sábado, 5 de noviembre de 2011

Las confesiones de Eco

5/Noviembre/2011
Milenio
Ariel González Jiménez

Tarde o temprano, de un modo u otro, casi todos los escritores revelan las claves más íntimas y profundas de su producción literaria. Unos lo hacen desde el principio —y en algunas ocasiones no paran de hacerlo, a veces a la menor provocación—; otros más se reservan sus confesiones para ahondar en ellas en obras escritas ex profeso (del tipo Cómo escribí tal cosa); no falta tampoco quien, inesperadamente, abunde sobre el tema en una entrevista o una conferencia; y desde luego, muchas memorias, autobiografías o diarios llegan a ser materiales definitivos para conocer los entresijos de una obra.

La curiosidad por saber cómo nació —en la mente de su creador— una novela o cualquier otro producto literario, es proporcional al interés que ha despertado entre los lectores y, por supuesto, la crítica. Sin embargo, es claro que preocuparse por cómo fueron pensadas ciertas obras menores e intrascendentes resulta poco menos que ocioso o una suerte de morbosidad perezosa (piense el lector si le gustaría saber cómo fue escrito el best seller que más repudie).

Cuando un escritor aborda la historia y arquitectura de su obra, nos encontramos con un sinnúmero de detalles insospechados o que simplemente habíamos pasado por alto al momento de leerla. Suele ocurrir que la hemos leído, al menos en parte, de un modo muy distinto de como o había previsto el autor. Este efecto, ampliamente estudiado, constituye por sí mismo uno de los mayores tesoros que podemos hallar al abrir un libro: nuestra imaginación confrontada con la de escritor; nuestra lectura y sus diferentes alcances corriendo paralela a la propuesta del autor. Ésa es la verdadera riqueza de una obra: sus infinitas posibilidades, matices y sugerencias que son finalmente los que la colocan en el terreno del arte (digo, cuando se trata de grandes obras).

Ahora bien, cuando el escritor que nos cuenta lo que hay detrás de sus obras literarias es alguien como Umberto Eco, que proviene de las filas del mejor ensayismo (el de la crítica y la semiótica), el asunto cobra otra dimensión, justamente porque se nos muestra toda la complejidad de su trabajo literario desde la perspectiva con la que fue razonada y aquella otra que siempre surge por milagro de la lectura.

Confesiones de un joven novelista es el más reciente libro de este escritor italiano que, como se sabe, próximo a cumplir los 80 años (nació un 5 de enero), se siente “un novelista muy joven, ciertamente prometedor, que hasta el momento ha publicado unas cuantas novelas y que publicará muchas más en los próximos cincuenta años”.

Toda confesión profesional tiene un valor en sí misma. Los escritores, aunque trabajen con la imaginación (y quizás precisamente por ello), tienen mucho qué decir sobre su oficio. No obstante, el caso de Umberto Eco es doblemente especial, porque en sus Confesiones de un joven novelista confluyen la mirada del escritor y la del crítico; él no sólo cuenta cuándo y cómo surgió la idea de escribir una obra de ficción, por ejemplo, El nombre de la rosa (su más conocida y exitosa novela), sino la recepción crítica que tuvo ésta y las interpretaciones, equívocas y acertadas, que muchos lectores le manifestaron.

Acerca de cómo escribió obras como ésta, Eco no pierde el humor desmitificador: “de izquierda a derecha”. Cuánto le llevó escribirlas ya es otra cosa, y entonces nos revela:

El nombre de la rosa la escribí en sólo dos años, por la sencilla razón de que no tuve que investigar nada sobre la Edad Media… Para las novelas siguientes, la situación era otra… ocho años El Péndulo de Foucault, y seis La isla del día de antes y Baudolino. Dediqué sólo cuatro a La misteriosa llama de la reina Loana, porque trata de mis lecturas como niño en los años treinta…”

Las Confesiones de Eco no tienen desperdicio en tanto las referencias en torno de su obra son sólo el pretexto para hablar con profundidad de la creación literaria y sus problemas: la creación de personajes, la libertad, pero también las restricciones que plantean todas las historias, la realidad de los personajes de ficción y de sus mundos o incluso del turismo literario capaz de ir en busca de la primera bala que disparó Julián Sorel en Rojo y negro sobre madame de Rênal (y que no dio en el blanco) en la iglesia de Verrières o de la farmacia en Dublín donde se supone que el Bloom de James Joyce compró un jabón de limón.

El paseo que Eco nos propone al revisar cómo escribió sus libros de ficción nos conduce por los caminos de la gran literatura y sus maravillas. Y todo eso, viniendo de él, no puede ser sino una lección magistral.

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