martes, 19 de julio de 2011

Jóvenes ensayistas, sin territorios prohibidos

19/Julio/2011
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Los registros del ensayo mexicano joven son múltiples y diversos: los escritores nacidos entre finales de los 70 y principios de los 80 transitan por distintas formas de ensayo y de temáticas. Si unos ejercen el género desde lo autobiográfico, otros andan por el ensayo analítico, e incluso hay algunos que lo plantean desde la creación de personajes; es decir, crean a una especie de “yo”, que es el que ensaya.

El que Alfonso Reyes definió como “el Centauro de los géneros” goza de cabal salud en México y tiene a grandes exponentes de menos de 35 años. Aunque tienen en común el rango de edad, la manera de esos escritores de arribar al ensayo es distinta.

Mientras unos ejercen el género desde la solemnidad y disertan sobre la literatura, la poesía, el relato y la relación que hay entre literatura y sociedad; otros escriben de cosas que parecen nimias y banales; unos más se internan en la literatura en otras lenguas y traducen, hay quien ensaya sobre la relación entre literatura y artes visuales; y quien tiene como tema literario la risa.

En la joven ensayística mexicana los caminos de la escritura son diversos; así lo confirman los ocho autores de este género convocados por EL UNIVERSAL para expresar sus ideas en torno a esta escritura, pero también para confirmarlo a través de su obra.

Geney Beltrán Félix (1976), Guillermo Espinosa Estrada (1978), Fausto Alzati (1979), Verónica Gerber Bicecci (1981), Alejandro García Abreu (1984), Marco Lagunas (1974), Paola Velasco (1977) y Jorge Mendoza Romero (1983) son los exponentes de este género que definen de distintas maneras.

Si Geney Beltrán dice que “en la escritura ensayística busco explicarme, argumentadamente, lo que se encuentra detrás de la creación misma, tanto como autor y como lector”; Alejandro García Abreu señala que “el ensayo representa la libertad de la errancia; consiste en el trazo de caminos bifurcados”.

Todos tienen un libro publicado o están a punto de publicarlo; todos publican en revistas literarias a lo largo y ancho del país, casi todos han sido becarios (a excepción de Fausto Alzati) de la Fundación para las Letras Mexicanas y algunos han obtenido beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes; varios de ellos han recibido premios, como el José Vasconcelos de ensayo. Todos, sin excepción, asumen el ensayo como un género mayor.

Determinados por sus temáticas

Mónica Nepote, directora del Programa Editorial Tierra Adentro, y Eduardo Langagne, director de la Fundación para las Letras Mexicanas, coinciden y aseguran que entre los ensayistas jóvenes hay intereses muy diversos, formas distintas de abordar el ensayo y una variedad de temáticas que asumen con seriedad pero con tonos distintos.

Nepote dice que esta generación está menos conflictuada por tener una identidad únicamente literaria. “Son autores que nacieron y crecieron entre jugando nintendo, viendo caricaturas intensamente, con una estética de zapping, que han sabido muy bien integrar esa mirada de cultura popular, de infancia compartida con un gusto literario”.

Dice que las generaciones anteriores se edificaron cierta personalidad literaria sacrificando ciertas cosas de la cultura popular y eso se está disolviendo cada vez más, así, hoy hay escritores más integrales y menos enemistados con sus gustos populares, aparentemente superficiales, y que están metidos en una conversación de redes sociales y sistema de intercomunicación inmediata.

Entre los jóvenes que hacen ensayo en México hay quien se interesa por la literatura alemana, como Marco Lagunas; o por la poesía, el tema central del ensayo de Jorge Mendoza; o por disertar sobre las cuestiones que parecen nimias y triviales, como Alzati y Velasco; o como García Abreu, quien explora el pensamiento de los escritores.

“En mis ensayos he explorado aspectos de la obra y la vida de varios escritores. Indago sus libros tendiendo puentes, desviándome, procurando intermisiones. El ensayo representa la libertad de la errancia; consiste en el trazo de caminos bifurcados”, dice García Abreu, editor de la revista Superego.

Justo en la temática y la forma de urdir el ensayo está la diferencia. Verónica Gerber Bicecci, artista visual egresada de La Esmeralda, asegura que lo que más le interesa es encontrar intersecciones entre la imagen y la palabra y mudarlas a una y a otra de lugar.

“Mi tema de escritura es muy claro, las artes visuales ligadas a la palabra y a la literatura. Sobre todo me interesa escribir sobre arte contemporáneo, pero no hacia la crítica de arte sino hacia la literatura y la ficción”, dice la autora de Mudanzas, un libro que ha recibido muy buenas críticas.

Guillermo Espinosa Estrada, doctor en Lengua y literatura hispánica por la Boston University, asegura que él ensaya sobre la risa porque el ensayo en México está muy relacionado con temas literarios y artísticos en general y eso le aburre mucho.

“Tengo muy claro cuál es mi tema literario: la risa. Todo lo que escribo está relacionado con lo cómico, con la ironía, la parodia, el chiste. Todos estos fenómenos son muy diferentes entre sí pero, no sé por qué, desde hace unos 100 años suelen agruparse erróneamente bajo la etiqueta de ‘humor’. Entonces, yo escribo sobre el ‘humor’. Intentando llevar la contra me alejo de lo libresco y de la ‘alta cultura’ y la risa es la coartada perfecta”.

Él está a punto de publicar su libro La sonrisa de la desilusión, en Tumbona Ediciones, una serie de 12 ensayos dedicados a diferentes fenómenos cómicos usualmente desdeñados por la literatura: la comedia romántica, la sitcom, el stand up comedy, la comedia musical, el comic y el pastelazo.

Otras formas de ensayo

El más avezado de los ensayistas y también crítico literario, Geney Beltrán Félix, ha abundando en los temas literarios con un filón particular: las relaciones del escritor con la sociedad en la actualidad. “Hoy rige el paradigma de la democracia semialfabetizada y, sin embargo, el espacio para la discusión humanística se ve en peligro. Es, pues, una reiteración en el examen de las relaciones entre ética y estética”.

Velasco y Alzati comparten el afán por lo nimio y obvio; el detalle y el divertimento. El autor de Inmanencia viral dice que esos son puntos más favorables para analizar la realidad.

“Abordo temas relacionados con la cultura pop, cosas a grandes rasgos como la celebridad, la virtualidad, y los síntomas de nuestra época. Pero en específico me gusta tratar con cosas como los clasificados de masajes en los periódicos, algún gesto de una estrella pop, un juego para celular, los anuncios de brujería en TV Notas. Y para ello me baso en un recorrido ida-vuelta entre los marcos teóricos de la filosofía, el psicoanálisis y el budismo”, dice Alzati.

Velasco dice que el ensayo admite los grandes temas, las trascendencias filosóficas y artísticas, lo magno igual que lo nimio, el detalle y el divertimento; en términos formales puede también optar por la linealidad o la desviación, por la claridad o la complicación, por la circunspección o por la fiesta.

“Por un lado, hay en mí una inclinación por los temas en apariencia insignificantes o, mejor, una predilección por abordar asuntos intrascendentes procurando extraer ­mediante asociaciones y desde un punto de vista personal- una mayor sustancia”, comenta.

El fondo de la disertación

Eduardo Langagne dice que “hoy se nota entre los jóvenes un gusto, cada vez mayor por la reflexión escrita, por el ensayo; pero un ensayo creativo que juega con las nuevas tecnologías, hace crítica de música, de pintura y se acerca desde luego a la crítica literaria”.

Pero además, dice que los jóvenes ensayistas reflexionan también sobre la realidad. “Leí un ensayo de un muchacho que con cuestiones cotidianas como lavar o romper un plato, nos habla de la decodificación, de la deconstrucción; una lectura de algo muy complejo él la resuelve con una comparación bastante doméstica y accesible”.

Algunos ensayistas piensan que el ensayo se basa en el dibujo de uno mismo. Así lo cree Alejandro García Abreu, coautor de Línea de sombra. Ensayos sobre Sergio Pitol. “Pienso en la autobiografía entendida como un inventario de lecturas. Ensayar implica desordenar y reordenar la biblioteca. Queda asumida la noción de tentativa como uno de los rasgos propios del género. Permanece la propensión del ensayista a ver paralelismos e instaurar nexos”.

De la misma opinión es Marco Lagunas, maestro en Letras Alemanas por la UNAM y ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos. “El ensayo es autobiografía. Sí, tal vez es un error esta afirmación, pero para mí tiene cierta validez, una validez literaria, por supuesto, porque cuando escribo, con frecuencia no hablo de mi vida cotidiana, sino de mis dudas sobre el mundo, de mis pensamientos”.

Para otros, más que lo autobiográfico está la investigación. Jorge Mendoza, coeditor de Círculo de Poesía. Revista electrónica de literatura, dice que la investigación literaria ha poblado muchas de las páginas que ha escrito.

“Trabajo desde hace tiempo sobre diferentes tópicos de la poesía mexicana: la conformación de su canon, la arquitectura del campo literario, o sobre algunos autores o movimientos que me interesan en particular”.

Los ocho ensayistas jóvenes se saben parte de una generación y se conocen, pero no aceptan tener intereses comunes. Se leen entre sí, hay talleres que han formado para analizar sus textos; hablan del trabajo de otros ensayistas jóvenes, unos aceptan influencias, pero niegan ser herederos de tal o cual escritor y menos portar la estafeta de alguien.

domingo, 17 de julio de 2011

Aguas civiles e íntimo decoro (II Y ÚLTIMA)

17/Julio/2011
Jornada Semanal
Hugo Gutiérrez Vega

La poesía de López Velarde debe ser leída con paciencia y paladeada gota a gota. Así nos entregará todos sus significados, la gracia de sus adjetivos novedosos y su originalidad irreductible. Su autor la gozó y lo sufrió al mismo tiempo, y ejercitó en ella la mayor y más profunda de las sinceridades. Por lo tanto, contiene sentido del humor, ternura, burla, la tragedia de la separación de los amantes, asombro ante el misterio de lo femenino, dicotomías constantes y “funestas, dualidades”: “Me asfixia, en una dualidad funesta/, Ligia, la mártir de pestaña enhiesta/ y de Zoraida la grupa bisiesta.” Pertenecía a la cultura católica y era víctima de las obsesiones sexuales de la Iglesia. Esta circunstancia agrandaba el conflicto entre el canon y el deseo. De esta lucha brotaron algunos poemas en los cuales mezclaba su “interno drama” con el gozo de la carne y sus bellos contactos. “como que sabe que mi interno drama/ es, a la vez, sentimental y cómico”, dice en el canto de elogios a la “criatura pequeñita y suprema, adueñada de la cumbre del corazón”.

Quisiera poner un ejemplo de esa aventura del espíritu que es el adentrarse en la poesía de López Velarde. Era yo cínicamente joven y ya había caído gozosamente en la fascinación lopezvelardiana. Una tarde leí uno de sus poemas y, de repente, me detuve, pues estaba perdido y ya no entendía lo que tenía ante mis ojos (“y escucho con mis ojos a los muertos”, es la mejor definición de la lectura que conozco. La hizo Quevedo en el retiro de su torre manchega): “Sara, Sara, golosina de horas muelles;/ racimo copioso y magno de promisión, que fatigas/ el dorso de dos hebreos.” Leí de nuevo y la golosina, las horas de beatitud y la belleza de la mujer concebida como un “magno racimo” de gracias y abundancias, quedaron claras. La promisión y el dorso de los dos hijos de Israel era lo que debía encajar en el conjunto de la compleja imagen. De repente recordé algunas cosas de la infancia en Los Altos de Jalisco y del terror de la Iglesia católica ante la lectura de la Biblia (por aquello del “libre examen”, pero también por la detenida y bella descripción del cuerpo de la amada en el “Cantar de los cantares”). Además pensé en el sucedáneo que se inventó: los libros de historia sagrada y sus hermosas ilustraciones. Se me hizo patente la que mostraba a dos hebreos saliendo de la tierra de promisión con un prodigioso racimo de uvas colocado en una robusta vara. Sus dorsos se abrumaban por el peso de los frutos milagrosos. Volví a leer el poema y todo quedó en ese lugar donde el misterio y la realidad se unen para darle forma. Esta experiencia de lectura me da cierta autoridad para proponer algunas formas de aproximación a la obra de López Velarde. Piensen los lectores en la ternura del recuerdo infantil plasmada en “el ave que el párvulo sepulta/ en una caja de carretes de hilo”, en los improvisados y efímeros mandatarios que llevaban “la trigarante faja/ en sus pechugas al vapor” o en la paz bucólica del campo interrumpida por el diablo petrolero (Tabasco y Campeche entienden de estas cosas). Por otra parte, a los poetas se les ocurre que el progreso consiste en asegurar que todas las mañanas nazca para todos “el santo olor de la panadería”. A la mayor parte de los políticos este desideratum les parece una tontería lírica. Por esos terrenos, íntimos y civiles, anda la poesía de López Velarde. La antología les abrirá las puertas de la obra de un poeta nacional que es, al mismo tiempo, autor de varias profundas “partituras del íntimo decoro”.

La novela abusa de la realidad: Domínguez Michael

17/Julio/2011
El Informador



La ola de violencia que vive el país está reflejada no sólo en los periódicos, sino en la novela, explicó el crítico literario y el miembro del consejo editorial de la revista Letras Libres, Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962), quien aseguró que los narradores están obligados a describir su realidad.

Los intereses de los escritores están reflejados en el mercado editorial, en el cual destacan las novedades dedicadas al narcotráfico, aunque la producción de títulos sobre este tema es excesiva no es cuestión que preocupe a Domínguez Michael, quien consideró que los libros malos no sobreviven al tiempo, son olvidados por los lectores, por los críticos y por los escritores.

El autor de Antología de la narrativa mexicana del siglo XX visitó hace 10 días la ciudad para participar en el coloquio internacional “Octavio Paz, la palabra en libertad”, organizado por El Colegio de Jalisco. Domínguez Michael fue invitado porque su relación con el autor galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1990, de quien aprendió “la pasión por la crítica”.

En entrevista con este medio, el crítico destacó la propuesta de los escritores Yuri Herrera y Élmer Mendoza en la llamada literatura del narco.

“El novelista se siente obligado con la realidad social, histórica, política…”, dijo Domínguez Michael, quien prefiere sentarse en una jardinera para conversar, pero evita las fotografías sobre todo cuanto tiene que posar, aunque accede por cortesía, no se siente cómodo.

La crítica comenzó a formar parte de la vida de Domínguez Michel desde su adolescencia, cuando realizó sus primeras reseñas literarias. Ahora es uno de los críticos más destacados del país y autor de varios títulos, como Diccionario crítico de la literatura mexicana, 1955–2005, La sabiduría sin promesa. Vidas y letras del siglo XX, y Para entender a Borges.

-¿A qué atribuye el auge de la novela y del ensayo dedicado al narcotráfico?
Eso es parte de la naturaleza de la novela, es lógico que estos fenómenos de extrema violencia, que son el pan de cada día de tantos mexicanos, estén reflejados, mal sería que a la novela le resultase indiferente, pero lo que le interesa a la literatura no es la denuncia, por eso tenemos al periodismo. Habrá que ver de esas novelas cuáles resultan tener vigencia artística.

-¿Los relatos actuales tienen un parecido con algún momento histórico en México como con la Revolución Mexicana?
Sí desde luego, la época de la Revolución Mexicana fue también muy violenta, entonces la novela se sintió obligada a rendir testimonio.

-¿Eso pasa ahora?

Claro. Es una obligación de la novela y del novelista a rendir testimonio, aunque no quisiera, ello ocurriría.

-¿En este momento, hay un abuso de la violencia en la literatura?
Sí porque uno tiende a abusar de la realidad. Obviamente, si pasa algo grave en un lugar o en una época histórica, las conversaciones de la calle se concentran en eso; por ejemplo, si se incendia la casa del vecino, toda la cuadra hablará del incendio durante días. Lo mismo pasa con la historia y con la realidad político-social. Ahora sí hay exceso, sólo si por exceso se entiende que se están escribiendo muchos libros y muy malos. Sin embargo, no preocupa porque eso lo va a limpiar el tiempo, lo que no sea bueno se va a perder y a olvidar, serán libros que se van a destruir y que nadie va a leer.

El tiempo tiene una sabiduría crítica, por ejemplo, hace aproximadamente seis años, cuando encontraron a los náufragos mexicanos por Japón, se escribieron varios libros sobre esos señores, pero ninguno era bueno y por eso ya nadie se acuerda, lo mismo pasa con cualquier fenómeno histórico ya sea la Revolución Mexicana, la Segunda Guerra Mundial o el narcotráfico en México.

-Con este boom, ¿cuáles historias lograrán decantarse como buenas?
Eso es difícil de decir, pero las que tienen chance de perdurar son las de Yuri Herrera, ésas son las que me parecen más interesantes. En las novelas de Yuri Herrera hay un trabajo del lenguaje que está más allá de lo que esta mañana leímos en el periódico, eso es lo que hace que una novela suela perdurar.

-¿Y en el caso de Élmer Mendoza?
También lo incluiría. Tiene varias novelas sobre todo del comienzo del narcotráfico en Sinaloa en los años setenta que seguramente perdurarán, porque es un narrador muy dotado.

-¿Actualmente hay una mayor producción de críticos literarios en el país?
La producción de críticos siempre es escaza en cualquier literatura, siempre habrá más poetas, más novelista y más cuentistas que críticos, que siempre somos pocos. Claro, como toda profesión uno quisiera que hubiera más y fuéramos mejores, pero creo que la literatura mexicana en cada época histórica ha tenido los críticos que se merece y suficientes.

-¿El crítico de literario tiene una función social?
No. El crítico literario es un personaje que sólo debe importarle a los escritores y a los que leen literatura. Un crítico no tiene porqué ser importante para un dentista, ni para un bombero, porque la crítica literaria no tiene nada que ver con la educación pública.

Yo no hago crítica para que la gente lea más libros, la hago para conversar con los que leen libros. Ni tampoco creo que todo el mundo tenga que leer, hay gente que no le gusta ni tiene tiempo.

La lectura creativa y de la literatura siempre ha sido en toda sociedad ocupación de una minoría, me gustaría que esta minoría creciera de tamaño porque me conviene, pero no está en mis manos.

Y si por función social se entiende al crítico literario como educador no, para eso está la SEP y los colegios privados. Son las autoridades educativas las que deben enseñar a leer a los niños, pero es difícil porque la literatura está pasando por una mutación.

-¿La mutación es provocada por las nuevas tecnologías?
Claro. Ahora en internet se lee mucho, pero de una manera distinta a la que yo aprendí. El libro como objeto aislado, sin relación con lo que hoy es el ciberespacio está pasando por una mala época y quizá se esté acabando en ese sentido. Nos es que ya no vaya a haber libros, pero el formato libro de papel aislado de la computadora está en fase terminal, va a sobrevivir, pero dejará de ser un artículo prestigioso.

Vicente Quirarte y los fantasmas de Ramón López Velarde

17/Julio/2011
Jornada Semanal
Marco Antonio Campos

He de haber conocido a Vicente Quirarte al promediar 1974 en una clase de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Al finalizar, Vicente se me acercó y conversamos por los pasillos hasta la salida. Era entonces un muchacho alto, de color moreno recio, de abundante pelo afro, que vestía jeans y camisa a cuadros. Me parecía que ese joven de veinte años se abocaba ya desde la infancia literaria a leer todos los libros.

Creo que un peculiar rasgo del poeta y el hombre Vicente Quirarte es su honda capacidad de admirar. La belleza se le revela de continuo en cualquier libro o manifestación artística, o en la naturaleza o en cualquier rincón de cualquier ciudad del mundo. Si, como decía Borges siguiendo a Plinio, aun en los libros mediocres se pueden encontrar bellezas, nadie de las últimas generaciones, salvo Vicente Quirarte, José Emilio Pacheco y Hugo Gutiérrez Vega, han sido capaces de descubrirnos esos mínimos jardines en un vasto erial, esos metales preciosos entre las depresiones del socavón.

Quirarte pertenece a esa índole de ensayistas y críticos literarios que con lucidez y nobleza sólo escriben de lo que les entusiasma y les gusta; ante todo buscan el destello o el milagro estéticos; nada más alejado a ellos que la crítica hermética y soporífera de los estructuralistas and cie, o el debate ideológico de todos los colores. Siendo Quirarte investigador universitario, sus estudios tienen, además del obstinado rigor, la ligereza del vuelo del ensayo creativo. Su prosa es la más elegante de su generación, y su libro Elogio de la calle, que fusiona ensayo, crónica y biografía, es uno de los libros mayores de esta índole publicados en los últimos lustros. Elogio de la calle es un delicioso paseo por calles, cafés, colegios, universidades e instituciones de Ciudad de México, desde 1850 a 1992, en el cual uno puede, por ejemplo, encontrarse de pronto en las calles con la figura trágica del byroniano Marcos Arróniz, o con el jovencísimo Francisco Zarco, incendiando la Cámara de Diputados con sus discursos fulmíneos a la hora de redactar la Constitución de 1857, o con Manuel Acuña en la víspera de un suicidio, que consternó hasta la raíz a la sociedad mexicana de su tiempo y dejó al último romanticismo mexicano en el desvalimiento al perder a su figura más representativa; o ver a López Velarde mirando a las muchachas en flor a la salida de la iglesia de la Sagrada Familia de la colonia Roma y paseando de ida y vuelta por la pecaminosa avenida Madero, cerca o al lado de las carretelas donde se mostraban en su esplendor las cortesanas fastuosas.

En sus ensayos sobre López Velarde, Quirarte (se) ha interrogado esencialmente sobre cuatro asuntos: uno, el porqué de las causas de su mito creciente; otro, lo que hay detrás del fantasma de la prima Águeda; un tercero, el poeta más allá de lo cívico que creó en su gran poema una patria tradicional, sencilla y hondamente femenina, y, por último, el Ramón paseante por esas calles que irían desde la avenida Madero hasta la casa donde moró en la avenida Jalisco.

¿Pero cuáles serían para Quirarte, por principio, las causas del mito lopezvelardeano que empezó el mismo día de su muerte? La primera causa fue su breve vida, habiendo ya dejado una obra única e irrepetible, y por añadido, emblemáticamente, a los treinta y tres años del Cristo; la segunda, es que RLV es un poeta para todos los mexicanos, para los que saben y los que no saben, pero a quien en verdad sólo pueden apreciar en sus continuas revelaciones estéticas los happy few; la tercera nace de que los pequeños hechos de su vida y sus amoríos casi ocultos están rodeados de un continuo y atractivo misterio; la cuarta es su condición de poeta sin descendencia, o dicho de otro modo, un autor que es en sí mismo una tradición; la quinta es, como decía el estridentista Germán List Arzubide, como recuerda Quirarte, que inventó una provincia. Por poner un ejemplo, quienes venimos a Jerez es para tratar de volver a vivir junto a él imágenes de la Plaza de Armas, y por conocer o reconocer las casas donde vivió, principalmente la de la calle Parroquia; para visitar el Santuario, con su atrio de naranjos y su nave en que desangra la Dolorosa hasta el último desconsuelo, y sentarnos en una banca de la Parroquia, a unos pasos de su casa, donde aprendía los sábados religión, no con los versículos de la Biblia o de los Evangelios, sino con el catecismo didáctico del padre Ripalda, y claro, también para adentrarnos en el Jardín Brilanti, umbrío y verde, y el bellísimo Teatro Hinojosa, donde ahora lo recordamos.

Si Jaime Sabines es el poeta del amor donde al hombre y a la mujer no es posible distinguirlos porque están integrados en un cuerpo como una llamarada, López Velarde es entre nosotros el poeta del deseo. De esos poemas, Quirarte prefiere tres que son verdaderas piezas maestras: “La prima Águeda”, “La mancha de púrpura” y “Hormigas”. A uno de sus ensayos, lo hemos entredicho, Quirarte lo titula “El fantasma de la prima Águeda.” López Velarde, quien solía poner el nombre propio real a sus antiguos deslumbramientos femeniles, en este caso parece haberle cambiado el nombre. Es quizá una de las escasas mujeres que aparecen en la obra del jerezano de las que biográficamente no se sabe nada. Cada lector creará en su imaginación la Águeda que se le dibuje en el poema. Por otro lado, el hombre que haya leído “La mancha de púrpura” sentirá en su lectura lo que es dejar pasar los días sin ver a la amada para hacer crecer el deseo, y quien lea “Hormigas” no dejará de sentir una y otra vez cómo, ante la belleza femenina, corre “un encono de hormigas en mis venas voraces”.

Han pasado noventa años de la muerte del Poeta en una madrugada trágica. Me conmueve en el alma que el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde se le haya otorgado a un fervoroso lopezvelardeano, al académico que por fortuna no escribe como académico, al funcionario probo, al hombre de letras que en cada género que exploró se volvió una autoridad, pero sobre todo al poeta en quien se unen en sus libros tradición y corazón. Me conmueve –digo, finalizo– que aquel muchacho de veinte años al que conocí en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM ya sea, treinta y siete años después, un maestro para muchos, incluyéndome en ellos, él, el poeta Vicente Quirarte, que ha sabido ser siempre un amigo de sus amigos.


Ramón en la Rotonda

17/Julio/2011
Jornada Semanal
Vicente Quirarte

El 12 de junio de 1963, septuagésimo quinto aniversario del nacimiento de Ramón López Velarde, sus restos fueron trasladados a esta Rotonda en que hoy conmemoramos 123 años de la llegada del poeta al mundo. Si ocupa uno de los lugares destinados a las mujeres y los varones más altos de la patria, es “en reconocimiento al prestigio que su obra ha dado a la poesía mexicana”, como señala el decreto presidencial de don Adolfo López Mateos.

¿Qué hace un poeta al lado de otros artistas, guerreros, hombres de Estado, científicos y humanistas que engrandecen a este país tan necesitado de seres como ellos? Aquí se encuentran también Guillermo Prieto, Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, José Juan Tablada, Enrique González Martínez, Carlos Pellicer, Rosario Castellanos, forjadores de cantos que llevaron la poesía al terreno de la acción y demostraron que el discurso de las letras puede imponerse al discurso de las armas. Ramón López Velarde nos enseñó a desconfiar de las palabras, a templarlas en un fuego inédito y devolverlas como si acabaran de nacer, prestas a resistir el paso de los años. En el instante de su muerte, fue consagrado como poeta nacional por haber cantado con nuevo acento la intimidad de un país apenas salido de la violencia revolucionaria. La suave Patria, poema genuinamente cívico, salva escollos y fórmulas retóricas, incluidos los declamadores menos agraciados. Nadie había hablado de la patria con la desacralización y la irreverencia de López Velarde; nadie le había comprado trajes de tanta sencillez y tanto lujo; nadie la había tomado por la cintura para decirle al oído lo hermosa que es; nadie se había enamorado con tanta ley para hacer de lo nimio un escándalo mayúsculo, como esa estrofa donde la hipérbole deja de ser tal y se convierte en la sensación que todos hemos vivido alguna vez cuando al aroma del cuerpo femenino se une el perfume del vestido destinado a su piel: “Inaccesible al deshonor, floreces;/ creeré en ti, mientras una mexicana/ en su tápalo lleve los dobleces/ de la tienda, a la seis de la mañana,/ y al estrenar su lujo, quede lleno/ el país, del aroma del estreno.”

Los cinco últimos años de su vida, vivió en esta ciudad donde arde su polvo enamorado. En una de las colaboraciones que desperdigaba por los diarios capitalinos, y donde como al azar, sin aparente esfuerzo, lograba hallazgos fulminantes, distinguió la prosa del vivir cotidiano de la poesía que eterniza al instante. Porque comprendió y nos enseñó que el lenguaje es un sistema arterial, Ciudad de México se halla en sus escritos con una intensidad que los oriundos de ella no podían ver frente a sus ojos. Trotacalles profesional, soñador con los ojos abiertos, sabía que cada una de las conquistas de su cuerpo y su espíritu eran para siempre. Por eso se tomaba su tiempo, todo el tiempo. No usaba reloj, y en el fondo agradecía a quienes lo despojaron del que alguna vez tuvo, durante una de sus célebres y prolongadas caminatas nocturnas. Antes que el enamorado de la novedad pasajera, con su levita de otro tiempo, escuchaba y almacenaba, acendraba y pulía para el futuro.

En 1919, con motivo de la muerte de su amigo el pintor acalitemse Saturnino Herrán, Ramón escribió una “Oración fúnebre.” No sabía que además de rendir homenaje al artista plástico con el que tantas afinidades tiene, estaba escribiendo el mejor de sus autorretratos. Herrán había sido su compañero de caminatas por la ciudad. Caminar junto a él era caminar con el cuerpo, en el cuerpo, de la ciudad. De esa pieza, obra maestra del género, donde López Velarde se muestra en la plenitud de sus poderes de escritor, dice que Ciudad de México dio a Herrán “paisaje y figura”, que él “la acarició piedra por piedra, habitante por habitante, nube por nube”. Saturnino se posesionó de la ciudad mediante los cinco sentidos. Así lo demuestra su criolla rozagante, gloriosamente desnuda, con la severidad de la Catedral al fondo y rodeada de elementos que conforman la suave patria cuya riqueza cromática Ramón supo traducir en el poema inimitable con que se despidió de nosotros.

Durante la ceremonia que en esta Rotonda tuvo lugar en 1963, correspondió al poeta José Gorostiza hacer uso de la palabra. El autor de Muerte sin fin conoció personalmente al jerezano, y trazó una vívida remembranza de él: “Habría que haberlo visto. Alto, no encorvado, sino derecho, con una tímida verticalidad que apuntaba a lo majestuoso, lento en el andar, acompasado y digno en los ademanes, la sonrisa encantadora, el habla cortés y recatada, y los traicioneros ojos oscuros que, oscilando entre la mera vivacidad y la franca picardía, parecían subrayar todo lo que calaba su lengua. Era un vigoroso ejemplar de virilidad y nada había en su figura que hubiese podido proporcionar el menor indicio de la angustia que lo desgarraba.”

De haber permanecido en Jerez, de instalarse en Venado, de ser un jurisconsulto famoso en Aguascalientes o San Luis Potosí, acaso López Velarde no hubiera amado tanto a Ciudad de México. Si no hubiera salido de su villa, hubiera tenido esposa e hijos y hubiera conocido el mundo por un solo hemisferio: “el niño iría de luto pero la niña no.” De su muerte prematura puede culparse sólo al fervor que el poeta sentía por caminar, solo y a las altas horas, por una ciudad “millonésima en el placer y en el dolor.” Ojerosa y pintada, morganática y sacrílega, sempiterna y piramidal, la ciudad lo hizo suyo y lo mató de amor.

Para el poeta la muerte es la victoria, pero la muerte joven es una injusticia mayúscula. Ramón dejó este mundo sin decrepitud ni humillaciones, privilegio que fue el primero en solicitar: “Señor, Dios Mío: no vayas/ a querer desfigurar/ mi pobre cuerpo, pasajero/ más que la espuma del mar.”

Para fortuna suya y la de sus lectores, la concreción de su existencia es más cautivadora que la fantasía. La materia palpable de una vida que conoció los secretos de la alquimia más refinada basta para sentirlo vivo entre nosotros. Poeta sobre los otros seres que fue a lo largo de su breve estancia en la Tierra, sinceramente pudoroso, supo orientar las dos alas de su ángel para librar la lucha íntima que su poesía permite vislumbrar sólo por instantes. El homenaje que le rendimos demuestra que tuvo la visión y el coraje para vivir “él solo la vida de su raza”, pero sus hijos indirectos nos reconocemos en sus elevaciones y caídas.

Que no nos alarme celebrarlo porque siempre irá por delante de todos sus homenajes y mitologías. Luego de que en su honor los fuegos de artificio atruenen cielos zacatecanos, Ramón López Velarde se sacudirá la pólvora, la harina y el polvo de su trajepara volver al temible luto ceremonioso que lo caracteriza. Continuará mirándonos con su apenas sonrisa, ambigua como los actos de su vida, igual que sus palabras prodigiosas.

Panteón Francés de la Piedad, 12 de junio de 2011

sábado, 16 de julio de 2011

¿Qué fue el FUA?

16/Julio/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

¿Cómo explicar en el 2050 que a fines de junio e inicios de julio del 2011 un Trending Topic # 1 de Twitter y YouTube en México fue el video de un ebrio hablando del “FUA”?

El video muestra un borracho tirado que se levanta a leer la mano de miembros de un Grupo de Rescate de la Comisión Nacional de Emergencias y les dice “sus verdades” y entre hipo e hipo peroratea hipótesis sobre “el FUA”.

“¿Sabes lo que es el FUA? El FUA es aventar la energía al universo, ¡FUA! ¡FUA! ¡FUA! Cuando nos estemos enfrentando a la adversidad, el FUA significa carácter… Lo que la vida te exige para dar vida a los demás, eso es lo que significa… ¡FUA! ¡FUA! ¡FUA!... Cuando ya está todo perdido, cuando ya está todo austasiado [sic]… ¡FUA! significa un extra… Mijo, uno como servidor público lo único que tiene que hacer es servir a los demás…”

“Ya no puedo pero voy a sacar el FUA, y lo voy a sacar, ¿por qué? Porque tengo que dar el extra… y ‘es que ya no puedo, ya no puedo’, ‘¡cómo no! ¡FUA! ¡FUA! Y saco el carácter y saco la fuerza y saco el poder. Eso es el FUA”.

Este delirio hilarante provocó que en estas semanas millones de mexicanos se hicieran fans del FUA.

Según la “filosofía del FUA” se saca de “la boca del estómago”; en realidad es onomatopeya mexicanizada de un golpe de karate: ¡fua!

En internet se le desató: “Fuerza Universal Aplicada”.

Video viral en un momento muy tenso del país —entre las jornadas más violentas del sexenio— gracias al cual —en la sala y ante la pantalla— hicimos catarsis de risa, bebida y bizarrez y —ojo— fatiga de ya no poder más… e inercia.

“Y es que ya no puedo… No importa. Voy a sacar el FUA”.

Millones de mexicanos se identifican con el wey del FUA.

El FUA colectivo es el “Hasta la madre” dicho por un Adal Ramones pasado de peso demagogeando Otro rollo en las horas pico de la narcoguerra (50 mil muertos) y el triunfo del PRI en el Estado de México (inicio de su comeback 2012) y una semana antes de que #ApagaTelevisa fuese TT de Twitter (el mismo día que la Sub 17 fue campeón de la FIFA, ¡a gritos de FUA!).

Parte de su éxito es que el acrónimo FUA se opone a las siglas de los partidos.

El FUA es el partido apolítico de los mexicanos ebrios de confusión + encabronamiento = resignación de (a huevo) seguir. “No hay de otra”.

El hombre-FUA entronca Bruce Lee con Amado Nervo, a quien entrón recita.

(FUA es lo que el país va a necesitar con Peña Nieto).

El hombre-FUA —pirado que inspira y líder pedo— es la suma de Calderón pidiéndonos aguantar su narcoguerra más Juanito Jodido sin otra alternativa que dar el extra más la TV e internet pitorreándose de todo y —extra de extras— una ciudadanía chorera incapaz de construir un discurso o explicación coherente de lo que “realmente sucede”.

Todo eso juntote, señores —perdón por el hipo— fue el FUA.

Mi librero

16/Julio/2011
Laberinto
David Toscana

Renté un departamento en Varsovia que tenía un librero de Ikea. Esa fábrica sueca de muebles que hace que uno entre en un departamento de cualquier ciudad de Europa y sienta que ya estuvo ahí.

Puse mis libros en el librero de marras y por la noche escuché un estruendo. Los estantes habían reventado ante el peso de las letras. La propietaria del departamento me cobró a lo chino el trasto de falsa madera sin que valieran mis explicaciones: “No me puse a bailar encima de él”, le dije. “Era un librero y yo le puse libros”.

Comprendí que en sus diseños y resistencia, Ikea le apuesta al libro electrónico.

Eventualmente me mudé. Ahora mis libreros son antiguos; como se dice acá: “de antes de la guerra”. No sólo aguantan libros y revistas apilados, sino que podría bailar encima de ellos.

Son muebles que se mantuvieron erguidos ante los nazis, el Ejército Rojo y medio siglo de comunismo. Los de Ikea se doblegan ante un niño malcriado.

Al sacar los libros de las cajas para meterlos en sus estantes, recordé otra de las grandezas del libro impreso: que sabe guardar cosas.

En una antología de Wislawa Szymborska, encontré dos billetes de tranvía para pasear en Cracovia.

En Un mundo aparte, de Gustaw Herling-Grudzinski, hallé una fotografía de una noche de copas con Jerzy Pilch. La imagen es de hace diecisiete años. Jerzy habría de caer en graves problemas de alcoholismo, los cuales relató en su libro La casa del ángel fuerte.

Hace un mes me topé con Jerzy en la avenida Marszalkowska. No me reconoció.

En Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, había un pase de abordar y un billete de taxi de aeropuerto. Supe que llegué al DF el 12 de junio de 2007. No recuerdo a qué fui. Un apunte en la última página con mi letra dice: “¿Qué hay con el conde de Monterrey?” Pero no sé por qué lo escribí.

Tampoco me explico por qué elegí ese enorme libro para leerlo en un avión.

En Los campesinos, de Wladislaw Reymont, hallé la fotografía de la cartelera de la premiere de Los cachorros en un cine de barrio de Buenos Aires. Recuerdo que alguien me la obsequió en Argentina, pero no sé quién.

En Viajes con Herodoto, de Ryszard Kapuscinski, hay una dedicatoria de Braulio Peralta. Noviembre 29 del 2007. Fue el día en que hicimos las paces luego de que lo abandonara como editor.

En La mente cautiva, de Czeslaw Milosz, hallé la tarjeta de una Sofía, con su teléfono. Debe ser antigua puesto que no hay correo electrónico.

Sofía, discúlpame, pero creo que nunca te llamé.

Encontré más entre las páginas, y apenas voy en la caja de literatura polaca. No sigo con la lista porque son cosas que tienen significado sólo para mí. Todas las regreso adonde estaban para reencontrarlas dentro de algunos años.

Quienquiera que tenga una biblioteca, vaya y revise sus libros. Hallará una buena ración de nostalgia y el eterno lamento de no escribir un diario.

Los libros electrónicos son prácticos, pero sólo nos dan el texto. Imposible encontrarse entre sus páginas a un viejo amor, aquella fotografía, un recado, un billete, un garabato, una flor o el teléfono de Sofía.

Mi librero de antes de la guerra tiene libros de antes de la guerra. Lo hizo un carpintero de antes de la guerra que hoy está muerto. Quizás un judío que habría de morir por gas. No lo fabricó ikeamente para venderlo, sino para que guardara, exhibiera, sostuviera, protegiera libros. Lo fabricó para que fuera un templo y recibiera en sus estantes libros sagrados.

Igual que los recibe hoy.

miércoles, 13 de julio de 2011

Soy un escritor de filigrana: Daniel Sada

13/Julio/2011
La Jornada
Ángel Vargas

Sólo hay dos tipos de escritores: los que exhiben el artificio y los que lo esconden. Al menos eso piensa Daniel Sada, uno de los autores en lengua española que mejor tratan el lenguaje, según la crítica especializada, que describe su literatura como un ejercicio barroco.

Me considero entre los escritores que se muestran; de plano me expongo a todo, a que me puedan rechazar. Cuando uno exhibe el artificio se corre el riesgo de que sea fallido; pero cuando es eficaz, resulta maravilloso, señala el también cuentista y poeta bajacaliforniano, nacido en 1953.

“Escogí un camino hecho de filigrana, pero a veces me pongo a pensar qué tal si hubiera optado por otro; uno llano, donde sólo me supeditara a la anécdota, ¿qué pasaría conmigo?

En primer lugar, estoy seguro, no lo podría hacer, no estoy cargado de simplicidad. Y, en segundo, no puedo ser otro autor. Soy fiel a mis monstruos; más que a éstos, a mis demonios. Simplemente otras formas no me salen, aunque sí he publicado algunas cosas dentro de esa línea más sencilla.

Las anteriores precisiones tienen lugar durante la entrevista que Daniel Sada concedió a La Jornada con motivo de su nueva novela, A la vista, la cual aparecerá en septiembre de manera simultánea en México y España.

Historias en ebullición

Desde febrero pasado, el maestro lucha contra una grave enfermedad, por lo cual ha dejado prácticamente de escribir, si bien asegura que son varias las ideas y las historias que merodean su mente, en espera de ser llevadas al papel.

Siempre tengo ánimo de escribir. Una cosa es que pueda y otra que no. Pero siempre me bullen las historias, siempre estoy pensando en las que podría escribir. Aunque ahorita estoy dedicado casi al ciento por ciento a mi enfermedad.

Editado por Anagrama, en este nuevo libro el escritor profundiza en el sentido de la tragedia, a la manera en que fue concebida por los griegos y también por William Shakespeare, si bien la dota de una aportación personal: la noción del arrepentimiento.

Se trata de la historia de un hombre que no quiere trabajar, pero al mismo tiempo no desea exhibir su realidad. Él cometió un asesinato; junto con un compañero del trabajo mataron al patrón, pero lo hicieron de forma precipitada, sin planear bien los hechos. Así es como toda la novela gira en torno a la culpa de ese sujeto, cuenta.

Basada en el caso real de un asesino que conoció hace 30 años, el autor destaca que A la vista no se trata de una tragicomedia, a diferencia de sus novelas anteriores.

Es más bien una tragedia, porque no hay asideros ni escapatorias. En la tragicomedia de algún modo las cosas se resuelven parcialmente, pero en este libro no ocurre eso, sostiene.

“Quería seguir los lineamientos de la tragedia griega, que son la mímesis y la catarsis, pero también un poco la dinámica de Shakespeare, en cuyas tragedias siempre hay un camino, pero en un momento dado el personaje puede optar por otro, aunque una vez que lo hace ya no puede renunciar.

Esa es la novedad que Shakespeare incorporó. En mi libro el personaje opta por una vía, pero después se arrepiente. Ése es el factor que agrego yo: el arrepentimiento, lo cual no hizo ese poeta inglés.


Esta incorporación del arrepentimiento a la tragedia tiene como propósito conferir a la misma un toque de comedia, explica Daniel Sada. Finalmente, así termina siendo una tragicomedia o una comedia trágica.

El interés por entremezclar los aspectos trágico y cómico en su literatura responde a la convicción de que ésa es la manera en que funciona el mundo contemporáneo.

En la tragedia griega no había posibilidades de cambio. Si uno nacía esclavo, se mantenía siempre como tal; ni echándole todas las ganas había posibilidades de salir adelante. Uno es lo que es aunque no quiera, comenta.

“El tragicómico es un personaje no necesariamente imbécil: tiene planes a corto, mediano y largo plazos. Su gran problema es que una vez que va cumpliendo metas ya no le gustan, se desilusiona y vuelve otra vez al punto de partida, y así sistemáticamente.

En la sociedad actual nadie está contento ni con lo que es, ni con lo que quiere, ni con lo que tiene. Eso es ser un personaje tragicómico. Vivimos en estado permanente de insatisfacción, y ello, más que infelices, nos hace confusamente felices.

La literatura, toda una aventura

Ganador del Premio Xavier Villaurrutia en 1992 y el Herralde de novela en 2008, el también autor de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe y Casi nunca manifiesta que su nueva novela es una historia que rondaba en su mente desde hace 30 años, cuando conoció al mencionado asesino, el cual, por cierto, cometió su crimen por un lío de faldas.

Pero apenas me decidí escribí sobre él, porque la mayoría de las cosas que escribo las pienso durante muchos años. Eso pasa con casi todo, menos con la poesía, que es más inmediata, dice.

“Para los relatos necesito de un proceso largo durante el cual modifico una y otra vez las historias, y decido vaciarlas cuando considero que nada hay que cambiar ni agregar.

Durante todo ese periodo, en mi libreta hago apuntes, bosquejos, historias y hasta los dibujos de los personajes. No dibujo bien, lo mío es la palabra, el lenguaje.

Esta querencia por el idioma en Daniel Sada se debe en gran medida a la lectura: “Las mejores novelas que he leído tienen como germen el lenguaje. No me gusta que me cuenten historias como si lo hicieran en una cantina.

Cuando entro en un libro quiero un despliegue verbal, además de la anécdota. Claro que exijo que haya anécdota, que me cuenten una historia, pero también exijo la contraparte, cómo me la cuentan. Me gusta que me endulcen el oído.

Entre los autores cuya obra disfruta, señala a Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, James Joyce, Franz Kafka –aunque no era un estilista, pero sí tenía mucha profundidad–, Joseph Conrad, José Lezama Lima, William Faulkner, Alejo Carpentier y Fernando del Paso.

La literatura es para mí una aventura, en todo sentido. Uno de sus componentes es la historia. Aunque tampoco me gusta sólo una literatura que quiera exhibir el lenguaje, subraya.

Desde mi punto de vista hay dos tipos de escritores: los que exhiben el artificio y los que lo esconden. Y ambos polos son difíciles; esconder es difícil, pero exhibir también.