domingo, 5 de enero de 2014

La civilización del presente

Enero/2014
Nexos
Jesús Silva-Herzog Márquez

“Cada civilización es una visión del tiempo”, escribe Octavio Paz en Vislumbres de la India. La civilización de Octavio Paz lo es también: la civilización del presente. En Paz no hay sólo una literatura extraordinaria, una “Obra” digna de devoción y crítica. Habitable como ninguna, la escritura de Paz afirma un modo de insertarse en el mundo, una forma de sentir la historia, una manera de ser humano. Ahí, en sus poemas y sus ensayos, en sus reflexiones y divagaciones, en sus conversaciones y cartas, en sus intentos narrativos, en sus juegos verbales, en sus semblanzas y polémicas, en sus paisajes y miniaturas se encuentra una mirada que es más que perspectiva: estancia. Lo dijo en un poema: la mirada es una casa. Una manera de vivir, de convivir y también de morir. No hay experiencia ignorada. Ahí están la soledad y la comunión; la comida y la música; la pintura y el mercado; el bosque, la plaza y la alcoba; el rito y el trámite; lo sublime y lo aberrante. Del erotismo a la política, de la ciencia al mito, de la arquitectura a la caricia. Una civilización.
La poesía es corazón de ese cuerpo. Lo ha dicho bien Enrico Mario Santí: Octavio Paz no fue solamente un poeta. Fue el poeta que se empeñó en afirmar las razones de la poesía. No sólo escribir poesía: escribir desde ahí, pensar poéticamente. El arco y la lira, dice Santí, es más que un análisis del fenómeno poético. Se trata, en realidad, de una defensa de la poesía, esa “actividad revolucionaria por naturaleza”. La imaginación poética es capaz de acoplar la sílaba que afirma con la sílaba que niega. El mismo prodigio opera en el tiempo: el pasado, el presente, el futuro son lo que está siendo simultáneamente, lo que se está haciendo. Antes, después, ahora, comprimidos en la imagen poética. El poeta no está encadenado al tiempo, dice Paz. Oficia las “nupcias de la quietud y el movimiento” como se escucha en Piedra de sol. De su primer a su último poema está presente ese juego de los tiempos. Si el poema, por una parte, desafía la lógica, por la otra, subvierte los eslabones del tiempo. El tiempo deja de fluir en el poema. Se congela… pero fluye. Ya no es sucesión, es un instante privilegiado; quieto y vivo. “Inmóvil en la luz, pero danzante”, dice en un soneto temprano. “Un árbol bien plantado mas danzante”, dirá después. El baile en la quietud. Vale leer lo que dice en su manifiesto poético:
El poema traza una raya que separa al instante privilegiado de la corriente temporal: en ese aquí y en ese ahora principia algo: un amor, un acto heroico, una visión de la divinidad, un momentáneo asombro ante aquel árbol o ante la frente de Helena, lisa como una muralla pulida. Ese instante está ungido con una luz especial: ha sido consagrado por la poesía, en el sentido mejor de la palabra consagración. A la inversa de lo que ocurre con los axiomas de los matemáticos, las verdades de los físicos o las ideas de los filósofos, el poema no abstrae la experiencia: ese tiempo está vivo, es un instante henchido de toda su particularidad irreductible y es perpetuamente susceptible de repetirse en otro instante, de re-engendrarse e iluminar con su luz nuevos instantes, nuevas experiencias.
El tiempo total. “Ayer es hoy, mañana es hoy, hoy todo es hoy”, escribe mientras pregunta si hay salida. El poeta ve en el presente la vasija que contiene todos los tiempos. Vuelvo a Piedra de sol:
                       abre la mano,
señora de semillas que son días,
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan cara de todos,
puerta del ser, despiértame, amanece,
déjame ver el rostro de este día,
déjame ver el rostro de esta noche,
todo se comunica y transfigura
arco de sangre, puente de latidos,
llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de pronombre enlazados…
Buscando la fraternidad, buscando al otro, Octavio Paz encontró ese presente hinchado de tiempos. Los contrarios sólo se concilian en la plenitud de un hoy vivo. En Cántaro roto escribe:
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado,
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas,
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera,
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara,
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río,
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida,
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde empiezan los caminos,
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso,
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados,
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres,
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá del fin y comienzo.
Me detengo en una imagen: el día y la noche reconciliados como un hombre y una mujer que se acarician, enamorados. Ahí, en ese presente que fluye, están todos los siglos, se desploman todas las paredes, se junta todo lo que un día fue separado. La imagen aparece en varios poemas. En Carta de creencia escribe:
Entre la noche y el día
hay un territorio indeciso.
No es luz ni sombra:
es tiempo.
Hora, pausa precaria.
página que se obscurece,
página en la que escribo,
despacio, estas palabras.
La tarde
es una brasa que se consume.
El día gira y se deshoja.
Lima los confines de las cosas
un río obscuro.
El presente, ese territorio que no puede atarse a nada, “lima los confines de las cosas”. El presente es perpetuo, dice y vuelve a decir Octavio Paz. Lo es porque no es instantaneidad sino confluencia de todos los pasados y la posibilidad de todos los futuros. En el presente viven todos los tiempos: “siempre es el mismo día, la misma noche siempre”.
¿Cuándo?, pregunta Octavio Paz. El poeta quiere ubicarse, saber dónde está y pregunta ¿qué tiempo es éste? Más que el planeta que habitamos, debemos descifrar el tiempo en el que estamos, el tiempo que somos. Ser siglo y segundo. El valor supremo es el presente, escribió en Posdata. “El futuro es un tiempo falaz que siempre nos dice ‘todavía no es hora’ y que así nos niega. El futuro no es el tiempo del amor: lo que el hombre quiere de verdad lo quiere ahora. Aquel que construye la casa de la felicidad futura edifica la cárcel del presente”. Tiene razón: el tiempo de la democracia es el tiempo del amor: hoy.
La enfermedad política que horrorizaba a Paz era la negación del presente. Por una parte, la política de la inautenticidad, sordera del hoy: geometrías extrañas que ignoran la circunstancia por convicción. Ése fue el padecimiento histórico de México que denunció en El laberinto: no encontramos —hasta la Revolución— una política que palpara nuestra forma. Copiamos, tradujimos, importamos: nos enmascaramos hasta la sonrisa. No fundamos en nuestro presente la política, es decir, no acogimos el pasado vivo. Por otra parte, la ideocracia, razón soberbia que imagina al tiempo sometido a su dictado. En “Petrificada petrificante” escribe en líneas exaltadas que el silogismo es caníbal.
las ideas se comieron a los dioses
los dioses
se volvieron ideas
grandes vejigas de bilis
las vejigas reventaron
los ídolos estallaron
putrición de dioses
fue muladar el sagrario
el muladar fue criadero
brotaron ideas armadas
idearios ideodioses
silogismos afilados
caníbales endiosados
ideas estúpidas como dioses
perras rabiosas
perras enamoradas de su vómito

Imágenes manchadas
escupieron sobre el origen
carceleros del futuro
sanguijuelas del presente
afrentaron el cuerpo vivo
del tiempo
Octavio Paz es arquitecto de una civilización de diálogo.
La palabra del hombre  es hija de la muerte.
Hablamos porque somos mortales: las palabras
nos son signos, son años.
Al decir lo que dicen  los nombres que decimos
dicen tiempo: nos dicen,
somos nombres del tiempo.
Conversar es humano.
Conversación de tradiciones, conversación de rupturas. En la civilización del diálogo se encuentran Quevedo y John Donne; Pessoa, Chuang Tzu y Basho. Marx y Duchamp, Tocqueville y Motherwell. Breton, Baudelaire, T.S. Eliot, Mallarmé. Tamayo, Alfonso Reyes, Jorge Cuesta, sor Juana, José Clemente Orozco, Hernán Cortés, José María Velasco. Sí: la civilización es un banquete: una mesa donde oficia la conversación. La de Octavio Paz se ilumina en una esperanza: convertirnos, por primera vez en nuestra historia en contemporáneos del presente.

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