sábado, 17 de septiembre de 2011

Cobardía

17/Septiembre/2011
Laberinto
David Toscana

A veces la historia pasa frente a ciertas personas con su rara belleza, con sus rubios cabellos de trigo garzul.

La primera vez que lo vi claro, fue en el mundial de futbol de España. Jugaba Alemania Occidental contra Austria. En el minuto diez, los alemanes anotaron un gol. Ese marcador calificaba a ambos equipos y mandaría a Argelia de vuelta a casa.

Sin duda fue el peor partido del siglo. Los ochenta minutos restantes se estuvieron pasando la pelotita de un lado a otro sin hacerse daño, sin siquiera simular que se hacían daño.

El árbitro era el escocés Robert Valentine, y yo estuve esperando el momento en que sacara la tarjeta roja y se la mostrara a los veintidós jugadores. Ahí estaba la historia susurrándole al oído: ¿quieres que te recuerden por los siglos de los siglos? ¿Quieres cambiar el futbol para siempre? ¿Quieres convertirte en un ejemplo de carácter, de valentía? ¿Quieres ser el hombre que hizo lo correcto en el momento correcto? ¿Quieres que antes de cada mundial se repita esa escena en que disparaste la tarjeta roja?

Robert Valentine respondió que no a todas las preguntas. Eligió conservar la chamba. Pitó en el minuto noventa y se fue a casa sin pena ni gloria.

Aunque un partido de futbol es poca cosa comparado con el destino de un país, me acordé varias veces de ese duelo entre germanos donde no pasó nada al experimentar día con día la presidencia de Fox. La historia lo puso en un sitio de privilegio y se conformó con pedalear la bicicleta apenas lo suficiente para no caer.

Claro que tiene un lugar en los libros, mas este es muy puntual: el 6 de julio de 2000. De ahí en delante hay poco que recordar.

Calderón, ni se diga, la mem chos, junto con todo su equipo de chambistas.

Hace años que nuestros políticos tienen sentada a la historia en una oscura antesala. De vez en vez se le aparece un funcionario para decirle que el licenciado está ocupado, que vuelva otro día u otro sexenio. Ella espera con paciencia, aunque no ve el momento de que la reciban.

Ayer la vi pasar. Qué innata realeza de porte, qué formas bajo el fino tul. Con febril premura la seguí, pero me dijo que no estaba interesada en alguien como yo. Sin embargo, aceptó tomarse una cerveza.

Entre trago y trago, me contó que López Portillo se la llevaba de juerga. De la Madrid le dio un soporífero y ni la tocó. En cambio Salinas la llevó de compras. Ya es algo.

Me dijo que hace poco estuvo en la SEP. Se hizo acompañar de Kant, Aristóteles, Hegel y Voltaire, pero el secretario la regañó. No me andes presentando gente que no conozco.

Al final de la noche, yo estaba enamorado de ella. En el bar, todos me miraban con envidia.

El que se acuesta conmigo es inmortal, me dijo, ninguna otra mujer da el placer, la grandeza, la belleza, el hechizo que yo doy. Vine a México porque me dijeron que aquí había hombres, pero sólo he hallado hombrecillos que me ignoran por dinero, por orgullo o por cobardía. También por estupidez.

Me dijo que esperaría hasta el siguiente sexenio. Porque le gustaba ser de un solo hombre. Después, se acostaría con todos, como lo hizo en 1910.

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