sábado, 5 de noviembre de 2011

Para qué sirven las escuelas de escritores

A pesar de que pueden contarse con los dedos de una mano, ¿sirven de algo, forman en verdad creadores? ¿O son únicamente una alternativa a las facultades de Letras, que privilegian el saber académico y la sistematización de la lectura? Junto a tal tema, cuatro escritores confían sus opiniones sobre el oficio de escribir.

5/Noviembre/2011
Laberinto
Héctor González

A finales de agosto de 2005 cerró el Centro Mexicano de Escritores (CME), instancia que durante más de cincuenta años fungió como semillero de autores como Juan Rulfo, Ricardo Garibay, Rosario Castellanos, Jaime Sabines y José Agustín.

Aunque existe el antecedente del Mexican Writing Center, fundado por Margaret Shedd a principios de los años cincuenta, al CEM se le considera pionero en la enseñanza de la escritura. Sin embargo, y en términos estrictos, no era una escuela. Funcionaba con un método similar al de un taller. Al escritor en formación se le concedía una beca y se le asignaba un tutor que iba guiándolo durante el proceso creativo de su obra.

Ante la falta de un lugar de enseñanza en forma, en 1986 la Sociedad General de Escritores de México inauguró su escuela con el objetivo de formar autores en literatura, cine, radio y televisión. Veinticinco años después la escuela de la Sogem intenta reponerse de una severa crisis financiera y de credibilidad. En abril de este año Mario González Suárez, entonces director del plantel, renunció junto con un grupo de maestros. En su carta de dimisión denunciaron “una pésima administración, la endémica falta de transparencia financiera, el creciente deterioro del bello e invaluable edificio que la alberga, la obsolescencia del equipo de apoyo didáctico, una nula inversión en el acervo bibliográfico y, sobre todo, en las indignas condiciones laborales de quienes constituimos la planta de profesoras y profesores. Pero el mayor problema es el distanciamiento de la directiva de la Sogem respecto de la vida y la comunidad académicas de nuestra escuela. Es decir, esta crisis fue provocada porque a la precariedad descrita se sumó la negativa rotunda de Lorena Salazar, los miembros del Consejo directivo que preside y la administración de la Sogem a establecer, según es su responsabilidad, canales de interlocución necesarios para resolver los problemas apremiantes que aquejan a nuestra escuela —la cual carece, por cierto, de personalidad jurídica y reglamento interno”—. De aquella escisión nació la Escuela Mexicana de Escritores.

A nivel literario, México es un país de talleres pero no de escuelas. El Estado auspicia las de música y pintura, pero no las de escritura. Abundan cursos o tutorías promovidas por organismos como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes o el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Las escuelas son privadas o propiedad de fundaciones y asociaciones civiles.

Teodoro Villegas fue fundador y director por diez años de la Escuela de Escritores de la Sogem. “Seguimos con el mito de que la escritura surge porque la musa baja o porque tienes una vasta cultura. Ese es un error. Así como la pintura requiere herramientas, la escritura también. No hay necesidad más que de tener pluma y papel. Hay estructuras de principio que debes saber manejar para después romperlas y crear vanguardias”, dice en entrevista.

Escuela vs. Facultad de Letras

Por tradición, varias generaciones de escritores se formaron en facultades universitarias dedicadas a las letras. Para Mario González Suárez no es igual lo que se imparte en una universidad que en una escuela dedicada exclusivamente a enseñar el oficio de narrar: “La formación de escritores no es algo propio de una facultad de Letras. Si hay una escuela de pintores o de cine, por qué no habría de existir una de escritores. Nosotros funcionamos a partir de la experiencia de los maestros que son profesionales de su oficio. No se dan materias para llenar una currícula y cubrir cierto número de créditos. En la Escuela Mexicana de Escritores el personal docente está conformado por escritores en activo”.

A unos días de haber concluido su primer ciclo escolar, el autor de De la infancia hace un balance sobre lo conseguido hasta ahora: “Sorpresivamente, ha funcionado mejor de lo que esperábamos. Hay mucho interés por ingresar. Ya tenemos abiertas las inscripciones para el próximo periodo que inicia el 9 de enero. Tenemos una administración real, así que dependemos de la colegiatura de los alumnos. Siendo autocríticos, hemos tenido que mejorar el aspecto administrativo. Nos enfrentamos a una situación fiscal que desconocíamos. Al principio yo me encargaba de todo, pero descubrí que era un error y que necesitaba gente especializada. Por el lado académico actualizamos los programas porque lo que propone la Escuela Mexicana de Escritores es un diplomado que se obtiene mediante la producción de una obra. De modo que estamos ajustando los programas para que los alumnos puedan trabajar a partir de un sistema de tutorías y talleres”.

Especializada en escritura cinematográfica, Elsie Méndez dirige la Escuela de Escritores de la Sogem. Tomó el puesto en medio de la crisis entre González Suárez y Lorena Salazar. A seis meses de su llegada asegura que el conflicto está superado y resalta la fortaleza de la institución que dirige. A su juicio hay una gran diferencia entre lo que se puede aprender en un curso de letras y en otro de escritores: “En la carrera de Letras se enseña a leer, no a escribir”.

Mario Bellatin estudió cine y filosofía, y ejerció como director del Área de Literatura y Humanidades en la Universidad del Claustro de Sor Juana. A su vez, fundó la Escuela Dinámica de Escritores que ahora se encuentra en proceso de reestructuración. “La escuela se halla en receso porque en principio fue diseñada para durar seis años. Estaba concebida como una obra en sí; no podía seguir el modelo de una escuela de administración. Cada dos años pasaban 52 creadores como maestros que tenían la misión de crear un proyecto con los alumnos. Fue una experiencia impresionante”.

Por ahora el autor de Salón de belleza trabaja con la editorial Sexto Piso para dar vida a una escuela que combine la escritura con el trabajo de edición. “Un autor debe conocer los secretos de un editor y viceversa. Un proyecto de estas características es necesario porque existe un divorcio entre ambas disciplinas”.

Conocedor de la forma en que se maneja la carrera de letras y de la manera en que opera una escuela enfocada a la escritura, Bellatin marca la diferencia entre una y otra: “Para un creador lo importante de la universidad no está en las materias o en los cursos, sino en lo que sucede alrededor de las facultades, lo que se habla en los pasillos y la información que circula. Las facultades de letras forman a críticos, historiadores, maestros o ensayistas pero no creo que sea el lugar adecuado para la creación. Hice mi escuela a partir de mi experiencia como director de letras y como escritor. Quería encontrar la manera en que se podían traducir esas experiencias ante un grupo deseoso de trabajar con la palabra. Los alumnos que admitíamos no eran escritores en el sentido tradicional del término, sino gente que quería trabajar con la palabra: psicoanalistas, historiadores, profesionales de las letras”.

Talento y oficio

La enseñanza no garantiza éxito ni talento. Un escritor se forma de diversas maneras, y por muchas lecturas o cursos que se tomen, no existe la seguridad de construir una obra trascendente. “La escuela no es garantía de que seas escritor: puedes saber hacer un cuento pero a lo mejor no tienes la capacidad creativa. Puede, en cambio, facilitar el camino y a lo mejor consigues terminar una obra de manera más temprana. Es decir, acelera un proceso porque te da una metodología”, explica Teodoro Villegas.

González Suárez fue becario del Centro Mexicano de Escritores durante los ciclos 1988-1989 y 1991-1992; además, estudió en la escuela de la Sogem. Más que darle las herramientas necesarias para dedicarse a la literatura, su formación le sirvió para integrarse al círculo con el que encontraba afinidades. “Ninguna escuela puede garantizar nada, ni el talento, ni la calidad. El responsable de la vocación es uno y nada más. En la escuela uno se junta con sus pares y comparte intereses. Esta necesidad empieza a ser un espacio de conocimiento; es, digamos, el inicio de lo que podría llamarse la Academia. Encuentro el modelo de las escuelas de escritores en el Centro Mexicano de Escritores, una institución que funcionó cerca de cincuenta años en la formación de autores a partir del otorgamiento de becas. Los escritores entregaban un proyecto y tenían un tutor con el que trabajaban. Fue un espacio de iniciación y si ves la nómina de quienes estuvieron ahí verás que pasaron todos los escritores mexicanos que puedes reconocer con facilidad”.

Así como hay quienes salieron de las aulas, otros empezaron a escribir por su cuenta.

Cuestión de método

No hay reglas en cuestión de enseñanza y aprendizaje artístico. Los métodos varían según la tradición y las prioridades de cada plantel o maestro. Así como Elsie Méndez sostiene que la Sogem tiene la consigna de enseñar todos los géneros, además del guionismo para cine, radio y televisión —“para que los autores tengan más dinero”—, Mario González Suárez está más interesado en promover una formación literaria: “Uno debe iniciar con las herramientas del arte, por eso empezamos por la mitología; es importante porque se trata de la fuente primordial con que se expresa el fenómeno literario. Nuestro programa aborda todos los géneros de manera flexible porque los géneros no son formas rígidas; al contrario, mutan permanentemente y se intercomunican. Además, impartimos materias relacionadas con el estudio de los fenómenos de creación como la psicología”.

Durante sus años como titular de la escuela de la Sogem, Teodoro Villegas privilegió la enseñanza de poesía y de dramaturgia; eran las únicas materias que se mantenían a lo largo de los cuatro semestres que duraba el curso. “No creo que puedas escribir narrativa si no tienes una formación clara de lo que es una puesta en escena. Lo mismo sucede con el guionismo”.

Menos esquemático es el sistema que utilizó Mario Bellatin en la Escuela Dinámica de Escritores: “Funcionamos como una especie de trabajo de acompañamiento. Había materias pero todas iban enfocadas a que cada quien las aplicara de la manera más apropiada para su proyecto de trabajo”.

¿Necesidad o necedad?

Al margen de los cursos y talleres, Teodoro Villegas resalta la necesidad de las escuelas de escritores: “Los jóvenes cada vez tienen menos idea de escribir o de leer porque nadie les enseñó estas disciplinas como una opción del hacer y el crear; las ven como un recurso para pasar una materia o conseguir un trabajo. Escriben para cumplir, no para decir. Aquí empiezan los problemas serios porque el sistema educativo crea alumnos receptores de información, no partícipes”.

Elsie Méndez, por su parte, reconoce que si bien el número de escuelas se ha incrementado, hacen falta centros en el interior de la República. “Las escuelas no son suficientes; por eso hay mucha gente que viene sin idea de lo que se trata”.

La demanda alcanza como para tener un promedio de 80 alumnos por escuela. No obstante, la continuidad de cada plantel depende de los ingresos extra. La Sogem se mantiene por las aporta- ciones de sus agremiados, además de las colegiaturas. La Escuela Mexicana de Escritores cuenta con donaciones que complementan los ingresos que generan los estudiantes. A decir de Teodoro Villegas, la raíz de las dificultades se encuentra en el hecho de que el Estado no cumple con su función en tanto que no le otorga a la escritura el mismo estatus que a la pintura o la música. “La única opción son instancias particulares porque las oficiales no contemplan la creación de una escuela de escritores. El problema es también que este tipo de centros son cotos de poder y de elite. Se extraña una figura como el Centro Mexicano de Escritores, aunque ya no corresponda a la realidad. Hacen falta más espacios y mejores, pero sobre todo hace falta que se entienda que aprender a escribir es tan prioritario como necesario”.


Guillermo Fadanelli

¿Un escritor nace o se hace? Ambas cosas, pero si debo responder tajantemente diré que se nace escritor. Y después, con el tiempo, se va creando el oficio. Pero la capacidad de observación, el temperamento, la gracia se traen desde siempre. Que se desarrollen en buena narrativa es otra cosa. No creo que los talleres o escuelas sean necesarios, sólo se requiere leer mucho (sobre todo buenos libros, si se tiene suerte) y estar atento. Yo no fui a talleres, pero no me opongo a que existan, al contrario. Si los aspirantes a escritores son unos solitarios allí harán amistades o leerán en voz alta sus infundios. Por lo regular las escuelas no hacen escritores, crean plagas y estudiantes que escriben correctamente, nada más. En todo caso mi taller literario consistió en pasearme durante horas por las librerías.


Cristina Rivera Garza

Una escritora se hace, naturalmente. Escribir es un oficio y el trabajo de la escritora es leer. En mi caso, los talleres más significativos de mi adolescencia fueron las lecturas desordenadas pero voraces que emprendí a solas y las conversaciones rigurosas, alebrestadas, cariñosas y agudas con unos pocos amigos locuaces. Esos “talleres” me hicieron entender que mi pasión tenía un lugar legítimo en el mundo, es decir, que era compartida. Más que escuelas es necesaria una comunidad crítica donde la lectura cuidadosa y los comentarios a la vez rigurosos y civiles puedan devolverle a la escritora otra manera de aproximarse a la producción propia. Investigar, con otros, el mecanismo interno del producto propio es un proceso a la vez analítico y creativo. Lo que hay que cuidar es que esa comunidad no se vuelva una conversación jerárquica en la que sólo impere la dictadura del “gusto personal” y del “estilo”. Si esa comunidad puede congregarse en una escuela, ya sea pública o privada, y otorgar un título, ¡qué mejor! Si esa comunidad puede generarse o autogenerarse de abajo hacia arriba en sitios independientes, ¡qué mejor! Si esa comunidad puede estar protegida por un Estado que no adopte como propia la ley de la ganancia sino la básica premisa de su responsabilidad con el bienestar total de los ciudadanos, ¡qué mejor! Si esa comunidad puede conectarse y compartir pantallas democráticas en ejercicios tanto lúdicos como críticos con el lenguaje, ¡qué mejor! Pero la escritora, la escritura, precisa de comunidades vivas para producir sentido, para seguir existiendo de manera significativa tanto estética como políticamente en nuestros mundos de hoy.


Enrique Serna

Una vez tomé un curso y aprendí que la formación académica no es para dedicarse a la escritura creativa aunque sí me sirvió para ampliar mis horizontes culturales, sistematizar mis lecturas y descubrir la poesía. No terminé la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras. Sólo llegué hasta la licenciatura porque sentía que la meritocracia académica podía convertirse en una carga pesada si quería dedicarme a la narrativa. No creo que las escuelas de escritores garanticen el talento. Tuve la fortuna de que cuando trabajé como redactor publicitario en Procinemex había una tertulia que se formaba espontáneamente en la oficina. Participaban el dramaturgo Carlos Olmos, el poeta Francisco Hernández y muchas otras personas inteligentes y con buena preparación literaria. Aquellas sesiones fueron una especie de taller, aunque no leíamos nuestras obras. Un escritor se hace leyendo y escribiendo. Este trabajo puede llevar mucho tiempo; no creo en los talentos precoces, se dan muy rara vez. En mi caso, pasé por una evolución lenta antes de adquirir el oficio literario. El escritor debe forjarse solo pero no descarto que algún taller pueda ser benéfico. Sé, por ejemplo, de muchos autores que aprendieron del legendario taller de Juan José Arreola. Mi método atraviesa por la lectura de todos los géneros. Al tener una inmersión en cada uno podremos descubrir la vocación. Además, un narrador tiene que ser un poco dramaturgo o poeta, y debe tener una preparación más amplia que la de los autores de nuestros días que sólo leen narrativa. La técnica se adquiere leyendo con atención a los clásicos, a los autores que han transformado el arte de narrar en distintas épocas, pero sobre todo en la práctica. Este es un oficio en el que hay que trabajar constantemente y tener la humildad para no creer que lo primero que sale de nuestra inspiración será una maravilla.


Francisco Hinojosa

Creo que existen ambos tipos de escritores: aquellos que nacen y se hacen, y aquellos otros que solamente son escritores gracias a su trabajo y perseverancia. No creo que sean necesarios ni las escuelas ni los talleres. Creo incluso que pueden ser un estorbo al talento. En lo personal no estudié en ninguna escuela y tampoco tomé ningún taller. Doy talleres porque me los piden y no porque crea en ellos.



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