Laberinto
Mariana Bernárdez
Hace siete años Raúl Renán tuvo la generosidad de sostener conmigo una serie de conversaciones bajo la excusa de sus ochenta años. Varios ríos habían pasado bajo el puente y se nos volvió obligado retomar la conversación porque es la forma como el pensamiento y el cariño afirman su asidero. Me seguían sorprendiendo su bonhomía y sencillez. Diría que pocas personas tan bien cumplidas en su hallarse, cuestión lograda al ir abrevando la distancia entre su palabra y la realidad.
“Estoy en un momento donde se ha dado una especie de depuración de los sucesos que componen mi existencia, me he concentrado en lo que me ocupa, y en lo que considero útil y bello en el mundo; quiero fijarme en lo que es más puro. Resultado de esta decantación es observar las situaciones humanas con más sabiduría. Mi entendimiento es una expresión de esto y por eso busco aprovechar el tiempo aceptando que hay una necesaria desmemoria que me lleva de regreso a la infancia, a lo que considero mi origen, en el intento de responder algunas preguntas. La que ocupa mis horas es sobre por qué ocurrieron los hechos de tal manera y no de otra. Al ir tras mi infancia me he ido haciendo más yo mismo. La emoción me desborda. Soy más sensible. He afinado mi capacidad de percepción. Entiendo que todavía tengo cosas no resueltas”.
¿La sabiduría te ha llevado a entender que hay nudos que están hechos para anudarse? ¿Esto genera una reverberación en tu escritura?
Yo creo que sí, tendrías que ver lo último que he escrito sobre el “blanco activo”, tópico sugerido por mis alumnos y que me pareció excelente. Lo desarrollé a través de un poema[1] y están contentísimos porque es símbolo del taller que les impartí.
¿Recuerdas que era un tema referido cuando discutíamos el verso de San Juan de la Cruz “Mi Amado las Montañas”, y aventurábamos que quizá el espacio del poema se daba en el blanco y no en la escritura?
Ayer, al hacer una grabación, sorprendí a la gente al tratar tal cuestión. Siempre se escucha la idea de que como es un blanco hay un vacío, pero yo connoté que más que vacío es un contenido por sí mismo. El blanco activo y la experimentalidad en la poesía son conceptos que van más allá de lo que la gente cree. Se trata de otra cosa. Celebro que recuerdes nuestras discusiones.
Hace siete años poética del relámpago fue la expresión que evidenció la brevedad como cohesión de sentido en tu poesía; también hablamos de la experimentación como un arrastre que permite el tránsito en la escritura. Confío en que sigas siendo un “muchacho” y que ese impulso te haya llevado a explorar la hondura del blanco. ¿Qué has encontrado en su espacio?
Hay una fascinación por el blanco en tanto que es un contenido, lo que significa que es esencial, que es un sí mismo, una concentración de los sentidos y de la luz. Lo que se hace es girar en torno suyo por la natural insuficiencia del lenguaje para describirlo, porque no da de sí para explicarlo ni explicarnos. No hay más que forcejear con el idioma, exigirle un contenido mucho más profundo, una carga más aguda, pero ¿cómo se disloca su fundamento primario para que logre una equivalencia notable entre lo que se dice y aquello que se mienta con la palabra?
A mayor lenguaje, mayor estancia. Estamos más… Por un lado, las palabras nombran el mundo, pero a la par son faltas para hacerlo. Esa carencia que se debe a una fractura inicial permite irónicamente aproximarnos al mundo con el afán de entenderlo y, a la vez, conlleva la minimización del significado. Ahí es donde se le plantea al poeta el salto mortal, aunque curiosamente al poeta esto no se le da como una explicación, sino como algo que ocurre dentro de él, una forma de gratuidad. Tal vez el lector, ese otro que está tratando con lo que el poeta dice, comprenda de manera más precisa. El papel del poeta es escribir lo que se le ha dado ver. Lo escrito le lleva de forma secundaria a entender, a entenderse y, por ende, a explicar.
¿Qué se esconde tras la pregunta de querer entender y tras él domar las palabras?
Buscamos aclararnos porque estamos oscuros por dentro. No sabemos. No nos atrevemos a pensar en eso porque es casi la muerte. El lenguaje me permitió introducirme en el gran misterio del “blanco activo” y encontrarme. Diría que es cuando se revelan las cosas, y su adjetivo “activo” muestra la función específica de la blancura. Por eso me hubiera gustado estudiar más idiomas, porque la diversidad de palabras y las relaciones entre una lengua y otra me hubieran aclarado más.
No creo que la muerte sea oscura.
No te puedo contrariar.
Creo que es una forma de claridad. Nadie ha regresado para contarnos lo que pasa. ¿Recuerdas el título de tu poemario Lámparas oscuras? ¿Hay alguna relación con lo que refieres sobre estar oscuros por dentro?
En ese poemario le confiero a la oscuridad cuerpo físico y a la fisicidad de la voluntad de la emanación luminosa en pro del fenómeno de la poesía. La capacidad de nombrar la lleva a varias posibilidades, entre ellas la de generar una comprensión sobre su naturaleza. Escuchar lo que dice el cuerpo permite recapacitar y a través suyo alumbrarnos. Diría que hoy día hay mucha biología y poca filosofía. No hay la reflexión precisa sobre lo que nos preocupa. Aunque parezca difícil esto de lo que hablamos, es verdad, está a la vista. Si la gente dedicara una hora de su vida diaria a hablar sobre ello, tal vez vería que la muerte no es una oscuridad sino una claridad. “La noche duerme./ Dos lámparas oscuras/ queman mi lecho”.[2]
¿Moramos el cuerpo porque moramos el lenguaje, hacemos del lenguaje morada?
Aventuro que quizá por esto la conversación avanza y se enriquece en su fluir; en ello, el propio lenguaje se aclara y se muda. El poema se esconde, surge, emerge, es parte de la energía que se recoge cuando el alma sale del cuerpo. ¿Cómo llega uno a pensar en eso? ¿O le damos un uso a lo que somos? La energía cuando se muestra, nos educa, hay un aprendizaje elemental: no hay palabra plena. Suelo pensar con frecuencia en eso, y trato de mostrar el proceso que implica sostenerse en el filo: la insuficiencia congénita del lenguaje.
Resulta pues más lo que no se puede explicar. Entonces ¿para qué se escribe?, ¿hacia dónde, qué es lo que reverbera detrás de todo esto? Empecé escribiendo narrativa y no sé en qué momento brinque hacia la poesía. Al principio escribía poesía narrativa, ¿o una narración poética?, pero hay bastante trabajo crítico que documenta que lo que escribo es poesía.
A lo largo de tu escritura hay una reflexión en torno al poema y al verso como línea, espada, flecha, arma que puede abrir las venas de la indignación. El verso hiende, saja…
La hendidura es para siempre y se hace para aclarar, para revelar. El verso abre paso y esa idea rige la escritura de Pan de tribulaciones. El pan–verso es la vía que atraviesa la tribulación, es el machete que desbroza un camino blanco, un sacbé, un camino–línea que conduce a algo, traza un ascenso físico y emocional hacia una cumbre a la que se llega después de la muerte.
Hablas poco del mar.
El mar no está presente en mi infancia, y como era un niño pobre, jamás a alguien se le ocurrió llevarme. Cuando fui por primera vez ya era grandecito, 15 o 16 años, y no me causó gran impresión. En ese momento mi interés primordial se centraba en mi compromiso con la literatura. Las piedras se relacionan con ella de manera íntima. Hay varias versiones sobre lo que significan para mí hasta culminar en el poema “La piedra de las piedras”. Hay que considerar que Mérida era un pedregal, los caminos eran pedregosos, las piedras no tenían un color definido porque eran calizas, y el sol tenía una presencia contundente, al punto de calentarlas y pulverizarlas, piedras opacas cercanas a la cal blanca, y ahora escribo versos que andan tras el blanco.
Hablemos de la relación “caligrafía-escritura”. Hay un doblez en el escribir–pintar. ¿La caligrafía como arte induce la meditación? Siempre te describen con papel y lápiz en la mano.
El lápiz no es un arma ni es un instrumento, insisto, lo valioso es su contenido, en la dureza del grafito se concentra el mundo. La madera sirve de estuche y el negro porta consigo la escritura en potencia. Eso significó muchas cosas en mi vida. De niño llevaba un lápiz puntiagudo en la bolsa de la camisa, ¿para qué?, siempre estaba a la espera, creía que algo iba a acontecer dentro de mí y que tendría que escribirlo.
Desde los diez años lo sabía, era cuando trabajaba en una cordelería a pleno sol, le daba vueltas a una manivela para producir energía destinada a tejer el henequén. Estaba quemado por el sol y pelagroso. Eso causaba extrañeza entre las personas con las que trabajaba; y el lápiz, cierto temor porque lo veían como un arma.
Mi madre iba a cobrar mi trabajo el fin de semana, y le pidieron que me llamara la atención porque andaba con un arma afilada en la bolsita de la camisa; y me llamó: “Ay mi’jo pórtate bien, cómo es que llevas algo afilado contigo con lo cual puedas causar daño”. Sus palabras produjeron en mí un sentimiento de orgullo porque confirmé que el lápiz era un arma que habría de sacarme de ahí, y pensé: “Un día voy a escribir”.
Como he contado, mi madre me entregó a una familia de campesinos. Mi tutor era un poco más culto al punto que también cortaba el pelo. Nunca permitió que anduviera perdiendo el tiempo como muchos niños de la calle. Me tenía puesta una mesita en la parte de atrás del taller con papel y lápiz para que copiara las letras de algunos libros y aprendiera a dibujarlas. Eran letras Palmer, bien trazadas, con sus curvitas, como se escribía antes.
El lápiz era un símbolo de algo que me sería útil para ser alguien en la vida. Además, no era como la pluma de tinta que pedían en la escuela y con la que se te manchaba la ropa y las manos. El lápiz era limpio y me evitaba los castigos severísimos a los que estaba sujeto cuando me ensuciaba. Dos reflexiones sobre esto que cuento: la preocupación por la limpieza y lo innecesario de los castigos. A esta edad ciertas cosas que me han perseguido ya no pesan, aunque me quede el hábito.
El mito del lápiz me encanta, incluso colaboré en un libro convocado por José Luis Cuevas; caso extrañísimo porque no lo conocía de ninguna otra ocasión. Obedeció tal invitación porque pocos lo celebran tanto como yo.Supongo que hay una especie de destino. De niño me ponían a copiar las letras, lo cual quiere decir que eso me conduciría a alguna cosa; curioso es que quien me lo ordenaba era una persona que no escribía nada; si acaso, leía despacito el periódico. Tiene gracia eso, lo cierto es que me dio lo que él no tuvo y mi tez blanca me permitió hacer amigos entre la gente rica. Recuerdo que siendo ya de edad uno me increpó despectivamente “Tú, ¿de qué hablas? Si ni siquiera sabes comer”. Me sorprendió, era verdad, no sabía tomar los cubiertos y hacía ruidos al deglutir. En la vida eso no tiene tanta importancia porque es algo que se aprende sin gran dificultad. Te lo comento porque quiero enfatizar el hecho de que la vida es un constante aprendizaje y la curiosidad por aprender me llevó incluso a alterar el lenguaje porque no me satisfacían ciertas palabras y quería hacerlas distintas. Continúo en el empeño y trato de domesticarlo para que diga más. Trato de domar la palabra, de corregirla aunque ello altere ciertas leyes. Diría no blancura sino blanquitud. Lograr mayor distancia, mayor horizonte, mayor vislumbre.
"Un poema es una entidad porque en él resuelves una circunstancia vital. Cuando me extravío, la poesía es el camino de regreso, me hace encontrarme no solo en mi duda sino en el quehacer literario, porque hay agotamiento y repeticiones que afectan la obra.
Diría que el poema viene a mí, yo no lo busco, y es la manera en cómo se define el poeta. Si lo buscas no se da en su claridad. De esa situación surge mi condición de poeta experimental, y eso me ha llevado a tensar el lenguaje cada vez más, porque comprendo, a la par, cada vez más, su naturaleza. Cada día que pasa, estoy más en la carnadura del silencio."
RR
Blanco activo
Voy a callarme,
hablar en blanco
para expresar
con mayor representación
visual
mi silencio.
Las comas
los puntos aparte
las respuestas
obligadas
por las letras mayores.
Los gestos
que remedan
el vacío
espacial
que de por sí
crean concomitantes
en una tonalidad pura,
expresiva como un signo
permanente a lo largo
del paso visual
del lenguaje escrito.
Esos blancos
tan necesarios
en la alternancia
del habla
comunicativa
que da ritmo
y musicalidad
armónica y sensata
a la expresión
oculta.
El charco tranquilo
lo refleja espejeante
para leerlo sin prejuicios.
“Estoy en un momento donde se ha dado una especie de depuración de los sucesos que componen mi existencia, me he concentrado en lo que me ocupa, y en lo que considero útil y bello en el mundo; quiero fijarme en lo que es más puro. Resultado de esta decantación es observar las situaciones humanas con más sabiduría. Mi entendimiento es una expresión de esto y por eso busco aprovechar el tiempo aceptando que hay una necesaria desmemoria que me lleva de regreso a la infancia, a lo que considero mi origen, en el intento de responder algunas preguntas. La que ocupa mis horas es sobre por qué ocurrieron los hechos de tal manera y no de otra. Al ir tras mi infancia me he ido haciendo más yo mismo. La emoción me desborda. Soy más sensible. He afinado mi capacidad de percepción. Entiendo que todavía tengo cosas no resueltas”.
¿La sabiduría te ha llevado a entender que hay nudos que están hechos para anudarse? ¿Esto genera una reverberación en tu escritura?
Yo creo que sí, tendrías que ver lo último que he escrito sobre el “blanco activo”, tópico sugerido por mis alumnos y que me pareció excelente. Lo desarrollé a través de un poema[1] y están contentísimos porque es símbolo del taller que les impartí.
¿Recuerdas que era un tema referido cuando discutíamos el verso de San Juan de la Cruz “Mi Amado las Montañas”, y aventurábamos que quizá el espacio del poema se daba en el blanco y no en la escritura?
Ayer, al hacer una grabación, sorprendí a la gente al tratar tal cuestión. Siempre se escucha la idea de que como es un blanco hay un vacío, pero yo connoté que más que vacío es un contenido por sí mismo. El blanco activo y la experimentalidad en la poesía son conceptos que van más allá de lo que la gente cree. Se trata de otra cosa. Celebro que recuerdes nuestras discusiones.
Hace siete años poética del relámpago fue la expresión que evidenció la brevedad como cohesión de sentido en tu poesía; también hablamos de la experimentación como un arrastre que permite el tránsito en la escritura. Confío en que sigas siendo un “muchacho” y que ese impulso te haya llevado a explorar la hondura del blanco. ¿Qué has encontrado en su espacio?
Hay una fascinación por el blanco en tanto que es un contenido, lo que significa que es esencial, que es un sí mismo, una concentración de los sentidos y de la luz. Lo que se hace es girar en torno suyo por la natural insuficiencia del lenguaje para describirlo, porque no da de sí para explicarlo ni explicarnos. No hay más que forcejear con el idioma, exigirle un contenido mucho más profundo, una carga más aguda, pero ¿cómo se disloca su fundamento primario para que logre una equivalencia notable entre lo que se dice y aquello que se mienta con la palabra?
A mayor lenguaje, mayor estancia. Estamos más… Por un lado, las palabras nombran el mundo, pero a la par son faltas para hacerlo. Esa carencia que se debe a una fractura inicial permite irónicamente aproximarnos al mundo con el afán de entenderlo y, a la vez, conlleva la minimización del significado. Ahí es donde se le plantea al poeta el salto mortal, aunque curiosamente al poeta esto no se le da como una explicación, sino como algo que ocurre dentro de él, una forma de gratuidad. Tal vez el lector, ese otro que está tratando con lo que el poeta dice, comprenda de manera más precisa. El papel del poeta es escribir lo que se le ha dado ver. Lo escrito le lleva de forma secundaria a entender, a entenderse y, por ende, a explicar.
¿Qué se esconde tras la pregunta de querer entender y tras él domar las palabras?
Buscamos aclararnos porque estamos oscuros por dentro. No sabemos. No nos atrevemos a pensar en eso porque es casi la muerte. El lenguaje me permitió introducirme en el gran misterio del “blanco activo” y encontrarme. Diría que es cuando se revelan las cosas, y su adjetivo “activo” muestra la función específica de la blancura. Por eso me hubiera gustado estudiar más idiomas, porque la diversidad de palabras y las relaciones entre una lengua y otra me hubieran aclarado más.
No creo que la muerte sea oscura.
No te puedo contrariar.
Creo que es una forma de claridad. Nadie ha regresado para contarnos lo que pasa. ¿Recuerdas el título de tu poemario Lámparas oscuras? ¿Hay alguna relación con lo que refieres sobre estar oscuros por dentro?
En ese poemario le confiero a la oscuridad cuerpo físico y a la fisicidad de la voluntad de la emanación luminosa en pro del fenómeno de la poesía. La capacidad de nombrar la lleva a varias posibilidades, entre ellas la de generar una comprensión sobre su naturaleza. Escuchar lo que dice el cuerpo permite recapacitar y a través suyo alumbrarnos. Diría que hoy día hay mucha biología y poca filosofía. No hay la reflexión precisa sobre lo que nos preocupa. Aunque parezca difícil esto de lo que hablamos, es verdad, está a la vista. Si la gente dedicara una hora de su vida diaria a hablar sobre ello, tal vez vería que la muerte no es una oscuridad sino una claridad. “La noche duerme./ Dos lámparas oscuras/ queman mi lecho”.[2]
¿Moramos el cuerpo porque moramos el lenguaje, hacemos del lenguaje morada?
Aventuro que quizá por esto la conversación avanza y se enriquece en su fluir; en ello, el propio lenguaje se aclara y se muda. El poema se esconde, surge, emerge, es parte de la energía que se recoge cuando el alma sale del cuerpo. ¿Cómo llega uno a pensar en eso? ¿O le damos un uso a lo que somos? La energía cuando se muestra, nos educa, hay un aprendizaje elemental: no hay palabra plena. Suelo pensar con frecuencia en eso, y trato de mostrar el proceso que implica sostenerse en el filo: la insuficiencia congénita del lenguaje.
Resulta pues más lo que no se puede explicar. Entonces ¿para qué se escribe?, ¿hacia dónde, qué es lo que reverbera detrás de todo esto? Empecé escribiendo narrativa y no sé en qué momento brinque hacia la poesía. Al principio escribía poesía narrativa, ¿o una narración poética?, pero hay bastante trabajo crítico que documenta que lo que escribo es poesía.
A lo largo de tu escritura hay una reflexión en torno al poema y al verso como línea, espada, flecha, arma que puede abrir las venas de la indignación. El verso hiende, saja…
La hendidura es para siempre y se hace para aclarar, para revelar. El verso abre paso y esa idea rige la escritura de Pan de tribulaciones. El pan–verso es la vía que atraviesa la tribulación, es el machete que desbroza un camino blanco, un sacbé, un camino–línea que conduce a algo, traza un ascenso físico y emocional hacia una cumbre a la que se llega después de la muerte.
Hablas poco del mar.
El mar no está presente en mi infancia, y como era un niño pobre, jamás a alguien se le ocurrió llevarme. Cuando fui por primera vez ya era grandecito, 15 o 16 años, y no me causó gran impresión. En ese momento mi interés primordial se centraba en mi compromiso con la literatura. Las piedras se relacionan con ella de manera íntima. Hay varias versiones sobre lo que significan para mí hasta culminar en el poema “La piedra de las piedras”. Hay que considerar que Mérida era un pedregal, los caminos eran pedregosos, las piedras no tenían un color definido porque eran calizas, y el sol tenía una presencia contundente, al punto de calentarlas y pulverizarlas, piedras opacas cercanas a la cal blanca, y ahora escribo versos que andan tras el blanco.
Hablemos de la relación “caligrafía-escritura”. Hay un doblez en el escribir–pintar. ¿La caligrafía como arte induce la meditación? Siempre te describen con papel y lápiz en la mano.
El lápiz no es un arma ni es un instrumento, insisto, lo valioso es su contenido, en la dureza del grafito se concentra el mundo. La madera sirve de estuche y el negro porta consigo la escritura en potencia. Eso significó muchas cosas en mi vida. De niño llevaba un lápiz puntiagudo en la bolsa de la camisa, ¿para qué?, siempre estaba a la espera, creía que algo iba a acontecer dentro de mí y que tendría que escribirlo.
Desde los diez años lo sabía, era cuando trabajaba en una cordelería a pleno sol, le daba vueltas a una manivela para producir energía destinada a tejer el henequén. Estaba quemado por el sol y pelagroso. Eso causaba extrañeza entre las personas con las que trabajaba; y el lápiz, cierto temor porque lo veían como un arma.
Mi madre iba a cobrar mi trabajo el fin de semana, y le pidieron que me llamara la atención porque andaba con un arma afilada en la bolsita de la camisa; y me llamó: “Ay mi’jo pórtate bien, cómo es que llevas algo afilado contigo con lo cual puedas causar daño”. Sus palabras produjeron en mí un sentimiento de orgullo porque confirmé que el lápiz era un arma que habría de sacarme de ahí, y pensé: “Un día voy a escribir”.
Como he contado, mi madre me entregó a una familia de campesinos. Mi tutor era un poco más culto al punto que también cortaba el pelo. Nunca permitió que anduviera perdiendo el tiempo como muchos niños de la calle. Me tenía puesta una mesita en la parte de atrás del taller con papel y lápiz para que copiara las letras de algunos libros y aprendiera a dibujarlas. Eran letras Palmer, bien trazadas, con sus curvitas, como se escribía antes.
El lápiz era un símbolo de algo que me sería útil para ser alguien en la vida. Además, no era como la pluma de tinta que pedían en la escuela y con la que se te manchaba la ropa y las manos. El lápiz era limpio y me evitaba los castigos severísimos a los que estaba sujeto cuando me ensuciaba. Dos reflexiones sobre esto que cuento: la preocupación por la limpieza y lo innecesario de los castigos. A esta edad ciertas cosas que me han perseguido ya no pesan, aunque me quede el hábito.
El mito del lápiz me encanta, incluso colaboré en un libro convocado por José Luis Cuevas; caso extrañísimo porque no lo conocía de ninguna otra ocasión. Obedeció tal invitación porque pocos lo celebran tanto como yo.Supongo que hay una especie de destino. De niño me ponían a copiar las letras, lo cual quiere decir que eso me conduciría a alguna cosa; curioso es que quien me lo ordenaba era una persona que no escribía nada; si acaso, leía despacito el periódico. Tiene gracia eso, lo cierto es que me dio lo que él no tuvo y mi tez blanca me permitió hacer amigos entre la gente rica. Recuerdo que siendo ya de edad uno me increpó despectivamente “Tú, ¿de qué hablas? Si ni siquiera sabes comer”. Me sorprendió, era verdad, no sabía tomar los cubiertos y hacía ruidos al deglutir. En la vida eso no tiene tanta importancia porque es algo que se aprende sin gran dificultad. Te lo comento porque quiero enfatizar el hecho de que la vida es un constante aprendizaje y la curiosidad por aprender me llevó incluso a alterar el lenguaje porque no me satisfacían ciertas palabras y quería hacerlas distintas. Continúo en el empeño y trato de domesticarlo para que diga más. Trato de domar la palabra, de corregirla aunque ello altere ciertas leyes. Diría no blancura sino blanquitud. Lograr mayor distancia, mayor horizonte, mayor vislumbre.
"Un poema es una entidad porque en él resuelves una circunstancia vital. Cuando me extravío, la poesía es el camino de regreso, me hace encontrarme no solo en mi duda sino en el quehacer literario, porque hay agotamiento y repeticiones que afectan la obra.
Diría que el poema viene a mí, yo no lo busco, y es la manera en cómo se define el poeta. Si lo buscas no se da en su claridad. De esa situación surge mi condición de poeta experimental, y eso me ha llevado a tensar el lenguaje cada vez más, porque comprendo, a la par, cada vez más, su naturaleza. Cada día que pasa, estoy más en la carnadura del silencio."
RR
Blanco activo
Voy a callarme,
hablar en blanco
para expresar
con mayor representación
visual
mi silencio.
Las comas
los puntos aparte
las respuestas
obligadas
por las letras mayores.
Los gestos
que remedan
el vacío
espacial
que de por sí
crean concomitantes
en una tonalidad pura,
expresiva como un signo
permanente a lo largo
del paso visual
del lenguaje escrito.
Esos blancos
tan necesarios
en la alternancia
del habla
comunicativa
que da ritmo
y musicalidad
armónica y sensata
a la expresión
oculta.
El charco tranquilo
lo refleja espejeante
para leerlo sin prejuicios.
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