sábado, 7 de julio de 2018

Espirales para un centenario

7/Julio/2018
La Razón
Adolfo Castañon

 I
Estrechar la mano de Alí Chumacero representaba para mí darla a quien a su vez había estrechado las de Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, Alfonso Reyes, Julio Torri, Ermilo Abreu Gómez, Octavio G. Barreda, Andrés Henestrosa, Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo. Esto también podría decirse de José Luis Martínez. En el caso de Alí esta afirmación cobra un relieve singular. En él se hizo cuerpo una cierta manera de escribir; en él continuó la herencia de una cierta actitud a la vez apasionada y rigurosa en torno a la letra. Chumacero supo reconocer y salvar, editorialmente hablando, a Villaurrutia y a Owen; su inspiración fue decisiva para que Luis Mario Schneider y Miguel Capistrán editaran por vez primera la obra de Jorge Cuesta. Xavier Villaurrutia fue un escritor parco. Las Obras. Poesía, Teatro, Prosas varias, Crítica de Xavier Villaurrutia,1 prologadas por Alí Chumacero, no hubiesen sido posibles sin el concurso de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, y todavía hoy sería necesario pensar en una reedición ampliada y perfeccionada de esas obras como la que tiene en mente Sergio Téllez-Pon, que ha sabido rescatar los epigramas2 no editados en libro de Villaurrutia.

Los paralelos entre la obra de Xavier Villaurrutia y Alí Chumacero son insoslayables. Entre la obra poética de Alí y la de Xavier se dan también diferencias y en cierto modo la poética de Chumacero está más cerca de la de José Gorostiza y aun de la de Gilberto Owen
II
Poeta, tipógrafo, editor, bibliófilo, aficionado a los toros y al idioma taurino, a la música y a la vida callejera y despreocupada, Alí Chumacero tenía el pudor de la grandeza y de la generosidad. Sabía dar. Por ejemplo, consejos a los escritores jóvenes sobre cuyos manuscritos lo vi trabajar en algunas ocasiones. Tuve la fortuna de compartir con él un espacio en las oficinas del antiguo Fondo de Cultura Económica. En aquellos años, hacia 1978, Alí tenía sólo 60 años. Parecía mucho mayor. A los 26 años yo lo veía como un patriarca bíblico cuya voz resonaba de tanto en tanto en los pasillos del FCE de Parroquia y Universidad. Lo acompañaba la sombra plural de Los Contemporáneos, esa familia de “niños terribles” como dijo Vicente Quirarte en su discurso de ingreso a la Academia respondido por Alí Chumacero. También lo acompañaba la sombra y la presencia de otros escritores que eran sus amigos como Renato Leduc y Jaime García Terrés. Era parco y a veces burlón (pero con un humor más bien blanco), travieso como un niño. También era eficiente. Terriblemente eficiente. Tenía un ojo infalible para pescar erratas y saber de qué pie cojeaban los versos defectuosos y las traducciones. Sabía esgrimir y usar el tipómetro. Oído impecable. Siempre bien vestido con trajes de casimir gris oxford. Siempre de buen humor. Nunca parecía desvelado aunque hubiese pasado alguna noche en blanco. Pero no siempre usó corbata. Ermilo Abreu Gómez en su Sala de retratos (1946) perfiló así al personaje, entonces de unos 28 años:
Alto, delgado, con cara de niño crecido entre mimos, pasa por la vida este Alí Chumacero. No hace otra cosa que vivir su vida. Se viste como le da la gana. No usa corbata; y lleva abierto el cuello de la camisa. Habla sin pedantería, pero sí con encantadora franqueza entre sabia e ignorante. Las opiniones que emite las deja caer como si fueran piedras arrojadas desde las nubes. Nadie ose contradecirle porque entonces soltará la tarabilla de la lengua y endilgará al contrincante un alud de sentencias, de frases, de citas literarias y filosóficas, tomadas de todos los libros verdaderos y falsos. Si el contrincante se rinde entonces festeja su triunfo con sonoras carcajadas. Si derrotan a Alí… ¡Ah, si le derrotan!, mata al rival; toma su cuerpo sangrante; lo descuartiza; le saca las entrañas aún calientes y las cuelga en el balcón de su casa para escarmiento de propios y extraños. Del pecho, con una piedra puntiaguda, verdadero pedernal, herencia de sus antepasados los indios chichimecas, tan fieros como feos, le arranca el corazón: lo levanta, lo tira como pelota; dice tres o cuatro blasfemias y lo lleva a su casa y le dice a la sirvienta:
—¡Pronto, fríeme esto en aceite!

Si la sirvienta cae desmayada, Alí la vuelve en sí recitándole ciertos poemas esotéricos que siempre lleva en la bolsa del pantalón, y con los cuales arrebató al difunto Horacio Zúñiga la última flor natural que quedaba en el inconmensurable jardín de lo Cursi.

Tiene Alí Chumacero un empleo metafísico que desempeña en no sé qué lugar. Está encargado de vigilar a no sé qué vigilantes que no vigilan nada. De su empleo ha hecho una teoría que ya está glosando, desde el punto de vista de lo fenomenológico, su amigo Adolfo Menéndez Samará. Cuando el texto y las notas queden debidamente concertadas se publicarán, con un prefacio de Octavio G. Barreda, en un número extraordinario de El hijo pródigo. No llevará viñetas de Gaya.

Alí Chumacero nació en Nayarit, pero varias provincias se disputan la gloria de su nacimiento. Otras provincias lo andan camelando para que se radique en ellas, a fin de conseguir siquiera la gloria de su muerte. Hay varios epitafios compuestos. El más soberbio, casi en latín, es de José Luis Martínez. Existe otro, en fabla, redactado por Valle Arizpe. Xavier Villaurrutia escribió otro en verso. Alí Chumacero no lo conoce. Si lo conociera habría que ponerlo en la futura tumba del propio Xavier […]

Alí Chumacero era una especie de ángel bajado del cielo o de diablo del mismísimo infierno. Es además uno de los jóvenes escritores mexicanos de más auténtica calidad. Nada de lo que él hace carece de espíritu y de elevadísimo tono. […] ¿Qué tienen, repito, la prosa y el verso de Alí Chumacero que los distingue de no pocos escritores jóvenes y aun de otros que le preceden? Nada y todo. Tiene eso que en Alfonso Reyes, por ejemplo, ha madurado hasta hacerse maestría insuperable; eso que tiene Xavier y que cada día luce con más diáfana elegancia; eso que ha logrado percibir y expresar José Gorostiza; eso que se adivina en la palabra de Carlos Pellicer; eso que está en la prosa de un amigo a quien no puedo mencionar porque ahora tiene poder; eso que hasta en mí ¡válgame la vanidad y el cinismo!, en alguna página, según dicen, ha aparecido sin que yo me diera cuenta, tan natural y tan sincera la escribí.3

“Alí Chumacero era una especie de ángel bajado del cielo o de diablo del mismísimo infierno… uno de los jóvenes escritores mexicanos de más auténtica calidad. Nada de lo que él hace carece de espíritu y de elevadísimo tono  .
ERMILO ABREU GÓMEZ
III

Dos años antes, en 1944, Alí había publicado su libro Páramo de sueños. Fue reconocido como el mejor libro del año por las lectoras de la revista Rueca. Él mismo era respetado por su creación y su actitud, como bien lo muestra el perfil trazado por Ermilo.

Alí gozaba de natural autoridad humana y literaria, desde aquellos años en que José Luis Martínez tuvo que pronunciar el discurso de recepción4 del Premio Rueca al mejor libro del año a nombre de su amigo, quien no había podido asistir a la ceremonia por razones de enfermedad. El texto de Martínez tiene a mis ojos un valor sintomático: es un retrato no sólo de Alí sino en cierto modo un termómetro de los gustos literarios de aquella generación:

Mi amigo Alí Chumacero comparte, con dos o tres poetas más que ha [sic] intimado periódicamente al mundo de los hombres desprovistos de misión divina, la saludable creencia de la separación del poeta con la sociedad. Una convicción semejante enloqueció a Raskolnikov; pero otras han sido también el origen de memorables obras líricas y de insufribles personalidades. Con todo, no es éste el caso preciso del poeta cuya ausencia reemplazo; porque él ha tenido la prudencia de añadir, a esta constitución tiesa, un humor extraído proporcionalmente de la indolencia árabe que de algún modo le reclama y de su convicción invencible en la falta absoluta de importancia de cuanto ocurre sobre la Tierra. A consecuencia de estas ideas, a cuantos hemos convivido con Alí Chumacero nos ha sido otorgado el don de asistir al espectáculo cada vez más raro de un hombre que sabe defender su persona de todas las cadenas para mantenerse, desvalido quizá, pero libre para reírse de los forzados y para entregarse, muy pocas veces cada año, al ejercicio secreto de la poesía; a consecuencia de estas ideas, también, el grupo de escritoras de la revista Rueca y las autoridades de la Biblioteca Benjamín Franklin, deberán contentarse esta tarde con entregarme a mí, a título de amigo más paciente de Alí Chumacero, el premio que el jurado invitado por dicha revista acordó conceder a su libro de poemas Páramo de sueños, por considerarlo la mejor obra de creación literaria publicada por autores jóvenes en el año de 1944.

A quien conozca la vida de Alí Chumacero y la obra literaria del mismo, podrá sorprenderle, en principio, la notoria contradicción que entre ellos se advierte. Porque, ¿cómo explicarse que, quien propaga por el mundo habitado la leyenda de sus noches tormentosas y de sus días destinados a organizar la fatalidad, pueda ser dueño aún de una de las inteligencias literarias más claras y de una de las sensibilidades poéticas más puras entre nuestros poetas jóvenes? ¿Cómo justificar que, quien no consiente norma alguna para su vida sino es la negación de todas, postule con tan grave convicción el deber de la obra literaria de organizar sus sueños con la severa e invisible arquitectura de una rosa y, más aún, nos ofrezca en su obra poética una lección intachable de su doctrina crítica? Los motivos de estas oposiciones quizá no sean otros que aquellos muy conocidos que indujeron a Dante, despreciado por Beatriz, a idealizar, que equivale a decir a realizar en su poema, aquel amor que de hecho le rehuía sus mercedes; que arrastraron a Nietzsche, atropellado en su persona por la naturaleza, a proclamar el culto de los fuertes y que, más comúnmente, determinan a los adolescentes a escribir versos cuando no alcanzan el objeto de su deseo. Alí Chumacero, de manera semejante, contradice o rectifica su vida con su obra. Quizá si él fuese uno más de tantos hombres que aceptamos nuestro destino en la sociedad, sus poemas buscarían un escape más o menos romántico hacia las selvas tropicales de la libertad; pero, como podemos advertirlo en su libro de poemas y en su ausencia del lugar en que le reemplazo, Alí Chumacero prefiere gastar su vida en todas las rebeliones y reservar para su obra ese continente puro y severo, ese páramo de sueños, al que hoy, con justicia, celebramos.

Llama la atención que en este saludo Martínez haya hablado de una cierta “indolencia árabe” acerca de su amigo, el riguroso y alto poeta, más clásico que romántico. Esto nos lleva de nuevo al eje de la sensibilidad del grupo de Los Contemporáneos y al de los amigos (Martínez, Zea y González Durán) con quienes emprendió la aventura de Tierra nueva y, luego, acompañó a las letras mexicanas con sus comentarios y “momentos críticos”. No se puede olvidar tampoco que Alí editó y prologó a un prosista: Ángel de Campo (“Micrós”) hoy un poco olvidado, salvo por Miguel Ángel Castro y sus colaboradores. La sensibilidad de Micrós tiene que ver curiosamente con la de otro amigo de Martínez y Chumacero: Juan José Arreola, en quien se cumple también el pacto fáustico de Gutenberg.

IV

En Páramo de sueños quedó estampado “Poema de amorosa raíz”. Chumacero dijo más tarde sobre los versos de esa construcción impecable de su juventud: “Cuando aún no había flores en las sendas / porque las sendas no eran ni las flores estaban”:

Siendo muy jovencillo, casi un niño, hice un poema que ha tenido cierto efecto; se llama “Poema de amorosa raíz”. Es un poema de niño, pero está bien hecho; es un poema donde se hace un relato, totalmente caprichoso, de muchos elementos, y al final se sostiene con una sola línea pequeñita. El valor de ese poema está en que esa línea sostiene todo el edificio. Ahí está lo difícil: que una línea sea capaz de aguantar el peso de todo un poema. Un gran poeta me dijo a mí entonces: “Ese verso debiste haberlo desarrollado, para que
pudiera tener una base toda la enumeración anterior”. Yo creo que no: “Lo importante —le dije— es esa línea; si no lo aguanta, el poema fracasa”. Pero no ha fracasado. El poema, desde que lo leyeron los que sabían, siendo yo un chamaco, dijeron: “Está muy bien ese poema… claro que está bien, muy bien pensado”. Después hice una poesía muy complicada, muy llena de ideas, de emociones contradictorias. En fin, es la que a mí me gusta, claro.5
V
Alí Chumacero tuvo a su cargo las ediciones del libro de cuentos El llano en llamas (1953) y de la novela Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, publicadas en la flamante colección Letras Mexicanas del FCE. Tenía 35 años. Fue también uno de sus primeros críticos:

[…] tal parece, pues, que el cuento es el campo idóneo en que se ejercita la pluma de Juan Rulfo […] Pero la novela es otra cosa […] En el esquema que Rulfo se basó para escribir esta novela se contiene la falla principal. Primordialmente, Pedro Páramo intenta ser una obra fantástica, pero la fantasía empieza donde lo real aún no termina. Desde el comienzo, ya el personaje que nos lleva a la relación se topa con un arriero que no existe y que le habla de personas que murieron hace mucho tiempo. Después la llegada del muchacho al pueblo de Comala, desaparecido también, y las subsiguientes peripecias —concebidas sin delimitar los planos de los varios tiempos en que transcurren— tornan en confusión lo que debió haberse estructurado previamente cuidando de no caer en el adverso encuentro entre un estilo preponderantemente realista y una imaginación dada a lo irreal. Se advierte, entonces, una desordenada composición que no ayuda a hacer de la novela la unidad que, ante tantos ejemplos que la novelística moderna nos proporciona, se ha de exigir de una obra de esta naturaleza. Sin núcleo, sin un paisaje central en que concurran los demás, su lectura nos deja a la postre una serie de escenas hiladas solamente por el valor aislado de cada una. Mas no olvidemos, en cambio, que se trata de la primera novela de nuestro joven escritor y, dicho sea en su desquite, esos diversos momentos reafirman, con tantos momentos impresionantes, las calidades únicas de su prosa.6

Alí escribió estas palabras en el número ocho de la Revista de la Universidad (abril de 1955, volumen IX). Se pensó que no había sabido valorar la novela. No sé si eso sea tan cierto. En 2005, a los 87 años, en el cincuenta aniversario de la publicación de Pedro Páramo, razonaba:

Sabemos que la prosa es el arma de la razón, mientras que la poesía es sólo un reflejo del incendio intuitivo. Pero también sabemos que conducir la prosa o la poesía hasta sus extremos significa conducirla al recinto de la ineficacia estética. Esto indica que la prosa debe pervertirse con el fulgor de la poesía, y esta ha de afirmarse en algunos engaños de la prosa.

A este respecto, las teorías de Juan Rulfo eran menos evasivas que sus escritos. Sentía que la autenticidad de lo narrado, lo que le prestaba impulso, provenía de un arranque de la intuición, de un saber sentir una realidad y un saber expresarla, porque no intentaba acomodar agradablemente las palabras sino encontrar la forma decisiva, como una disposición interna condicionada directamente por la sensibilidad. Y, sobre todo, escribir era para él una fiesta de los sentidos: tocar, oír, oler, gustar y ver son el principio elemental de su fuerza creadora. A la vez, su creencia en el valor independiente del arte nunca se desvirtuó. La literatura

es una mentira que dice la verdad. Pero hay diferencia importante entre la mentira y la falsedad. Cuando se falsean los hechos se nota enseguida lo artificioso de una situación. Pero un libro es una realidad en sí, aunque mienta respecto de otra realidad.

Sobre esa concepción, fundada en esas ideas, su novela es un descubrimiento, una relación insólita entre el escritor y aquello que lo rodea. Allí la obra creada se concreta en los límites de sí misma; es decir, se basta a sí misma y en sí misma reconoce su validez.7

“Siendo muy jovencillo, casi un niño, hice un poema que ha tenido cierto efecto; se llama Poema de amorosa raíz. Es un poema de niño, pero está bien hecho”
VI
Severo, parco. A sus 48 años, Alí está en el centro de Poesía en movimiento,8 la antología que prologó Octavio Paz y fue editada por éste y por José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. La carta que Alí escribió en el trasiego editorial prueba su autoridad literaria:
México, D. F., agosto 29 de 19669 

Sr. Octavio Paz

Embajada de México

en Nueva Delhi, India

Octavio:

Otra vez la burra al trigo. A su hora, haremos en las páginas los cambios de tu propia selección. Ahora te enviamos las pruebas completas del libro. Verás que, en todos los casos, privó la tendencia a buscar el remozamiento de que cada uno de los poetas es autor. Es seguro que, a tu vez, no coincidas con varias de esas selecciones. Con enmendarlas, ya sea agregando o cambiando poemas —advertirás que no serán sino unos cuantos, de acuerdo con tu criterio—, todo quedará en su sitio justo. En lo que se refiere a las notas que preceden a cada uno de ellos, han sido redactadas asimismo con miras a que persista la unidad deseada. Así que, en términos generales, no obstante tratarse de una obra preparada por un equipo, no sobrevivirían discrepancias que la convirtieran en una selección fundada en tendencias disímiles o desajustadas a la idea con que fue concebida.

Los puntos de diferencia que aún subsisten son: la inserción de Jaime Torres Bodet, Elías Nandino y Renato Leduc. Si hemos tomado en cuenta a algún o algunos poetas de menor significación que Torres Bodet —no es indispensable citarlos porque hasta eso mismo sería motivo de discrepancia— no habría porqué suprimir a aquél. En cuanto a Nandino, ya conoces las razones de gratitud por las que José Emilio insiste en que permanezca dentro de esas páginas. Y en lo que atañe a Leduc, su presencia es aconsejable por la contracorriente que, en su generación, representa su poesía. Eso lo sabes tanto como yo. Su caso es una “aventura” al revés, pero no deja por ello de serlo. Sumar a Manuel Calvillo, tan amigo nuestro, no enriquecería el concierto general del libro. En cambio, hacer ingresar a Jorge Hernández Campos, que se ha distinguido precisamente por procurar nuevos caminos de expresión —además de que su trabajo es más amplio que el de Calvillo—, sería un acierto oportuno. Su poema El Presidente cumple del todo con la actitud que hemos
escogido para definir la intención del libro. Así que, con la obra en tus manos, te será fácil reconciliar tu punto de vista con los nuestros y afinar hasta donde sea posible las selecciones. Otro problema es lo elegido de Alfonso Reyes, que le tocó hacer a José Emilio. Él piensa que su selección está más de acuerdo con lo previsto que cualquier otra. Para hacer la totalidad del trabajo hemos tenido en cuenta siempre, a fin de evitar coincidencias, las antologías que han aparecido en los últimos lustros.

Mi punto de vista se cifra en que debe estar representado Jaime Torres Bodet. José Emilio insiste, por su cuenta, en que no debe rechazarse a Elías Nandino y que la selección de Alfonso Reyes es la adecuada. Todo lo demás no significa problema ineludible.

Ahora bien —como debieron decir los clásicos—, con el material del libro allá contigo, sería interesante que tú sólo firmaras el libro e hicieras las modificaciones que te dicta tu criterio.

En la Advertencia o en nueva nota, nos darías las gracias a Homero, a José Emilio y a mí por la colaboración prestada. (Esto se justifica plenamente por la distancia desde donde has trabajado.) Más aún, al hacer los cambios que juzgues pertinentes, yo atendería desde aquí —ya que no cuentas con los libros necesarios— la tarea de completar esas variaciones a fin de que el libro resulte de acuerdo con el criterio estricto de “poesía en movimiento”. Los problemas se desvanecerían y, hechos los cambios en las planas en tu poder, la editorial procedería a la impresión. De lo contrario, seguiríamos inmersos gratamente en un epistolario sin fin del que, según mis cálculos, no saldríamos en todo lo que resta del actual régimen de gobierno del licenciado Gustavo Díaz Ordaz. Esta última proposición la suscribe José Emilio y, probablemente, Homero,
que acaba de llegar a México pero que todavía no he saludado. Espero hacerlo mañana o pasado mañana.

Recibe el abrazo
siempre cordial de Alí

La carta habla por sí misma y nos deja ver el talante profesional y generoso del editor Alí Chumacero, quien en parte estaba con Paz y en parte con Orfila. Cuatro años mayor que Alí, Octavio Paz lo recuerda en distintos textos. “Alí Chumacero, poeta” es el más importante. Ahí Paz dibuja con fino lápiz sus motivos y procedimientos. Aflora la voz que Paz subraya y pone en cursivas: “cristalización”. Recuerda que la aventura poética de Chumacero está flanqueada por Salvador Díaz Mirón y López Velarde y que lo caracteriza “la predilección con que usa imágenes de la Biblia y de la liturgia católica”. Subraya: “La figura geométrica que podría representar tanto a su sintaxis como a su prosodia es la espiral”.10

VII
Con motivo del cincuenta aniversario del FCE, en 1974, se editó una Gaceta conmemorativa. En ella se publicaron tres textos sobre el poeta persa Omar Khayyam / Omar Jayam: el prólogo de José Gorostiza a la adaptación de las Rubaiyatas realizada por el general Eduardo Hay, la traducción del prólogo de Robert Graves a su propia versión de las Rubaiyatas en colaboración de Omar Ali-Shah, titulada “El Omar de Fitz”,11  y una introducción general a ambos textos titulada “Tres formas de Omar. El saber empieza por la punta de los dedos”, firmada por mí.12  A Alí no le disgustaron al parecer mis coqueteos con la poesía del sufismo y un buen día se apareció en la oficina que compartíamos cargando dos bolsas de asa llenas de libros del poeta iraní. “Me quiero deshacer de esto y en tus manos quedarán mejor”. Además de libros, había discos, como uno de un actor inglés famoso leyendo a Omar Khayyam en las versiones de Richard Le Gallienne, el escritor inglés contemporáneo de Oscar Wilde, citado alguna vez por Pedro Henríquez Ureña. El lote lo componían ediciones populares y más bien corrientes de Khayyam y, desde luego, algunas rarezas. Por ejemplo, la edición políglota que hizo el Shah de Irán, Reza Pahlevi, quien estuvo refugiado en México (1979) y tuvo que salir precipitadamente del país dejando algunas pertenencias como esa preciosa edición de las Rubaiyatas en persa, árabe, inglés, francés y alemán, con prólogo de Sadeg Hedayat, el autor de La lechuza ciega (1936). Le pregunté a Alí cómo se había hecho de tantos libros de Omar. Se rió. Me dijo que este último lo había comprado en una librería de viejo de Donceles. La mayoría de los otros los había ido recogiendo a lo largo del tiempo durante sus años de juventud cuando frecuentaba casas non sanctas, como la de la legendaria Bandida, donde ciertas muchachas de la vida alegre gustaban de leer poesía y algunas eran devotas del poeta persa. Alí habría obtenido de ellas como recuerdo esos libros raros donde los poemas del persa —traducciones de traducciones de traducciones, por ejemplo, las de Joaquín V. González— estaban editados con imágenes e ilustraciones pintorescas. Había además algunas ediciones donde se hablaba de Omar Khayyam como de un iniciado y hasta miembro de alguna secta heliosófica. Es cierto que yo tenía algunos, como por ejemplo la biografía de Omar Khayyam escrita por Harold Lamb (traducida por Jorge de Burgos). No puedo saber si todos esos libros provenían de donde me dijo Alí. Sé, en cambio, que Chumacero conoció a Gorostiza, a Hay, a Montenegro y que en su humorada había un rastro de verdad.
VIII
En 1987, Alí dejó que el FCE reuniera algunos de sus ensayos y comentarios en un volumen titulado Los momentos críticos.13  En ese libro se reúnen muchas de las reseñas que escribió para revistas como Tierra nueva, Letras de México, El hijo pródigo, la Revista de la Universidad, entre otras. Había, desde luego, páginas sobre poetas y poemas. Reseñas sobre autores como Urbina, Nervo, López Velarde, Gorostiza, Cuesta, Paz, Villaurrutia, Owen, Efrén Hernández, además de las crónicas sobre pintores como Rufino Tamayo, Federico Cantú, Cordelia Urueta, Francisco Zúñiga, Ricardo Martínez, Lucinda Urrusti, Gustavo Arias Murueta y Feliciano Béjar.

“Los otros libros los había ido recogiendo a lo largo del tiempo durante sus años de juventud cuando frecuentaba casas non sanctas, como la de la legendaria Bandida, donde ciertas muchachas de la vida alegre gustaban de leer poesía”
IX

Alí llegaba puntual a todas partes. Durante los actos públicos en los cuales tenía que tomar la palabra, anotaba en una tarjeta, a lápiz, los minutos que cada cual empleaba para su exposición. Alguna vez le pregunté de dónde venía esa costumbre. Me dijo con naturalidad: “de los toros”. Era bueno saber cuánto duraba cada torero en el ruedo. El toreo, “arte menor pero al fin y al cabo arte”, decía Alí con una sonrisa. Era una de sus grandes aficiones. La había compartido con José Bergamín, poeta, crítico y editor como él, con Pepe Alameda y antes con Manuel Machado, un poeta al que Alí le tenía desde luego simpatía. Sabía las historias de los toreros legendarios como Rodolfo Gaona y Armillita; conocía el significado de las palabras, voces, actos y signos rituales de esa ceremonia arcaica. Siempre me he preguntado si Alí no habrá dejado escrito algo sobre esta materia cuya historia conocía y le apasionaba. No puedo dejar de pensar que la tauromaquia fue también un arte que atrajo la atención del surrealista Michel Leiris, quien escribió un libro que él sin duda conocía. Nunca hablamos mucho de este tema ni de las eventuales afinidades de esta práctica ritual y a la vez deportiva que es el toreo con el paisaje de la mitología griega, en particular con el Laberinto de Creta, el Minotauro, Teseo.  Como lo había leído todo, no ignoraba las páginas que el novelista griego Nikos Kazantzakis (1983-1957) dedicó en su libro España y viva la muerte (1937) a esta práctica tan suntuosa como peligrosa. Alí hablaba con más facilidad del toreo que de la poesía: “Vamos a hablar, pero que no sea de poesía sino de futbol o de toros. Hace rato llegué de la corrida. Todo estuvo muy bien”, le confió Alí Chumacero a Cristina Pacheco en la entrevista que ésta le hizo en 1980.14  En ella el poeta se complace en reflexionar en torno a los temas tres veces paralelos de la poesía, la vida y los toros. Existen por lo menos tres “Discursos de temas taurinos” firmados por Alí: “Manolete, 50 aniversario”, “Presentación del libro Réquiem taurino de Jorge F. Hernández” y “Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana”. ¿No cabría pensar que el poeta toreaba las palabras?

Alí Chumacero caminaba erguido, con la cabeza en alto, a su paso se abrían los cielos.
Notas
1 Xavier Villaurrutia, Obras. Poesía,Teatro, Prosas Varias, Crítica, prólogo de Alí Chumacero, recopilación de textos por Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider, bibliografía de Xavier Villaurrutia por Luis Mario Schneider, Fondo de Cultura Económica, Colección Letras Mexicanas, primera edición, 1953; segunda edición aumentada, 1966; séptima reimpresión, México, 2012.

2 “Los epigramas de Xavier Villaurrutia”, Sergio Téllez-Pon, “Confabulario”, El Universal, México, 7 de abril de 2018.

3 Ermilo Abreu Gómez, Sala de retratos, Leyenda, México, 1946, pp. 77-79.

4 “Discurso de José Luis Martínez”, en Letras de México, México, 1 de enero de 1946, p. 196.

5 Jorge Asbun Bojalil, Algunas visiones sobre lo mismo. Entrevistas a poetas mexicanos nacidos en la primera mitad del siglo XX, prólogo de Adolfo Castañón, Siglo XXI, México, 2007, p. 24.

6 Rulfo en llamas, Universidad de Guadalajara, Proceso, México, 1989, pp. 47-48.

7 Alí Chumacero, “Cincuenta años de la publicación de la novela Pedro Páramo del académico Juan Rulfo”, discurso leído en la sesión pública celebrada en Casa Lamm el 27 de octubre de 2005.

8 Poesía en movimiento (México: 1915-1966), selección  y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, prólogo de Octavio Paz, Siglo XXI, México, 1966, 476 pp.

9 Cartas cruzadas: Arnaldo Orfila, Octavio Paz, 1965-1970, presentación de Jaime Labastida, introducción y notas de Adolfo Castañón, con la colaboración de Milenka Flores y Alma Delia Hernández, Siglo XXI, México, 2016.

10 Octavio Paz, Obras completas, tomo IV, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 293.

11 The Rubaiyyat of Omar Khayyam. A New Translation by Robert Graves and Omar Ali-Shah, 1967.

12 Adolfo Castañón, Local del Mundo. Cuadernos del calígrafo, Universidad Veracruzana, México, 2018, pp. 163-168.

13 Alí Chumacero, Los momentos críticos, selección, edición, prólogo y bibliografía de Miguel Ángel Flores, Fondo de Cultura Económica, México, 1987.

14 Cristina Pacheco, Al pie de la letra, compilación y prólogo de Mauricio José Sanders Cortés, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, pp. 179-186.

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