lunes, 12 de julio de 2010

La novela histórica, un género “endemoniadamente” difícil

12/Julio/2010
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Niegan ser oportunistas que se trepan al carromato de los festejos del Bicentenario al hacer novelas sobre personajes históricos. Tampoco aceptan las consideraciones de algunos detractores, muchos de ellos colegas de escritura, que aseguran que se dedican a la novela histórica “porque se les acabó la imaginación”. Eugenio Aguirre, Pedro Ángel Palou, Silvia Molina y Raquel Huerta-Nava son narradores probados en la novela histórica con una trayectoria de varios años.

Reunidos en el Museo Nacional de Arte a iniciativa de KIOSKO, los cuatro narradores conversaron sobre la novela histórica en el marco de las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, hablaron de los personajes que los seducen, su tradición literaria y éxito comercial, de la historia oficial con su mitos y errores, de lo “endemoniadamente difícil” que es “imaginarte un escena y luego hacerla creíble y verosímil”.

De cómo llegar a los héroes

Eugenio Aguirre, el narrador que ha indagado sobre Guadalupe Victoria, Leona Vicario y Gonzalo Guerrero, abordó la vida de Miguel Hidalgo en su más reciente novela histórica porque se trata de un personaje atractivo del que nunca se había visto su parte oscura y lúdica. “Había que meterle el diente a fondo porque la mayoría de los mexicanos lo desconocemos a cabalidad”, comenta.

Lo sabe Raquel Huerta-Nava, autora de El Guerrero del Alba, la biografía de Vicente Guerrero, el personaje que culminó la Independencia con Iturbide, pero que es poco conocido. Dice que el reto fue hacer “una investigación desprejuiciada”, sacar a la luz el acta de nacimiento de Guerrero y el padrón de Tixtla para demostrar que Guerrero era armero y miliciano y que cuando entró a la guerra “era capitán de la milicia provincial”.

Ahí está uno de los grandes errores de la historia, pues a Guerrero se le sigue representando vestido de civil o chinaco. “Cualquier narrador de ficción lo hubiera querido inventar, pero fue real y maravilloso, no dudo que su nieto Vicente Riva Palacio haya heredado esa veta de valiente y escritor al venir de este linaje”.

Silvia Molina hizo la biografía de Mariano Matamoros “un personaje muy olvidado por la historia, un tipazo y hombre leal, ordenado y fiel a Morelos. Descubrí que alrededor del brazo derecho de José María Morelos había grandes equivocaciones históricas y que poco se sabe que su primera acción fue ordenar el ejército independiente, por eso es el fundador del Ejército mexicano”.

Pedro Ángel Palou, autor de una trilogía sobre Cuauhtémoc, Morelos y Zapata y más recientemente de la biografía de Porfirio Díaz, dice que es fundamental el grado de empatía con el personaje en cuestión, más “no implica que los veas perfectos y que no los juzgues”.

El novelista no está obligado a “reivindicar a un personaje histórico”; nunca lo ha hecho, menos cuando se adentró en la vida de Díaz. “Me tenía que quitar muchas capas de historiografía politizada sobre su figura para poder escribir, es la única novela de las cuatro en la que el reto era escribirla en primera persona”.

Frente a la historia oficial

Aguirre afirma que la novela histórica puede cambiar la historia oficial que “se ha comportado de una forma dogmática y maniquea con verdades absolutas e intocables” donde “los buenos son muy buenos y los malos muy malos”.

Los cuatro escritores son apasionados de la novela histórica que les permite recrear una época. Descubrir por ejemplo que Hidalgo “era un hombre que vivía todo con total desenfado, le encantaban las tertulias, los toros, las peleas de gallos, tenía muchas amantes, ponía obras de teatro en sus parroquias, había traducido las obras de Racine y de Moliere y le encantaban. Esa correspondía a su época, no era la oveja negra en un rebaño de curas bien portados”, dice Aguirre.

Molina dice que en torno a Mariano Matamoros no había mitos pues “no pasó a la historia como otros”, fue un hombre que siempre le gustó estar a la sombra de Morelos, “estaba hecho para cumplir con su deber, en ese momento era arreglarle el ejército a Morelos”.

Palou asume que el novelista busca las razones de los seres humanos, no de los héroes; dice que para ellos lo importante es quitar las capas que hacen héroe a un individuo y encontrar cuáles son sus razones íntimas para la lucha.

Huerta-Nava, la única de los cuatro cuya primera profesión es la de historiadora, cuenta que la historia oficial tiene gran cantidad de errores como el abrazo de Acatempan “un invento de José María Lafragua, que está documentado y sin embargo se sigue pensando que Guerrero fue a darle un abrazo a Iturbide, eso nunca pasó”, más no hay manera de quitarlo de la cabeza de los mexicanos.

Los narradores hablaron de mitos difíciles de desarraigar, invenciones históricas hechas ex profeso para simplificar la historia. “La historia oficial me mata porque es una simplificación, una historia boba como para niños chiquitos. Todos fueron héroes, en las estampitas los ponen igualitos y es muy complicado sacar de ahí la historia de verdad”.

Las difíciles recreaciones

Hay cierto corsé histórico al que el novelista debe sujetarse. Los cuatro narradores lo saben “nos permitimos más jugar e interpolar hechos de la ficción”, dice Palou y aceptan que “los diálogos son de ficción porque nadie sabe qué decía el personaje”, eso les parece fascinante de la novela histórica contemporánea.

Para Palou la clave técnica está en que los personajes en la novela no pueden ser autoconscientes, aunque hay muchos novelistas históricos que cometen el error de detener al personaje en medio de una batalla y lo hacen preguntarse si le van a dedicar algunas páginas del libro de texto gratuito. “En la novela, el personaje histórico no puede estar consciente siquiera de que va terminar esa batalla, no sabe si va a salir vivo”.

Saben que las gestas se deben contar con el dolor, el miedo y la paranoia para que el lector imagine las balas, la pólvora, la bajada de los indígenas y los soldados, no para la reflexión histórica. “Quizás esa es la clave para quitarle esa capa de tufo de historia oficial al personaje”.

Recordaron que Carlos Montemayor contaba que cuando hizo Guerra en el paraíso la mayor parte de las escenas las inventó de lecturas de los clásicos griegos. Por eso todos los novelistas acuden al lugar de los hechos a fin de evocar lo que vieron y sintieron, aunque pasados muchos años. Molina dice es apasionante la recreación “lo más importante fue imaginar qué habrá sentido Matamoros”; Huerta-Nava afirma que fue central imaginar qué pasó en esos siete meses entre Acatempan y la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México.

Es imaginar “desde un espíritu humanista y desencriptador”, lo define Aguirre, quien reconoce que para describir las batallas le ha sido básico México a través de los siglos, coordinado por Vicente Riva Palacio, pero más aún el cine. “Debo reconocer que gran parte de mi acervo iconográfico viene del cine, he visto muchísimas películas de guerra con lo que es más o menos sencillo adivinar olores, gritos, lamentos y movimiento de los pies de los caballos; además, observo los campos, los toros bravos, cómo se mueve una yegua al brincar una zanja”.

¿Oportunismo?

Aguirre responde de inmediato. “No, porque no hay una intención de penetrar un mercado por la celebración del Bicentenario” e increpa “te recuerdo que mi primera novela histórica la publique en 1980” (Gonzalo Guerrero) a la que siguió la novela de Leona Vicario y años después Guadalupe Victoria, Isabel Moctezuma y Miguel Hidalgo.

“No puedes hablar de oportunismo… Yo no siento haberme montado en el carromato de los festejos del Bicentenario, además hay tantos personajes históricos que me atraen y de los que espero seguir escribiendo”, comenta.

A Aguirre le interesan “los héroes de segunda” que nadie pela y son ignorados. “Personajes de tal relevancia como Mariano Jiménez, cuyos restos están revueltos en esta omelette que sacaron del monumento de la Independencia, no sé para qué, si para hacer una clasificación arqueológica o llevarlos a una carnicería. Mariano Jiménez fue el gran artillero del Ejército Insurgente, el vencedor de Trujillo en la batalla de Monte de las Cruces, su cabeza fue colgada junto con la de Hidalgo, Allende y Aldama en Granaditas y sin embargo nadie sabe quién fue”.

Molina se sonroja al responder. “Yo no pero sí, o sí pero no”. Recuerda sus anteriores novelas históricas, el riguroso marco histórico que asume en todos sus libros, pero reconoce que se topó con Matamoros cuando trabajó con Rafael Tovar y de Teresa en la Comisión del Bicentenario; era la encargada de digitalizar varios fondos históricos, en uno de ellos encontró el juicio de Matamoros.

Nava-Huerta también niega ser oportunista, como historiadora está dedicada al periodo de Independencia y como novelista entregó 20 años a la vida de Vicente Guerrero. Dice que “el oportunismo es por la prisa de los festejos a nivel de las instituciones y la oficialidad, de pronto todo mundo quiere hace algo porque se acaban de dar cuenta que ya va ser septiembre. Creo que nos van a estar llamando diario a los que hemos hecho algo de la Independencia”.

Pero el más enfático es Palou. “Más que oportunismo, en este país donde todos tenemos que ver con una sospecha, deberíamos hablar de oportunidad histórica”. Recuerda que todos los países tienen su historia oficial, pues es una obligación del Estado. “Lo que pasa es que el Estado mexicano construyó una idea de identidad nacional a partir de su lectura de la historia, obviamente eso cercena; habría que decir que hay muchas historias oficiales”.

La oportunidad histórica de la que habla está “en que los mexicanos por primera vez estamos releyendo la historia” tras varios años de que fue propiedad del Estado y ahora es propiedad de la gente. “Creo que no va a haber empacho histórico después del Bicentenario, quizás va haber empacho de los fuegos fatuos, de la tontería esta de gastar 110 millones de dólares en un evento el 15 de septiembre, pero el acto del Zócalo no es mediático”. La oportunidad está en que los narradores “estamos reescribiendo la historia, nos la estamos contando”.

El género con altas ventas

Los narradores reunidos aceptan con beneplácito que sus novelas se han vendido bien, pero que las ventas no están peleadas con la calidad. Palou dice que “no es cierto que el público no produzca calidad, el público sabe elegir, es muy inteligente”. Celebra que en México se lea novela histórica porque toca personajes y pasajes que forman parte de su identidad. “A la larga se va a suplantar una historia muy simplificada oficial por una reflexión sobre la identidad, sobre las razones de los seres humanos, por qué se hacían estos ejércitos populares”.

El tema sirve a Palou para externar una opinión. Dice que Noticias del imperio, de Fernando del Paso, reclasificó la tradición y la biblioteca mexicana y sostiene que “sólo ha habido novela histórica en México” y que Pedro Páramo. de Juan Rulfo. es novela histórica. “La gran tradición desde El Periquillo Sarniento hasta lo que se escribe hoy en día, el eje troncal de la novela mexicana se llama novela histórica”, asegura.

Siempre que hay un detractor de la novela histórica o de la novela policiaca, cuestión que no es nueva en México, Palou les dice: “en última instancia la novela surgió como novela popular, si la novela no es popular no está bien hecha”.

Molina dice que hay lectores y esperan que haya más, pues “es una forma de acercarlos a la literatura y al placer de la lectura”; Huerta-Nava afirma que sí “hay lectores, se agotan los libros, todo mundo los comenta, los lee y los estudia” y Aguirre asegura que “hay un gran apetito de los lectores mexicanos por este tipo de novelas” porque no sólo se complacen en la lectura y se acercan a intentos discursivos novedosos, también aprenden de la historia de su país, “sirve para acentuar un orgullo nacional, un orgullo patrióticamente bien definido y una pertenencia a una nación y a una cultura”.

Así, los novelistas salieron del Museo Nacional de Arte con varios personajes históricos rondando su imaginación.

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