sábado, 24 de septiembre de 2011

Fernando Vallejo: la conquista de la novela

24/Septiembre/2011
Laberinto
Fernando Fernández

Hace unas semanas recibí por correo una extraña petición: que contara cuándo y en qué circunstancias había sido alumno de gramática de Fernando Vallejo, tal como yo mismo dije según se afirmaba en un reciente artículo de prensa. Quien se dirigía a mí de esa manera, uno de los principales especialistas en la vida y la obra del escritor colombiano, añadía que mi testimonio le interesaba porque la “faceta docente” de Vallejo “no se había mencionado en público hasta ahora”. Antes de despedirse, solicitaba mi autorización para citar mi nombre como fuente de tan novedosa información. Primero pensé que era una broma y me dieron ganas de inventar yo mismo alguna historia, dando dos o tres pistas falsas. Al rato se me olvidó la cuestión. Días más tarde, el especialista en Vallejo volvió a la carga. Entonces hice una pequeña búsqueda en la red para ver si había por ahí algo que justificara el asunto. Allí estaba: un artículo publicado a fines de agosto, a raíz de la concesión del premio de la FIL a Vallejo, en el que el escritor Álvaro Enrigue me adjudica esa declaración, hecha según él por teléfono en 1994, en los tiempos en que yo dirigía Viceversa y él colaboraba en la revista. El impresionante título del artículo, “El vaivén entre realidad y ficción en la obra de Fernando Vallejo” (página en la red de CNN México, 30 de agosto), está bien puesto, al menos en lo que a mi presencia en él se refiere.

Que la memoria falsee los recuerdos es cosa frecuente y comprensible. No lo es tanto el que se evoque en público un episodio falseado y quien lo haga se cuide de decir explícitamente que lo recuerda “con mucha claridad”. Veamos lo que escribe Enrigue: “Dos o tres semanas después publiqué una reseña deslumbrada sobre La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo en la revista Viceversa —que en esa época tal vez más generosa en que los jóvenes todavía podían publicar sus notas de crítica en medios de papel, pasaba por un auge—. Recuerdo, con mucha claridad, que al poco de enviar mi nota me llamó por teléfono el director de la revista, Fernando Fernández, y me dijo con genuina sorpresa que Vallejo había sido su profesor de Gramática en la Universidad, que era un excéntrico y un gran tipo. ‘¿De verdad la novela es tan buena como dices?’ —me preguntó—. Mucho mejor, le dije. Es algo nuevo, compacto, distinto de todo lo demás que hemos leído y no tiene nada que ver con lo que entendemos por latinoamericano”.

Me parece bien que Álvaro dé sus opiniones en algunos periódicos; lo que me sorprende es que lo haga con una prosa torpe y apresurada, impropia de un narrador de sus vuelos. Véase, como ejemplo, la siguiente frase: “en la revista Viceversa —que en esa época tal vez más generosa en que los jóvenes todavía podían publicar sus notas de crítica en medios de papel, pasaba por un auge”—. Uno puede preguntarse: ¿qué es lo que pasaba por un auge? ¿“La época tal vez más generosa”? ¿Viceversa? Si, como parece, se refiere a la revista, ¿qué apreciación es ésa de que pasaba por un auge “porque los jóvenes todavía podían publicar sus notas de crítica en medios de papel”? A continuación escribe que yo le llamé por teléfono y le dije “con genuina sorpresa” que Vallejo había sido mi profesor de gramática. ¿Qué quiere decir exactamente? ¿Que yo se lo dije “con genuina sorpresa”? Si ya lo sabía ¿por qué iría a sorprenderme? ¿O la sorpresa, como más bien parece que quiere decir, fue suya?

Hay algo de arrogancia en rememorar un episodio del pasado vivido por uno mismo con el único propósito de contar lo que dijo… uno mismo. Peor si no es más que una banalidad. Volvamos al párrafo que nos interesa: Enrigue me pinta al teléfono casi que con el aliento suspendido, poco menos que cayéndoseme la baba, como sucede cuando se asiste a las grandes revelaciones: “¿De verdad la novela es tan buena como dices?”, escribe que le dije. Y él contesta, ya en plan sublime: “Mucho mejor, le dije. Es algo nuevo, compacto [sic], distinto de todo lo demás que hemos leído y no tiene nada que ver con lo que entendemos por latinoamericano”. Aun así, todo sería pasable tratándose de su opinión y hasta expresándola de manera atropellada, si lo que Enrigue recuerda tan claramente fuera verdad. Como tengo una idea de por dónde vienen los tiros, puedo reconstruir la caprichosa operación de su memoria.

Conocí a Fernando Vallejo hace poco más de 25 años, no mucho después de coincidir en la carrera de Letras con un joven actor colombiano que el futuro novelista había traído a México para actuar en la primera de las tres películas que hizo a partir de finales de los setenta. Una tarde de marzo de 1985 mi flamante amigo actor me llevó a conocerlo. Me encantó lo que vi: un hombre sensible, lúcido y quizás un poco desaforado que hablaba de sus lecturas con enorme vehemencia. Por esos días se estrenaba en el género novelístico: acababa de salir Los días azules, la primera parte de un ciclo que iba a llamarse “El río del tiempo” y del que acabaron apareciendo cuatro volúmenes más. Dos años antes el Fondo de Cultura Económica le había publicado “una gramática del lenguaje literario” llamada Logoi. Ese libro, que compré de inmediato, me pareció tan impresionante como su autor en persona: planteaba un recorrido por las principales fórmulas literarias de la tradición, que ejemplificaba en sus lenguas originales: español, francés, inglés, latín, etcétera. Así como “la crítica [había] estudiado a los escritores bajo el ángulo de su originalidad”, explicaba en el prólogo, su gramática proponía entender “la literatura como el reino de lo recibido, como el vasto dominio de la fórmula, el lugar común y el cliché” (p. 29). De esa forma, uno estudiaba qué cosa era la aposición y luego la veía comportarse en pasajes sacados de Menéndez Pidal o Maupassant, Poe o Colette, James o Brancati, y así ocurría con la elipsis, la metáfora, la sinestesia, entre otros muchos recursos y fórmulas ejemplificados con citas de una interminable lista de autores: D’Annunzio, Valle, Primo Levi, Azorín, Proust, Reyes, Cicerón, Larra, Horacio, Camus…

Si se produjo la conversación que Enrigue en cualquier caso deforma, es seguro que le haya dicho que entre lo que yo conocía de Vallejo estaba esa gramática, de la que debo de haberle hablado con admiración. Pero nada más. Y si le manifesté que me parecía “un gran tipo”, tal como lo sigo pensando, no sé a qué me referiría en cambio si dije algo sobre su excentricidad, dada la connotación más bien negativa de esa palabra. De todas maneras, el alejamiento de Vallejo de ese centro (hecho de reflectores y premios, éxito del que sea, presencia en periódicos y televisión…) que buscan con afán algunos escritores, más su dedicación al trabajo en silencio y la envergadura característica de sus proyectos, me hacen creer que aunque no lo hubiera dicho quizá sea una manera acertada de describirlo. Véase, en ese sentido, la preponderancia que en su artículo da a los reconocimientos Enrigue, que empieza hablando de Vallejo pero acaba haciéndolo del premio de la FIL y de los escritores que afortunadamente ya están en posibilidades de ganarlo. Por cierto, es interesante preguntarse por qué recuerda ahora como “deslumbrada” aquella nota que en efecto apareció en Viceversa (número 19, diciembre de 1994) pero que, tal como se dará cuenta quien la lea, es difícil describirla con justicia con ese adjetivo.

A mediados de los años noventa, Vallejo se hizo muy conocido como el gran narrador que es, idéntico al hombre con el que conversé hace poco más de un cuarto de siglo, la primera vez que estuve en su casa: lúcido y sensible, pero también desaforado y casi tremebundo… He leído algunas de esas novelas escritas en su madurez literaria y que ha usado, si puedo decirlo así, para descarnar, desbocarse, dolerse, aullar. Quizá la discusión más interesante en torno a ellas sea la que supone el punto de vista desde el que invariablemente están narradas: la preeminencia de la primera persona por encima de la tercera y la muerte del narrador omnisciente, por su artificiosidad e inverosimilitud. En cambio, sólo lo visité una vez más: un sábado de mayo de 2007, cuando en presencia del antiguo joven actor colombiano y de Raúl Ortiz, su amigo traductor de Lowry, lo oí disertar con vehemencia sobre los defectos de Cien años de soledad, en su opinión una obra muy sobrevalorada.

Con la perspectiva que da el tiempo creo que lo que más me impresiona de Fernando es la historia de su conquista de la novela, ese género más bien tardío que mayormente se entrega sólo a quienes saben aguardar para conocer sus secretos. Si es verdad que no he leído algunas de sus obras, por ejemplo su apretada biografía de Barba Jacob, que aguarda desde hace años en mi librero, y menos aun La puta de Babilonia cuyo tema no me interesa, mi apreciación de Vallejo está llena de respeto, cariño y admiración. Su conocimiento de la lengua pero también el cine, la sexualidad, el amor a los animales y su desgarramiento de su país de origen, me parecen las estaciones de una pasión por el género que ha cristalizado en una de las obras más expresivas y vigorosas de la literatura hispanoamericana de la actualidad.

De la forma de escribir de Federico Campbell

24/Septiembre/2011
Laberinto
José María Espinasa

En pocos casos como el de Federico Campbell el oficio condiciona de manera tan aguda la realización cotidiana de la escritura. El narrador y sagaz entrevistador de los setenta y ochenta dejó paso en los años noventa a un singular ensayista por entregas en sus colaboraciones hebdomadarias en La Jornada Semanal y después en la revista Milenio Semanal. Es uno de los novelistas más destacados de una generación de muy buenos narradores —Hugo Hiriart, Juan Tovar, Esther Seligson, José Agustín— que han mantenido siempre un pie en otra vocación paralela, sea la de periodista, dramaturgo o traductor, que los ha llevado por caminos curiosos. La entrega de sus colaboraciones, circunscritas por un espacio —las dos o tres cuartillas que admite el formato en que se publican— y por un tiempo —la actualidad o pertinencia de la reflexión en cierto contexto— no parece un camino sencillo para la formación de buenos libros, y sin embargo los da, en su caso, extraordinarios. Un ejemplo ya clásico es Máscara negra, diario de lectura de la novela negra y policiaca reflejada en la espejeante realidad.

Lo es también, aunque de manera muy distinta, su Post scriptum triste, cuaderno de notas que elabora a su vez una teoría de la escritura en el taller interior del autor, con sus preocupaciones y temblores, sus dudas y vacilaciones, sus afectos permanentes y sus descubrimientos. Creo que fue a propósito de ese libro que Campbell habló de la gestación de Masa y poder, esa obra maestra de Elias Canetti, escrita en fragmentos de tres cuartillas a lo largo de muchos años, y que se presenta ante el lector como un ejemplo de unidad conceptual gracias a, y no a pesar de, su condición aleatoria y azarosa. Eso le pasa a los libros de Federico Campbell, parecen escritos con una disciplina de académico alemán. Y sin embargo sus mejores virtudes se apoyan precisamente en esa condición incluso caprichosa de su composición. A veces tiene como columna vertebral un tema, pero éste le sirve de excusa para brincar de un autor a otro, de un tema o una época a otra, tiene la condición libre del lector que lo hace a su antojo y según pulsiones de todo tipo. Que pueden ir, claro, del libro obligado por la actualidad noticiosa hasta el regalo de un amigo de un texto propio o ajeno.

Para que esos libros le salgan tan bien he dado en otras ocasiones distintas explicaciones. Hoy quiero dar la siguiente: trata a los temas y a los libros como seres vivos, es decir, como personajes de una novela en formación. El sustrato narrativo de sus primeras obras, Todo lo de las focas y Pretexta, dio años más tarde paso a un universo familiar formado por sus padres, sus hermanas, sus parientes en Navojoa o en Tijuana. Es evidente que en esos libros —La clave Morse, Transpeninsular— está presente la figura paterna. Freud nos ha mostrado, no sin razones, que la relación con el padre es siempre conflictiva aunque pueda ser buena, porque está hecha de admiración y respeto a la vez que de necesidad de afirmación frente a ella. Todos sabemos que hay incluso un componente instintivo claramente animal.

Justamente a Campbell le interesa lo contrario: lo más humano de ese conflicto, y lo pone en el centro de la facultad que nos hace humanos: la memoria. Hay quien dice que los hombres recuerdan ya en el momento de vivir algo por vez primera, de ahí la famosa sensación del déjà vu que nos puede llevar a la locura. Nosotros dialogamos con los muertos y con los vivos y con nosotros mismos, gracias a la memoria: si no recordáramos que una persona tal o cual es nuestro padre nos comportaríamos de manera muy distinta y el universo estaría formado por desconocidos. Por eso el hombre para el escritor no es un animal que conoce, es decir que adquiere información, sino que reconoce, que hace al otro un conocido, o mejor aún, un familiar.

En una época la idea de la otredad se quiso situar en una distancia geográfica —los salvajes del Amazonas, las tribus de la Polinesia, los esquimales— o incluso extraterrestre —los marcianos— sin tomar en cuenta que la otredad había que buscarla en lo inmediato, los hermanos y los padres, ese núcleo que ya sea la economía o ya sea la religión han vuelto base de nuestra sociedad. El otro está delante de mí, no en la imagen en el espejo sino en la de esa factura del tiempo que es la relación con el padre. Y Campbell se interrogó sobre cómo los escritores y artistas se relacionaban con la figura del padre, fuera la simbólica o la real, la reencontrada o la olvidada. Y es natural pues la mejor novela mexicana, que Campbell ha leído y releído, empieza así: “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre”. Y ese “aquí” es el reino de la memoria.

¿Cómo han reflejado la figura del padre en sus obras los escritores? Bueno, lo han hecho de muy diversas maneras y Federico sabe encontrarle el chiste a compararlas, a distinguir los matices. Hay un sentido en que lo que pesa es la herencia: el padre de Borges le pidió repetidas veces a su hijo que volviera a escribir los libros que él había escrito y, justamente en tono borgiano, podríamos decir que eso fue lo que no hizo, él que lo consiguió para El Quijote, pero no para su padre, que le heredó la escritura, en ese gesto imposible de cumplir. Pero la escritura, que es memoria y herencia, es sobre todo una elección.

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Libros como Máscara negra, Post scriptum triste y Padre y memoria son libros de lector, más que de narrador o ensayista o poeta. Y lector-creador que lo hace sin sistema, sin método, al aire del azar, pero cuyo libro entregado al editor no tiene nada de anárquico o disperso. Parece escrito de un jalón y como si el autor hubiera, cosa imposible, haber leído todo sobre su tema. Campbell es todo lo contrario de un académico porque su fuente vital es el placer, nunca lee por obligación.

Es cierto que ha escrito libros con una perspectiva totalizadora, por ejemplo su volumen sobre Sciascia, pero incluso en ellos mantiene esa condición de placer. Por eso a veces toma el impulso de una crónica, otras la de una noticia, y otra más casi la de un subrayado a una obra ajena; otras la de una confesión personal y otras incluso la de una tarea profesional.

No es fácil, ya se dijo, que libros escritos así, en buena medida por acumulación, tengan la coherencia que tienen, y no tanto que él, Campbell, se las dé para una reunión en volumen trabajando y retrabajando los textos —pienso que no lo hace tanto, si acaso quita repeticiones o contrasentidos—, sino que milagrosamente está en ellos.

Cuando leo las colaboraciones periódicas de Hugo Hiriart o de Campbell me parecen buenas, me interesan, pero no me impresionan, me parece que ambos las sostienen en su oficio. Pero cuando las veo en libro sí me impresionan y me parecen muy inspiradas, ganan con su contigüidad. Ya se mencionó el gran ejemplo, Masa y poder de Elias Canetti, pero también se podría mencionar al Cyril Connolly de La tumba sin sosiego. Este autor inglés dijo, y se ha repetido muchas veces, que un escritor trabaja para escribir una obra maestra. Creo que Canetti, el propio Connolly y Federico Campbell no son buen ejemplo de ello. Su raza es la de los conversadores, así sea por escrito, para los cuales la obra maestra siempre es la siguiente, la conversación por venir, el libro por escribir.

Por eso Padre y memoria es un libro para leer en donde uno quiera: en el metro, apeñuscado entre la gente; en un tren camino hacia ningún lado o en el estudio, aislados incluso de nuestra propia respiración. Nunca como en este caso la frase “se deja leer” viene más a cuento, pero no como cuando se dice de una mujer que se deja querer como sinónimo de no entregarse. En este caso es al contrario: pura entrega, sin condiciones, sin manipulaciones. Así, cuando yo releo o leo por primera vez a un autor que Campbell ha ensayado en alguno de sus libros busco esas páginas sabiendo que me van a iluminar a través de una empatía con la respiración del texto. Esto es muy propio de un narrador, y de un narrador —además— que no busca apantallar con piruetas verbales disfrazadas de inteligencia, sino que busca hacer de sus temas personajes.

Pongo un ejemplo de cómo funciona lo narrativo en el ensayo. Creemos saber cómo se comportan las mujeres adúlteras, pero cada vez que leemos Madame Bovary sabemos, como Sócrates, que no sabemos nada. Así, si alguien me pregunta qué dice Campbell sobre tal o cual tema o autor, balbuceo alguna incoherencia y termino por ir sobre el libro y mostrar las páginas de algún pasaje. Siento que lo simplifico si lo quiero explicar, de la misma manera que reducir una novela a su anécdota es siempre perderse lo mejor, incluso en las policiacas de más clara tendencia al enigma. Nada enseña más sobre el comportamiento humano que leer Moby Dick, pero leerla no nos enseña a cazar ballenas.

Por eso los de Campbell son libros que se pueden releer con gran gusto, prueba de fuego de los libros ensayísticos. Es como aquella condición de la amistad que permite oír por sexta o séptima vez el mismo chiste y volver a reír de él con ganas. Campbell, además, es de esos críticos que han aprendido a comunicar sus reflexiones en textos breves, a dar información sin que parezca pretensión erudita de quien todo lo sabe. Y a lograr que juicios ajenos se desdoblen con variantes en ideas propias, a veces muy originales. Ya en aquella extraordinaria novela Yo, el supremo Roa Bastos había señalado la necesidad del hombre moderno de ser padre de su padre, pero en este caso la memoria ¿qué papel juega? Pienso ante todo que el padre representa el tiempo: en él envejecemos. Y si dialogamos con ese tiempo al que no se puede detener, es gracias a que la memoria nos permite al menos mirar hacia atrás y así saber que algún día recordaremos nuestro futuro, una manera de decir que seremos recordados por alguien.

Todos los libros el libro

24/Septiembre/2011
Milenio
Ariel González Jiménez

Gracias a un simposio acaba de discutirse nuevamente el futuro del libro. El autor aprovecha ese marco para insistir en que lo más trascendente será la defensa que hagamos de la lectura

Justo al inicio del Simposio Internacional del Libro Electrónico que se llevó a cabo a lo largo de la semana que termina se comentó en esta misma sección cultural que este encuentro coincidía con la liquidación, en Estados Unidos, de las últimas 399 librerías Borders.

Este hecho no podía ser más concluyente acerca del tema en el que participaron expertos e investigadores de prestigio internacional. La cadena Borders llegó a tener mil 249 tiendas en su mejor momento (año 2003), pero cayó víctima de ese cambio del que todos hablamos y que, por lo menos en México, pareciera remoto: la llegada de diversos dispositivos electrónicos que están sustituyendo al libro.

A pesar de las evidencias que indican el aumento de los nuevos lectores que no gustan ya del libro o que lo creen innecesario, cuando no estorboso, el debate organizado por el Conaculta hace unos días resultó muy animado puesto que no todo parece tan claro, ni tan positivo, para muchos de los que estudian el tema.

Por supuesto, hay quienes hablan del asunto como si estuviéramos condenados en forma ineluctable a esta nueva realidad tecnológica que ha producido un nuevo tipo de lector. Otros más, fascinados por todas estas expectativas, ponen cirios y flores sobre el cadáver del libro. Pobre libro, era tan bonito…

En contrapartida, hay quienes se refieren al tema con total escepticismo, como si el cierre, por ejemplo, de Borders, hubiera ocurrido en otro planeta. Y cerca de estas filas se hallan los que en una especie de ludismo libresco declaran la guerra a las pantallas para exaltar la tinta, las páginas de papel y hasta sus olores.

Lo cierto es que el terreno es todavía demasiado amplio y caben muchas alternativas. Una de ellas es que aunque el libro se convirtiera en una antigualla de la noche a la mañana, quizás muchos —más de los que se cree y más allá de las supuestas determinaciones generacionales— seguiríamos prefiriendo incluso por puro sentido práctico nuestros libros. Es al menos una posibilidad. Por lo menos nadie nos lo podría impedir, menos en una época en la que parte de las nuevas tecnologías también hace posible, con la revolución en la reprografía que se vive (ediciones de unos cuantos ejemplares, reducción de costos, etc.), que el mundo editorial se ensanche.

Y así tenemos más que una paradoja: justo cuando es más fácil y barato hacer libros, muchos libros para todos los gustos y posibilidades, desde el ámbito digital se hace toda clase de preparativos para las exequias del libro.

En el Simposio que citamos, el investigador Néstor García Canclini dijo algo que es preciso tomar en cuenta en el debate sobre el futuro del libro:

“No debemos tomar posiciones ingenuas o reactivas frente a lo que aparece, pues la historia de las industrias culturales es una historia de muertes incumplidas. Muchos decían que con el cine el teatro iba a acabar, que con la televisión y el video iba a terminar el cine, y que las computadoras iban a perecer frente dispositivos como el iPod”.

Es algo con lo que coincido plenamente. Sin embargo, otra cosa será que las mismas editoriales terminen por matar al libro (algunas parecen estar empeñadas en ello), publicando toneladas de basura y/o renunciado al soporte de papel, promoviendo ellas mismas que la profecía de la lectura electrónica se haga (la única) realidad.

Para el número 500 del suplemento Campus, mi amigo Jorge Medina me invitó a reflexionar sobre estos temas. Siglo pensando, como lo hice en ese artículo, que lo más importante y de mayor trascendencia es el futuro de la lectura. Me permito citar in extenso mi conclusión de ese trabajo:

El asunto de fondo no puede ser —y no será, creo— en qué soporte material leemos, sino qué leemos y cómo somos capaces (o incapaces) de multiplicar los placeres y poderes de la lectura. Porque nunca como hoy hemos tenido oportunidad de leer toda clase de textos sobre las más diversas materias, traducciones de autores que escriben en lenguas extrañas y novedades de países lejanos sin tener que esperar años; pero también nunca como hoy la lectura es un raro disfrute, un exquisito entretenimiento que pierde terreno frente a la banalidad audiovisual.

Lo importante, pues, seguirá siendo la reivindicación que hagamos de la lectura independientemente de si las páginas de papel o de plasma privan en nuestras bibliotecas. El verdadero y único futuro del libro, pasa por el reconocimiento que podamos hacer en nuestras vidas de todos los poderes y placeres de la lectura. Hago mías las palabras de Harold Bloom y cifro en ellas todas las defensas apasionadas que hagamos hoy siempre de ese objeto precioso que es el libro:

“La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”

Quien comprenda estos valores fundamentales, intrínsecamente humanos, que justifican al libro, querrá tener uno siempre a su lado sin importar qué formato tenga.

El periodismo cultural debe fomentar la crítica

24/Septiembre/2011
El Universal

Para Jorge Volpi, la televisión pública mexicana es una de las que más tiempo dedica a temas culturales en comparación con España y Portugal, por ejemplo. Sin embargo, el periodismo cultural enfrenta una crisis profunda ante la presencia del espectáculo como realidad general.

En el cuarto día del Seminario Nuevas Rutas del Periodismo Cultural, organizado por el Conaculta y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), el ex director del Canal 22 brindó la ponencia “Los dilemas del periodismo cultural por televisión”.

“En épocas anteriores existía el prestigio del periodismo cultural, la variante era la crítica cultural en medios que tenía un estatuto central. Basada en el prestigio acumulado de los medios, de las figuras que practicaban el periodismo cultural, se influía en los gustos. Se trataba de tiempos en que las figuras tenían una influencia en el consumo cultural”, dijo.

Y añadió: “Es a partir de las crisis económicas que los espacios culturales sufrieron una erosión por la falta de interés de los medios y por el desgaste ideológico de esas mismas figuras”.

El escritor sostuvo que en el Canal 22 se comprendió que los contenidos informativos tenían que reflejar todos los aspectos de la sociedad a través de la cultura. “Concluimos que cualquier fenómeno político y social también se podía abordar desde la cultura”, dijo.

Indicó que cualquier producto cultural es un conjunto de ideas y las ideas se comparten como los genes o virus. “Sobreviven sólo las más aptas, esto no quiere decir que sean las mejores”.

Manifestó que para que la televisión cultural atrape más audiencia es necesario darle importancia a lo visual. “ También se debe vincular más al periodismo cultural con la realidad misma. Las veces que se demostraba que la audiencia era mayor, era cuando se trataba la agenda general del país”, explicó.

Dijo que en muchos lugares del país la única aproximación de la gente a la cultura es la televisión, por ello, es un instrumento de transformación y ascenso social. “El gran problema no es la violencia, sino la desigualdad, y la desigualdad cultural. Y la mejor forma de atacarla es la televisión con un periodismo crítico”, dijo.

Sostuvo que el periodismo cultural por tv debe incitar a que la televisión privada también aborde temas culturales y dijo que es fundamental crear audiencias críticas. Volpi estuvo acompañado de Luis Miguel González, director editorial de El Economista y de Julio Aguilar, editor cultural.

Villoro: Periodismo permite valorar la realidad

24/Septiembre/2011
El Universal


El periodismo cultural es la manera que permite valorar no solamente las bellas artes sino la realidad que constituye a los mexicanos, aseguró el escritor Juan Villoro, al tomar parte del seminario 'Nuevas rutas para el periodismo cultural', que ayer concluyó.

Al dictar la conferencia 'Itinerarios del ornitorrinco: El periodismo cultural en la arena pública', en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), el también periodista aseguró que 'todas las formas del discurso son interpretables, por lo que el periodismo cultural tiene que ver con la manera como nos comunicamos y entendemos todos nosotros'.

También, dijo, con la manera como se preserva la tradición, entendida como algo abierto, 'pues ésta no sólo está constituida por los clásicos del pasado, sino que todo está en discusión, incluso el mismo pasado que nos constituye; el periodismo debe revisar y discutir el pasado, para utilizarlo'.

Para Villoro, quien ha incursionado en la novela, el reportaje, teatro, ensayo y autobiografía, el periodismo cultural custodia la tradición, pero también la renueva. 'Hay una pulsión en el periodismo actual, en el sentido de que existen muchas cosas que no se han realizado y se podrían realizar'.

En su conferencia habló de muchas cosas que pueden ser ideales en el periodismo y que no siempre se tienen. 'Hay buenas plataformas para ejercer el periodismo, pero también debemos abrir espacios muchas veces personales', advirtió más adelante el autor del ensayo 'Efectos personales'.

De acuerdo con Villoro, el periodista 'se la debe jugar por su cuenta' para tener un proyecto personal, y al margen de los medios donde pueda colaborar, 'también tratar de hacer una obra que poco a poco pueda ir colocando y pueda ir encontrando su propio espacio en este universo'.

Símbolo del periodismo cultural de México y ejemplo para las nuevas generaciones de comunicadores, Villoro añadió que 'el periodista debe tener una curiosidad amplia, y no solo saber de cuestiones culturales o de las bellas artes. Si es así, no cumple con su cometido'.

La cultura, abundó, es una forma amplia del conocimiento que tiene qué ver con la antropología, la religión, la política, la psicología y otras zonas del conocimiento, por lo que la curiosidad del periodista debe ser de corte amplio.

El periodismo cultural debe ser una voz crítica. 'La única manera de entender la realidad es cuestionando las cosas que no están bien, tratando de mejorarlas y transformarlas. En este momento, el periodismo juega un papel estratégico para restablecer el tejido social', concluyó Juan Villoro.

lunes, 19 de septiembre de 2011

“Sólo me entiendo en el mundo a través de la lectura y la escritura”

19/Septiembre/2011
El Universal
Sonia Sierra

Como si escribiera un cuento, la escritora Barbara Jacobs relata las formas, historias y personajes que estuvieron y han estado presentes en su camino hacia la lectura y la escritura. Leer, escribir es un libro editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, que se acompaña con nueve láminas pintadas por el artista Vicente Rojo, de la serie “Alfabeto secreto”. La publicación será presentada a las 19 horas de mañana martes 20 de septiembre en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Narradora, poeta, traductora y ensayista, Jacobs nació en la ciudad de México en 1947. Es autora de libros como Las hojas muertas, premio Xavier Villaurrutia, Lunas y Adiós humanidad; Doce cuentos en contra y la Antología del cuento triste, junto con Augusto Monterroso.

En su libro se define a sí misma más que como escritora o lectora, como soñadora, ¿a qué se refiere?

La verdad es que es por deficiencia. Ya quisiera yo ser una verdadera lectora capaz de sacarle a un libro todo lo que ofrece; debido a que me voy por ahí, a cada rato, todo me estimula, y le resta un poco a lo que la lectura ofrece. Con la escritura me sucede menos, porque me exige la concentración total.

Es obvio decir que escritura es imposible sin lectura...

Yo sí creo, pero no creo que sea parejo para todo escritor. Los hay quienes lo pueden hacer sin lectura, pero no me imagino eso.

¿De dónde nace la idea de escribir en torno de la escritura y la lectura?

El deseo de comunicarme, para mí, sólo encuentra cauce a la hora de escribir y leer. No me entiendo en el mundo, si no es a través de la escritura y la lectura. Yo casi que leo la vida, más que vivirla. Para mí es el mundo del lenguaje el que me posibilita, no sólo separarme de los seres irracionales, sino conectarme con el resto de los seres racionales.

Que no hay dos lectores iguales, es algo que deja saber su libro…

Es cierto. Uno está en la biblioteca de otro y sabe que le está indicando quién es ese otro. En mí tienen un espía las gentes; los amigos, la familia. Estoy con alguien, en su casa, y estoy viendo qué libros está leyendo. Escrutiño a la gente con sus libros y también con su lenguaje. Para mí es muy significativa la manera de hablar, no de pronunciar, sino el mundo que abarca su vocabulario. El lenguaje es un retrato de la persona.

Escoge usted cinco libros fundamentales: “La vida de Lazarillo de Tormes”, “The Catcher in the Rye”, “Rayuela”, “Flush a biography” y “Antología del cuento triste”, ¿cómo se da esa selección?

La verdad es que un profesor al que le iban a hacer un homenaje me pidió ese tema. Yo elegí a esos cinco autores muy pensados en el sentido de que no nada más fueran significativos para mí, sino conducentes a muchos otros. Al hablar de Virginia Wolff (“Flush a biography”) hablo de ella, pero también de su mundo de escritores, de su mundo literario. Al escoger una biografía escrita por ella estoy hablando de muchas cosas, de todas las escritoras mujeres, de lo importante que fue ella con su ensayo “Una habitación propia”.

“Rayuela”, por ejemplo ¿a dónde la lleva?

A muchísimo. Yo me formé sobre todo con libros en inglés y en francés. Los dos autores que me dieron el español, que es la lengua en la que escribo, son Julio Cortázar y Augusto Monterroso, que entre ellos eran muy amigos, pero que los veo bastante diferentes como buscadores de lenguaje. Me dieron, además del español, la combinación de dos fuerzas muy diferentes, esenciales. No me podría imaginar sin uno de los caminos que ellos abren para mí.

Deja dicho usted que una biblioteca se hace además de libros perdidos…

Sí, son libros que están en uno, aunque no físicamente; prefiere no volverlos a encontrar o sí. Toda lectura es diferente, si uno lee 300 veces un libro siempre va a encontrar algo diferente, siempre será otro libro. No tenemos que tener todas las mismas lecturas; eso cree uno al principio: ‘tengo que leer todo lo que leyó Fulano’. No. Tiene uno que encontrar a sus autores y no necesariamente son los que normaron a nuestros autores favoritos.

La idea es buscar construir nuestra biblioteca…

Creo que sí, pero en esos diferentes niveles: los que uno tiene, los que uno leyó y perdió –y darles esa otra vida que uno cree que le dieron y que quizás no es cierto- y los libros que desea. Pero creo que hay otros tipos de bibliotecas.

¿Por qué cree que los libros definen a una persona?

Porque recogen el lenguaje como signo distintivo de seres racionales. Los seres irracionales también sienten pero no pueden repetir, conocer la profundidad ni saber a qué se refiere su propio sentimiento. Los libros sí tienen la recolección de todos nuestros sentimientos, dudas, conocimientos, por eso para mí son la clave del conocimiento y la civilización, son la solución.

¿Qué opina de que esas campañas que llaman a leer, donde salen actores de televisión o aparece Elba Ester Gordillo invitando a leer?

¡No, qué horror! Creo que quizás no están demostrando en su persona el resultado de las lecturas, porque si lo estuvieran demostrando sería otro el mundo. Creo que empiecen por sí mismos, en su modo de expresión. En la manera de hablar de la gente se puede dar cuenta uno de si leen o no. Ojalá supieran que la manera como los niños se acerquen a los libros, no es diciéndole que tiene que leer a “El Quijote”. Yo quisiera saber, de todos los que dicen que hay que leer a “El Quijote” quién lo ha leído, porque para un niño es muy difícil leer “El Quijote” y todo lo que ofrece. Lo que sí le puede decir al niño es lee “Rinconete y Cortadillo”, que es una novela breve de Cervantes. Y ojalá no le digan que fue escrita por Cervantes. Lo mejor para leer es que estén a la mano los libros y que sean libros. Creo que el camino de la educación, de la lectura, es el que nos lleva a la civilización. Ojalá y de veras pudiéramos tener acceso a más libros, unos llevan a otros. De la mala lectura se puede pasar a la buena lectura; no estoy contra la pobre lectura, sí a favor de que se alcance la mejor, es como los tacos: uno busca los mejores; los hechos a la carrera, con materiales deleznables a eso saben, entonces hay que ir a los buenos. ¡Y cuánto que un buen taquero busca los mejores!

sábado, 17 de septiembre de 2011

Carta a las editoriales independientes

17/Septiembre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Como comprador de libros mexicanos, sé que uds. —las editoriales independientes— dicen encargarse de los libros inteligentes.

Aldus, Alias, Almadía, Sexto Piso y Tumbona, por sólo nombrar cinco, tienen colecciones coleccionables. ¿Error gramatical? No: rareza editorial.

Un catálogo de riesgo como el de Joaquín Mortiz hace cuarenta años, hoy es impensable. La poesía y el ensayo no interesan ya a las transnacionales; sólo interesadas en cierta novela y obras de venta fácil. ¿Libros de arte? ¿Crítica? Vaya preguntas. Se wallmartizaron.

Pero un problema de las edit-independientes es que no distribuyen bien. ¿Falta de recursos, profesionalización, Depto. de Anti-Ventas?

Y escasa atención al cliente.

Hace tiempo casi tuve que rogar a Taller Ditoria para comprar un libro suyo.

Finalmente obtuve su cuenta bancaria, deposité mil pesos por libro y mensajería. Tardaron más de un mes en enviármelo. Sólo después de insistirles.

Casos similares atravesé con otras edit-independientes, ¡incluso cuando aclaraba que me interesaba comprar el libro para reseñarlo!

Su presencia en internet no es activa. No se han organizado para tener una web de venta de todos sus títulos.

Por suerte, ya realizan la Feria del Libro Independiente.

En Estados Unidos hay una distribuidora y alianza de pequeñas editoriales llamada Small Press Distribution (SPD), situada en San Francisco.

SPD es operada por escritores experimentales norteamericanos y voluntarios, y se orienta a vender libros alternativos, de izquierda, feministas, ecologistas e impopulares.

SPD, además, organiza foros, lecturas y promoción de obras y visiones literarias innovadoras y contra-hegemónicas.

SPD tiene un catálogo impreso y electrónico estacional, que nos entera de todos los títulos que han publicado las decenas de editoriales que vende.

Las editoriales independientes mexicanas desgraciadamente no tienen una política cultural tan intrépida ni una plataforma colectiva.

Las grandes editoriales ya tomaron su decisión: es comercialmente respetable. Y culturalmente desastrosa.

Uds., las editoriales independientes, en cambio, apuestan por la literatura.

Y como sin uds. casi no habría novedades literarias profesionales en géneros no-populares, se han vuelto estratégicas para nuestra cultura del libro.

Pero necesitamos que su apuesta sea completa. Los lectores queremos que nos permitan apoyarlas.

Queremos un catálogo completo de sus libros. Lo queremos en internet YA.

Queremos también que radicalicen sus catálogos. La crisis lo exige.

Queremos también que si reciben fondos públicos, abran convocatorias transparentes para publicar. Democratícense.

Pedimos lo difícil. Los lectores independientes lo merecemos.

El libro sobrevivirá por ediciones indie y bibliómanos.

Atte., sus únicos aliados: Nosotros, los Lectores Locos.

Ad hominem

17/Septiembre/2011
Laberinto
Armando González Torres

Quien guste de ver desde la primera fila los pleitos donde todo vale debería frecuentar las polémicas intelectuales.
La polémica intelectual tiene una función mediática y de resonancia para proyectar una postura sobre otra y los protagonistas buscan ganar autoridad demostrando, ante un auditorio, un argumento más sólido, un mejor estilo y una mayor coherencia moral. Hay polémicas todavía memorables y otras envejecidas, pero pocas escapan al drama, al involucramiento emocional y a la alusión personal. La mecánica es conocida: la controversia comienza con la discrepancia en torno a algún valor social, político o literario pero, de repente, algún desliz hace aflorar la disputa personal y el tono otrora civilizado comienza a asemejarse a lo que sería el pleito de dos garroteros de table dance disputando una propina. Cierto, hay quienes distinguen entre el debate argumentativo y el polémico, el primero buscaría la verdad; el segundo simplemente buscaría la autoridad mediante la imposición, a cualquier precio retórico, de un argumento; sin embargo, estas distinciones raramente se presentan en estado puro y resulta difícil discriminar entre la oposición de discursos y la oposición de personas. En la polémica se reflejan entonces los dogmas y los temperamentos y se mezclan ideas, pasiones e intereses. Esa tensión entre lo racional y lo emocional, entre la inteligencia y la vehemencia, entre la prueba y la burla o el insulto otorgan especial atractivo e intensidad a este género de la interacción argumentativa. De hecho, hay modalidades del discurso polémico que colindan con la violencia verbal y que, por ende, enfrentan el peligro de minar las bases del debate, pues al anular al adversario se anula el diálogo.

Algunos teóricos de la argumentación apelan a un llamado “auditorio universal” neutro e informado que se inclinaría naturalmente por las tesis más racionales, sólidas y persuasivas. Sin embargo, este auditorio es solamente un ideal y lo realmente existente son auditorios parciales en los que la tesis, antes de desplegarse y demostrarse, tiende a ser aceptada y rechazada. En particular, muchos temas políticos o religiosos enfrentan los más añejos prejuicios y se dirimen ante auditorios militantes, cuyos puntos de vista tienden a ser impermeables a otros argumentos. Por eso, frecuentemente la polémica puede ser un diálogo de sordos; sin embargo, en otras ocasiones, los ecos de la polémica pueden penetrar auditorios inusitados, hacer dudar e inducir matices, sacar a los convencidos de su círculo de confort y promover el acercamiento de posiciones y el consenso. Acaso por ello, muchas controversias sobreviven al fragor del combate y logran superar la caducidad de sus motivaciones. Así, aunque se trata de una práctica frágil y carente de reglas, de la mejor polémica puede desprenderse una ética y una lógica de la argumentación y las formas feroces del diálogo pueden resultar, aparte de divertidas, pedagógicas.