sábado, 21 de mayo de 2011

Sonrisas perdurables

25/Mayo/2011
Laberinto
Armando González Torres

A qué se debe la permanencia del humor. ¿Por qué algunos humoristas contemporáneos, prematuramente envejecidos junto con sus referencias de coyuntura, suelen postrar a su lector en ese estado de desconcierto de quien no entiende el chiste o en esa sensación de irritación que deriva del fiasco, mientras que otros, tan lejanos en el tiempo como Aristófanes, Luciano o Molière, pueden todavía generar la sonrisa de complicidad o la carcajada explosiva? La experiencia de lo cómico es, a la vez, relativa y universal: mucho de lo cómico se refiere a circustancias particulares y contextos históricos determinados. Cierto, el humor es un fenómeno social que surge en ambientes domésticos, que remiten a fechas, hechos y juegos del lenguaje concretos. Por eso, parte de su efectividad radica en el conocimiento de su contexto, en la familiaridad con los personajes y circunstancias sujetos al embrujo cómico. Pero si el humor es capaz de advertir lo risible de un hecho particular, también es capaz de advertir las fisuras más hondas de la realidad. La observación de lo absurdo y la incongruencia esenciales son, en parte, conciencia de la finitud y fragilidad de los hechos humanos. Los distintos recursos del humor: la parodia, la caricatura, la exageración, la ironía o la paradoja ponen en suspenso lo existente, hacen ambiguo cualquier mensaje, restituyen un caos de sentidos y muestran una disposición espiritual a saberse pequeño, falible y mortal.

La ausencia de sentido del humor en una persona o en una sociedad resultan alarmantes, pues la solemnidad a menudo conlleva rigidez e intolerancia. La realidad cómica relativiza los valores: frente al decoro el apetito, frente al heroísmo, la cobardía; frente al altruismo, el egoísmo. Son objeto de humor los gestos desproporcionados y grandilocuentes, los movimientos extravagantes, las ambiciones excesivas, la inconsciencia, la vanidad o el sometimiento al mundo exterior. El error, lo deforme, el azar aparecen de manera afable y risible en la comedia, permiten, como decía Aristóteles, contemplar la tragedia sin dolor o, como decía Cicerón, designan algo ofensivo de manera inofensiva. Por supuesto, el humor puede ser liberador u opresivo, relativizar las verdades aceptadas o respaldar los poderes y prejuicios. No es difícil distinguirlos: el humor opresivo suele ser básico y rudimentario, basarse en el recurso físico, en el rebajamiento de la dignidad del otro y en la reproducción agresiva del prejuicio racial o de clase. Eso no quiere decir que el gran humor sea deliberadamente edificante, al contrario, ese humor en su ambiguedad y riqueza es implacable e indomeñable y sólo una maniobra forzada de lectura puede habilitarlo como mensaje. Así que poco puede decirse sobre el estatuto moral del humor, pero no así sobre sus efectos terapéuticos: reírse libera, pues quiere decir poner en suspenso los presupuestos y convenciones y aceptar que todo, empezando por uno mismo, es vulgar y relativo.

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