lunes, 16 de enero de 2012

Daniel Sada, lúdico y riguroso; todos sus libros se pueden cantar

16/Enero/2012
La Jornada
Carlos Paul

Como uno de los escritores más sólidos en lengua española, en particular de las letras mexicanas, tanto por sus aportaciones al lenguaje, como por su capacidad para develar un México que no había sido registrado literariamente, fue reconocido el narrador y poeta Daniel Sada (1953-2011) en el homenaje póstumo que se le rindió este domingo en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Tras concluir el acto, Adriana Jiménez, viuda del escritor, reiteró que aún no se sabe la fecha exacta de publicación de la última novela de Sada, El lenguaje del juego, cuyo telón de fondo es la violencia y el crimen organizado. Sin embargo, dijo Jiménez, se tiene planeado que sea puesta en circulación este año.

Adriana Jiménez compartió con los asistentes al homenaje que la relación con Sada tenía una enorme carga literaria. Para él, las palabras fueron sus primeros juguetes. A veces me llamaba a mitad de una clase para preguntarme sobre cierto concepto. Era muy lúdico y a la vez muy riguroso. Solía decir que lo que hacía falta a nuestra literatura era justamente eso: rigor y sentido lúdico.

Adriana era la primera que leía sus manuscritos y los corregía, por lo que conoce de memoria fragmentos de su obra.

Daniel Sada siempre quiso ser poeta. Así empezó, pero se fue decantando hacia la narrativa, comentó.

Autor complejo

“Solía decir que su novela mayor, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, podría ser dispuesta con las cesuras de la poesía, pero entonces hubiera sido impublicable. Él solía escribir en octasílabos, alejandrinos, decasílabos… en distintas métricas. Un ejemplo de tal poética, es un cuento que escribió a partir del corrido de Rosita Alvírez, que si se acompaña con guitarra, se puede cantar, como si se hubiera ampliado el corrido con ese relato.

Ese es un ejemplo de lo que se puede hacer con todos sus libros; es decir, se pueden cantar, porque la estructura métrica lo permite, puntualizó Jiménez.

Agradecida y conmovida por el homenaje a Daniel Sada, expresó que el mayor tributo que se le puede hacer es que se lea su obra. Si bien es verdad que es un autor complejo y demandante, es, ante todo, un autor placentero y gozoso de leer, por lo mucho que ya se ha comentado: su rigor escritural se une como parte de su esencia, su sentido lúdico.

En el homenaje participaron Iván Trejo, Yuri Herrera, Jaime Mesa, Christopher Domínguez, Marcela Sánchez Mota y Federico Campbell, este último íntimo amigo de Sada, quien destacó que aun cuando ha sido considerado un autor barroco, a la altura de figuras como el cubano José Lezama Lima, lo que le importaba como novelista “era el lenguaje vivo, las palabras de la calle, porque sabía que hablaba de la gente, transfigurada por la literatura, residía el alma de los pueblos.

“No por nada el título de su más reconocida novela: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, frase que oyó por casualidad de una señora en la estación de autobuses de Culiacán”, comentó Campbell.

Daniel Sada, describió, “no leía periódicos ni revistas. Creía que la concentración en la escritura era lo más parecido a la felicidad. No cubría el perfil típico de nuestro tiempo mexicano. No seguía ningún modelo de carrera literaria. Nunca le pareció muy elegante la autopromoción ni el ‘hacer carrera’, ni se afanaba mucho por ser el novelista mediático. No era su estilo ni su carácter. No tenía obsesión por la ropa. No iba a cenas ni a cocteles, ni hacía vida social. Practicaba la ética del agradecimiento. Durante más de 25 años supo ser generoso con los escritores jóvenes en sus talleres literarios”.

Como autor es referencia obligada del condado literario del noroeste y norte de nuestro país. Estaba consciente, por razones de oficio, de que en nuestros días el narcotráfico no es el texto, sino el contexto, indicó Campbell, quien destacó la brutal y palpitante actualidad de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Y citó: “Llegaron los cadáveres. En una camioneta los trajeron –en masa, al descubierto– y todos balaceados como era de esperarse. Bajo el solazo cruel miradas sorprendidas, pues no era para menos ver así nada más paseando por el pueblo tanta carne apilada…”.

Un fraude electoral, el robo armado de urnas en las narices de los votantes, la denuncia, las protestas tumultuarias, la represión sangrienta del Ejército, caminos vecinales bloqueados, los muertos, los desaparecidos, van conformando el contexto que da tensión a la historia.

Para Campbell, el autor creó un mundo y un lenguaje propio, pues, ¿quién habla en la novela? Hablamos todos y ninguno. Habla el autor y la muchedumbre anónima: los mexicanos norteños, pero también los degradados, humillados por el gobierno inepto. El México que descubre Daniel Sada es uno que tiene su contexto en el noroeste del país, pero a la vez es un México que él mismo inventa a través de la recreación de un lenguaje de la calle, y que él transmuta literariamente como hizo Juan Rulfo con el lenguaje del sur de Jalisco: el de los pueblos, que no se transcribe tal cual, sino que pasa por un proceso de transformación poética, apuntó Campbell.

A manera de despedida, concluyó: “Porque en el fondo y en definitiva lo que resta es la verdad, Daniel. Los crímenes políticos irresueltos, el desencanto, la utilización política del Ejército que tortura y acribilla a cientos de ciudadanos, a sangre fría, los encubrimientos, la impunidad como sistema, el Estado fantasma, el control de la prensa. Y así, la verdad –como siempre en los crímenes políticos– nunca se sabe, porque parece mentira, Daniel”.

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