sábado, 24 de septiembre de 2011

Todos los libros el libro

24/Septiembre/2011
Milenio
Ariel González Jiménez

Gracias a un simposio acaba de discutirse nuevamente el futuro del libro. El autor aprovecha ese marco para insistir en que lo más trascendente será la defensa que hagamos de la lectura

Justo al inicio del Simposio Internacional del Libro Electrónico que se llevó a cabo a lo largo de la semana que termina se comentó en esta misma sección cultural que este encuentro coincidía con la liquidación, en Estados Unidos, de las últimas 399 librerías Borders.

Este hecho no podía ser más concluyente acerca del tema en el que participaron expertos e investigadores de prestigio internacional. La cadena Borders llegó a tener mil 249 tiendas en su mejor momento (año 2003), pero cayó víctima de ese cambio del que todos hablamos y que, por lo menos en México, pareciera remoto: la llegada de diversos dispositivos electrónicos que están sustituyendo al libro.

A pesar de las evidencias que indican el aumento de los nuevos lectores que no gustan ya del libro o que lo creen innecesario, cuando no estorboso, el debate organizado por el Conaculta hace unos días resultó muy animado puesto que no todo parece tan claro, ni tan positivo, para muchos de los que estudian el tema.

Por supuesto, hay quienes hablan del asunto como si estuviéramos condenados en forma ineluctable a esta nueva realidad tecnológica que ha producido un nuevo tipo de lector. Otros más, fascinados por todas estas expectativas, ponen cirios y flores sobre el cadáver del libro. Pobre libro, era tan bonito…

En contrapartida, hay quienes se refieren al tema con total escepticismo, como si el cierre, por ejemplo, de Borders, hubiera ocurrido en otro planeta. Y cerca de estas filas se hallan los que en una especie de ludismo libresco declaran la guerra a las pantallas para exaltar la tinta, las páginas de papel y hasta sus olores.

Lo cierto es que el terreno es todavía demasiado amplio y caben muchas alternativas. Una de ellas es que aunque el libro se convirtiera en una antigualla de la noche a la mañana, quizás muchos —más de los que se cree y más allá de las supuestas determinaciones generacionales— seguiríamos prefiriendo incluso por puro sentido práctico nuestros libros. Es al menos una posibilidad. Por lo menos nadie nos lo podría impedir, menos en una época en la que parte de las nuevas tecnologías también hace posible, con la revolución en la reprografía que se vive (ediciones de unos cuantos ejemplares, reducción de costos, etc.), que el mundo editorial se ensanche.

Y así tenemos más que una paradoja: justo cuando es más fácil y barato hacer libros, muchos libros para todos los gustos y posibilidades, desde el ámbito digital se hace toda clase de preparativos para las exequias del libro.

En el Simposio que citamos, el investigador Néstor García Canclini dijo algo que es preciso tomar en cuenta en el debate sobre el futuro del libro:

“No debemos tomar posiciones ingenuas o reactivas frente a lo que aparece, pues la historia de las industrias culturales es una historia de muertes incumplidas. Muchos decían que con el cine el teatro iba a acabar, que con la televisión y el video iba a terminar el cine, y que las computadoras iban a perecer frente dispositivos como el iPod”.

Es algo con lo que coincido plenamente. Sin embargo, otra cosa será que las mismas editoriales terminen por matar al libro (algunas parecen estar empeñadas en ello), publicando toneladas de basura y/o renunciado al soporte de papel, promoviendo ellas mismas que la profecía de la lectura electrónica se haga (la única) realidad.

Para el número 500 del suplemento Campus, mi amigo Jorge Medina me invitó a reflexionar sobre estos temas. Siglo pensando, como lo hice en ese artículo, que lo más importante y de mayor trascendencia es el futuro de la lectura. Me permito citar in extenso mi conclusión de ese trabajo:

El asunto de fondo no puede ser —y no será, creo— en qué soporte material leemos, sino qué leemos y cómo somos capaces (o incapaces) de multiplicar los placeres y poderes de la lectura. Porque nunca como hoy hemos tenido oportunidad de leer toda clase de textos sobre las más diversas materias, traducciones de autores que escriben en lenguas extrañas y novedades de países lejanos sin tener que esperar años; pero también nunca como hoy la lectura es un raro disfrute, un exquisito entretenimiento que pierde terreno frente a la banalidad audiovisual.

Lo importante, pues, seguirá siendo la reivindicación que hagamos de la lectura independientemente de si las páginas de papel o de plasma privan en nuestras bibliotecas. El verdadero y único futuro del libro, pasa por el reconocimiento que podamos hacer en nuestras vidas de todos los poderes y placeres de la lectura. Hago mías las palabras de Harold Bloom y cifro en ellas todas las defensas apasionadas que hagamos hoy siempre de ese objeto precioso que es el libro:

“La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”

Quien comprenda estos valores fundamentales, intrínsecamente humanos, que justifican al libro, querrá tener uno siempre a su lado sin importar qué formato tenga.

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