Confabulario
Vicente Alfonso
Si bien publicó relatos para niños, poemarios, ensayos, memorias, obras de teatro e incluso libros de cocina, existe consenso en torno a la idea de que las obras mayores de Fernando del Paso son tres: José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio. Novelas abundantes —la más breve, José Trigo, tiene 467 páginas— son proyectos que exigieron al autor alrededor de una década de trabajo cada una. Hay, sin embargo, una cuarta novela publicada por Del Paso en 1995 que por diferentes causas ha sido relegada. Me refiero a Linda 67. Historia de un crimen.
Lo primero que parece separar a esta de las demás novelas de Del Paso es su extensión. Comparada con sus antecesores se trata de un libro breve, pues tiene 306 páginas. Pero resulta sospechosa la reserva con que se ha leído Linda 67 en una tradición literaria que ha encumbrado obras breves como Pedro Páramo de Juan Rulfo, Aura de Carlos Fuentes y El apando de José Revueltas. Acaso más que su relativa brevedad pesa el hecho de que se trata de una novela policial, género que hasta hace muy poco tiempo —contra toda evidencia— era considerado por la crítica como un divertimento.
Según una nota publicada por el diario español El País en 1996, don Fernando habría abrigado por años el proyecto secreto de escribir un thriller. Álvaro Mutis, uno de los pocos amigos que conocía el plan, habría intentado disuadirlo con el argumento de que se trata de un género “para especialistas”. De poco valió la advertencia. Tras dos meses dedicados a documentarse, don Fernando dedicó diez meses a escribir su novela noir.
Como el subtítulo indica, Linda 67 cuenta la historia de un crimen: la víctima es Linda Lagrange, hija de un millonario texano, mientras el asesino es David Sorensen, mexicano hijo de diplomáticos. David y Linda se conocen en un percance automovilístico que prefigura la fragorosa sexualidad que unirá a esta pareja por un tiempo, concretamente hasta que el padre de ella decida desheredarla, pues se ha enterado de que David y Linda se han casado en Las Vegas. Cuando la muchacha solicita el divorcio, Dave decide matarla.
Ambientada en San Francisco con breves incursiones en Cuernavaca y Acapulco, la novela está llena de restaurantes caros, hoteles y colonias exclusivas. Desfilan marcas de vinos, de muebles, de ropa. Pareciera que los personajes son sus posesiones. El ejemplo más claro es la caprichosa Linda, quien resulta inseparable de su coche, un Daimler Majestic color azul eléctrico que el magnate compró el día en que nació su hija. No resulta extraño que Linda muera a bordo de su coche, despeñada en un acantilado a las afueras de San Francisco que David apoda La Quebrada por su similitud con el célebre sitio acapulqueño.
Ya en 1967, cuando José Trigo llevaba apenas un año de ser publicada, el diario sueco Dagens Nyheter advertía que “lo más sencillo es acercarse a Del Paso por el lado técnico”. El crítico encargado de reseñar la opera prima del mexicano señalaba que el libro tiene la estructura de una pirámide, con nueve capítulos que ascienden y nueve que descienden, conectados por un puente. La forma no es casual: fue bajo el puente de Nonoalco-Tlateloco donde el joven Fernando concibió la idea de escribirla al ver a una pareja cargando un ataúd de niño. Concluyó el libro siete años después, el mismo año en que Los Beatles lanzaban “Paperback writer”, cuya letra habla de un novato escritor de thrillers en busca de editor.
Como ha señalado Martín Solares en su brillante prólogo a Linda 67, la primera y la última novela de Del Paso tienen estructuras complementarias. Linda 67 no tiene forma de puente sino de pirámide invertida. Si me preguntan, yo diría que su forma es La Quebrada, es decir, el sitio en donde Linda es asesinada y donde termina la novela. Pero no sólo en ese sentido Linda 67 es un remate al conjunto de novelas de Del Paso. Están allí presentes la mayoría de los recursos y las técnicas que el novelista desarrolló al escribir sus libros anteriores: monólogos, oído para generar ritmo y musicalidad, precisión y ambición en la estructura, manejos con el tiempo. Allí están los temas que obsesionaban al autor: la publicidad, la historia y la literatura, pues Sorensen es un ávido lector de Salgari, de Verne, de Dumas. Allí podría estar la clave para que Del Paso escribiera una novela negra. Porque la principal diferencia de Linda 67 con las otras novelas de Don Fernando es que, como el autor señaló más de una vez, aquí todos los elementos están al servicio de la historia.
Intento ponerme en los zapatos de un expedicionario habituado a dedicar diez años a cada novela. Como en el caso de James Joyce, su verdadero idilio era con el lenguaje. En esa línea no le quedaba nada por demostrar. En no pocas ocasiones señaló que José Trigo había resultado una novela muy ambiciosa para los 24 años que tenía cuando la comenzó. En entrevista con Miguel Ángel Quemain, Del Paso califica al proceso de escritura de ese libro como “muy lento y un tanto doloroso. Una novela donde el idioma se impuso como personaje principal y José Trigo es un hilo conducente”. Algo similar pudo ocurrir con Palinuro de México y Noticias del Imperio. Y es probable que pensara también que semejantes catedrales narrativas podían amedrentar a lectores primerizos. Necesitaba construir una puerta de entrada a ese universo.
Maestro de maestros, Del Paso es un ejemplo incluso para quienes escriben bajo la dictadura de la tensión. “Para un narrador que busca, Noticias del Imperio es una revelación, sobre todo el monólogo de Carlota”, ha señalado Élmer Mendoza, uno de los más hábiles constructores de novelas en nuestro idioma. Al autor de Palinuro, Mendoza le agradece que le mostrara el camino y que le enseñara a agarrar al toro por los cuernos. Y justo eso fue lo que hizo don Fernando cuando sus amigos le aconsejaron no arriesgar su prestigio internándose por los oscuros callejones del thriller. Cómo no agradecerlo. Eso sí, no le resultó fácil. En la entrevista con Quemain, dijo al respecto: “Fue muy difícil en el sentido de que me atreví a hacerlo y me seguí atreviendo durante todos esos meses sin estar seguro de que iba a lograr algo decoroso, algo que no demeritara los libros anteriores (…) Pero cerca del final, uno o dos meses antes de terminar, me di cuenta que podía sacar esa novela sin avergonzarme y sin que nadie me dijera ¡qué barbaridad, qué decadencia! He comparado mis otras novelas con óperas de cinco actos y ésta es una sonata o una sonatina bien orquestada”.
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