personajes (o las personas), sino porque en su ejercicio sintético consiguen reflejar las riquezas de una conversación, y lo consigue porque en ella a veces se muestra y revela el tono que utiliza y extiende a todo el texto.

Hay que caer en cuenta de que una escritura estilísticamente tan compleja no es sin embargo una práctica magra; sus libros suelen tener un buen tamaño, algunos incluso cierto grosor –Ritmo Delta– y son bastante numerosos (he contado doce sin incluir los de poesía), lo que nos lleva a decir que, si bien Sada construye sus historias, su estilo le sale con facilidad; no es una forma de laboratorio sino vital. Pocos escritores mexicanos gozan tanto de los enredos lingüísticos de la prosa, de los pasos en falso freudianos del habla, pues –como se dijo antes– la lleva al límite de su capacidad expresiva.

La palabra –colma– me parece justamente muy sadiana: el sentido típico es el de algo lleno, pero en México su uso es muy flexible, desde la tienda de abarrotes –el colmado– hasta el hartazgo de algo –me colmó la paciencia. En ese abanico, ¿qué sentido elegir para el término en el título de Daniel: Ese modo que colma? Yo escojo el de llenar algo en su sentido positivo, de estar pleno; pero no se puede excluir el sentido negativo, más aún cuando el modo al que se refiere puede ser el del propio autor, es decir su impronta formal.


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