sábado, 29 de octubre de 2011

Los falsificadores de clásicos

29/Octubre/2011
Laberinto
David Toscana

Buena parte de los clásicos de la literatura son obras del dominio público. Por eso algunos editores sin alma se han dado a la tarea de tijeretearlos, modificarlos y resumirlos para poder dar a los lectores gato por liebre, sin que en ninguna parte del libro aclare que se trata de una versión mocha. De una vil falsificación.

El trabajo que hacen es de tal pillería, que nada sobrevive del alma del autor. Las ideas están mal dichas, o se borran por completo para favorecer a la acción.

Podemos encontrar Los miserables con la mitad o un tercio de páginas. Lo mismo pasa con Los hermanos Karamazov. De Guerra y paz, mejor ni hablar. A veces del pollo entero nos dan una pata.

Hay versiones del Cantar de Mio Cid más breves que un Pedro Páramo; Condes de Montecristo de doscientas páginas.

Y la lista de falsificaciones es larga. A veces son publicaciones de editoriales patito; a veces son de transnacionales con cara de seriedad.

A El país de nieve, de Yasunari Kawabata, le mondaron casi todas las referencias a una cultura que el editor no acabó de entender, le trozaron un capítulo entero y, encima, la traducción se hizo desde el inglés.

Tengo en mis manos un Crimen y castigo digno de echarse en la basura. Cada vez que Raskólnikov quiere expresar una idea, desaparecen las líneas. Además se cambia el sentido de algunas frases.

En la mera entrada, lo que a Dostoievski le toma una página, el editorzuelo lo resume en este torpe párrafo:

“Tuvo la suerte, al bajar la escalera, de no encontrarse a su patrona, que habitaba en el piso cuarto, y su cocina, cuya puerta estaba casi constantemente sin cerrar, daba a la escalera”.

¿Se puede ser más torpe? En una misma frase mete dos ideas independientes. Ya no sabemos si había de toparse con la cocina, si ésta es de él o de la patrona, y lo que en una versión correcta es “casi siempre abierta” aquí dice “casi constantemente sin cerrar”. Una aberración. De este modo el editor se va encargando de desbaratar lo que con tanto esmero y pasión Dostoievski se dedicó a componer.

Tendría que existir una sociedad protectora de los clásicos.

A los maestros hay que pedirles que al solicitar libros no lo hagan por mero título, sino que precisen alguna de las ediciones fieles al original.

A los libreros hay que exigirles que destierren esos libracos de sus estantes. Esto va incluso de acuerdo con sus intereses de vender, pues a la larga los clásicos mochos sólo alejan a los lectores.

Si un joven lee esa pésima edición de Crimen y castigo, acabará por decir: “Yo no sé qué tiene Dostoievski de grandioso”, y ninguna gana le quedará de volver a la librería por otra de sus obras.

A los lectores avezados les pido que denuncien estos libros. Los lleven al vendedor y le expliquen que comerciar con esa basura equivale a cometer fraude.

Las autoridades de cultura habrían de vigilar la existencia de estas versiones adulteradas; obligar a que incluyan un aviso en portada: “Ojo: este libro es una porquería”.

Si el autor, por los años de muerto, perdió ya su derecho de autor, hay que hacer valer el derecho de lector.

Hay libros que sí merecen la hoguera.

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