La Jornada
Javier Aranda Luna
Gabriel García Márquez llegó con su familia para establecerse en Ciudad de México el martes 26 de junio de 1961. Lo esperaba su amigo Álvaro Mutis. Cuando Gabo le preguntó a Mutis qué obras mexicanas debía leer, éste le trajo dos libros y le dijo: Léase esa vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe. Eran Pedro Páramo y El llano en llamas.
El hechizo de su más alto grado de seducción volvía a repetirse. Era el mismo que había conocido a los nueve años cuando leyó Las mil y una noches; el mismo que le provocó a los 20 en Bogotá La metamorfosis y a los 22, en Cartagena, la obra de Sófocles.
Por eso dijo años después que “si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía, no volvería a escribir nunca en mi vida”.
En 1961 García Márquez tenía 34 años, había publicado La hojarasca y estaba por aparecer El coronel no tiene quien le escriba. Rulfo tenía 44, habían pasado ocho años desde la publicación de El llano en llamas y seis de la que sería su primera y última novela, Pedro Páramo.
García Márquez ya había sobrevivido como corresponsal varios años con un salario de miedo y Rulfo ya había sido oficinista de migración, vendedor de llantas, publicista, guionista y empleado de Televicentro en Guadalajara.
Aunque en los años 60 la soberanía del dinero no había alcanzado a la industria editorial como para que los autores se plantearan la posibilidad de publicar uno o dos libros al año como actualmente ocurre, en los círculos literarios el silencio de Rulfo ya era tema de conversación. Y como el autor de “El llano en llamas no publicaba” ni hablaba de publicar más cuentos y novelas se empezaron a crear leyendas, hipótesis descabelladas, revelaciones insólitas.
De una de ellas dio cuenta el poeta José Emilio Pacheco en una de sus espléndidas crónicas literarias publicada en la revista Proceso en agosto de 1977. Sostenía que Rulfo había entregado al Fondo de Cultura Económica un mamotreto casi inmanejable de más de mil páginas que el poeta Alí Chumacero había recortado, ordenado, compactado e hilvanado.
La versión clandestina era falsa y como prueba de ello Pacheco retomó unas palabras que Chumacero había escrito a propósito de Pedro Páramo: una desordenada composición que no ayuda a hacer desde la novela la unidad que, ante tantos ejemplos que la novelística moderna nos proporciona, sea de exigir de una obra de esta naturaleza.
Las nuevas técnicas narrativas utilizadas por Rulfo en Pedro Páramo fueron motivo de críticas, pero también de entusiasmos. Mariana Frenk Westheim no dudó en traducirla al alemán de manera inmediata y la publicó a finales de 1958 en la legendaria editorial Verlag; un año después la publicó en francés Gallimard y en inglés Grove Press.
Para muchos el misterio de Rulfo fue su silencio, el conformarse con haber publicado sólo dos libros, pero el verdadero misterio es, me parece, que un libro de cuentos y una novela puestos a circular hace más de medio siglo le hayan bastado para asegurarse un sitio de privilegio en la literatura. La lucidísima Susan Sontag no dudó en considerar a la novela de Rulfo un clásico de la literatura y García Márquez comentó que Pedro Páramo si no es la más importante sí (es) la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana.
Si el tema de Pedro Páramo es el regreso, la trama interna de la novela es la huida, la migración forzada por el hambre y la violencia. Si Pedro Páramo es el cacique de Comala, que deja un mundo miserable, los nuevos autócratas son los narcos que se apoderan de municipios y regiones. Todo México es Comala, ese infierno donde arde la tierra como comal en el brasero. Todos los días hablamos con los muertos, con los que fueron arrebatados en forma anticipada y violenta como Miriam Rodríguez que buscaba justicia por el asesinato de su hija o el periodista Javier Valdez por buscar la verdad.
La soberanía del dinero, el poder tangible, que lo mismo hechiza a funcionarios de primer nivel que al peladaje es el Atila que con los cascos de sus caballos desertifica la tierra.
Rulfo fue un un maestro en la técnica literaria pero sobre todo tuvo el genio para contarnos la odisea que significan las migraciones. Es un tema que conocemos desde la antigüedad y no ha cesado. Los migrantes que dejaron todo para sobrevivir cuando regresan sólo encuentran ruinas y escuchan susurrar a los fantasmas.
Convertido en fantasma como los habitantes de Comala, Juan Rulfo sigue tan presente como ellos. Tan actual como cuando conversamos con los muertos en ese páramo que a veces nos entregan los sueños.
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