sábado, 24 de marzo de 2012

No te conviene escribir crítica

24/Marzo/2012
Laberinto
Heriberto Yépez

Hace años mi editor me dijo: “No te conviene escribir crítica. O eres crítico o eres novelista”. Me lo dijo con buena intención. A nadie agrada un poeta o narrador con opiniones, ideas, posiciones. Poetas y novelistas se ven más bonitos calladitos.

Lo mismo sucede con los artistas. Los artistas que poseen un discurso acerca del arte no son bien vistos por los críticos de arte. Mucho menos los que tienen un discurso sobre su propia obra.

Vuelven innecesarios a los críticos de arte.

En mi caso, comencé escribiendo poesía y narrativa, y cuando me di cuenta que los críticos mexicanos no entendían la poesía y la narrativa que a mí me apasionaba y parecía relevante, me hice crítico.

Pero ser un escritor “creativo” y ser un escritor-crítico no es algo que te convenga. Lo pagas.

Los lectores y los críticos tenderán a pelearse con posturas y alegatos. Al estar en desacuerdo contigo, tu obra “creativa” será vista con recelo.

No pueden soportar que un creador sea también un creador de discurso crítico. Eso afecta, especialmente, a los artistas contemporáneos que, a veces, para intentar sortear esta situación se refugian en la vieja figura del artista que lanza sentidos que toca a otros descifrar.

En el fondo, muchos críticos culturales lo que buscan es un Buen Salvaje que explicar.

Un Buen Salvaje que no pueda explicarse: un “bárbaro”.

No desean un sujeto de diálogo sino un objeto de estudio.

Y cuando el “salvaje” tiene un discurso (responde), entonces, resulta un Mal Salvaje. Calibán.

Ese Calibán que Shakespeare soñaba que, al final de la historia, volvería a obedecer a Próspero, al Amo. ¡Como Lugones también ansiaba!

Sueños colonialistas, por supuesto. Calibán no obedece. No es una bestia o semi-pez (inconsciente). Calibán es el otro que desacata. Tiene su propia voz.

A veces me preguntan qué sigue en la literatura latinoamericana y, en general, qué sigue en la historia de ese sujeto llamado “escritor” o “artista”.

Lo que sigue no es un sujeto sino una conversación, es decir, una conversión de más de uno.

Lo que sigue es abandonar esas viejas funciones en que hay un creador que hace obras y hay otro que las categoriza, explica o define.

Lo que sigue es que se acabe la comodidad de los “creadores” en ser objetos. Lo que sigue es que los analistas dejen de ser Indiana Jones.

Pero estos fines —ya próximos— son apenas el inicio. Lo más importante es que los consumidores, los “lectores”, el “público” abandonen su propia comodidad y asuman su parte en el proceso de producción, que, por cierto, no es hacer “obra” sino hacer diálogo.

La literatura y el arte partieron de la diferencia entre objeto y sujeto. Fueron hechos para ser “objeto”. Esa diferencia se está viniendo abajo.

En este siglo todos los roles culturales serán modificados.

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