sábado, 8 de octubre de 2011

El último sorjuanismo de Antonio Alatorre

8/Octubre/2011
Laberinto
Evodio Escalante

Las victorias del crítico son a menudo pírricas y pasan inadvertidas. Hace ya casi veinte años le reproché en un artículo de periódico a Antonio Alatorre su respeto medieval al editor de las Obras completas de sor Juana, Alfonso Méndez Plancarte, quien no sólo desliza críticas negativas a la monja en su mencionada edición, sino que en ocasiones le “corrige” los versos, casi siempre so pretexto de “mejorarlos” (¡Aunque usted no lo crea!). El ejemplo más a la mano de esta perniciosa práctica, que Antonio Alatorre en esa época justificaba, es el famoso soneto que dice: “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas…?” Esta composición, una de las mayores de sor Juana, resulta genial en parte por el uso múltiple del retruécano en el cortísimo espacio de los catorce versos que autoriza el soneto. Pues bien, como uno de estos quiasmos le parecía “vicioso” al padrecito Méndez Plancarte, decidió… ¡enmendarle los versos a la monja! La primera estrofa incluye dos veces la palabra entendimiento (“¿En qué te ofendo, cuando sólo intento/ poner bellezas en mi entendimiento/ y no mi entendimiento en las bellezas?”). Como resulta que en la segunda cuarteta sor Juana vuelve a emplear dos veces entendimiento, Méndez Plancarte metió la tijera y sustituyó por pensamiento, con lo que los versos quedaron: “y así, siempre me causa más contento/ poner riquezas en mi pensamiento/ que no mi pensamiento en las riquezas”.

El pequeño detalle es que esta enmienda anula el efecto acumulado del retruécano, además de que altera el sentido, pues, como cualquiera que esté iniciado en la filosofía puede comprobar, pensamiento y entendimiento no son de ninguna manera sinónimos. En la medida en que esta edición del Fondo de Cultura Económica que data de los años cincuenta del siglo pasado fue de algún modo la edición “canónica” de los textos de sor Juana, todos terminamos plegándonos de algún modo a las modificaciones de Plancarte. Incluso Octavio Paz, en Las trampas de la fe, cuando comenta este soneto, da por buena la versión “acicalada” por el filólogo y sacerdote.

Antonio Alatorre no sólo respaldaba estos cambios introducidos por Méndez Plancarte, sino que le parecía que se quedaba corto. Con el paso de los años, bizarra deliberación de por medio, el Fondo de Cultura Económica decidió eliminar la anotación de Plancarte… y encargó el primer tomo de las Obras de sor Juana… a Antonio Alatorre. Esta edición salió a la luz a finales de 2009, y fue de seguro una de las últimas aportaciones al sorjuanismo que le debemos al venerado Alatorre, quien falleció poco tiempo después. ¿Es mejor esta nueva edición que la de Méndez Plancarte que estuvo disponible por casi sesenta años? En algunos aspectos, yo diría que sí; en otros, lo digo con cautela, no podría estar tan seguro. Mientras los verdaderos expertos se pronuncian al respecto, me arriesgo a relatar lo que yo he encontrado.

Primero que nada, una agradable sorpresa: Alatorre se hace eco de mi reproche a Méndez Plancarte y restituye las rimas originales del soneto 146 “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas…?”, en total acuerdo con lo que yo había señalado en un viejo artículo de 1994. Menos agradable, en cambio, fue encontrar que en la nota respectiva Alatorre se “olvida” de nuestro intercambio periodístico y finca las razones de su rectificación en la tesis doctoral (excelente, por cierto) de Gabriela Eguía-Lis Ponce, La prisa de los traslados (Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 2002). Una sombra de su antiguo reparo en torno a la reiteración de vocablos, empero, se trasluce en esta atemperada mea culpa que encontramos en pertinente nota al pie de página: “Pareciéndome que este soneto violaba una ley básica, hace tiempo lo califiqué de ‘ripioso’; pero Gabriela Eguía-Lis Ponce […] ha demostrado suficientemente que las repeticiones son parte indispensables de una estructura nada simple, sino compleja y bien pensada”.

Esta clara toma de distancia de Alatorre ante el establecimiento del texto realizado por Méndez Plancarte no significa, empero, que a su vez él no se permita introducir cambios en los poemas. De hecho, en más de una ocasión refrenda sin mayor pena las alteraciones realizadas por su antecesor. Si tenemos en mente el asunto de la repetición supuestamente “viciosa” de palabras (que ya vimos que no era tal), resulta sorprendente que en el caso de otro soneto de sor Juana (el número 180) Alatorre, cayendo en obvia incongruencia, respalde y haga suya una modificación que había introducido Méndez Plancarte en la segunda cuarteta so pretexto de que la palabra olvidarte ya había aparecido en la primera. Transcribo las dos primeras cuartetas del soneto tal y como apareció en la Inundación castálida:

Dices que yo te olvido, Celio, y mientes
en decir que me acuerdo de olvidarte,
pues no hay en mi memoria alguna parte
en que, aun como olvidado, te presentes.

Mis pensamientos son tan diferentes
y en todo tan ajenos de tratarte,
que ni saben si pueden olvidarte,
ni, si te olvidan, saben si lo sientes.

Se trata, a todas luces, de un soneto prodigioso gracias en gran parte a la deliberada reiteración de la palabra olvido y de sus variantes. Yo cuento siete olvidos en todo el poema. He aquí el argumento de Antonio Alatorre: “En el v. 7, MP corrige con toda razón la palabra-rima y pone agraviarte en vez de olvidarte (porque olvidarte está ya en el v. 2)”. ¿Con toda razón? Me restriego los ojos y no puedo creerlo. ¿Un filólogo, por sabio que sea, tiene derecho a cambiarle sin más los versos a un autor? ¿Máxime cuando se trata del genio mayor que han dado las letras en esta parte del continente? Adviértase que en este caso no se trata de una errata, de una “falla” atribuible a los impresores, sino de la imposición de un extraño criterio que decreta que toda reiteración es ipso facto “ripiosa” y debe por tanto ser eliminada. La sustitución que propone Méndez Plancarte y que refrenda con ligereza Antonio Alatorre, empero, deja sin sentido la lógica de sor Juana por lo que queda volando como agregado inútil el “si te olvidan” del verso con el que concluye la cuarteta. Véase si no: “que ni saben ni pueden agraviarte,/ ni, si te olvidan, saben si lo sientes.” Como se ve, la “corrección” de MP es un despropósito y, bien visto, un atentado contra la poesía de sor Juana.

Aquí hay materia para comentar. Sería ocioso detenerse en cada una de las modificaciones detectadas que, estoy seguro, no pueden atribuirse a la prisa de los traslados. ¿Pero sí a la prisa, o a la prepotencia, lo que sería más grave, de los editores en turno?

A mí me sigue dejando estupefacto, lo confieso, encontrar que en un libro de poemas de sor Juana se encuentren… ¡críticas a la propia sor Juana! Esto no es una novedad. Ya lo había hecho Méndez Plancarte cuando censuró algunos pasajes que le parecieron poco ortodoxos en los textos de la monja, o cuando estimó que algunas rimas de pie forzado eran poco dignas de su genio. Lo vuelve a hacer Alatorre desde una óptica que se autoriza a sí misma como literaria. Sin empacho alguno, como lo documentan las a veces copiosas notas al pie de página, Alatorre juzga que sor Juana cometió aquí un “disparate” (quintilla y redondillas 144), allá “una pequeña torpeza sintáctica” (soneto 149), más allá que incurrió en versos que “no tienen mucho sentido” (como en el romance 46, v. 135, o el soneto 189, v. 4). Escribir, en elogio de la marquesa de Mancera: la hermosa luz que a un tiempo concediste, ¿es un error de sentido que autoriza a reponer la hermosa luz que un tiempo concediste? Yo no lo veo así.

Esto no es nada frente a las críticas que suscita en Alatorre el uso sorjuaniano de la hipérbole. Desde el prólogo mismo a su edición, de cara a un Epinicio que habría escrito sor Juana en loa a una acertada acción militar del conde de Galve, virrey de la Nueva España, Alatorre comenta, menospreciando el hecho: “¡Y para eso tanto aparato, tanto despliegue de la retórica de lo sublime! Tan desafortunadas son las hipérboles, que casi resultan cómicas”.

¿Comicidad involuntaria, en sor Juana? Todos los días aprende uno cosas nuevas.

Peor le va a la monja en la extensa nota al soneto 205, el que dedica al padre Eusebio Francisco Kino por las luces que aporta al conocimiento del movimiento de los astros. Antes que nada, el filólogo opina que es un “soneto de compromiso”. No concluye aquí el asunto. Reparto azúcar entre los incrédulos, y transcribo el meollo de su opinión. Afirma Alatorre: “El soneto de sor Juana es una monstruosa hipérbole: ¡nadie supo lo que son los astros y los fenómenos atmosféricos hasta que vino el padre Kino! Y lo más notable es que, contra lo que dice el epígrafe, no habla del cometa. En una carta a la duquesa de Aveiro, de julio de 1681, Kino dice: ‘…Sospecho que esta excepcional sequía es una de las consecuencias del cometa’. Por muy profesor que haya sido en Ingolstadt, Kino no podía competir con Sigüenza, verdadero hombre de ciencia”.

No es necesario tomar partido por Kino o por Sigüenza para concluir que en esta ocasión Alatorre se tomó atribuciones que no le corresponden. Por supuesto que el venerado filólogo puede pensar lo que quiera y lo que guste. Si estima que el anterior soneto es un verdadero “monstruo” por su uso inmoderado de la hipérbole, muy bien, que lo explique en su siguiente ensayo acerca de sor Juana, pero no en el libro que compila su producción poética.

Por otro lado, ¿meterse con el uso de la hipérbole? Esto sería tanto como inconformarse con la estética misma del barroco al que pertenecen los textos de la monja. Si eliminamos la hipérbole se acaban El sueño, el Neptuno alegórico, el genial decasílabo enfático dedicado a la virreina María Luisa (“Lámina sirva el cielo al retrato,/ Lísida, de tu angélica forma”), las obras de teatro y todo lo demás, incluyendo por supuesto la Carta atenagórica y la Respuesta a sor Filotea de la Cruz. En este asunto, más nos valdría andarnos con cuidado.

Por supuesto que también hay aciertos en la edición de Alatorre. Me limitaré, por su valor ejemplificativo, al texto que la crítica considera de modo unánime como la obra maestra de sor Juana: El sueño. En las ediciones que todos habíamos leído, sor Juana se refería al estómago como una científica oficina. La lección viene del Segundo volumen de las obras de sor Juana, y de ahí la toma Méndez Plancarte, a quien debemos no sólo unas detalladas notas sino de igual modo una prosificación de la silva. Alatorre repara en el término y repone centrífica oficina, que es lo correcto. De modo general, se aprecia que la anotación de Alatorre queda beneficiada del natural transcurso del tiempo: seis décadas después, los conocimientos acerca de sor Juana han avanzado de modo considerable. Y se beneficia, agregaría, de la enorme erudición del filólogo en lo que se refiere, primero, a la literatura clásica, y segundo, a la literatura española de los Siglos de Oro. Sabe tanto o un poco más que su predecesor; por más que a menudo se apoye en él sin necesidad de mencionarlo.

Quizás la única desventaja de Alatorre frente a Méndez Plancarte tiene que ver con las connotaciones bíblicas y filosóficas de El sueño. Extrañamente para alguien formado en el seminario, Alatorre deja pasar casi inadvertidas esta clase de referencias. En el sueño se encuentran notables alusiones al Libro de Daniel así como al Apocalipsis que Alatorre hace como que comenta sin agregar nada a lo antes dicho por Méndez Plancarte. El vacío se torna más notorio cuando llegamos a los aspectos filosóficos del texto. En Las trampas de la fe, Paz enfatiza con singular entusiasmo la importancia de Athanasius Kircher y en general de la filosofía neoplatónica en la obra maestra de sor Juana. Es obvio que esta lectura incomoda por alguna razón a Alatorre. En consecuencia, adopta la estrategia de minimizar o de plano ignorar la presencia por un lado de Kircher, y por otro del pensamiento neoplatónico. Así, cuando sor Juana hace el elogio de la naturaleza angélica del hombre, Alatorre dice que se trata de “un verdadero lugar común” (sic). Los más que decisivos pasajes en los que sor Juana expone la transformación del alma del hombre en una centella intelectual (“La cual, en tanto, toda convertida/ a su inmaterial ser y esencia bella/ aquella contemplaba/ participada de alto Ser”, vv. 292-295), provocan referencias banales en Alatorre, quien si mucho recuerda algún verso de Garcilaso: “el fiero Marte airado/ a muerte convertido”. Méndez Plancarte, en cambio, y con esto concluyo, anota con justicia que Vossler detecta en ellos “un eco del Neo-platonismo difuso desde el Renacimiento”.

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