sábado, 2 de julio de 2011

A sangre fría

2/JUlio/2011
Laberinto
David Toscana

Hace algunos años pasé por Kansas y aproveché la ocasión para desviar mi ruta hacia Holcomb. Siguiendo las indicaciones que da Truman Capote en la primera página de A sangre fría, llegué a la que fuera casa de los Clutter.

Hoy, me hubiera seguido de largo, pues creo que la privacidad es algo sagrado. En aquel entonces toqué la puerta. Una joven rubia me contó que los propietarios anteriores vendían suvenires del crimen, pero ellos no querían mercar con la tragedia. No pregunté qué clase de recuerdos vendían, aunque siempre se ha sabido el gusto que tienen los gringos por enaltecer las matanzas.

Apenas unos kilómetros antes, me había topado con un letrero que decía: “Bienvenidos a Goodland, lugar de la masacre Kidder”.

Cuando estuve en la universidad de Iowa, cada persona que me hablaba un poco de historia, me contaba sobre un estudiante chino que fue matando profesores y alumnos porque su calificación fue la segunda mejor. Este evento también lo relata José Donoso en Donde van a morir los elefantes.

Pero no quiero hablar de matazones sino de otra cosa.

Quise aprovechar aquel día en Kansas para releer la novela de Capote. Como Holcomb no tenía biblioteca, fui a la del pueblo vecino, el cual se llama Garden City y es también protagonista de la novela.

Ahí pude hallar todos los libros de Capote, excepto el que yo buscaba. Hablé con la bibliotecaria, y ella, como si dijese la cosa más obvia del mundo, me explicó: “Es que estás buscando en ficción”.

La idea de que A sangre fría fuese una novela de no ficción me ha hecho preguntarme si hay un modo de distinguir entre la imaginación y la realidad. La novela de Capote está llena de invención: la propia y la de la gente que entrevistó.

A partir de ahí mis dudas se multiplicaron. Puedo pasar horas haciéndome preguntas sobre lo real e imaginario, la mentira y la verdad, lo tangible e intangible. ¿Cómo se puede hablar de literatura realista cuando la palabra es una abstracción? O dicho de otro modo, ¿una suma de abstractos puede conducir al realismo?

Si Capote entrevista a los pueblerinos poco después del asesinato, es normal que le hablen maravillas de una familia apenas ordinaria. Está dando testimonio de una mentira o, al menos, de una exageración.

En su afán por hacernos sentir que en el mundo hay buenos y malos, crimen y castigo, no nos habla de la existencia torcida dentro de casa de los Clutter: el aburrido puritanismo, la mujer punto menos que insoportable, la grisura del marido, la ausencia de vida conyugal, dos hijos indistinguibles de tantos adolescentes indistinguibles.

Cualquier prieto en el arroz haría que los malos fueran menos malos y los buenos, menos buenos.

Capote se dice invisible en el texto; sin embargo opina, contradice a los personajes e incluye errores que solamente pueden ser suyos.

Con esto no quiero demeritar la novela. Es otra de las que he leído y releído y volveré a leer. Simplemente digo que A sangre fría no representa lo que dicen que representa.

Si a los amantes de las masacres les gusta la novela porque lo que se cuenta ocurrió en verdad, a otros nos puede gustar por su mera fuerza como novela. Por lo tanto, mi viaje a Kansas y mi paso por la casa de los Clutter salieron sobrando.

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