domingo, 12 de febrero de 2012

Elogio del ensayo

12/Febrero/2012
El Debate
Irad Nieto

Ahora que a las tesis académicas, artículos dizque científicos, editoriales, comentarios políticos y trabajos de escuela se les llama ensayos; ahora que incluso se instituyen jugosos premios nacionales e internacionales para reconocer trabajos de investigación que de ensayos sólo tienen el nombre, el escritor Luigi Amara reivindica y aboga, en un texto publicado en Letras Libres (febrero, 2012), por el "ensayo ensayo": esa escritura artística que avanza, se desliza, se detiene, se enrosca y vuelve a deslizarse sinuosa, libre y suave como una serpiente. Más que el "centauro de los géneros", como definió Alfonso Reyes al ensayo, Amara prefiere la imagen de la serpiente propuesta por Chesterton. El ensayo es una criatura que se arrastra, que muda de piel en el camino: es anécdota, narración, crónica, memoria, pensamiento, poesía, aforismo, ingenio, autobiografía, intimismo. Si es ensayo, todo cabe en él.

Quienes admiramos la creación de Michel de Montaigne lo sabemos: el ensayo se despliega cuando un yo, una subjetividad, toma la pluma, palpa, degusta, experimenta y examina el peso de las cosas. Porque tienta, el ensayo es tentativo, carece de un fin concreto, va quién sabe a dónde sin miedo a perderse; también es tentador para los espíritus más libres que no se dejan aprisionar por las autoridades del conocimiento, sus tribunales y sus voluminosos aparatos críticos (ibídem, ídem, Op. Cit., Cfr. Vid., etcétera). El ensayo desconfía de la solemnidad asfixiante de las togas y birretes, más próximos a la pose erudita medieval que a la libertad científica y el conocimiento. Quien ensaya, quien de veras ensaya, no busca ofrecer una verdad, una conclusión, sino pasear por algunas de sus orillas con absoluta independencia, acercarse, explorar los temas, mojarse los pies y, quizás, retroceder para tomar otro camino.

Montaigne fue claro y sincero: sus escritos son 'ensayos' de sus facultades mentales: tentativas, pruebas, aproximaciones, meditaciones dispersas que mucho abrevan de las Cartas morales de Séneca. Él es (y con él lo somos todos) el objeto de su libro. Hurgó en sí mismo con tal profundidad, escepticismo e ironía, que encontró todo aquello que compartía con la humanidad entera, lo positivo y lo negativo (un hallazgo a la altura de Shakespeare, un anuncio de Freud). Y escribió: "nada humano me es ajeno". Sus páginas no ofrecen, porque nunca quisieron hacerlo, la medida de todas las cosas, sino la medida de su alegre inteligencia. Quien busque ciencia, que la pesque donde hay, advirtió. Por eso los ensayos decepcionan a los académicos de traje y corbata: carecen de autoridad y no enseñan nada a aquellos cuyo propósito es trepar y vivir (sin investigar) de las rentas de un sistema nacional de investigadores. Quien persiga la formalidad y el 'rigor', quien tema someterse y exponerse a un escrutinio personal, que no ensaye: que se dedique al 'impersonal' trabajo académico y acumule puntos en el trayecto (capitalismo curricular).

Una paradoja: desde temprano, a los alumnos se nos invita o se nos obliga a escribir 'ensayos' para acreditar una materia. Se nos exige ser originales, creativos, críticos, propositivos a la hora de pensar. Sin embargo, lo primero que se castiga es precisamente la libertad de la escritura y la reflexión. ¡Piensen por ustedes mismos!, nos dicen. Pero inmediatamente después nos imponen un método, un camino y muchas andaderas teóricas para pensar. Nadie puede salirse de allí sin ser reprobado. Se vale pensar por uno mismo, siempre y cuando cites al pie de la página al menos diez autores que hayan dicho lo mismo que tú (pues nada hay nuevo bajo el sol). Así, lo principal de ese tipo de trabajos no es la reflexión, sino la compilación y acomodo de las voces autorizadas que a su vez nos autorizan a pensar. No sé si a eso pueda llamársele investigación académica, pero no es, no ha sido, ni será ensayo. Al menos que traicionemos lo más esencial de Montaigne. "El ensayo es un 'género degenerado'", dice Luigi Amara. Una escritura personal, experimental, diletante, dialógica, digresiva, viajera, juguetona, una conversación sobre la página que huele a café.

Cuando uno lee los ensayos de todos ellos: Montaigne, Bacon, Dr. Johnson, William Hazlitt, Jonathan Swift, Stevenson, Charles Lamb, Emerson, Óscar Wilde, Virginia Woolf, Jorge Borges, Paz, Zaid, Rossi, Juan Villoro y muchos otros, uno puede suscribir sin problemas la afirmación de Luigi Amara (que escandalizará a algunos): El ensayo "básicamente es invención". Es arte. Es literatura. Y, perdón por la insistencia, no puede ser otra cosa.

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