jueves, 29 de noviembre de 2012

Rulfo y el paisaje mexicano

29/Noviembre/2012
El Universal
Roberto Gutiérrez Alcalá


Como parte del coloquio “Modernidad y Naturaleza”, organizado por el Seminario Universitario de la Modernidad y las facultades de Ciencias (FC) y de Filosofía y Letras (FFL) de la Universidad Nacional, se llevó a cabo, en el Auditorio Alberto Barajas Celis de la FC, la mesa ”Juan Rulfo: al filo de la naturaleza”.
En ella participaron los escritores Christopher Domínguez y Juan Villoro, así como los académicos Raquel Serur y Francisco Mancera (ambos de la FFL).
Durante su intervención, titulada “El paisaje en la crítica literaria desde los Árcades hasta Juan Rulfo”, Christopher Domínguez expuso que, durante buena parte del siglo XIX y XX, la literatura mexicana se volvió rural y, de esta manera, desarrolló un personaje protagónico: el campesino, que fue “a la vez padre e hijo del mexicano en general”.
Sin embargo, el campo de los poetas de la Arcadia mexicana de principios del siglo XIX se caracterizaba, sobre todo, por la presencia de una naturaleza antinatural, podada, “quizás un poco japonesa, absolutamente funcional y cómoda”.
A partir de esto, Domínguez se preguntó cómo es que se fue metiendo poco a poco la Historia (con mayúscula) en este mundo ingenuo, hasta llegar a la Comala de Rulfo, “un sitio más propio de un fiordo nórdico que de los Altos de Jalisco, siempre oscuro, bajo una noche eterna, convenientemente habitado por fantasmas”.
“He llegado a la conclusión –dijo– de que la serpiente del mundo de Rulfo, autor de la prosa más hermosa y dramática que se haya escrito en México y en cualquier espacio de la literatura en español, entró en esta Arcadia de 1800 gracias a José Joaquín Fernández de Lizardi... La inyección de realidad que Fernández de Lizardi le aplicó al mundo higiénico, aséptico, limitado, perfecto de la Arcadia mexicana no puede sino suscitar más que la simpatía de los lectores. Él nos confronta con el lenguaje popular, con el compromiso político.”
En su oportunidad, Villoro afirmó que el gran desafío narrativo del autor de El llano en llamas y Pedro Páramo es inventar un mundo propio que tiene la característica de reflejar, de manera excepcional, el nuestro.
“Nunca un campesino mexicano ha hablado como un personaje de Juan Rulfo, pero nunca un campesino mexicano ha sonado tan genuino como los personajes de Juan Rulfo. Esta paradójica intención de la naturalidad es uno de los grandes hallazgos en la obra literaria del escritor jalisciense, nacido en 1917.”
A continuación, Villoro se refirió a la construcción imaginaria de la naturaleza emprendida por Rulfo, que pasa por el paisaje mexicano que él conoció como ningún otro escritor de su generación.
“Pero lo que Juan Rulfo hizo como narrador fue trascender eso para crear un paisaje de su invención que en buena medida es una crítica de la naturaleza: es un paisaje agreste, que no necesariamente representa lo que él vivió en Sayula, en Zapotlán El Grande, en San Gabriel, Jalisco, los lugares en los que creció; en realidad, se trata de una construcción escenográfica para situar a sus personajes”, señaló.
Villoro dijo que es muy importante que ese paisaje sea un sitio desértico, porque ahí todo ocurre por excepción.
“El brote de una planta es un milagro, el encuentro entre dos personas es un acontecimiento narrativo: no tienen por qué estar ahí, de repente se encuentran, de modo que todo vínculo que ocurre en el desierto es una encrucijada, es algo inesperado. Las tramas de Juan Rulfo tienen esa circunstancia: en un horizonte sin nadie, de pronto sucede algo”, expresó el también periodista autor de El testigo.
Villoro destacó también la gran importancia de la estética del polvo en la obra de Rulfo y afirmó que toda su literatura está tamizada por ese elemento, precisamente.
Como ejemplo mencionó el cuento Luvina, donde se siente la presencia de un viento negro que parece siempre cargado de ceniza.
En su ponencia, Serur abordó, entre otras cosas, el discurso literario de Juan Rulfo: “Se trata de un discurso estructuralmente fantástico que parte de la creencia, común a todas las formas del cristianismo, de que la vida humana no concluye con la muerte del ser individual, sino que continúa y se completa más allá de la muerte”.
En su trabajo Rizoma, Mancera proyectó en una pantalla varias fotografías tomadas por Juan Rulfo durante sus viajes por el país y leyó algunos apuntes escritos por éste en servilletas o papeles sueltos, en los que hace referencia a distintos aspectos de los paisajes que retrató.

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