sábado, 3 de marzo de 2012

Un año para García Márquez

3/Marzo/2012
Laberinto
Armando González Torres

Este año se conmemoran 30 años de que Gabriel García Márquez ganara el Premio Nobel de Literatura y 45 de que publicara su novela más célebre, Cien años de soledad. Cuando en 1982, García Márquez acudió a Oslo con una vestimenta y un discurso heterodoxos, culminaba el proceso de canonización literaria de un autor, de una figura y, sobre todo, de un libro, Cien años de soledad. Como todas las obras verdaderamente significativas, esta novela ofrece al lector una liberación y una constricción. Una liberación porque culmina una renovación (no sólo suya sino generacional) del acto narrativo y de los hábitos de lectura; una constricción porque un escrito tan deificado suele ser una influencia aplastante y cubrirse con un dogma laudatorio, reacio a los matices del gusto y la interpretación. Esta novela hace famoso a García Márquez y representa la obra cumbre del llamado boom latinoamericano, ese fenómeno cultural, comercial y político que propició que un grupo de escritores fungieran como representantes privilegiados de un lenguaje, una cosmovisión y una realidad social, que mezclaban lo más moderno con lo más arcaico, lo más desgarrador con lo más esperanzador. No es extraño que, como consigna Roberto González Echeverría, la traducción al inglés de Cien años de soledad de García Márquez haya sido devorada no sólo por la academia literaria, sino por las facultades de política y sociología. En particular, ciertos rasgos de la personalidad de García Márquez (su antisolemnidad y buen humor), más que a otros escritores de su generación, lo alejaron del estereotipo glacial del intelectual y lo convirtieron en una suerte de ídolo popular, afable y cercano y, al mismo tiempo, envidiable, capaz de bailar con actrices inalcanzables o de tutear y aconsejar a jefes de Estado.

Con su facultad imaginativa, García Márquez crea en Cien años de soledad un territorio sin fronteras lógicas o genéricas, donde seres indefinidos deambulan entre lo humano, lo sobrehumano y lo infrahumano, entre el costumbrismo y el prodigio, entre el imaginario popular y la alusión histórica. Es natural que, en su tiempo, esta literatura fascinara a un público europeo ávido de exotismo o a un público latinoamericano que se descubría en un referente tan familiar en lo cultural como novedoso (y prestigioso) en lo literario. Pasados los años del boom, uno se pregunta si se sostiene la lectura de este escritor caracterizado por sus poses anti-intelectuales y sus posiciones (u omisiones) políticas controvertibles. Lo cierto es que, pese a las muchas arrugas e imperfecciones que ocultan sus exégetas, Cien años de soledad mantiene lozano su encanto adictivo y, físicamente, es casi imposible suspender la lectura, pues con una finísima labia narrativa García Márquez logra que el archisabido relato de las peripecias de una prole de lunáticos y de un pueblo perdido se vuelvan un tema nuevo, íntimo e impostergable.

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