sábado, 18 de enero de 2014

Una fugaz pero intensa pasión

11/Enero/2013
Confabulario
Sergio Téllez-Pon

La poesía para Salvador Novo, escribió Carlos Monsiváis, fue una confesión que le ayudó
a la salud mental. Esto se percibe muy claramente en tres de sus libros: XX Poemas (1925),
Espejo. Poemas antiguos (1933), Poemas proletarios (1934), además del “Romance de
Angelillo y Adela”, dedicado a Federico García Lorca, que Novo escribió a su regreso de
un viaje por Sudamérica, en 1933:

Ella venía de México
—quietos lagos, altas sierras—,
cruzara mares sonoros
bajo de nubes inciertas:
por las noches encendía
su mirada en las estrellas.
Iba de nostalgia pálida,
iba de nostalgia enferma,
que en su tierra se dejaba
amores para quererla
y en su corazón latía
amarga y sola la ausencia.
Él se llamaba Angelillo
—ella se llamaba Adela—,
él andaluz y torero
—ella de carne morena—
él escapó de su casa
por seguir vida torera;
mancebo que huye de España,
mozo que a sus padres deja,
sufre penas y trabajos
y se halla solo en América.
Tenía veintidós años
contados en primaveras.
Porque la Virgen lo quiso
Adela y Ángel se encuentran
en una ciudad de plata
para sus almas desiertas.
Porque la Virgen dispuso
que se juntaran sus penas
para que de nuevo el mundo
entre sus bocas naciera,
palabra de malagueño
—canción de mujer morena—,
torso grácil, muslos blancos
—boca de sangre sedienta.
Porque la Virgen dispuso
que sus soledades fueran
como dos trémulos ríos
perdidos entre la selva
sobre las rutas del mundo
para juntarse en la arena,
cielo de México oscuro,
tierra de Málaga en fiesta.
¡Ya nunca podrá Angelillo
salir del alma de Adela!
(De Nuevo amor y otras poesías, SEP, 1984)

Durante ese viaje, Novo había conocido a Lorca quien, según una cronología muy
detallada, estuvo en Buenos Aires, del 13 de octubre de 1933 al 24 de marzo de 1934.
Sobre ese fugaz pero intenso y apasionado encuentro, Novo dejó algunas huellas en la
crónica del viaje, Continente vacío (1935; en Viajes y ensayos I, FCE, 1996), donde dice
que había llegado a Montevideo, ocho días antes de iniciar la VII Conferencia Internacional
Americana a la que Novo iba como parte de la delegación mexicana. Decidió, entonces,
que pasaría esos días previos descansando en Buenos Aires donde vivía Pedro Henríquez
Ureña, su maestro en la adolescencia.

Novo escribe que conoció a Lorca gracias al poeta Ricardo E. Molinari. Además
de poeta, Molinari era editor y él haría una edición limitada de Seamen Rhymes (1933), un
poema en inglés que Novo escribió durante la travesía en barco al Cono Sur. Se les ocurrió
que Lorca podría hacer unas viñetas para acompañar la edición del poema. Lorca las hizo
y así apareció el poema, incluyendo el conocido dibujo de un marinero con la mitad del
torso sobre una mesa y, en el lado izquierdo de ésta, las palabras en mayúsculas: “NOVO
AMOR”.

En Buenos Aires había tenido mucho éxito la puesta en escena de Bodas de sangre,
que montó la compañía de Lola Membrives. Así que a Lorca le fue solicitada su presencia
para montar y estrenar otra obra suya, La zapatera prodigiosa, y de paso, impartir algunas
conferencias; era su forma de venir a “hacer la América”. Llegó, finalmente, a Buenos
Aires y pronto se convirtió en el centro de atención de toda la efervescente sociedad
cultural. Novo se da cuenta de eso a los pocos días de llegado pues escribe: “Federico
García Lorca es ahora el ídolo de Buenos Aires”.

Molinari y Novo van a la imprenta donde se imprimirá Seamen Rhymes y, después,
Molinari lo lleva al hotel Castelar, donde se hospeda Lorca. Éste está ocupado en mil
asuntos ya que por la noche se estrenará La zapatera prodigiosa en el teatro Avenida, así
que le pide a Novo que regrese por él a la mañana siguiente para almorzar solos. (Novo ha
advertido ya que no han podido intimar porque Lorca orquesta a todo su séquito de
ayudantes por la prontitud del estreno.) Aunque Novo carece de la invitación personalizada
para asistir al estreno de la obra, esa noche puede verla al acompañar a Henríquez Ureña.

A la mañana siguiente Novo pasa al hotel Castelar por Lorca, como habían
acordado, para dirigirse a un restaurante de la Costanera. Conversan “como dos amigos que
no se han visto en muchos años” (Novo), y García Lorca le externa su admiración por su
“lengua rallada pa hazé soneto”. Y luego, “poniéndose serio”, le dijo: “Para mí, la amista e
ya pa siempre; e cosa sagrá; ¡paze lo que paze, ya tú y yo zeremos amigo pa toa la vida!”.
Novo sigue contando:

Tú cantaste La Adelita, que sabías tan bien, y me dijiste que para ti esa canción
simbolizaba todo el México que querías conocer, que Adelita era para ti una mujer
viva, de carne y hueso, idolatrada por los sargentos, respetada hasta por el mismo
coronel; fiel a su soldado, apasionada, morena y fecunda, y, hechizado por tu
conjuro, por tu promesa de hacerle un monumento, cuando paladeabas su nombre,
Adela, Adelita, y te conté su vida. Porque en Torreón, cuando vivimos la epopeya
de Villa, una criada de mi casa, que era exactamente como tú la imaginas, llevaba
ese nombre cuando nació esa canción, y decía que a ella se la había compuesto
un soldado. Y al proclamarlo satisfecha, con aquella boca suya, plena y sensual
como una fruta, no pensaba sino en el abrazo vagabundo de aquel con quien al fin
huyó por los montes de aquella estrecha cárcel de su laguna; no imaginó jamás esta
perenne sublimación de su vida en un himno que ahora a tus ojos vuelve a prestarle
un corazón y que llena el mío del violento jugo de la nostalgia.

Sentados, pues, en ese restaurante de la Costanera, Lorca entona la canción que evocaban
los revolucionarios mexicanos:

Y Adelita se llama la joven
a quien yo quiero y no puedo olvidar;
en el mundo yo tengo una rosa
y con el tiempo la voy a cortar.

Si Adelita quisiera ser mi esposa,
si Adelita fuera mi mujer,
le compraría un vestido de seda
para llevarla a bailar al cuartel.

Adelita, por Dios, te lo ruego,
calma el fuego de esta mi pasión,
porque te amo y te quiero rendido,
y por ti sufre mi fiel corazón.

Si Adelita se fuera con otro,
le seguiría la huella sin cesar;
si por mar en un buque de guerra,
si por tierra en un tren militar.

He aquí la primera pista: el nombre “Adela” del “Romance…” lo toma Novo de ese corrido
revolucionario que canta Lorca. También es probable que lo haya tomado de la “Oda a
Walt Whitman”. Como se sabe, Lorca estuvo una temporada en Nueva York en 1929,
donde escribió uno de sus libros más célebres, Poeta en Nueva York, y allí se hizo amigo de
Antonieta Rivas Mercado y Gilberto Owen, así como del fotógrafo y pintor Emilio Amero,
quien tomó las fotografías del rodaje de Viaje a la luna, único guión que escribió Lorca;
seguramente, los dos primeros fueron los que le hicieron saber a Lorca sobre la “lengua
ralla pa hazé soneto” de Novo. Sin embargo, Poeta en Nueva York, donde se encuentra la
“Oda…”, no se publicó sino hasta 1940 bajo el sello de editorial Séneca, ¿cómo es posible
que Novo la haya conocido antes? En 1933, los editores de la revista Alcancía, Edmundo
O’Gorman y Justino Fernández, hicieron una edición limitada de 50 ejemplares de la
“Oda…”, uno de cuyos ejemplares con toda seguridad cayó en manos de Novo pues dice:
“yo llevaba fresco el recuerdo de su ‘Oda a Walt Whitman’, viril, valiente, preciosa…” En
la “Oda…”, pues, se encuentra una enumeración que llamó la atención de Novo:

Faeries de Norteamérica,
Pájaros de La Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

Adelaidas de Portugal. La correspondencia en México de ese epíteto sería Adela, justo el
nombre que Novo utilizó en el “Romance…”, para que con ese guiño se viera el homenaje
a Lorca y a la “Oda…”. De la misma manera en que Novo juega en el título del poema con
la palabra “romance”, como característica composición poética de la lengua española y
como relación amorosa pasajera, de igual forma juega al travestirse literariamente con el
nombre de Adela y le deja el rol masculino a Lorca bajo el Angelillo.

Lo que sigue en Continente vacío aparentemente no tiene coherencia con lo que
ha relatado. Novo va con Molinari, como éste se lo había prometido, a casa de Nieves
Rinaldini donde se ofrecía una de las tantas tertulias literarias de la ciudad. Ahí Novo
empezó a sentirse mal y cayó gravemente enfermo. En casa de Rinaldini se quedó a reposar
la enfermedad respiratoria al cuidado de su anfitriona y las frecuentes visitas de sus amigos,
incluyendo la de Lorca, para atestiguar el mejoramiento del enfermo. Unos días después, ya
sintiéndose un poco mejor, Novo se subió al barco Ciudad de Buenos Aires para seguir con
sus compromisos en Montevideo. Mientras, Lorca se quedaba todavía en Buenos Aires para
después partir a España, a Granada, a la muerte…

En Continente vacío, Novo deja hasta ahí el recuento de su trato con Lorca, por lo
cual resulta un poco desconcertante que haya caído súbitamente enfermo. Sin embargo, él
le contó a su joven y fiel discípulo Miguel Capistrán, y éste varias veces a mí, que después
de haber desayunado en el restaurante de la Costanera, bajaron al Río de la Plata donde
Novo y García Lorca fueron a “procurarse unos marineritos”. En pocas palabras, lo que
ocurrió fue que Novo y Lorca tuvieron una relación sexual a orillas del río. Esa fue la causa
de la enfermedad respiratoria de Novo en casa de Rinaldini.

Cuando Capistrán estuvo en Buenos Aires, a principios de los años setenta, Novo le
pidió que se dirigiera a casa de Rinaldini y le diera las gracias por aquella estancia y una
disculpa por haberse ido de la ciudad sin despedirse. “Una disculpa tardía ¡de cuarenta
años!”, escribe Capistrán en su libro Borges y México (Plaza y Janés, 1998). También
Capistrán solía recordar que Novo le mostró en su estudio de Coyoacán los originales de
los cuatro dibujos que Lorca hizo para su Seamen Rhymes y unas cartas que le escribió
Rivas Mercado; todo eso ahora está perdido.

Cuando Novo regresa a México publica Continente vacío. En ese libro hay un
capítulo inserto sin relación aparente con lo que Novo está narrando. Se llama Canto a
Teresa. Novo también le confió a Capistrán que en ese capítulo había querido verter todas
las referencias que existen sobre el mar en la poesía de lengua inglesa, y que era un
evidente homenaje a Lorca, ferviente devoto de Santa Teresa, la santa patrona de la
península Ibérica. Así pues, la Virgen que quiso que Ángel y Adela se encontraran con “sus
almas desiertas” (de que habla el “Romance…”), no es otra que Santa Teresa; y la “ciudad
de plata”, donde ocurre el encuentro, es, evidentemente, Buenos Aires. Además, el
“Romance…” confirma que, como siempre lo reconoció Novo, Lorca fue el gran amor de
su vida.

Entre 1934 y 1936, cuando la agresión nacionalista contra los Contemporáneos está
en lo más álgido, Novo le escribe a Lorca una carta desesperada en la que externa su deseo
de mudarse a Madrid y le pide ayuda para poder encontrar trabajo allá: “La vida en México
se ha vuelto insoportable para mí. Es indispensable que me marche —y tengo miedo de
la dura lucha en los Estados Unidos. Mi deseo de ir a España se agrava y me obsesiona.
¿Crees tú que podría ganarme la vida —una mediana vida? Puedo dirigir ediciones,
traducir libros, enseñar inglés —en último caso escribir en los diarios o corregir pruebas de
imprenta”. No se sabe que Novo lo haya hecho, así que se quedó a padecer los ataques de
sus detractores.

En 1936, Lorca había ido a su pueblo natal a despedirse de su familia ya que
en unos días más estaría zarpando hacia México, pero, como es de sobra conocido, sus
inconformidades contra los militares que derrocarían a la República lo hicieron una de las
primeras víctimas a manos de los franquistas. Jamás se volvieron a ver, sin embargo, Lorca
“ya nunca pudo salir del alma” de Novo.

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