sábado, 28 de agosto de 2010

La providencia literaria

28/Agosto/2010
Laberinto
Armando González Torres

Hay una imagen ideal del escritor como un ser invadido por un furor creativo, que lo despoja de cualquier ánimo de recompensa material o del mínimo sentido práctico. Para este artista ideal (cercano al linaje de los hoy tan famosos escritores del “no” y de la renuncia), el objetivo de la obra culmina en la fase de elaboración, por lo que el proceso de circulación y recepción resulta absolutamente secundario. Así, el artista crea la obra, pero su aterrizaje es producto de un azar, de una suerte de voluntad superior que supera las reticencias del propio creador y las dificultades del ambiente y permite que llegue al público. La difusión de Kafka, Walser y muchos otros se reputa producto de estas casualidades y un escalofrío suele presentarse cuando se piensa que la ausencia de un simple detalle (la necedad de Max Brod para desobedecer a su amigo) hubiera privado al mundo de estas obras. Existiría, pues, una providencia literaria que permite que el milagro de la creación sea incluido en el circuito comercial donde lo podemos gozar los profanos. Es cierto que pueden documentarse casos de rescates, descubrimientos y exhumaciones prodigiosas en la literatura; sin embargo, el concepto de providencia artística cae más en el terreno de la mercadotecnia literaria y la labia de los autores. De hecho, muchas obras consagradas suelen patrocinar la propia mitología de su creación y a menudo adicionan la historia fabulosa de cómo, pese a la suma de adversidades, se escribieron, descubrieron o editaron. Esta historia subsidiaria de ciertos libros suele estar plagada de vocaciones abismales, privaciones, rescates de manuscritos arrojados a la basura o destinados al fuego, solidaridades insólitas de mecenas desconocidos y, en fin, una abundante intervención de la providencia literaria que, en su despliegue, impide que una obra maestra sea abortada.

Por supuesto, esto representa un valor agregado para el lector, ávido de diferenciación como consumidor e intimidad con el autor, pues no es lo mismo leer una obra producida en serie que una obra fruto de la máxima consagración artística combinada con la máxima casualidad. De hecho, hay casos donde las peripecias editoriales de una obra son tan conocidas como la obra misma. Piénsese en la historia de las aflicciones editoriales de Cien años de soledad, que, gracias al propio García Márquez, se ha convertido en un legendario relato que narra el heroísmo familiar para resistir 18 meses de trabajo sin ingresos y que agrega detalles de realismo mágico, como el manuscrito que se le cae a la mecanógrafa en un charco y debe ser secado con una plancha o el envío de la novela por partes, ya que no alcanza el dinero para enviarla de una vez. Desde estos pintorescos lances para la tribuna hasta los casos más dramáticos, la historia paralela de la literatura abunda en anécdotas que pretenden agregar a la sustancia de la obra, el propio prodigio de su supervivencia.

No hay comentarios: