Laberinto
Armando González Torres
¿Por qué, fuera del elogio inercial de Los recuerdos del porvenir, la obra de Elena Garro resulta tan poco conocida y difícilmente asequible? Me imagino que la deslumbrante presencia de su primera novela no logró revertir el efecto adverso de un temperamento indómito y desafiante, que tan mal se llevó con la promoción literaria. Acaso sus equívocos políticos y sus conflictos públicos y privados le cerraron la vía, estrechamente ligada, de la sociabilidad y el reconocimiento literario, condenándola a una inmerecida penumbra. Dado el escaso eco que tuvo la producción ulterior a su obra más famosa, tendería a pensarse que su escritura fue un fenómeno de juventud. Por eso, a primera vista parecería sorprender la prolijidad y calidad de la Antología de Elena Garro, que publicó Cal y Arena, con esmerada selección y prólogo de Geney Beltrán Félix. Esta muestra, que consta de cinco obras de teatro, una docena de cuentos, una novela y tres novelas cortas, constituye un auténtico rescate y brinda elementos para justipreciar una obra marcada por el prejuicio. La antología hace evidente que, pese a sus crecientes excentricidades y fallas de juicio, la escritora mantuvo una actividad febril y conservó en su madurez el dominio de la arquitectura narrativa, el manejo maestro de las situaciones dramáticas, aun las más delirantes, y, sobre todo, una intensa dicción poética. Por lo demás, no se me ocurre otra autora mexicana que haya concebido (y acaso experimentado) una visión tan pesimista de las relaciones humanas y explorado tan hondamente el precepto sartreano de “el infierno son los otros”.
En particular, en su obra la relación de pareja parece ser un túnel sin salida, en el que la agresión, la violencia sin sentido, la traición y la degradación recuperan su halo trágico y se revelan como actos morales llenos, en ocasiones, de grandiosidad y misterio (como en Isabel que, en Los recuerdos del porvenir, se petrifica de amor por el victimario de su estirpe). Así, en esta obra llena de persecuciones, fugas, confabulaciones y revoluciones, piénsese en Andamos huyendo Lola o en la tan apasionante como enrarecida Reencuentro de personajes: se muestra la fecunda conversión de la paranoia personal en un arte. Por supuesto, muchas de sus libros padecen descuidos, las situaciones se reiteran, los personajes se multiplican sin ton ni son; sin embargo, aun en sus páginas más fallidas, hay un rastro de genial desvarío inédito en la literatura mexicana.
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