sábado, 30 de marzo de 2013

Pessoa infinito

30/Marzo/2013
Milenio
Ariel González Jiménez

La obra de Fernando Pessoa se me figura como una galaxia en expansión. No sólo están las infinitas posibilidades de su lectura, sino sobre todo el constante descubrimiento y ordenamiento de nuevas páginas suyas, lo cual hace que la edición de algunas de sus obras sea siempre provisional. Particularmente eso sucede con El libro del desasosiego, punto de convergencia de fragmentos de su diario, pequeños relatos de vida cotidiana, aforismos y observaciones escritos por el poeta durante más de dos décadas.
Del inmenso filón que representan miles de escritos legados por el autor portugués, ahora se ha conseguido extraer cinco textos inéditos que dan forma a una nueva edición del Libro del desasosiego, más un conjunto de apuntes que se han ordenado como Escritos sobre genio y locura. Las publicaciones corren a cargo de Acantilado, sinónimo de excelencia editorial y espero que pronto lleguen a México, porque de momento esto sólo es una noticia dada a conocer en estos días de guardar y en los que nos encontramos con tantas cosas.
Ambas obras aparecieron en Portugal en 2006, y es una verdadera garantía que tras esta nueva edición del Libro del desasosiego se encuentre una vez más ese infatigable investigador de la obra de Pessoa que es Richard Zenith.
Dice la nota que consulto (El País, 29-III-2013), que “entre los cinco textos sacados a la luz hay reflexiones sobre la muerte y sobre el hecho mismo de divagar. Y entre ellos, uno especialmente sintomático. Es el más largo y se compone de una deliciosa redacción sobre la niñez del poeta, sobre sus recuerdos de juego inventando personajes con las piezas del ajedrez y sobre la nostalgia infinita de la infancia. Me dolía esto como hoy me duele no poder dar expresión a una vida. ¡Ah! Pero ¿por qué recuerdo yo esto? ¿Por qué no permanecí niño para siempre? ¿Por qué no morí yo allí, en uno de esos momentos?”
Y qué bueno que no murió y que el niño creció y pudo dejarnos todas esas páginas deslumbrantes que cada tanto pueden darnos nuevas revelaciones sobre el genio de Pessoa. El Libro del desasosiego, es decir, los escritos que componen el texto que conocemos con ese título, fue encontrado en un sobre en 1980, pero en vida Pessoa publicó doce fragmentos de esa obra que él mismo había anunciado en su correspondencia como un proyecto con ese nombre. De acuerdo con lo que dice Zenith en su introducción a una de las anteriores ediciones de la obra (que es la que consulto en este momento: Emecé, 2000, traducida por Santiago Kovadloff), aparte lo publicado, Pessoa dejó “en muy diversos estados de elaboración, aproximadamente 450 párrafos adicionales”.
Aunque el libro, por instrucciones del propio Pessoa, debía aparecer como “compuesto por Bernardo Soares auxiliar de tenedor de libros en la ciudad de Lisboa”, con el tiempo y en los hechos —no habiendo dejando en orden la mayor parte del material que lo integra— la verdadera composición del texto ha quedado en manos de Richard Zenith, a quien debemos su estructura actual y la nueva edición en cuestión.
En todo caso, Bernardo Soares, no es el único (aunque sí principal) autor del libro. Zenith Dice que el libro, “que tomó diversas formas, conoció también diversos autores. Mientras el Libro era un solo libro de fragmentos pos-simbolistas, cada uno de ellos con su título, el autor anunciado era Fernando Pessoa, pero apenas se incorporaron fragmentos de diario de carácter inevitablemente más personal (lo que no debe haber ocurrido muy tarde), el autor dio curso a su costumbre de esconderse detrás de otros nombres, siendo el primero de ellos el de Vicente Guedes”.
Pero es Soares el que dice, como adivinando la necesidad de las muchas otras voces que hacen a la literatura de Pessoa: “Escribo, triste, en mi cuarto quieto, solo, como siempre he sido, solo como siempre seré. Y pienso si mi voz, tan poca cosa en apariencia, no encarna la sustancia de miles de voces, el hambre de decirse de miles de vidas, la paciencia de millones de almas, sumisas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigios”.
Si la poesía de Pessoa irradia en todo momento una luz mortecina sobre las cosas de este mundo, su prosa —y la mejor es la del Libro del desasosiego— la proyecta con mayor claridad, valiéndose de las calles de Lisboa “que se extienden tristes” o de los trabajos y fatigas cotidianos que lo hunden en la soledad, la misma que lo hace pensar: “Vivo en una era anterior a la que vivo”.
Es un milagro que los lectores de Pessoa, literalmente, nunca terminen de leerlo porque a cada tanto nos obsequia desde esa era en la que vivió y vive nuevas páginas. La obra que creyó que “su instinto de perfección” nunca le permitiría terminar sigue construyéndose, alzándose como una catedral imponente.
Uno de los fragmentos de Libro sirvieron como epígrafe de la edición que conozco (ansío desde luego conocer la nueva de Acantilado), y deja bien establecida la percepción pessoana sobre el Libro del desasosiego: “Me quedo pasmado cuando termino algo. Me quedo pasmado y desolado. Mi instinto de perfección debería impedirme acabar; debería impedirme incluso empezar. Pero me distraigo y obro […] Empiezo porque no tengo fuerza para pensar; termino porque no tengo alma para interrumpir. Este libro es mi cobardía”.
Y a pesar de eso —o precisamente por ello— el Libro del desasosiego sigue completándose. No parará.

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