domingo, 1 de septiembre de 2013

Inverosímil

31/Agosto/2013
Laberinto
David Toscana

En mis años mozos, cuando asistía a talleres literarios, había un consejo que no fallaba: para que un relato funcione, debe ser verosímil. Nunca entendí eso. Si pedía explicaciones, el coordinador del taller se metía en vericuetos pseudofilosóficos que no decían nada.
Hoy ya no pregunto. Simplemente sé que la verosimilitud es un invento del lector insustancial, y que muchos escritores trabajan para ellos.
Don Quijote no es verosímil; además, está lleno de inconsistencias lógicas, de imposibilidades argumentales. Y sin embargo nadie puede bajarlo de su pedestal de obra maestra.
Cervantes ni siquiera establece el famoso pacto de credibilidad con el lector, pues de inmediato comienza con evasivas. No conocemos el nombre del lugar de la Mancha ni del hidalgo. Sabe que entre menos información nos dé, menos problemas va a tener para justificar su historia.
Esto habría sido un desperfecto para algún autor realista, que hubiese iniciado la historia años antes, cuando el joven hidalgo lee su primera novela de caballería, y la habría terminado cuando el caballero andante sale a su primera aventura. En medio habría muchas disquisiciones sicológicas para justificar la evolución de la demencia.
Así de espontánea como la locura de don Quijote, es la transformación de Gregorio Samsa. En la primera frase se convierte en un monstruoso insecto sin que tampoco exista tiempo para establecer un pacto.
Quienquiera que intentase volver este inicio más verosímil lo echaría a perder: “Durante una noche de sueño intranquilo, el eslabón fulano del ADN de Gregorio Samsa sufrió una extraña mutación que disparó la multiplicación de células con cromosomas alterados, las cuales habían transformado todo su organismo en pocas horas al punto de convertirlo en un monstruoso insecto de la familia de los escarabeidos”.
Pero aún si aceptamos esta metamorfosis, la verosimilitud exigiría que a más tardar en la página tres alguien rociara dicho animal con gasolina y le prendiera fuego. De querer alargar la historia, el tema sería “¿dónde está Gregorio?”, pues nadie de la familia supondría que él era el bicho ni tampoco pensaría que hubiese sido devorado sin dejar rastro.
De Shakespeare ni se diga, hay que acercarse a él más a través de la música que comparándolo con la “vida real”. Mucho nos revela de la realidad, pero no a través del realismo. Sin el espíritu del arte, Hamlet sería caricaturesco. Y por el mismo camino irían sus otros dramas.
La invitación a leer no viene por la verosimilitud sino por la seducción. El verdadero lector sigue la belleza, la intensidad, el ingenio, la sorpresa, la pasión.
¿Acaso alguien rechazaría una noche con una hermosa y apasionada mujer solo porque no alcanza a creerle del todo?
Así que en estos tiempos de escritores salidos de talleres literarios, más vale borrar de las leyes el asunto de la verosimilitud, o nos iremos alejando cada vez más del arte en un intento por cortejar a las imaginaciones tibias.

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