El Cultural
Héctor Iván González
A Paulina, a Adriana,
a doña Socorro y a Alejandro del Paso
a doña Socorro y a Alejandro del Paso
Palinuro de México (1977),1 de Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935-Guadalajara, 2018), es una obra que reúne gran variedad de elementos intertextuales. Uno de estos es la elección del nombre del personaje, Palinuro, el piloto de la nave de Eneas que lleva a la tripulación en huida después de la caída de Troya, quien cae al mar para ser asesinado y condenado a morar hasta que se le dé sacra sepultura. Y al recibirla, finalmente, terminará perpetuando su nombre en el cabo epónimo de la Italia meridional.
A partir de la imbricación de mitos griegos, la historia de la medicina, la vida cotidiana del protagonista, así como de Estefanía y su familia, la novela (¿?) permite distinguir la fuerte influencia de una obra canónica de la lengua inglesa, Ulises, de James Joyce. Es importante recordar que Ulises, publicada en 1922, se anticipa a una serie de obras que, durante el periodo posterior a las guerras mundiales, retoma los temas y mitos tratados por los clásicos grecolatinos. Es el caso de El Prometeo mal encadenado (1899), de André Gide, Las moscas (1943), de Jean-Paul Sartre, La muerte de Virgilio (1946), de Hermann Broch, y otras posteriores como Memorias de Adriano (1951), de Marguerite Yourcenar. Ello nos permite pensar en la necesidad que tuvieron estos autores de regresar a la raíz del humanismo ante la barbarie de las guerras, el genocidio industrializado y la persecución a la cultura en cualquiera de sus expresiones.
De algún modo, en el momento en que la vida humana se devaluaba debido a las guerras, los escritores nos recordaron que cualquier ser humano tiene la importancia de un semidiós. Desconozco si Fernando del Paso tenía presentes todos estos elementos cuando decidió involucrar a Palinuro en una historia con rasgos biográficos de tan fuerte calado. Sin embargo, por esta razón, tanto Ulises como Palinuro de México presentan un ejercicio cuya intertextualidad enriquece las historias que abordan Joyce y Del Paso. En el caso de Joyce, los capítulos del Ulises son dimensionados por La Odisea de Homero, con sus temas y situaciones. Aparece un Telémaco, Stephen Dedalus, hay un cíclope y están presentes las sirenas a modo de mujeres en un burdel, con el tratamiento a un personaje de nuestro tiempo como si fuera un personaje mítico. Palinuro es un ser mitológico que recorre las urbes en plena modernidad del siglo XX; se relaciona con el mundo de la medicina, de las agencias de publicidad, con el ambiente tabernario y logra un trayecto temático-lingüístico-anecdótico variopinto y desmesurado en su lenguaje.
A partir de la figura dual entre Odiseo y su hijo Telémaco, Joyce retoma a Stephen Dedalus, personaje de Retrato del artista adolescente (1916), y lo introduce en el periplo de Leopold Bloom, publicista judío con cuernos de su esposa Molly, oriundo de Dublín. Por su parte, en la obra de Del Paso esta dualidad es variable debido a que se establece de diferentes maneras: Palinuro-Estefanía, Palinuro-Molkas, Palinuro-hermano no-nato y Palinuro-tío Esteban, que me parece una de las relaciones más atractivas.
Con base en la conferencia que dio un joven Fernando del Paso en agosto de 1968,2 hace cincuenta años exactamente, en el Palacio de Bellas Artes, me remitiré al primer capítulo de Palinuro de México, que narra el ambiente familiar y principia con el periplo del tío Esteban, quien nació
a la orilla izquierda del Danubio, en un imperio que se extendía desde la Transilvania hasta los picachos helados del Tirol. Su padre, médico cirujano y músico de cámara los domingos y días festivos, lo levantó en sus brazos y lo consagró a todos los dioses de la medicina por él conocidos: Apolo, Danavandri, Esmuno el fenicio y Khors el eslavo.
Gracias a la conferencia antes referida y al texto biográfico “Fernando del Paso, el imperio del idioma”, de Ángel Ortuño, podemos colegir que el tío Esteban es el trasunto del tío político de Del Paso, Zoltan Mester, y que en la novela se llama Esteban por el santo patrono de la ciudad en que nació, Budapest, capital de Hungría.3 El tío también da origen a la figura inspiradora de Palinuro, pues Estefanía sería la declinación patronímica femenina de Estefan. Esta figura será central para Palinuro, pues se contagiará de la pasión médica y enciclopédica casi en un carácter per se. Esteban —joven— ha vivido en Berlín, ha participado en la guerra del 14, donde “era capaz de silbar un concierto brandemburgués cuando incineraba las heces de las letrinas”. Asimismo, se enamoró de una enfermera polaca que conoció durante su convalecencia de un balazo alojado cerca del corazón. Sin embargo, después de vivir un amor digno del mayor de los poemas, Esteban es enviado al frente de batalla y la polaca muere “con el cuerpo erizado de shrapnel4 unos cuantos meses después”. Esto da pie a Del Paso para lograr una de las imágenes más conmovedoras del libro:
[…] al tío Esteban le sobraron los días, las semanas y los años para llorar a la polaca. Para imaginarse cada primavera, al derretirse la nieve, cuando los muertos que habían quedado insepultos durante todo el invierno comenzaban a aparecer, asomando aquí y allá una mano, un pie, un codo, que ella iba a estar allí también bajo la nieve, pálida y congelada. Así lo imaginaba cada vez que en la blancura se formaba un hueco negro y líquido por el que asomaba un mechón de cabello rubio y quebradizo.
Posteriormente, el tío Esteban llega a México en el mismo barco en que llega el abuelo de Palinuro, Francisco, sin conocerse entrambos. En la casa grande de los abuelos en la colonia Roma, donde viven numerosos extranjeros, Palinuro es testigo de las disquisiciones sobre la Segunda Guerra Mundial por parte del abuelo y diferentes tíos políticos. Igual ocurrió con el niño Fernando del Paso mientras era curado de las múltiples enfermedades que padeció a su corta edad. Me atrevo a sugerir que la trascendencia de la medicina estriba en esta doble relación: sea como médico amateur a la manera del tío Esteban o en su calidad de niño de salud precaria que es expuesto a un sinfín de tratamientos y remedios. A decir de Del Paso en la conferencia citada de 1968: “Fui lo que se llama un niño enfermizo, primero porque tenía el hígado muy chico, luego porque tenía ronchas muy grandes, el caso es que pasé mi infancia entre medicinas y prohibiciones”.
¿Cómo se relaciona esta fantasía literaria con la biografía, y cómo logra plagar este mundo con un detalle preciso que lo enriquece y dota de dimensiones más allá de lo realista? Para responder a este cuestionamiento retomo una idea de Roland Barthes en La cámara lúcida:5 una fotografía muestra que “la estructura profunda de este detalle es el Tiempo. Y la esencia de esta forma es la aleatoriedad, la extrañeza”, es decir: “cuando la Cosa misma es alcanzada por el Afecto; no imitación (realismo), sino coalescencia afectiva”.6 La verdadera oposición ocurre entre un efecto de realidad que sólo significa una categoría general de lo real, y otro en que el objeto esconde sus signos y el arte se convierte en una especie de magia. El modo mediante el que esto ocurre con las palabras es la composición, es decir, la creación no sólo de frases y detalles sino de series de frases: la distribución de verdades, nos dice Thirlwell. Y ¿qué son estas verdades? Sigo con Thirlwell: una narración puede ser la prueba de algo que nunca será demostrable de forma lógica.
Para Barthes, la fotografía —y yo creo que esto se aplica a la literatura— contiene un studium (el interés cultural general, el detalle histórico), pero lo más relevante es que contenga un punctum: un “elemento que nace en la escena, sale disparado cual flecha y me penetra”, esto es “lo que me convence como lector, o espectador, de que un signo no sólo es preciso, sino verdadero”. A decir de Del Paso:
La realidad y la ficción de lo que les he leído no comienza y no termina en ninguna parte, están integradas en una nueva y distinta verdad; cualquier semejanza que exista entre los personajes de esta segunda novela y las personas de la vida real es una coincidencia, una inevitable coincidencia.7
Sin embargo, ¿qué alimenta una obra tan vasta? ¿De qué se nutre su realidad? A mi modo de ver, en los años setenta Fernando del Paso abreva directamente del diálogo con los seres que ya no estaban presentes. Tal como James Joyce juega en Ulises con la asistencia del padre de Hamlet durante el servicio fúnebre de Paddy Dignam, Fernando del Paso crea esta distinta verdad donde existen y conviven eternamente Estefanía, el tío Esteban, el abuelo Francisco, la abuela Altagracia, sus padres, Molkas, pero también su hermano mayor que no nació y con el cual ha desarrollado un atractivo juego de espejos. Más allá de esto: no me sentiría demasiado osado si sugiero que todos los personajes de esta obra catedralicia gozan de ese efecto de realidad que les proporciona la disolución de los contornos con la familia del joven Fernando.
Del Paso ha logrado en Palinuro de México un libro cubista, en tanto tengamos al cubismo como fragmentación, dispersión en diminutos planos que no encajan unos en otros, sino como una visión entrevista sobre el objeto contemplado.8 De suerte que Del Paso, como exigía Picasso a su pintura de aquel momento, persigue la inclusión de todos los puntos de vista en la obra artística. En su conferencia de 1968 menciona la pintura y alude a la relevancia que tuvieron en su sensibilidad obras como “las ventanas de André Derain sobre el puerto catalán de Collioure, en la costa roja del Mediterráneo; Clausell y el Antipapa de Max Ernst, al Cementerio árabe, de Kandinsky, y el Homenaje a Mozart de Raoul Dufy”, cinco pintores que me permiten afirmar que Palinuro de México es una obra difícil de encasillar debido a que está influida tanto por lo lingüístico como por el arte plástico y visual.
Podemos advertir que Del Paso integra a sus personajes con efectos de realidad que les dan vitalidad, relieve, y los hacen respirar en la página; de algún modo, insufla vida a las figuras del pasado que continúan vivas en su memoria. Habla de cosas ciertas que parecen mentiras y mentiras que parecen ciertas, tal como lo expresaron las musas en la Teogonía de Hesíodo. Asimismo este efecto de realidad se complementa con una perspectiva poliédrica; la casa de los abuelos, con todas las fantasías de la voz narrativa, entre personajes, diálogos, sentencias, pasajes, erudición médica y demás detalles, está plasmada desde una visión totalizada y totalizante. En uno de los más bellos pasajes, Palinuro le pregunta al abuelo Francisco cuánto lo quiere y ocurre este diálogo:
—Mucho, muchísimo, le contestaba el abuelo Francisco.
—Pero ¿cuánto, cuánto, abuelo? ¿De aquí a la esquina?
—Más, mucho más.
—¿De aquí al Parque del Ajusco?
—Más, muchísimo más: de aquí al cielo, de ida y de regreso, yéndose por el camino más largo de todos y regresando por un camino todavía más largo. Y eso después de dar varios rodeos, de perderse a propósito, de tomar un café con leche en Plutón, de recorrer los anillos de Saturno en patín del diablo y de dormir veinte años como Rip Van Winkle, en uno de esos planetas donde las noches duran veintiún años: porque a mí me gusta levantarme temprano, cuando menos un año antes de que amanezca.
Este pasaje involucra dos aspectos: por una parte, el carácter lúdico en Del Paso, que la maestra Carmen Villoro ha señalado: es un “Homo ludens […] que ha integrado los dones del pensamiento, el afecto y la imaginación para crear una realidad interna rica que se despliega en la obra de arte”9 y, por otra, la posibilidad de contener en una sola frase un infinito particular. Del Paso señala que el primer muerto que vio en su vida fue el cadáver del abuelo Francisco y que, a partir de ese instante, todos los muertos —incluso los del anfiteatro de la escuela de medicina—serían también ese muerto primigenio. ¿Cómo, si no es de una forma total de tipo cubista, donde todos los aspectos se presentan de un solo golpe y nos regresan la presencia total de nuestros seres queridos? Quizá por esto, el propio James Joyce hablaba de que no hay presencia más bella que la ausencia.
Este texto fue leído en el Coloquio “Palinuro de México a 50 años de 1968”, que realizó la Cátedra Extraordinaria Fernando del Paso de la Universidad de Guadalajara, a cargo de la maestra Carmen Villoro.
Notas
1 Fernando del Paso, Palinuro de México, México, Punto de lectura, 2007.
2 Fernando del Paso, “Visión desde el Palacio de Bellas Artes 1968”, un avance en el suplemento El Cultural de La Razón, núm. 111, 12 de agosto, 2017, y posteriormente en Invndación castálida. Revista de la Universidad del Claustro, “Del Paso por la vida”, núm. 5, febrero, 2018.
3 Ángel Ortuño, “Fernando del Paso, el imperio del idioma” en De paso por la vida. Homenaje a Fernando del Paso, Premio Cervantes, Paulina del Paso y Jesús Cañete Ochoa (coords.), varios autores, Ministerio de Educación Cultura y Deporte-Universidad de Alcalá-Santander Universidades, Alcalá, 2016, pp. 51-52.
4 Esquirlas expedidas por una bomba de explosión fragmentaria.
5 Citada por Adam Thirlwell en La novela múltiple, Anagrama, Barcelona, p. 35.
6 Ibidem, p. 36.
7 Fernando del Paso, op. cit., p. 12.
8 Cfr. Alfonso Reyes, “París cubista”, en El suicida, tomo II, FCE, México, p. 103.
9 Carmen Villoro, “Fernando del Paso. Celebración por la vida”, en De paso por la vida. Homenaje a Fernando del Paso, Premio Cervantes, op. cit., p. 43.
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