La Jornada Semanal
José María Espinasa
Cuando leí en la prensa que se le había concedido el Premio Xavier Villaurrutia a Alberto Blanco, por El canto y el vuelo, tercera parte de una poética propia que el autor de Giros de faros ha ido elaborando en la última década, lo primero que sentí fue una cierta sorpresa. ¿No lo había recibido ya antes por alguno de sus libros de poesía? Casi podría decir que asistí a la premiación, tan convencido estaba de que así era, pero bueno, ese “error” –dárselo dos veces– no podría haber ocurrido, aunque, en todo caso, lo mereciera nuevamente.
No son muchos los poetas que asumen esa aventura, la de reflexionar sobre su oficio, sobre su sentido, sobre su poiesis como dicen los franceses. Pero los ejemplos son ilustres y el propio Blanco los menciona en alguna de las entrevistas con motivo del galardón: Reyes y su Deslinde, Paz y El arco y la lira, Segovia y Poética y profética. Pero esta nota, a pesar de su título, no es sobre Alberto sino sobre ese premio visto como un (buen) síntoma.
Es raro que se premien ensayistas; los narradores son porcentualmente mayoritarios, aunque también hay bastantes poetas. Pero poéticas no recuerdo ninguna premiada. Es buena señal que los jurados atiendan a un género tan minoritario y tan necesario. Por otro lado, Blanco es muy conocido como poeta, pero lo es mucho menos como teórico, si es que una poética es una teoría. Pero lo que me interesa resaltar aquí de esa designación no es al autor premiado, aunque sí, como se verá después, sino a la editorial, anDante, que lo publica. Los premios en general son recursos que las editoriales tienen para promover sus títulos y sus autores y por eso suelen “apoderarse” de los premios, una de las razones para que la narrativa sea más frecuentemente galardonada, pues es el género comercial por excelencia en esta época, y los sellos grandes mueven sus hilos para que sean libros suyos los reconocidos. Es natural.
No obstante, cuando el premio se inicia hace sesenta y siete años, nace en un contexto dominado por la exitosa editorial del Estado, el Fondo de Cultura Económica, y se premia a Juan Rulfo por Pedro Páramo y a Octavio Paz por El arco y la lira ¿Algo que discutir? Evidentemente no. Sin embargo, a partir de 1963 en que se premia a La feria, de Arreola, y a Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, el premio va a servir para proyectar ante el público a las nacientes editoriales de esa década, Joaquín Mortiz, Era y Siglo xxi, es decir al fenómeno editorial que cambiaría nuestra literatura. Aunque peque de ingenuidad quiero ver en este premio a El canto y el vuelo un paso, aunque sea pequeño, en el reconocimiento a las editoriales independientes, a anDante, sello que lo publica, pero también a Aueio y a Taller Ditoria, que publicaron las dos entregas anteriores, y a la apuesta que hacen entre todas ellas.
Sabemos que las mencionadas Siglo xxi, Era y Joaquín Mortiz tuvieron en su origen problemas similares a los de los sellos independientes actualmente, las librerías los recibían a regañadientes, y sólo una presencia llamativa en la prensa y en los suplementos y revistas culturales hizo que fueran aceptados, pero en aquella época la industria editorial mexicana no tenía la competencia tan abrumadora de la española, había más librerías per capita que ahora y los suplementos estaban muy activos, por no mencionar las muy buenas revistas de la época –Revista Mexicana de Literatura, Diálogos, Estaciones, Revista de la Universidad, Cuadernos del Viento, El Corno Emplumado, Revista de Bellas Artes, etcétera–, y el libro premiado era encontrado con cierta facilidad en las librerías. Ahora hice la prueba, busqué en varias El canto y el vuelo y no estaba. Algunas tenían en el sistema registrados los dos anteriores, pero no tenían ejemplares. Lo pude conseguir en la Quinta feria “Los otros libros” en Radio unam, espacio alternativo impulsado por la radiodifusora desde hace cinco años.
Justamente en ese encuentro supe que la editorial Aueio, notable proyecto animado por Marco Perilli, y editor de Alberto Blanco, había decidido cerrar. Desde hacía ya unas semanas antes era conocido en el medio editorial independiente que la feria anual que se organizaba en la Rosario Castellanos para estos sellos independientes no se llevaría a cabo, aunque hasta ahora ni el fce ni la Asociación de Editores Independientes (aeim) han dado una noticia oficial sobre las razones de la cancelación.
En todo caso, es una lástima que un espacio consolidado se pierda y que cierre una editorial con un catálogo admirable. La manera de evitar el crecimiento de este fenómeno editorial ha sido cortar su contacto con los lectores, aunque el mismo medio librero se haga daño con ello.
Henri Michaux, el gran poeta francés, en la cumbre de su gloria, declaró que añoraba enormemente la época en que publicaba en editoriales pequeñas y de bajo tiraje. No ha sido el único escritor que hace declaraciones como ésa. Alberto Blanco escoge para publicar sus libros un sello adecuado, para ellos y para él, para su poética misma. Pero la reacción de la prensa ha sido rutinaria, dar apenas la noticia del premio, a veces incluso sin mencionar la editorial que publica el volumen premiado.
Uno tiene esperanzas, pero constantemente se ven defraudadas. Por ejemplo, pienso en cuándo Carlos Puig, uno de los pocos periodistas famosos interesados en la literatura, invitará a un poeta a su programa –miento, invitó a Armando Alanís Pulido, pero por un proyecto muy interesante que desbordaba la edición tradicional– y a autores de editoriales independientes. En fin, ya sé, la ingenuidad es un lastre… En todo caso, la ingenuidad hace que una sola golondrina baste para que se ilusione y sea verano, aunque afuera esté nevando. Mientras tanto celebremos este premio para Alberto Blanco como un premio para la poesía y el riesgo editorial •
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