martes, 10 de mayo de 2011

Letras que desmitifican a la “madrecita santa”

10/Mayo/2o11
El Universal
Alejandra Hernández

Con madres que experimentan un amor enfermizo por sus hijos, en el que el incesto se presenta como algo posible, con madres que abandonan a su hijos, que huyen con ellos, que se enamoran de jovencitos, con madres reprimidas sexualmente, que experimentan un rechazo hacia el embarazo, a las molestias físicas y los traumas psicológicos que arrastra consigo, escritores mexicanos de distintas generaciones han contrariado el mito de la madre sumisa y abnegada, tan arraigado en nuestra cultura popular.

A través de sus cuentos o novelas, mujeres como Inés Arredondo, Rosario Castellanos, Elena Garro, Mónica Lavín, y hombres como Enrique Serna, Héctor de Mauleón o Eduardo Antonio Parra se han internado en ese túnel de claroscuros que es la maternidad y han puesto en entredicho frases como “madre sólo hay una” o “mi madre es una santa”, frecuentes en una cultura que exalta el amor incondicional, la abnegación absoluta y el sacrificio heroico, considerados “propios” de toda madre que se precie de serlo.

En relación a la presencia de personajes maternos dentro de la literatura mexicana hay posiciones encontradas, pues algunos escritores consideran que la figura de la madre en nuestras letras es ínfima e, incluso, hablan de una notable ausencia. La narradora y poeta Carmen Boullosa, considera que dentro de nuestras letras, es más fácil encontrarse con una mala madre que con una mujer tierna y amorosa.

Contra este mito que envuelve a la figura de la madre en un aura de santidad se han revelado algunos cuentistas. Ejemplos de ello aparecen en dos antologías de la última década: Atrapadas en la madre, compilada por Beatriz Espejo y Ethel Krauze, y Todo sobre su madre, a cargo de Martín Solares.

En la primera se reúnen relatos de escritoras ya fallecidas como Rosario Castellanos, Elena Garro e Inés Arredondo, además de cuentos de Liliana V. Blum, Mónica Lavín, Helena Paz y Socorro Venegas. En la otra, son los escritores José Joaquín Blanco, Álvaro Enrigue, Vicente Leñero, Héctor de Mauleón, Fabrizio Mejía Madrid, Xavier Velasco, Heriberto Yépez, y otros, quienes se adentran en los universos de madres crueles, ausentes o acomplejadas.

Historias inquietantes

Sin duda, uno de los relatos más inquietantes es “Estío”, de Inés Arredondo. A través de Julio, el mejor amigo de su hijo, la protagonista, -cuyo nombre no se menciona-, descubre el amor inconfesable que siente hacia su hijo Román. Pese a que el incesto es un tema difícil, Inés Arredondo nos interna con finura en ese terreno escabroso de las pasiones inconfesables.

“Estío” abre Atrapadas en la madre, la antología compilada por Beatriz Espejo, quien en entrevista explica que la imagen de la progenitora resulta fundamental en la literatura mexicana escrita por mujeres:

“Para bien o para mal, para vilipendiarla o adorarla, casi todas las mujeres hemos hablado de la imagen de la madre, su figura marca mucho, y las mujeres lo expresamos. Una de las temáticas que tratamos las mexicanas, las latinas en general, es la familia; entre nosotras, abundan historias de familia”, señala Beatriz Espejo.

Como el tema siempre le ha interesado propuso esta antología de cuentos a Alfaguara. “La portada es extraña, está inspirada en la imagen de la Virgen de Guadalupe, que finalmente es como la madre de todo mexicano”.

La doctora en Letras Españolas considera que los cuentos de la antología son una especie de abanico con el que trató de representar los complejos sentimientos de las escritoras mexicanas en torno a la figura materna: la ternura, presente en “La corona de Fredegunda”, de Elena Garro; la causticidad de Rosario Castellanos en “Cabecita blanca” y la admiración casi irredenta por la madre, con razón o sin ella, en “El asa”, de Mónica Lavín.

Una corona incómoda

En las letras mexicanas no es difícil hallar personajes maternos que desafían la imagen de sacrifico y abnegación con que, por siglos, ha cargado la madre.

“En la literatura mexicana, la figura de la madre es fundamental, lo que no quiere decir que esa figura sea necesariamente positiva, más bien, con excepciones, la mamá ostenta una corona incómoda. Pienso en el verso elocuente de Manuel Acuña, ‘Y en medio de nosotros, mi madre como un dios’; o en Pedro Páramo, donde el hijo emprende un viaje hacia Comala (que es el viaje a la muerte) por mandato de la mamá, para que vaya y cobre caro ‘el abandono en que nos tuvo (tu padre)’, la madre es el resentimiento, el motor de la venganza destructiva, el volver hacia atrás”.

Boullosa también señala el caso de Los convidados de agosto, de Rosario Castellanos, donde “aparece ‘el testimonio inexistente de su madre’, una madre chocha, sin cabeza ya que ha devorado a sus hijas, condenándolas a solteronas, no se quedan a vestir santos, sino a vestir a su mamá”.

“Las madres memorables de Elena Garro, presentes en el cuento “Primer amor”, en Testimonios sobre Mariana, y otras narraciones persecutorias, así como otras de Inés Arredondo y Castellanos, con diferentes graduaciones, carecen de algún poder vital; las de Castellanos tienden a ser un cero a la izquierda, cuando no más negativas”.

Pero es Nellie Campobello quien nos da otra manera de ver este personaje: “las madres de Cartucho y Las manos de mamá, de Campobello, desmienten la fuerza negativa de la madre, ahí es ella una fuerza generadora”.

Pero, ¿qué hay de la obra de la propia Boullosa? En Mejor desaparece y Antes, la escritora deja ver a sus lectores lo difícil que fue su adolescencia luego de que su madre muriera cuando ella tenía 14 años. “En el caso de esas dos novelas, la madre es lo faltante, y su ausencia su detonador. Mejor desaparece es la historia desatada por la muerte de la madre. Y en Antes, el motor detrás de la narración es la distancia de la protagonista con la madre, que también morirá (por responsabilidad de la protagonista)”, explica Boullosa.

La madre, personaje ausente

Hay quienes piensan que el personaje materno en la narrativa mexicana se diluye cual fantasma. En esto coinciden Héctor de Mauleón y Álvaro Enrigue.

“La madre es el gran personaje ausente de la literatura mexicana. Aunque es la figura que detona la trama de una de las novelas más importantes, Pedro Páramo, aparece sólo de manera fantasmal, como una sombra susurrante que acompaña la travesía del hijo”, dice Héctor De Mauleón.

No obstante, el escritor considera que si en la narrativa mexicana la madre es la gran omisión, en la poesía ha funcionado como uno de los temas recurrentes: “Desde que Manuel Acuña pronunció la frase inmortal: “Y en medio de nosotros, mi madre como un Dios”, los poetas mexicanos se han dedicado a cantarle”, afirma.

Enrigue, quien igual que De Mauleón participó en la antología Todo sobre su madre (Planeta, 2007), considera que en la literatura mexicana es la ausencia del padre la que resulta fundamental: “se ha escrito en torno a la figura de Pedro Páramo o Artemio Cruz, a esos padres potentes que de pronto desaparecen y dejan huérfano un universo”.

Personajes autobiográficos

La mezcla de ficción y de experiencias autobiográficas depositada en la creación de personajes maternos ha generado madres literarias familiares y humanas que, como en la vida real, pueden ser tiernas, amorosas, crueles, inseguras o neuróticas.

El escritor Enrique Serna ha dejado plasmadas en las páginas de algunos de sus cuentos y novelas algo de la relación con su propia madre. En Fruta verde, Serna da vida a Paula Recillas, un personaje de ficción inspirado en algunos rasgos del carácter de su madre. “Tuve que conformarme con retratar un sólo aspecto de su personalidad, pues ella era una mujer mucho más compleja, temperamental y fascinante . Yo sólo describí los atributos de carácter que más me interesaban para la historia que quería contar”, describe.

Contrario a lo que podría pensarse, la creación de un personaje del cual se tiene una referencia real no es sencilla. Para el autor de La sangre erguida no fue fácil dar vida a su madre a través de la literatura: “Fue muy complicado y doloroso al principio. Me había propuesto resucitar a un personaje que me dejó marcado; era una tarea superior a mis fuerzas. Cuando comprendí que Paula era un personaje autónomo, independiente de su modelo real, empecé a sentirme con más libertad y con menos miedo a profanar un santuario”, dice.

Entre las madres de la literatura mexicana, Serna coincide con Boullosa en resaltar los personajes de Nellie Campobello, de quien afirma:

“Toda su obra es un monumento a su madre, que murió en plena Revolución, cuando ella era niña. Tanto en Cartucho como en Las manos de mamá hizo una evocación poética de ese personaje entrañable que protegía a los villistas como si fueran hijos suyos. De hecho, la escritora contemplaba la Revolución con los ojos de su madre”.

Para Enrique Serna, “el amor filial es un sentimiento muy difícil de plasmar en la literatura, porque se corre el riesgo de caer en la cursilería, como le pasó a Manuel Acuña. Pero creo que la Campobello logró sortear ese escollo de manera muy conmovedora”.

Sea escasa o abundante la presencia de personajes maternos dentro de la literatura mexicana, muchos cuentos y novelas de grandes escritoras y escritores nacionales han dado vida a madres inolvidables, más verosímiles que las que trata de dibujar ese mito de la cultura popular que las considera aburridas, abnegadas, incondicionales, sumisas y hasta asexuales.

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