La Jornada Semanal
Carlos Oliva Mendoza
Despierto del sueño
Y tan despierto me siento
Que no es sueño lo que sueño
Evodio Escalante
Hace algunos años, 2015 en la librería del Sótano, presentaba el libro Las metáforas de la crítica.Centraba entonces mi intervención en un debate marxista entre Carlos Monsiváis y Evodio Escalante, y le daba la razón a Monsiváis. Al terminar, dijo que él le debía al autor de Días de guardar su inicio en la crítica literaria. Contó entonces que al salir de una lectura de poesía de José Joaquín Blanco, Monsiváis lo alcanzó para preguntarle si no quería escribir reseñas de libros para una revista que se leía en las peluquerías.
Narro esto porque me parece que el reconocido crítico literario puede correr el riesgo de seguir en el salón de belleza, si no ponemos atención en su trabajo como poeta y como filósofo. (Por lo demás, a veces pienso que Monsiváis estratégicamente cultivó toda una serie de espacios, como las peluquerías, donde la verdadera post-nación se oculta… por el momento.) Pero aquí no abordaré el tema de la poesía, sino el oficio de filósofo, no sin antes hacer pública una hipótesis de trayecto y el señalamiento de algunos atajos que, por ahora, no seguiré.
En 1979 Evodio Escalante publica, a los treinta y tres años, su libro José Revueltas, una literatura del “lado moridor”, posteriormente se editan ocho textos entre 1982, Tercero en discordia, el primero, hasta el ya citado Las metáforas de la crítica, en 1998. Si bien este último texto y el anterior, La espuma del cazador, incluyen aspectos netamente filosóficos, es el siguiente libro, José Gorostiza entre la redención y la catástrofe, publicado en 2001, el que marca el despliegue de un segundo momento filosófico en su obra. Este segundo momento es un estudio en profundidad, a partir de la poesía mexicana, sobre ontología y metafísica.
La hipótesis es la siguiente: en Evodio Escalante hay dos improntas filosóficas relevantes, fundantes y fundamentales para la filosofía mexicana. Una, es un trabajo sin igual, como he dicho, de ontología y metafísica desde la poesía mexicana. Los libros que habrá que estudiar para fijar esa relación particular entre poesía, metafísica y ontología en el español de México son los siguientes: Elevación y caída del estridentismo; La vanguardia extraviada. El poeticismo en la obra de Enrique González Rojo; Eduardo Lizalde y Marco Antonio Montes de Oca; Metafísica y delirio. El canto a un dios mineral de Jorge Cuesta; Las sendas perdidas de Octavio Paz; Cinco cumbres de la poesía mexicana, más su texto ya mencionado sobre Gorostiza y su trabajo, de 1995, sobre Alí Chumacero; sin olvidar lo que quizá será la pieza fundamental, su trabajo en preparación sobre Sor Juana Inés de la Cruz.
La otra impronta relevante para la filosofía mexicana es una obra crítica, de carácter marxista, sobre el capitalismo de las últimas décadas del siglo xx. Mi objetivo es trabajar, analizar, sistematizar y, ojalá en el futuro, enseñar y desarrollar esas vetas. Aquí sólo hablaré brevemente de la segunda, aquella que de forma acabada, contundente y posteriormente abandonada está contenida en ese libro ejemplar: José Revueltas. Una literatura del “lado moridor”.
El realismo según Escalante
Quiero hacer –disculpas nuevamente– otra hipótesis de lectura. En torno al trabajo de Evodio Escalante hay tres personajes importantes con los que ha dialogado y/o directamente trabajado: Jorge Aguilar Mora, Bolívar Echeverría y José Revueltas. Simplemente quiero aventurar una idea: junto a Escalante, estos tres personajes son y serán centrales para la configuración de una parte muy importante de la filosofía mexicana. Un trabajo sistemático sobre las líneas que han abierto estos cuatro pensadores, al que yo sumaría la figura de Monsiváis, más allá de la priista división mexicana entre la academia y la República de las Letras, está por hacerse y sumar a una serie de voces que hace tiempo navegan tanto en la academia como en la vida pública, hacia fugas y espacios que ya constituyen atisbos de aquello que vendrá, necesariamente, ante la radical crisis del Estado, la Nación y el Capital.
Ahora sí entro en materia. Quiero plantear algunas ideas que se desprenden del trabajo de Escalante sobre Revueltas y que, considero, se pueden independizar para operar en el corpus del marxismo y, específicamente, en la historia de la filosofía mexicana.
Escalante ha planteado una idea sui generis de lo que es el realismo. Desde hace algunas décadas, sobre todo a partir de la revaloración de todos los formalismos rusos, desde las vanguardias pictóricas y musicales hasta el importante trabajo de la cinematografía de Eisenstein, ha quedado clara la relevancia del realismo dentro de la estética del siglo xx. El realismo, como ya lo indicara Engels, es una tendencia, concreta y materializada, que se toma, por su fuerza y despliegue técnico y moral, para dibujar una realidad toda. Esta forma de representación, que surge del conflicto y el enfrentamiento, generalmente de clase, pero que puede operar en el enfrentamiento racial o de género, tiene la desventaja de estancarse, volverse dogmática y desgastar su potencia de representación. Este es básicamente el problema que tiene una representación realista cuando es tomada como bandera desde el Estado. Sin embargo, pese a su recurrente fracaso, la recuperación histórica de los diversos realismos nos ha mostrado su vigencia en determinado momento, como una tendencia moral y social que operó en ciertos hechos de una historia y que se concretó como la tendencia de una realidad.
A partir del estudio de la obra de José Revueltas, Escalante detecta un realismo aún más potente, que no sólo funciona exteriormente como tendencia y estilo, sino un realismo de carácter propiamente filosófico, que intenta captar un movimiento interno de la realidad que se encuentra en “trance de extinción”, “en franco camino a desaparecer y convertirse en otra cosa”.
Más aún, Escalante se pregunta de dónde vienen los datos o límites de esa configuración en trance. Si la respuesta clásica del marxismo es que viene de los explotados, que configuran esa condición en un hecho moral, ya en 1979 el filósofo señalaba que ese límite modal está dado por la misma realidad, no por un hecho subjetivo. Esta idea no tuvo, hasta donde sé, un desarrollo en la ensayística o teoría del poeta, pero es una idea que encuentra ya un desarrollo pleno y sofisticado en el marxismo contemporáneo: el límite
y la forma de la realidad, en el capital, está dada por las tensiones materiales y prácticas que damos a las mercancías, único lugar donde, como una acción, acontece nuestro trato con las formas naturales que encierran formas de intercambio que no se sujetan a los sistemas de acumulación de dinero o crédito. Así pues, la tendencia de la realidad en el capitalismo no es simplemente acumulativa; como lo muestra la naturaleza o la animalidad, la realidad también es fugaz, evanescente.
y la forma de la realidad, en el capital, está dada por las tensiones materiales y prácticas que damos a las mercancías, único lugar donde, como una acción, acontece nuestro trato con las formas naturales que encierran formas de intercambio que no se sujetan a los sistemas de acumulación de dinero o crédito. Así pues, la tendencia de la realidad en el capitalismo no es simplemente acumulativa; como lo muestra la naturaleza o la animalidad, la realidad también es fugaz, evanescente.
Tras esta idea no sólo se encuentra la poderosa y vigente tesis marxiana de la espectralidad social dentro del capital, sino que se atisba, de manera clara, la permanencia positiva de los usos y la materia dentro de nuestra socialidad. En ese contexto quisiera remitir a una idea muy fina, de corte marxista, que sostiene Escalante:
El sistema, en cuanto conjunto orgánico, puede ser, y es, bastante reaccionario, pero el método –sostiene Engels– está llamado a ponerlo todo de cabeza. Por ello, “la tesis de que todo lo racional es real se resuelve, siguiendo las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer”.
La dialéctica de la degradación
Aquí el asunto toma otro cariz. Desde esta lectura, el marxismo vuelve a operar como una metodología frente al sistema absoluto del capital, no como una práctica espontánea. Este es uno de los puntos más complejos y actuales dentro del debate marxista. ¿Es el marxismo un corpus metodológico de acción o, por el contrario, es una lectura teórica de la realidad que sólo constata, de forma crítica y autocrítica, los movimientos espontáneos de la naturaleza y de lo humano? ¿O, acaso, puede planearse en otros términos el problema? Yo tengo una lectura sobre este punto específico pero no es importante ahora. Importante es seguir el desenvolvimiento de un marxismo que, junto al de Revueltas, ha sido obviado dentro del debate teórico mexicano y que hoy tiene una vigencia sorprendente.
Escalante, pues, trabaja con base en la primera idea. La realidad, que ha indicado su constitución, justo más allá de una tendencia y un estilo, se articularía en una dialéctica de la degradación, no de forma espontánea, sino metodológicamente. La tesis tiene como sustento el pleno despliegue del capital, un curso del mundo que se manifiesta como un curso de acumulación de capitales. Escribe el filósofo: “Puesto que la lógica del mundo es una lógica de acumulación […] cada descenso, cada grado que se suma en la tabla de la degradación, es al mismo tiempo una manifestación de fuerza, y no puede entenderse sólo como decadencia o empozamiento en el infierno. Es también […] un paso adelante hacia el rebasamiento de este infierno.”
¿Cómo opera esa dialéctica no decadentista sino de degradaciones en el espacio del capital? ¿Cómo gira y se comporta el ser humano para intentar rebasar el infierno de la propia acumulación de capitales? La idea que percibo es la siguiente: el topos del capital, que yo imagino como una mónada, es para Escalante semejante al de una máquina autónoma y suficiente. Permanentemente realizamos un trabajo concreto de lectura frente a esa máquina, de desciframiento y, trágicamente, contribuimos por acumulación a un mismo efecto. Por ejemplo, en el caso del artefacto literario revueltiano, “la unidad de la máquina es de lenguaje”, nos dice Escalante, y ahí los “racimos, las acumulaciones del significante, cargado de adjetivos y asperezas –a veces ‘mal’ empleados desde la perspectiva de la corrección académica– y materiales de semidesecho, rebabas, excrecencias” operan para “potenciar la materialidad opresiva” y “cerrada del significante”. Ejemplarmente en Revueltas, este aparato se cierra, en franca resistencia a la forma de circulación mediática y mercantil de los espacios del capital. Sin embargo, siempre hay una manera, una clave para normalizar los racimos, las asperezas, los semidesechos, las rebabas, las excrecencias. Siempre hay una nueva mercancía que reconfigura la anterior y, a la vez, la condena al olvido. Esta cadena de mercancías logra la síntesis y el resumen del proceso de pauperización, de empobrecimiento de lo humano y lo natural. Ahí Revueltas, similar por ejemplo a Chaplin, se niega a entregarnos la fábrica de los sueños edípicos del capital e insiste en mostrar al capital como lo que es, la fábrica a secas, el carajo, la repetición violenta y psicótica que conlleva acumular dinero, dinero y más y más dinero.
El capitalismo y su lado moridor
En ese escenario, es complejo pensar que nuestros usos y prácticas puedan reconectarnos con formas naturales no mercantiles. Sin embargo, Evodio Escalante, hace más de cuarenta años, y siguiendo las lecturas de Deleuze y Guattari, ya señalaba que en ese escenario se da un flujo revolucionario que oscila entre un lenguaje obsesivo (paranoide) y uno fugado (esquizoide). Serían dos los momentos clave de ese flujo, el ejercicio de desterritorializción y el de despersonalización.
En el centro, propiamente, está el hecho de desterritorialización. Es un flanco incandescente y de riesgo total. Parte de un reconocimiento tendiente a morir o a cazar ese lado degradado y de muerte que entraña el proyecto moderno del capitalismo. Es buscarle al capitalismo, en todos los sentidos, el lado moridor. Debe ser una experiencia vecina a la que padece la o el migrante, la o el desplazado, el campesino y la campesina sin tierra o el ser transgenérico. Esos nuevos monstruos mestizos tienen en principio un horizonte de muerte en el capital. En ellos y en ellas la desterritorialización es permanente constatación material de la extinción y de la ausencia de un origen. Se reinventan y representan en esa cuerda floja que tiende la folía y la hibris –la locura y la desmesura– del capital.
El momento periférico, por el contrario, es la despersonalización. Escribe Escalante:
Si ha de aceptarse, con Lacan, que la estructura de la personalidad es una estructura paranoide en lo esencial, entonces habrá de admitirse que la primera propiedad de los flujos divergentes es la de iniciar (en el sujeto) procesos de despersonalización: una lucha de flujos por rebasar o romper esquemas corporales e ideológicos que contribuyen a la preservación, desde los dominios de la estructura psíquica, de las relaciones de producción y los aparatos de dominio existentes en la sociedad.
Esto es fundamental y paradigmático, por ejemplo, en las luchas feministas del siglo xxi.
Así, pues, esas dos estructuras, de riesgo, audacia, pero también de daño, configurarían un flujo revolucionario y en tensión dentro del capital. Estos días, cuando el capitalismo muestra toda la envergadura de su crisis, tanto civilizatoria como ecológica, son un buen momento para regresar a ese pensamiento a la intemperie que tiene su obra fundamental en El capital, de Marx y que encuentra en la obra de Evodio Escalante a un ahora lejano marxista, que ha sido increíblemente sofisticado y radical dentro del pensamiento y la filosofía mexicana
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