Jornada Semanal
Evodio Escalante
I
En 1929, el año en que Luis Buñuel y Salvador Dalí filman y estrenan Un perro andaluz,
Federico García Lorca –quien había convivido con ellos unos años antes
en la Residencia de Estudiantes, en Madrid– visita por primera vez la
ciudad de Nueva York. La experiencia de la Babel de Hierro equivale a
una catatonia transformadora: ahí escribe el que es sin duda su más
poderoso libro de poemas, y también el más vanguardista: Poeta en Nueva York.
Lo angustian y lo maravillan a la vez los enormes rascacielos y la
geometría implacable de las máquinas, que someten y trituran al hombre
sin ninguna conmiseración. Toma clases de inglés en la Universidad de
Columbia pero lo que deja una huella profunda en él es la experiencia
inesperada del crack. La primera gran crisis del capitalismo
mundial sorprende a propios y extraños: de un día para otro pérdidas
billonarias y miles de hombres desesperados; algunos de ellos se tiran
desde lo alto de los edificios para suicidarse. Las acciones, de un día
para otro, valen menos que el papel en que están impresas; los ahorros
acumulados durante años se convierten en polvo.
La experiencia de Nueva York radicaliza la posición
anticapitalista del poeta andaluz. Lo expresa tal cual en un comentario a
su propia poesía: “Lo impresionante, por frío, por cruel, es Wall
Street. Llega el oro en ríos de todas partes de la Tierra y la muerte
llega con él. En ningún sitio se siente como ahí la ausencia del espíritu; manadas de hombres que no pueden pasar del tres y manadas
de hombres que no pueden pasar del seis, desprecio de la ciencia pura y
valor demoniaco del presente.” Como contraparte: Harlem. El barrio de
los negros lo fascina y le contagia su ritmo de jazz.
Gracias a la intermediación del pintor Gabriel García Maroto, se hace amigo de Antonieta Rivas Mercado quien lo describe como un ser angélico, preocupado por
la pureza y por Dios, y a la vez como un chiquillo malcriado que se
vuelve respondón cuando algo no le simpatiza o le gusta. No me parece
desdeñable este retrato del poeta. Rivas Mercado lo ve así: “Un extraño
muchacho de andar pesado y suelto, como si le pesaran las piernas de la
rodilla abajo –de cara de niño, redonda, rosada, de ojos oscuros, de voz
grata.” En más de una ocasión, se habrían reunido en tertulia en casa
del pintor Emilio Amero. Ahí García Lorca les leyó algunas de sus obras
teatrales, les recitó sus poemas más recientes y les cantó “canciones de toda España.” Antonieta Rivas está impresionada y asegura que hará la traducción de los dramas de Lorca al inglés y que intentará que se monten en Estados Unidos. Le desgrana este elogio: “Sé que como contribución al teatro moderno es lo más importante que se ha escrito.”
Después de esta estancia de ocho meses en Nueva York,
García Lorca se traslada por tren a Miami y de ahí se embarca a la isla
de Cuba, donde impartirá una serie de conferencias y donde hará
numerosos amigos. Ahí conoce a la escritora Nelly Campobello, quien
habría de publicar un año después (gracias al apoyo de Germán List
Arzubide) los emblemáticos relatos de Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México. Para ese entonces, Nelly es ya la autora de un libro de poemas, Yo, por Francisca (1928). Un periodista cubano, José Antonio Fernández de Castro, le da a conocer el libro a García Lorca y éste expresa sus deseos de conocerla. Lo único recuperable de este encuentro en La Habana lo
debemos a este breve retrato de la propia Campobello: “Pude ver a
Federico sin apartar mi mirada de él. Sus cejas eran, o me parecieron,
enormes, su cara ancha, sus ojos de moro, bellísima su frente; su boca
traslucía signos amargos de tragedia constante.”
Me impresiona la frase final. Varios testimonios indican, en efecto, que García Lorca había salido de España aquejado de una severa depresión debido a sus conflictos existenciales. Entre ellos, el severo maltrato que supuestamente le habrían infligido sus amigos al burlarse de él en Un perro andaluz. ¿Perduraban incluso en La Habana?
También en esta ciudad se hace amigo de Luis Cardoza y Aragón. El río. Novelas de caballería,
contiene amplios pasajes y emocionados testimonios de esta breve
amistad. Se habrían vuelto tan íntimos, que conciben un par de proyectos
literarios. Adaptación del Génesis para music hall y Elogio de la embriaguez
serían los títulos de estos textos de los que Cardoza sostiene que se
quedaron en “esquemas”. Borradores muy primarios, al parecer, que no
contendrían sino una sarta de blasfemias carentes de ingenio. Cardoza
informa que él acabó rompiendo esos apuntes. Con todo, se da tiempo para
darnos a conocer un resumen del plot. Transcribo su descripción: “El Padre Eterno, un niño vestido de marinero, con
falsas barbas venerables y un bastoncito de junco, como el de Chaplin.
La escena en la oscuridad, un largo monólogo del niño en el caos. El
mundo nacía del Padre Eterno sodomizado por el Diablo; Adán se
suicidaba, harto de Eva y de la vida, de un tiro en cierta parte en que
no deja cicatriz la herida.”
I I
García Lorca se embarcará para España el 12 de
junio de 1930. Años después, a finales de 1933, cuando conoce en Buenos
Aires a Salvador Novo, García Lorca se quejará de que estando tan cerca
de México nadie lo habría convidado a visitar nuestro país. “Nadie me
invitó. Yo habría volado hacia allá.” Información que proporciona el
mismo Novo desmiente este decir del poeta: “Hace tiempo, cuando estuvo
en La Habana, Genaro Estrada se encargó por todos de cablegrafiarle
invitándolo a venir a México, y no supimos más de él sino que era amigo
de nuestra infortunada Antonieta Rivas.”
La reunión de García Lorca con Salvador Novo parece
tramada en el cielo. Se vuelven amigos inseparables y se tratan como si
lo hubieran sido toda la vida. Se especula acerca de un click
amoroso entre ambos. Como testimonio de ello queda el “Romance de
Angelillo y Adela”, que el propio Novo habría publicado en 1934. El
Angelillo es García Lorca, y Adela, la famosa “Adelita” mexicana, es por
supuesto Novo. Vale la pena citar algunos de estos versos por el
retrato anímico que contienen: “Él se llamaba Angelillo/ –ella se
llamaba Adela–,/ él andaluz y torero/ –ella de carne morena–,/ él escapó
de su casa/ por seguir vida torera;/ mancebo que huye de España,/ mozo
que a sus padres deja,/ sufre penas y trabajos/ y se halla solo en América.” La fusión
amorosa entre los personajes quedaría patente en la siguiente cuarteta:
“Porque la Virgen dispuso/ que se juntaran sus penas/ para que de nuevo
el mundo/ entre sus bocas naciera…” Por cierto, y como cosa curiosa,
Novo le habría contado a García Lorca que la canción que se habría
vuelto una suerte de himno de la Revolución mexicana estaba inspirada en
una sirvienta del mismo nombre, de labios hinchados y que trabajaba
en esos tiempos en su casa ubicada en Torreón. De la identificación de
Novo con las sirvientas hay otro antecedente: su poema “Epifania”,
publicado en Espejo. Poemas antiguos (1933).
Novo queda al parecer “prendado” de García Lorca. Le escribe al menos un par de veces. En una de ellas, para reiterarle su invitación de que venga a México a pasar
unas vacaciones. “Y no olvides que has contraído el compromiso gitano
de ir a México ahora que vayas a Nueva York. La casa de mi madre es
amplia y tranquila y tuya; la casa de Adela es pequeña y tormentosa y
tuya: tú elegirás en cuál vivir.” A finales de 1934 las cosas cambian
para Salvador Novo. El ascenso al poder del general Lázaro Cárdenas
representa la antípoda de sus aspiraciones. Su crítica al régimen
cardenista se transparenta en los poemas, todos ellos mediocres, hay que
decirlo, que se contienen en Poemas proletarios (1934).
Novo queda “liberado” de la burocracia estatal y planea seriamente salir del país.
Esto queda patente en una carta final a García Lorca
de enero de 1935. Transcribo las partes medulares que son también, hay
que decirlo, las que contienen más melodrama (hay, incluso, una amenaza
de suicidio):
Querido Federico: La vida en México se ha vuelto insoportable para mí. Es indispensable e inaplazable que me marche […] Mi deseo de ir a España se agrava y me obsesiona. ¿Crees tú que podría ganarme allá la vida –una mediana vida? Puedo dirigir ediciones, traducir libros, enseñar inglés –en último caso escribir en los diarios o corregir pruebas en una imprenta. No sé realmente qué puedo hacer, pero alguna aptitud tendré. No puedo vivir más en México y ningún país me atrae como ése mío.
Me dicen que podría vivir –modestamente, claro, con
quinientas pesetas al mes. ¿Es esto cierto? En ese caso, puedo llevar
conmigo unas cinco mil –¡está ahora tan cara con respecto a nuestra
pobre moneda!– para vivir diez meses. Si al cabo de ellos no he
encontrado modo de ganarme la vida, ¿qué cuesta arrebatármela? […] No
sabes cuánto amo a México, a este México que ha caído en las peores
horribles manos. Sufro mucho, Federico.
[…] Partiré en cuanto tenga tu respuesta. Te imploro que me contestes. Puedo salir enseguida.
Te abraza tu atribuladela,
Salvador.
Se desconoce si García Lorca contestó este
mensaje de su “Adelita” mexicana. El hecho es que no se volverían a ver
nunca. El historiador y crítico literario Jame Valender concluye que “el
encuentro entre Novo y Lorca no dejó, en ninguno de los dos poetas,
ninguna huella literaria importante.” Aunque esta conclusión parece
inobjetable, sobre todo si se piensa en el terreno convencional de las
llamadas “influencias literarias”, sí habría que decir que el Novo más
experimental y desafiante, aquel que se sumerge en los terrenos de la
libre asociación, con juegos paronomásicos delirantes y con una mezcla
de lenguas en las que intervienen el inglés, el francés, el alemán y
hasta el latín, tal y como consta en los poemas de Never ever
(1935), podría ser un resultad indirecto de su contacto. Novo, en dado
caso, no abrazaría la tendencia surrealizante y de origen francés
practicada por Lorca, pero sí ahondaría como nunca en los terrenos de la
vanguardia angloamericana en la que siempre abrevó. La parodia de las
historias bíblicas, que Lorca habría intentado en compañía de Cardoza y
Aragón, reaparece por cierto en algunos pasajes de este libro de Novo.
Falta decir que en la bibliografía de García Lorca nuestro país tiene un papel de excepción. Aquí en México, la Editorial Alcancía publica en 1933 la Oda a Walt Whitman; la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (lear) da a conocer en 1936 una Breve antología del autor, y la Editorial Séneca que dirigía José Bergamín publica en 1940 la primera edición mundial de Poeta en Nueva York, con dibujos del mismo García Lorca.
Si no hay influencia de Lorca en Novo, sí se la
detecta en otro poeta mexicano muy destacado: Efraín Huerta. Podría
suponerse que las contundentes alusiones a los homosexuales que aparecen
en la “Declaración de odio”, de Huerta (“Te declaramos nuestro odio,
magnífica ciudad./ A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,/ a tus
chicas de aire, caramelos y films americanos,/ a tus juventudes ice cream
rellenas de basura,/ a tus desenfrenados maricones que devastan/ las
escuelas, la Plaza Garibaldi…”) derivan en lo medular del desparpajo con
que García Lorca se dirige a los maricones
en su “Oda a Walt Whitman”. Más allá de este dato, que por supuesto
admite controversia, Efraín Huerta parece rendir un constante homenaje
al poeta andaluz, ya con epígrafes, ya componiendo todo un poema en su
honor.
No podría terminar esta evocación sin transcribir la
estrofa final de la “Presencia de Federico García Lorca” que trama
Efraín Huerta tan pronto se entera del asesinato del escritor. Dice así:
Estoy en un crepúsculo de la ciudad de Mérida
viéndote navegar gritando al mundo
la verdad de los crímenes de aquellos
que quisieran hacer trizas la estrella
que tuviste en la frente con tu Muerte:
estrella roja y pura como nube quemada,
estrella del presente y el futuro
con la que tú caminas, joven del infinito,
aliento superior de la España que sangra,
recio vino andaluz, rey jazmín de Granada,
hermano del crepúsculo que sufro sollozando,
nervios de golondrina, huesos del Tiempo,
maciza alma de niebla, Federico García.
16 de octubre de 1936 •
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