sábado, 3 de agosto de 2013

Dos intrusos

3/Agosto/2013
Laberinto
Armando González Torres

En 1945, Octavio Paz llega a Francia con un empleo diplomático de medio pelo. Tiene 31 años, una esposa y una hija y ha publicado algunas plaquettes en México. En la cúspide de la vitrina cultural se encuentra la moda existencialista, con sus dos animadores Jean Paul Sartre y Albert Camus. Camus es apenas unos meses mayor que Paz, aunque ya ha publicado varios libros, entre ellos El extranjero, y resulta una estrella ascendente en el firmamento parisino.  Algunos años después de su llegada, Paz conoce a Camus en un homenaje a Antonio Machado en el que Paz participa como orador y de inmediato simpatizan (el escritor con aire de Humphrey Bogart es quien, a decir de Paz, se le acerca para felicitarlo).  El aún desconocido Paz, que proviene de los entonces considerados suburbios intelectuales y hace sus esfuerzos en las tertulias parisinas, aprecia la afabilidad y sencillez del ya célebre Camus (tan distinta a la de otros santones). Camus, por su parte, goza de notoriedad cultural, aunque, en el fondo, su estatus no es muy distinto al de su colega mexicano.  Apenas en 1940 abandonó Argelia y se avecindó en París y su condición no deja de ser periférica y conflictiva.  Por decir algo, ha escrito, sin ser filósofo, un libro heterodoxo de tono filosófico El mito de Sísifo que, discutido por el público, es ignorado por los especialistas. En lo político, reconoce la situación de opresión e injusticia en Argelia, pero no cree en la violencia, ni en el matricidio cultural hacia Francia. Igualmente, pertenece genéticamente a la izquierda, pero ha roto con el marxismo ortodoxo y con la línea soviética que hace pactos deleznables y replica las atrocidades nazistas.  Todo ello lo arrincona en una escena intelectual que lo celebra tanto como lo desdeña.
Camus y Paz representan, con sus distintas batallas, ese proceso mediante el cual las periferias ensanchan el horizonte de percepción intelectual y artística de las metrópolis, son esa presencia intrusiva que es aceptada trabajosamente y que, de repente, se vuelve central (Camus le da espesor vital y moral al existencialismo, Paz revive un surrealismo decrépito y relee la tradición poética de Occidente).  Camus tiene un ascenso vertiginoso y una vida breve de héroe romántico; Paz requiere más tiempo y combates para forjar y hacer reconocer su obra. Ambos comparten rasgos de origen y carácter, pues de modo parecido viven el drama de la orfandad o el abandono; de la pobreza juvenil; de la conflictiva incorporación a círculos intelectuales por su “falta de solidez ideológica”.  Comparten, también, ese vitalismo que ilumina su rigor (son solares, expansivos y sensuales); ese ejercicio de alto diletantismo que alumbra con intuiciones nuevas disciplinas llenas de telarañas, y ese instinto libertario que los lleva, en sus mejores momentos, a dudar, retobar y argumentar desde el margen. Falta mucho por abundar en la amistad y los paralelos entre estos dos indispensables intrusos.  

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