Laberinto
Ana Clavel
Las palabras se me hacen nudo en la página. Uno cree que sus mayores estarán ahí siempre. Me decido, no me decido a echar mano de momentos compartidos. Encuentro un ejemplar de La Jornada Semanal del 24 de marzo de 1991. Ahí aparece una entrevista que le hice a Guillermo Samperio, en la que se pintaba a sí mismo, a un tiempo serio, al otro burlón, enfundado en su saco de pana y una corbata de seda elegantísima, el cabello impecablemente peinado: “En el 68 era yo dibujante y diseñador técnico-industrial, oía a Jimmi Hendrix, a Bartók; me gustaba mucho la pintura de Antoni Tàpies; leía a los escritores norteamericanos Truman Capote, Faulkner; leía filosofía, economía política; erahippie, escribía, tenía una familia, hacía política, dormía poco. Ahora, hago ejercicio, estoy distante del alcohol, intento estar abierto a los aspectos vitales del mundo. Me encanta bailar —tropical, soy muy bueno—. Me apasionan el cine y ciertos filósofos (María Zambrano, Heidegger, Bachelard). En música, desde Mozart y Beethoven hasta Los Caifanes, Sting, Rubén Blades, Ana Gabriel y Acerina. Me catalogo ecléctico”. Acababa de salir publicada su Antología personal en la Universidad Veracruzana. El volumen era uno de los ajustes de cuentas que su autor realizaba, de tanto en tanto, con sus textos y libros publicados e inéditos en un permanente monólogo del cuentista inconforme.
Conocí a Guillermo Samperio en los años ochenta. Primero como joven y ya laureado cuentista a través del volumen Miedo ambiente (Premio Casa de las Américas 1977), poco después como coordinador del taller de Narrativa de las becas INBA Fonapas en 1982. Recuerdo que era muy críptico en sus comentarios hacia mis cuentos pero al final de la beca me pidió que armara un libro y cuando se lo entregué, lo propuso él mismo a una colección que por entonces empezaría a publicar a autores noveles, Letras Nuevas de la SEP, donde más tarde publicarían Rosa Beltrán, Francisco Segovia, Mónica Lavín, Pablo Soler Frost, Malva Flores, entre otros, sus primeros libros. Es decir, que por su intermediación y generosidad publiqué mi primer libro de cuentos: Fuera de escena(1984). Es decir, que a la par de su propia labor creativa, Samperio fue siempre un encaminador de escritores incipientes como lo atestiguarán también los numerosos alumnos de sus talleres, o ese volumen de consejos para los que se inician: Cómo se escribe un cuento. 500 tips para nuevos cuentistas del siglo XXI (Berenice, 2008).
Hurgo en mis papeles y libros conminada a este inesperado y veloz recuento. En la primera página de su Manifiesto de amor (Ediciones del Tucán de Virginia) encuentro estas líneas en tinta azul fuente: “Para Ana esta temprana prosa que no reposa porque viene de los sueños de un amante de la vigilia; con mi amistad: Samperio, 18-sep-‘80”. Tengo otros libros dedicados por él como el libro de poemas De este lado y del otro(colección Luna Hiena de la Universidad Veracruzana, 1982) en el que aparece un epígrafe de Juan Gabriel: “Tú ponte en mi lugar, a ver qué harías/ La diferencia entre tú y yo sería, corazón,/ que yo en tu lugar… sí te amaría”. En los tempranos años ochenta el famoso cantautor no era nada bien visto por la alta cultura, así que para mí fue muy significativo que Samperio utilizara una de sus letras para preceder las suyas. Es decir, que Guillermo abrevaba de toda fuente de vitalidad posible, sin prejuicios ni inhibiciones. Si en un principio, como él mismo me reveló alguna vez, trabajaba sus textos a partir de una suerte de “teoría de las miserias”, después descubriría que valía la pena dirigir sus impulsos creativos hacia un lado imaginario, lúdico, gozoso de la existencia. Ahí están para constatar ese itinerario con el lenguaje y la vida, entre mis más preferidos, “Cuando el tacto toma la palabra”, “La señorita Green”, “Sencilla mujer de mediodía” y muchas de sus minificciones como “Tiempo libre”, “El hombre de negro” o “Mujer con ciruela”.
He hablado de la generosidad de Samperio pero no recordaba esta otra muestra: revisando mis archivos encuentro una reseña suya, aparecida en la revista Siempre! el 31 de enero de 2001. Ahí saludaba mi primera novela: “Cuando leemos Los deseos y su sombra, en más de una ocasión pensamos en una Alicia-Lolita atrapada entre el País de las Maravillas y el mundo cotidiano”. No creo haberle agradecido la larga y entusiasta nota porque entre nosotros no mediaban esas lisonjas. Cuando nos encontrábamos, nos abrazábamos, intercambiábamos lecturas y chismes del medio, me contaba sobre sus más recientes conquistas o desamores. Hasta que el azar volvía a reunirnos como cuando presenté su hermosa antología Cuando el tacto toma la palabra. Cuentos, 1974-1999, publicada por el Fondo de Cultura Económica; o la vez que lo encontré en Casa Refugio Citlaltépetl, donde daba un taller de Narrativa, por ahí de 2006, y me llevé un tremendo susto al verlo con la cara inflamada, llena de moretones verde-violáceos, y un brazo en cabestrillo. Me contó que habían intentado asaltarlo y él opuso resistencia. Desde entonces, cada vez que lo encontraba, me parecía que su aspecto físico se regía según una estética extravagante, o que se había transformado en un personaje burlón de las buenas apariencias, lleno de tatuajes, sortijas y aros, tintes de pelo color zanahoria. Pero de igual manera seguía siendo adorable.
Cuando lo invité a presentar la antología Yo es otr@. Cuentos narrados desde otro sexo(Cal y Arena, 2010), en la que había incluido su texto “La desgracia” (donde Samperio da voz a una tierna Lolita que, contra toda corrección política, lamenta la huida de su captor: un trabajador de limpieza del colegio al que asiste la pequeña y que la ha seducido como un lobo dulce y delicado), algunos de los asistentes en esa sesión de la FIL Guadalajara, que conocían al Samperio de sus años mozos y formales, llegaron a creer que Guillermo se había disfrazado ex profeso por el tema de la antología. Mayor estruendo llegó a generar el texto que leyó para la ocasión: “The importance of being a Drag”. Nos hizo reír mucho con un sentido del humor extraño y su idea de que Tiresias, Sor Juana y Oscar Wilde habían sido travestis literarios. No sé por qué pero recordé la golpiza que le habían propinado y que quizá desde entonces el Samperio elegante y formal se había difuminado tras una sonrisa a lo gato de Cheshire. Pero igualmente cálida y amorosa era esa sonrisa. Ahora la recuerdo y regreso a los nudos del principio. Y no puedo evitar pensar: maestro, amigo, cómplice piantado... Cómo te voy a extrañar, Guillom. La importancia de ser Guillermo Samperio, más acá del cuentista afamado, de su imaginación desbordante, su estilo perfeccionista y perfecto, su sensibilidad de cien ojos y cien tactos, puente entre los maestros del género en el siglo XX y los hacedores del nuevo milenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario