lunes, 19 de octubre de 2009

Niños

19 de octubre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Recuerdo que en primero de secundaria teníamos, los alumnos, un tutor que señalaba y describía a los estudiantes de preparatoria como seres holgazanes, indolentes, abúlicos y próximos a ser presa de los vicios humanos. Los niños escuchábamos a nuestro tutor con un terror no disimulado mientras él depositaba en nosotros, sus entenados, las más sólidas esperanzas.

A diferencia de aquellos pelmazos, nos decía, en nosotros había un verdadero deseo de vivir y nuestra inocencia nos permitiría emprender cualquier actividad plenos de entusiasmo y honestidad. Años después, instalado en el último año de preparatoria, sentía sobre de mí la mirada reprobatoria de mi antiguo tutor y sus palabras marchaban en mi cabeza a paso firme: me había convertido en un ser vicioso e indolente dejando atrás la época dorada de mi vida. Era probable -pensaba entonces- que después de los 11 años hubiera comenzado a morir.

En una de las sentencias más crueles que he leído jamás, Thomas Bernhard dice que es un error creer que las personas traen niños al mundo. Lo que hacen es traer adultos, asesinos, ancianos que mean por todas partes, pero no niños. Y los padres no quieren comprenderlo porque es justo su ceguera la que permite que la vida continúe avanzando. El loco de mi tutor ha quedado totalmente sepultado por las palabras de Bernhard: nunca somos niños y por lo tanto los vicios y la miseria moral nos acompañan desde que nacemos. Acaso esa es la sensación que me ha acompañado desde siempre y que nunca pude comprender del todo, sino hasta que los años se encargaron de entregarme las palabras adecuadas. Y cuando, para reponerme del inconveniente de estar vivo, me digo a mí mismo que valió la pena ser alguna vez un niño, entonces otra voz me dice que nada de eso es verdad y que lo que estoy haciendo es crear un mito para ocultarme que la niñez nunca sucedió.

Es cierto que quienes obedecen son una copia exacta de los que mandan y recibir órdenes te hace tan odioso como el que las dicta. Es por eso que en contra de todas mis ambiciones y proyectos ubico la utopía en el hecho de no recibir órdenes de nadie aunque esto, por supuesto, es casi imposible de cumplirse porque siempre existe una fuerza que se impone sobre de mí para disminuirme y mostrarme que en el mundo en que vivimos nadie tiene derecho a la absoluta libertad. Y es justamente el odioso de Bernhard quien ha escrito varios relatos acerca de su juventud en uno de los cuales hace decir a su abuelo: “Cuando -siendo niños- causamos dificultades a nuestros padres es cuando en verdad conseguimos algo”. No es esta sólo una sentencia literaria o un aforismo sin sustento porque al menos en mi caso fue hasta que le causé problemas a mi padre cuando mis temores por vivir comenzaron a ceder. Y causar problemas quiere decir, en el mejor sentido, incomodar con nuestra existencia, provocar desasosiego y tomar las riendas a costa de los otros. Lo cual no deja de ser aterrador.

Hay una historia de Kenzaburo Oé en la que narra la vida de varios niños japoneses dentro de un reformatorio que, en determinado momento, es abandonado por los adultos a causa de la guerra. Contra lo que pudiera pensarse, estos niños son unos verdaderos crápulas. No sólo aguardan escondidos a que las niñas se acuclillen para espantarlas a gritos mientras orinan, sino que buscan ranas, musarañas, gusanos que sacan de la tierra para matarlos. Le caen con golpes de azada a todo animal que esté vivo. Lo que me ha sorprendido de este relato es precisamente que no me ha sorprendido para nada. Me ha parecido un hecho tan normal lo que hacen estos niños como me parece normal que los hombres maduros sean tan aficionados a despreciarse entre sí o a competir como si fueran animales en celo que pelean por una hembra.

Mi tutor de primero de secundaria puede estar tranquilo, los niños no se echan a perder en la preparatoria sino que así nacen y con el tiempo, si tenemos suerte, se convierten en niños, no en niños reales sino en la mítica imagen que tenemos de ellos. Esta es de algún modo la suerte de ciertas personas excepcionales. El resto seguimos el camino.





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